Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

12. Creación – Desarrollo – Crecimiento – Transición – Movimiento

Su diminuto cuerpo va tomando forma. Al principio se ve tan frágil… Poco a poco va tornándose en un color rosado, muy leve. Es un bebé, su nueva criatura que está a punto de salir al mundo. Asomará una línea, verá a lo que tiene que enfrentarse y se arrugará. Y entonces ese color rosado se volverá casi blanco; querrá borrarse, desaparecer.

Con los anteriores también le ocurrió. Pero les acarició y recompuso una y otra vez, mulléndolos como a un cojín recién relleno, hasta darles la forma adecuada. Y salieron y pelearon solos.

Cuando esté completo cogerá la confianza necesaria, seguro. Aunque parece que siente demasiada vergüenza. Su carita sonrosada mira a todos lados. Observa a los de mayor tamaño sin poder articular palabra. Tantos como hay, de todos los colores…

Asustado, se hace una bolita rosa, como de algodón de azúcar, sus letras se esconden y se niega a salir.

No, aún no está preparado. Quizás no sea la mejor época. Lo dejará reposar. En otro momento le dará mejor figura. Y cuando esté en su punto caminará él solito.

Tiene tantos sueños para él… Seguro que ahuyentará cualquier miedo. Y se sentirá cómodo con todas sus letras.

11. IMPERFECCIONES (Ángel Saiz Mora)

Cierta predisposición natural y largos años de práctica habían hecho de ella una experta observadora, capaz de catalogar sin error a cualquiera que entrase en su cafetería, con gran nivel de detalle. Lo suyo era un don singular. En menos de un minuto sabía distinguir a una pareja de amantes clandestinos, jefe y secretaria; o al bebedor que perdió el trabajo y no se atrevía a comunicárselo a la familia. Nunca fallaba, tampoco al ver entrar a aquel individuo elegante, que pidió un té por hacer tiempo, tras comprobar que no estaba la persona con quien se había citado. Llevaba una rosa en el ojal de la americana, a modo de identificación.
Desde la barra confirmó que era alguien con quien muchas mujeres querrían compartir sus días, prácticamente intachable, divertido y sincero, aunque no hubiese mencionado en el portal de Internet que respiraba fuerte al dormir y tenía problemillas de próstata.
Hombre y decepción salieron por la puerta dos horas más tarde.
Esa noche, la pantalla del portátil de la camarera sumó otro candidato descartado, el quinto esa semana. Al lado, solitaria, se marchitaba la rosa que había mantenido oculta en el bolsillo del mandil.

10. El muro (Jesús Garabato)

Tras tantos días esperando el momento, ha llegado la hora. Vais a intentarlo. Tienes miedo. Siempre lo has  tenido. A pesar de todo lo que cuentan sobre lo que os encontraréis al otro lado. O de las maravillas  que en ocasiones veías en el televisor de tu abuela. «Ya», dice alguien. Os incorporáis. Corréis.  Trepáis. Gritáis.

Atrás quedan vuestras familias, vuestros amigos menos valientes, vuestros antiguos temores… A los pies del muro, rebajada por la blancura de tu inocencia, tu sangre fluyendo. Y en lo alto, la luna.

09. MÍNIMA NOVELA ROSA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Mujercitas así veían todo a través de una lente sonrosada, por eso, cuando El lector del tren de las 6:27 le dijo “Me encontrarás en el fin del mundo”, ella le creyó. Hacia allí se dirigió, sin conseguirlo: el Atardecer en París y La forma del agua perdieron todo su atractivo…

Cuando El peso del corazón ya era demasiado, El café de los pequeños milagros la recibió: íntimo y suave, en labios de un nuevo amor, vibró El haiku de las palabras perdidas.

08. Novela rosa

Al llegar, el suave perfume de los rosales en flor me cautivó, dándome todo vueltas hasta tropezarme con una mata de azaleas e hibiscus rosados, situada frente al ventanal alumbrado por una farola trastabillándose contra la pared, como una campana avisando de la presencia de un intruso.
Víctima del vértigo al verla asomarse cubriéndose el cabello con su pañuelo de seda rosa, me oculté detrás de un centenario tilo. Necesitaba contemplarla y tal que aquel «Caballero de la rosa» de la ópera de Strauss, entregarle en secreto mi presente.
Sin embargo no tenía ningún salvoconducto, por lo que soporté con inusitado estoicismo aquella espera, elucubrando una sólida estrategia de galán enamorado.
El atronador tubo de escape de una Toyota retumbó en la avenida que accedía a la mansión. La joven observaba al motorista que se dirigía hasta la casa. Se había desprendido del pañuelo para balancearlo en el aire, saludando de aquel modo al tipo con andares de cowboy.
Perplejo, no sabía si quedarme o marcharme, así que para calmar los nervios me bebí un jarabe con agua de rosas y canela. Comprendí que mi amor enfermizo no me permitía reparar en las espinas que ocultaba mi adorada Rosa-lía.

07. PANTONE ROSA (Virtudes Torres)

Nunca acepté que por ser niña tuviera que vestir de rosa. Yo adoraba el azul, el verde y el negro, sobre todo el negro. Solo en las flores soportaba el color rosa en cualquiera de sus tonalidades.
Con el tiempo fui luciendo distintos tonos sonrosados. De pequeña causados por pellizcos “cariñosos” en mis mejillas y, más tarde, cuando estas se ruborizaban ante los comentarios acerca de mi fisonomía, de mis pechos o mis caderas.
Un día apareció mi príncipe azul, ese que tenía mi color favorito y me ofreció un cielo tan claro, tan… celeste.
Como sabía que adoraba el negro, me reglaba cada noche una cúpula llena de puntitos plateados.
Estallaron las tormentas, de verano, de invierno… y el color azul fue tornándose violeta, púrpura, magenta, hasta adquirir un rosa palo que, para no verlo, me ponía mis gafas de sol.
Pero ahí estaba mi príncipe, atento con su ramo de rosas y su promesa de un cielo sin nubes.
Hoy el cielo está precioso y mi príncipe no ha escatimado en flores de todos los rosas imaginables. Por no hacerle un feo, he dejado la negrura de mi fosa para agradecérselo.

Se ha quedado lívido y sin pulso.

06. LOS ÚLTIMOS MOHICANOS (Paloma Casado)

–Cuando yo tenía tus años existían cuatro estaciones diferentes. En invierno…

–Ya empezamos –interrumpe mi nieta con fastidio sin levantar los ojos del videojuego–

Hasta mí llegan los reflejos rosados de la pantalla que reclama todo su interés. Salgo al descansillo de la planta y encuentro a Víctor apoyado en la barandilla. Tiene más o menos mi edad y como yo, añora los viejos tiempos.

–Esta juventud, le digo, siente un desprecio absoluto por el pasado.

– A mí tampoco me escucha nadie, contesta.

Hemos compartido muchas conversaciones de crítica y nostalgia desde que la atmósfera se volvió tóxica y crearon este mundo artificial. Al menos, nosotros pudimos sobrevivir. Vemos acercarse a Roberto con gafas oscuras para protegerse de un sol imposible.

–¿Y esa reliquia? Le pregunto.

–Estoy hasta los cojones del omnipresente color. Prefiero verlo todo negro. Pensaron que una atmósfera rosa nos haría más pacíficos, que no habría contestación a su “mundo feliz” y acertaron –responde el viejo cascarrabias–.

–Yo creo que echan algo en el aire para atontarnos, digo.

–Sí, bromuro –bromea Víctor recordando un chiste viejo– ya estoy notando los efectos.

Reímos los tres. Los últimos “mohicanos” de una época perdida.

 

05. LA MAGLIA (Jesús García Caurel)

Corría el otoño de 1942. En la trinchera no hay tiempo para el romanticismo. Nunca sabes cuándo el enemigo va a iniciar el ataque. Los descansos son mínimos. Los silencios, pesados y angustiosos.

Aprovechas uno de esos alto el fuego para sacar un momento la cartera y mirar las fotos. Destaca entre todas ellas la de un hombre fornido sentado encima de una pesada bicicleta de hierro. Recuerdas con nostalgia como los «tifossi» te llamaban «il capo delle cime». Cuándo la carretera se empinaba era tu territorio. Uno a uno ibas descolgando rivales hasta coronar los puertos en solitario. No recuerdas cuantas «maglias rosas» te enfundaste. Todas ellas se las mandabas a Marieta, el amor de tu vida. Todas están guardadas en una habitación,esperando tu regreso. Tu carrera quedó truncada con el inicio de la contienda.

El sonido de los proyectiles te saca de tus ensoñaciones. Es lo que tiene la guerra. No entiende de héroes del pueblo ni de sentimientos. Sólo eres otro engranaje más en la maquinaría de los que mueven los hilos.

04. PAISAJES CAUTIVOS

Sentada en la roca de mi colina favorita, me puse a contemplar el crepúsculo que, muy suavemente, empezaba a abrazar el mar.

Desde el faro, a cuyo pie me encontraba, viendo cómo se combaba el horizonte sobre la espalda de la Tierra, pensé en lo cerca que estaba de eso que llaman el Paraíso.

Aire y agua estallaron de pronto en todas las gradaciones del rosa: Malvas, lilas, morados, violetas…Los ojos se llevaban toda la gloria del paisaje, pero quise que también el resto de mis sentidos participasen de aquél espectáculo incomparable.

Así que, primero, abrí las manos y acaricié muy despacio la piedra rugosa y cubierta de musgo. Luego, alerté a mis oídos y el bronco sonido del mar se adueñó de todo mi cerebro. Después, mi nariz se hizo con los profundos aromas del yodo y las algas y, finalmente, pasé la lengua por mis labios para robarle al océano el sabor que esconde bajo sus aguas.Y degusté erizos espléndidos, almejas reidoras, centollas presumidas y bogavantes de imponentes manos.

Entonces abrí los ojos y me alejé de los barrotes de la celda, mientras decidía qué paisaje soñaría la próxima vez que me asomase al exterior.

03 – DEL ROSA AL AMARILLO – EPI

Fuimos solos al cine de verano, con una bolsa de pipas y dos bocadillos, nos sentamos al final.
Estábamos hartos de la pandilla, se reían de nosotros porque íbamos juntos a todos lados y esa noche nos escapamos al pueblo.
Sentía su cuerpo cálido pegado al mío, en la pantalla, una pareja parecida a la nuestra nos emocionó.
Una noche, como prenda durante un juego, tenía que besar al chico que le gustaba y me eligió.
Mientras miraba absorto la película, su mano se posó en mi muslo, me estremecí y de golpe me vino el recuerdo de los juegos en el mar, de esos roces al cogernos, de esos pechos pequeños pero duros contra mi espalda y como nos demorábamos en separarnos.
Sentí una erección como tantas veces mientras tomaba el sol boca abajo y ella me miraba sin decir nada. Corría hacia el agua como alma perseguida por el diablo.
Creo que ella también lo notó, se volvió y me besó en la boca.
Se acabó el verano, una carta en el otoño, otra en el invierno y terminó 1963.

02. Kintsugi

Más allá del ventanal, una lluvia de poliedros rasga la realidad mientras la noche absorbe la luz de las ilusiones.

Intento contorsionar la mente para mantener la charla. Duele el papel, duele interpretarlo, duele el sinsentido de la necesidad. Gritan las cicatrices: las visibles, que atraviesan mi pecho y descienden como una medusa, y las otras, las oscuras que, cerrando en falso mi abdomen, suturaron mi feminidad.

Aunque esperado, no deja de paralizarme ese brillo peligroso en su mirada que suplica reventar botones y cremalleras. Ése hambre de piel que comparto, esa sed de caricias mutuas. Y tiemblo.

No sé qué eufemismo utilizar, qué cruda verdad escoger.  La inseguridad  estrangula mi garganta como una  gelatina espesa. Me atrinchero en el abrigo. Invento excusas para huir.

Se sorprende. Se entristece. Yo también.

Como último recurso, atrapa mi índice para guiarlo suavemente por los desconocidos queloides de su muñeca. No puedo evitar restañarlos con besos de sal.

Se derrite el miedo, se esfuman tabúes. Se deslizan nuestras prendas al suelo. Apago los ojos y permito que  dibuje dragones dorados sobre las grietas rosas de mi cuerpo roto.

A través del cristal de mis lágrimas de alivio, estallan las aristas de los poliedros.

01. EL EXPOLIO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Vi el ábside románico de Fuentidueña, pero tú me sorprendiste. Sentí que tu ojo negro me miraba inquisitivo pidiéndome que te rescatara.  Allí estabas, pardo-anaranjado, más galgo que camello, colgado a esa media altura en la que se colocan las imágenes de santos en los templos.

Bajé mi testa avergonzado. Si no hubiese estado en la sala el vigilante del Cloisters Museum de New York, me hubiera arrodillado y clavándome la barbilla en el pecho, esperaría ser flagelado para expiar como patriota español mi pecado, al menos de omisión.

Aquel anticuario, Leone Leví, expulsado de los templos catalanes, hizo su agosto, en tiempos de Maura, en Castilla la Vieja, aprovechándose de las miserias de dieciocho vecinos de Casillas de Berlanga y de las pericias a-legales de un miserable agente de la propiedad de Almazán. Sesentaicinco mil pesetas se repartieron amén, seguro, de las acostumbradas roblas o alboroques.

Dos consuelos me asistieron, uno ruin: había allí también piedras francesas; otro más racional: si el dromedario de la ermita de San Baudelio, esa palmera rosa en piedra, no estuviera en Fort Tryon Park, hoy alguien podría repetir aquello de: Estos, Fabio, ¡ay dolor!,…

─May I take a picture?

─No flash, no problem.

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