Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

104. BLANCO SOBRE NEGRO (M.Carme Marí)

Entumecimiento. Dolor. NEGRO. Mareo. ¿Qué ha pasado?

 

Aprieto los ojos. Los abro despacio. BLANCO. Desconcierto. ¿Dónde estoy?

 

Voy despertando, pero no en casa. Hay mucha luz. En mi campo de visión, un techo. En mi campo de audición, varias voces. «Falta darle un par de puntos más a este corte». Intuyo unas batas blancas a la altura de mi cabeza y cortinas que delimitan el espacio. «Ha tenido suerte. El de la ambulancia decía que el taxi, siniestro total.» En mi mente las piezas van encajando. Volvía de las fiestas de otro barrio de la ciudad y el taxista conducía muy rápido. Sigo entumecida y con muchas preguntas. «Ha recuperado la conciencia», dice otra voz. Se dirige a mí: «No te preocupes, todo irá bien. Vamos a hacerte unas radiografías». Me levantan la cabeza para colocar unas placas bajo el cuello. Más dolor. Millones de enormes agujas se me clavan desde dentro. ¿Bien? Entonces, un pensamiento llega como un relámpago. ¡Dios mío, el cuello no, por favor! Me esfuerzo en enviar una orden al pie. Y… ¡sí!, ¡puedo mover los dedos! Respiro tranquila. Todo irá bien.

103. CLAROSCUROS (Javier Puchades)

Arreglada con su vestido blanco de domingo acude al parque, donde solo habitan los pájaros, como en su cabeza. Saca un pedazo de pan y lanza una lluvia de migajas sobre sus níveas manoletinas. Mientras permanece sentada en un banco, pasan por allí: niños envueltos en una algarabía de juegos; algunos ancianos buscando la caricia adormecedora del sol y una pareja de amantes que oculta sus besos bajo la sombra del viejo cerezo en flor.
Sacude sus manos antes de marcharse de allí, aunque no sabe hacia dónde encaminar sus pasos. Abre su bolso en busca de una respuesta, pero nada más encuentra oscuridad. A su mente, arrastrada por el viento como un cúmulo de nubes, solo le atormenta una cosa: si, para pedir que le acompañe a su casa, al extraño que permanece sentado a su lado ha de llamarlo hijo o papá.

102. Manchas (Alberto Jesús Vargas)

Blanca ayudaba a su madre en la pequeña tienda encalada donde vestidas con impolutos mandiles, vendían la leche en el pueblo. En la misma calle, a pocos metros, Bruno se instaló con su negra carbonería y como la joven brotaba ya con hechuras de mujer, empezó a rondarla. Ella, encandilada, aceptó el galanteo con gran disgusto de su madre, que no veía con buenos ojos aquella relación, no sólo por la diferencia de edad, sino también por la incompatibilidad de medios de vida tan opuestos, el día y la noche, lo blanco y lo negro. Decidió por ello mandar a su hija a casa de unas tías solteras distante una jornada de tren desde la capital. “Irás a un buen colegio y podrás aspirar a un hombre que no sea analfabeto”. Así, la vida de Blanquita empezó a ser mucho más triste en su nuevo paisaje de brumas, y a pesar de todo, quiso perdonar a su madre, “es por tu bien”, la distancia impuesta y hasta el sometimiento amargo a la disciplina de sus tías, pero nunca le perdonaría el polvo de carbón que al poco tiempo empezó a manchar el blanco rayado de sus cartas.

101. La nodriza (Salvador Esteve)

El lloro de su bebé la despierta.  Sus pechos repletos de leche duelen, alimentarlo la aliviará. Ya en el pasillo acelera el paso, odia esta antigua mansión heredada por su marido, los retratos de sus antepasados la acechan, el rostro de su primera esposa, ya fallecida, la observa imperturbable.  Abre la puerta del dormitorio y la visión paraliza su cordura.  Una figura cadavérica está amamantando a su niño, su descarnada mano lo acaricia, colgajos de piel abrazan sus putrefactos huesos, solo las mamas tienen apariencia normal.  Su pequeño deja de succionar un instante y gira la cabeza hacia ella.  Su mirada es de absoluta indiferencia y de la comisura de su boca gotea un líquido lechoso.

 

Quiere gritar pero su garganta queda muda por el terror.  El frenético movimiento de sus brazos intentando asirse a la razón le hace abrir los ojos, todo ha sido un terrible sueño.  Intenta volverse a dormir, pero es incapaz, desea que su marido vuelva pronto.

Escucha a su hijo, ahora sí, llorar sin consuelo reclamando sustento, no parará hasta ser saciado.  Recorre el pasillo inquieta, pero el llanto de su pequeño hace aflorar en su cara una leve sonrisa.

 

De repente, el sollozo cesa.

100. Apnea

La primera vez que murió mi hermano fue hace tantos años que ya casi ni me acuerdo. Sé que murió de verdad porque me acuerdo muy bien de sus labios morados y su piel azul cuando lo sacaron del agua, y del trajecito blanco que le pusieron para el velatorio.
Con ese mismo traje se me presentó hace unas semanas. Es una pena que haya vuelto ahora, que soy tan viejo y casi no me queda tiempo. Suele visitarme cada dos o tres días, después de cenar, cuando ya se han ido los enfermeros, y me hace compañía un rato en la cabecera de la cama, junto a la botella de oxígeno, hasta que me duermo. Yo le cuento cosas de cuando éramos niños y él se ríe a veces.
El otro día me pareció que estaba triste y, al preguntarle por qué, me explicó que se iba a morir otra vez. A mí también me dio pena, pero esa misma noche tomé la decisión. Espero que vuelva pronto para decirle que ahora no pienso dejarle solo, y pedirle que, esta vez, sea él quien apague el respirador y me tape la cara con la sábana blanca.

99. Secuencia en blanco y negro (Juana Mª Igarreta)

Clara se estremece al observar en el altillo su vestido de novia. Subida en la escalera rememora aquellos días en los que cogida del brazo de su madre recorrió la ciudad en busca del soñado modelito blanco, presa de la indecisión ante el abanico de tonalidades: blanco nuclear, blanco roto, marfil, hueso, perla, hielo… Eligió, ¿premonitorio?, el blanco roto.

Desasosegada, alcanza y rasga con sus afiladas uñas el fino envoltorio de tintorería.

Recuerda cómo su madre consiguió con sutil determinación que cayera rendida en los brazos de Marcos, un ilustre abogado de seductora labia y siempre vestido de punta en blanco. Oropeles que perdieron su brillo pocos besos después de la luna de miel.

Fuera de sí, abre la cremallera de interminables dientes y acomoda a su escuálida figura el traje nupcial. Percibe, aumentando su crispación, la ausencia del lazo de raso que el día de la boda abrazaba la brevedad de su talle.

La mañana es diáfana. El sol reverbera sobre las múltiples lentejuelas del albo vestido. En un sombrío rincón del profundo armario ropero permanece perdido el satinado cinto, interrumpiendo la escena que podría oscurecer para siempre esa habitación de blancas paredes.

98. Sola (fuera de concurso)

La luz del sol amarillea cosida a los visillos que soportan el polvo añejo de la ausencia. Le cuesta entrar en la habitación de Colette, la vieja del tercero, que tirada en el suelo sirve de alfombra a unos pocos gatos que ronronean sobre ella. No está muerta, y sin embargo, de los ojos tan abiertos como los tiene, solo escapa un hilo de locura; fijos, como si fueran de cristal; huecos, como la voz que muere en su garganta sin poder escapar al exterior. Desde la cocina y el aseo, una peste a basura se cuelga del aire hasta hacerlo irrespirable. Otros gatos luchan por los restos de comida, cada vez más escasos, que han sembrado por el gres de la cocina. Saltan, bufan, enseñan las uñas. El celo que apuran cada noche, no aplaca sus ímpetus. Hoy, después de tanto tiempo, el ruido del timbre atraviesa la vivienda y cruza como un rayo los tímpanos de los felinos, que imitan, por un momento, la quietud obligada de la vieja. Vuelve a sonar y huyen espantados a esconderse. Un velo blanco sofoca por fin la mirada de Colette, que esperará vencida, a que la muerte traspase las paredes.

 

97. Publicidad engañosa (Mónica Rei)

 

Aunque tiendo a desconfiar por sistema de frases del tipo “todos los expertos en la materia recomiendan”, los que son padres como yo me entenderán cuando digo que llegamos a hacer cualquier cosa, por disparatada que sea, para conseguir que nuestros hijos duerman. Así fue como, aunque me recordaba a aquella espeluznante película de los años 80, me decidí a probar eso del ruido blanco o, lo que es lo mismo: “un sonido constante que no permite que pasen otros y envuelve a los bebés en apaciguadoras ondas sonoras”.

Los envuelve. O igual sería más correcto decir nos envuelve. Que alguien se lo explique a los bomberos cuando lleguen, por favor.

96. El cielo puede esperar

Su cuerpo volátil avanza por el túnel sin ni siquiera proponérselo, absorbido por una fuerza poderosa. Al final del trayecto, una luz blanca le envuelve. Con un pequeño vistazo, ratifica que allí solo están la luz blanca y él. No esperaba que ese momento fuera a ser tan anodino, sin pompa ni música celestial. Tras un buen rato a solas, desconcertado, tose un poquito para ver si acude alguien y, por fin, aparece un hombre de semblante sereno con un largo papel en la mano y respira tranquilo. Pero el hombre le reclama, si quiere pasar, una enorme factura por haber disfrutado de la luz blanca. Perplejo, se enzarza en una acalorada discusión hasta que, abruptamente, unas bofetadas de cierta intensidad le sacan de la dichosa luz y, acto seguido, del túnel.

 

Se encuentra tumbado en el suelo de la calle. Un montón de gente le rodea y alaba que aún esté vivo tras el atropello pero él, consciente de que se abalanzó sobre el coche, maldice al cielo por vomitarle de nuevo en una vida sin blanca.

 

95. NYEUPE (BLANCO)

La gente me mira raro porque soy diferente. Solo me consuela que, antes, cuando vivíamos en la ribera del Lago Victoria, era peor. En la ciudad hay más gente como yo y a los demás no les importas tanto, cada uno va a lo suyo. En realidad, no les culpo, no hay mucha gente con el pelo blanco a los nueve años donde yo vivo y… a decir verdad, tampoco hay mucha gente con la piel clara en nuestro país. Hace ya un año que mamá me dijo que nos teníamos que ir de allí, de nuestra casa, porque hay gente a la que no le gusto. Aunque ella no lo dice, sé que papá es uno. Me han contado que cuando nací, antes de dejarnos, se enfadó mucho. Además, algunas veces veía a los chamanes de la zona pasar por nuestra calle buscándome, pero mamá les echaba. Yo no sé qué he hecho y me gustaría arreglarlo. En esos momentos, mamá dice que nunca me abandonará, que nunca, nunca dejará que me hagan lo que esos brujos hacen a los que son como yo. Pero yo solo sé que me llamo Nyeupe, vivo en Tanzania y soy albino.

94. SU MUNDO (Mar González)

Todos los lápices de colores están perfectamente alineados junto a la lámina. Exactamente a dos centímetros del borde de la mesa y con dos centímetros de distancia entre la hoja y las pinturas.

Todos los lápices de colores tienen la punta perfectamente afilada. El sacapuntas con esa caja trasparente en la que quedan atrapadas las virutas está repleto, pero Mario sigue girando en él la última pintura.

Desde cierta distancia espero que empiece a llenar de vida la hoja en blanco. Es una de sus mejores habilidades. Profundos mares azules, frondosos bosques verdes, coloridas frutas… incluso, una vez, dibujó un circo utilizando todas las pinturas.

Desde cierta distancia es lo que a mí me parecen sus dibujos. Vida. Color. Alegría. Pero hoy sigue enfrascado con la última pintura que sacó de la caja. La afila una y otra vez. La desliza por el papel. Primero fue con delicadeza. Ahora, con rabia. La punta acaba rajando la hoja.

Todos los lápices de colores siguen perfectamente alineados junto a la lámina ahora rasgada. Me acerco. No quiere soltar la pintura blanca. La aprieta con fuerza. La afilada punta se clava en su mano y, el papel, sangra.

93. Mente en blanco

Parece ser que se piensa que el blanco es la ausencia de color, cuando lo cierto es que el blanco contiene todos los colores y el negro es carente de todo color.

Crecí con mis abuelos, no tengo muchos recuerdos. Si recuerdo a un abuelo divertido que creo me daba caprichos.

También tengo la imagen de una abuela mas seria y responsable que cuidaba de mi.

El negro y el blanco forman parte de como se transformó mi vida.

Con nueve años mi vida transcurría tranquila y felizmente.

Un día al llegar a casa me encontré que todo había cambiado.

Una luz blanca entraba dando fuertemente en la gente que se agolpaba. Todos oscuros, todos de negro.

Llamé a mi abuela y corrí a su habitación.

Al entrar, solo vi una cama vacía con el colchón levantado.

Mi abuelo apareció presuroso y su cara me dijo todo. La abuela había muerto y mi cabeza, como la luz, quedó en blanco.

Aun hoy recuerdo la escena. La luz blanca compuesta por todos los colores y el negro, ausencia de todo color.

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