Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

59. …que va a la ermita (Elena Bethencourt)

Desde que tú te fuiste lloran de pena las margaritas. Hoy vuelvo a salir por el camino verde y llego hasta la encina donde una vez grabamos nuestros nombres. Me pregunto si quizás fueron las malas lenguas las que te alejaron de mí, si tu marido vio en tus ojos una luz que él no te puso o si fue la sombra del pecado la que te dio temor.

Cuando dejo de llorar, rezo primero a tu virgen para que regreses. Luego, a Dios para que nos perdone.

A lo lejos las campanas tocan a misa, pienso en lo que diré hoy en el sermón y vuelvo corriendo por el camino verde…

 

58. VERDE HIELO

Cuando vamos al pueblo muchos me preguntan de quién soy. Otros lo adivinan por “la pinta” que es lo mismo que el parecido. Unos y otros aseguran que tengo los ojos del abuelo. He empezado a tener pesadillas. Aunque no lo conocí, en el comedor del pueblo hay una foto enorme desde la que mira muy serio con su escopeta de caza al lado. Le sueño cada noche sin ojos, apuntándome con su arma para que se los devuelva. Se lo he contado a mis padres y me han tranquilizado. Mis ojos son míos. Lo que pasa que son igual de grandes y del mismo verde hielo que los de él. Los adultos a veces hablan raro. El hielo no es verde, me quejo; mamá dice que es una forma de explicar que eran fríos.
Me tranquiliza que se muriera con los suyos y ahora le sueño entero, recorriendo con su escopeta al hombro las calles de los muertos, y cuando me dicen que tengo sus ojos, en lugar de sacarles de su error, imito su mirada verde frío y funciona. Se callan y no preguntan más.

57. La leyenda del sendero (Marta Navarro)

Hay en los bosques del norte un sendero donde las hadas bailan al llegar la primavera. Llena el ábrego de rumores las encinas, extrañas sombras fugaces atrapan los helechos y un raro embrujo todo lo inunda. Cuentan que en las noches de luna llena elfos y gnomos juegan entre remolinos de amapolas y violetas, espantan con sus travesuras al invierno y, a la luz de las estrellas, al verde del bosque cosen evocadoras fábulas y poemas. Trinan al amanecer tórtolas, vencejos y abubillas; entre flores y espigas revolotean bandadas de mariposas nuevas; aletean sobre el arroyo mil libélulas cantarinas y, al detener el vuelo las lechuzas, bajo su peso se quejan las ramas de las acacias viejas. De las profundidades del valle, al borde de aquel recóndito sendero de brezo y agua cada primavera con fuerza renacido, surge entonces una voz −érase una vez… muy suave y muy bajito apenas murmura− que de inmediato el viento acalla: <<shhh… silencio>>, desliza con cautela entre sus ráfagas, <<aún no desveles el secreto>>, <<shhhh….aguarda>>, <<esta noche, ten paciencia>>, promete impenetrable y misterioso <<shhh… confía… esta noche te cuento>>.

56. Batalla desigual (Josep Maria Arnau)

Se fijó en el hombrecillo verde. Junto a él, vio a su hermana y a su sobrino que lo esperaban. Si quería llegar a tiempo, tenía que apresurarse. Empezó a andar. Sus achaques le dificultaban la marcha y el cansancio del largo viaje en tren no ayudaba. Por un momento dudó si volver atrás, pero ya había alcanzado el punto de no retorno. Se apoyó en el bastón y siguió. Estaba enfermo. Quería abrazarles, aunque fuera por última vez. Ellos le miraban sonrientes, eso alimentó su obstinación. Cuando por fin llegó a la otra acera, sonrió aliviado, abrazó al sobrino y se volvió hacia ella. Todo fue muy rápido, ni siquiera lo vio. El patinete eléctrico apareció a traición.

55. El vacío que dejas

La gran alfombra verde que compraste para el salón siguiendo las enseñanzas del feng shui sigue en el mismo sitio. Siempre decías que el verde era el color de la armonía, que equilibraría mis energías negativas y mitigaría mi aversión al género humano. Recuerdo tus pies en la alfombra, tus dedos largos de top model rural semi hundidos como raíces humanas. Cuando veías Modern Family en el sofá los ponías sobre mis rodillas, y yo jugaba a cambiarlos de ropa como a dos muñecas gemelas. Los vestía con calcetines de lana, ejecutivos e incluso, a pesar de tus protestas, tobilleros. Siempre deploré el esmalte de uñas, me parecía un sacrilegio, como pintar las flores. Eran pies de geisha occidental, blancos, de finas venitas azules y tacto de seda. Muchas veces prometí cuidarlos y respetarlos más allá de durezas, juanetes y deformidades. El silencio de la casa pregunta por ti, por tus versiones libres de Kiko Veneno y tus estilismos inverosímiles de babuchas moras, bata de guatiné y tinte en el pelo.
Hace meses que te fuiste con tus baúles de zapatos cual esposa de dictador. Aún creo ver tus huellas en la alfombra verde, vestigios mudos de que estuviste aquí.

54. Verde

Verde es el silencio del prado donde se posa el rocío por la mañana.

Verde es el musgo que abriga a las piedras en invierno.

Verde es la lluvia cuando empapa la tierra y brota la vida.

Verde es el pecho del urogallo cuando canta a su amada.

Verdes son las manos de la niña que coge margaritas.

Verdes son los sueños de un mundo que se apaga.

Verde, eres tú, mi planeta.

Verde, te quiero, verde.

53. Balada triste de corneta para un soldadito español (María José Escudero)

Nunca le gustó el verde caqui, le provocaba desaliento y, aunque su familia no lo aprobara, su uniforme consistía en camisa holgada y vaquero desgastado. Tampoco le gustaba aquel corte de pelo, se sentía desnudo sin su melena desigual, y en Burgos hacía tanto frío… Le permitieron llevar la guitarra, pero allí no podía tocar “Desolation row”— los otros reclutas sólo demandaban rumbas flamencas y canciones de La Tuna—. Debió haberse declarado insumiso o, por lo menos, objetor, pero le faltó coraje y no supo defender sus convicciones.

Permanecer firme en la puerta de Capitanía con el fusil al hombro le consumía y un hormigueo incómodo oprimía su alma libertaria y, por más que lo intentaba, jamás consiguió aceptar aquel exilio. En los ratos solitarios de litera se evadía con la bruma de un canuto y volaba hasta los acantilados de su tierra para asomarse al Mirador de los Tranquilos. Hasta que una noche la tristeza le fue cercando sigilosa y el cuartel despertó sobresaltado. Lo encontraron envuelto en sus alas invisibles, con la mirada clavada en el vacío: “Un lamentable accidente”, rezaba en el informe que temblaba en las manos de su padre, un reputado Comandante del Ejército.

52. Un domingo cualquiera (Pepe Sanchis)

Ese domingo se levantaron tarde. Desayunaron lo que ellos llamaban el desayuno de los domingos. Después, mientras ella guardaba en el frigorífico la mantequilla y la mermelada, él introducía en el lavavajillas los platos, las tazas y los vasos, los cuchillos y las cucharillas.

Subieron al mismo tiempo al dormitorio. Ella se encerró en el baño.

-Voy a lavarme el pelo, cortarme las uñas, ducharme, las cremas… ya sabes.

Él abrió el armario. Se puso un pantalón de chándal, una camiseta y se calzó las deportivas. Salió de casa y recorrió los quinientos metros que les separaban del Mirador. Qué vistas tan maravillas tenían desde allí!. Unos metros antes del final del sendero, se quitó, cuidadoso, las zapatillas. Levantando las piernas pasó al otro lado de la valla de madera y saltó al vacío. Mientras caía, solo pudo observar que el tono verde del agua del mar  era el mismo que el del albornoz que llevaba puesto su mujer esa mañana.

A ella la encontraron primero, tendida en la bañera, con los cortes precisos que se había producido. El último objeto que pudo ver mientras tenía consciencia fue aquel albornoz verde que le había regalado su marido.

51. Carmelo

―Esta noche será fría Carmelo, deberíamos recoger algunos cartones más. Con la humedad de este tiempo ni el abrigo del puente puede protegernos. ¡Cof!¡cof! Sabes que ando mal de los huesos desde el año pasado, que nos dejaron empapados al tirarnos al río. Esos niñatos…Tú te recuperaste bien, siempre lo haces. Yo me hago viejo amigo, cada vez llevo peor el frío. Me preocupa lo que será de ti cuando yo ya no esté, tendrás que marcharte al albergue. Ya sé que no te gusta, a mí tampoco, pero solo en la calle no quiero que te quedes, tendrás que prometérmelo. La calle es peligrosa si estás solo, necesitas a alguien que cuide de ti, allí lo harán y podrás jugar con los niños. Eso te ha gustado siempre. ¡Cof!¡cof! Toma, come un poco más Carmelo, te estás quedando en los huesos. El día no ha sido bueno, no hay mucho que echarse a la boca pero puedes coger mi parte, no tengo hambre. Este tiempo me está matando…Carmelo creo que me recostare un poco, no me encuentro bien. Cof cof,cof

El mendigo cerró los ojos para no abrirlos más y Carmelo se despidió de él.

―¡Guau! ¡guau! ¡guau!

50. Traje de luces

Al arrancar la banda, pisa el ruedo y los aficionados le tributan una gran ovación. En el momento en que suenan los clarines, sale del burladero para dar unas verónicas de recibo al primer toro. Los periodistas comienzan a especificar los tonos del vestido que tanto empaque da a su figura. En Canal Estoque comentan que es Agua mar, aunque hay quien discrepa, definiéndolo como Botella. En Radio Taurina, a unos les parece Verde gallo, y a otros, Mostaza. Sin embargo, un aficionado que los escucha se vuelve y les grita que se trata de Aceituna, a lo que su compañero de tendido le aclara con vehemencia que, más bien, Oliva. Las discusiones, poco a poco, se van propagando, acompañadas de tortazos y empujones. Entre el humo de los puros, voces roncas proclaman: «¡Manzana! ¡Claro! ¡Nilo! ¡Lago! ¡Bandera! ¡Esmeralda! ¡Hoja seca!».
El maestro, convencido de que va de Pistacho, pliega el capote y se retira al callejón a esperar que pase la bronca, mientras el toro, que lo ve todo negro, salta la barrera y escapa, sin que nadie lo eche en falta, con la esperanza de volver a sentir las caricias de todos los verdes que inundan el campo.

49. Magnolia

 

Cada mañana, muy despacito va caminando por el césped hasta llegar a sentarse al banco de madera. Allí, se siente protegido por las verdes hojas del majestuoso Magnolio. Le gusta el olor a limón que desprende, porque le hace recordar su juventud y su gran amor.

Todos en la Residencia respetan su soledad, su mirada perdida y su banco.

Se casó muy joven por un embarazo no deseado con una mujer mayor que él. Intentó que funcionase pero faltaba el amor y al chantaje emocional  que le hacía con los hijos, terminó por asfixiar la relación.

Después la conoció a ella, se enamoró y empezaron a vivir, rodeados de limoneros. Tejieron  durante 5 años un futuro, pero el pasado  volvió y él no supo parar los chantajes, se sintió culpable. Ella desapareció.

Pasaron los años y la historia se volvió a repetir, conoce otra chica y un embarazo no deseado, chantaje con la niña,  soledad y llanto.

Su cabeza siempre fría para los negocios, le hizo ganar mucho dinero y prestigio, pero le aparto del amor. Ahora bajo el aroma del magnolio  la recuerda a ella, la que nunca le chantajeo ni le obligó a casarse. Limoneros

48. Efectivo

Desde que cayó enfermo, y ya iba para diez días, los familiares no hacían más que fingir gran tristeza cuando iban a visitarlo, pero el doliente sabía que venían a hurgarle en los cajones por si hubiera dinero.
—Ya me lo gasté todo en vida –decía el moribundo con sorna- y aun así seguís visitándome.
La casa del viejo, de renta antigua, no interesaba, y los viejos cachivaches todavía menos. Como nunca tuvo una libreta de ahorros, todos sospechaban que una fortuna en billetes verdes andaba por ahí escondida, tal vez en los colchones, quizás en los anaqueles, quién sabe si entre los libros.
Si hubiera sido por su gusto, habría aguantado unos días más viendo a sus deudos simulando decoro y escondiendo codicia, pero por fin entregó su alma el afligido, y entonces se desató la batida en pos del caudal.
—Esto es una basura, como todo. No guardaba más que baratijas. Ni los cubiertos valen un céntimo.
El montón de ropa con olor a viejo rancio fue a parar a la beneficencia, donde cada agraciado con una prenda, al comprobar los bolsillos, también recibió un fajito de billetes de mil.

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