Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

92. El trabajo dignifica (La Marca Amarilla)

Cuando iba a ponerse su ropa de faena se percató de que había manchado su camisa con la leche que acababa de tomar; no estaba concentrado en lo suyo. Era otro indicio de que su empleo ya no le motivaba como antes, debía cambiar mucho de lugar de trabajo, los desplazamientos eran peligrosos y nunca repetía el mismo horario dos días seguidos. De nuevo meditó dejarlo, entregar una solicitud en la fábrica o en el mercado, pero sabía que ganaría mucho menos dinero y desechó la ocurrencia. Fuera estaba nevando, por eso procuró abrigarse bien antes de coger sus herramientas, hoy por suerte no tenía que ir muy lejos ni estar mucho tiempo en su puesto, según le habían ordenado. Se despidió de su esposa, que le deseó una buena jornada y le entregó un bocadillo que había preparado antes de acompañar a los niños al colegio.

Ya en el lugar, observó a través de la mirilla que el nevado paisaje y la limpia luz favorecerían que hoy pudiera abatir varios blancos, aumentando su reputación de excelente francotirador entre el alto mando. Así, pensó, podría pedir un aumento de sueldo.

91. ELLOS (Alicia Alguacil Agudo)

 

Todos me animaban a que escribiera mis vivencias, mis experiencias con el otro lado, lo que ellos llamaban mi conexión con el mundo de los espíritus.

Yo no veía nada extraordinario en ello, había crecido con esas presencias y su ayuda me parecía buena para mi desarrollo. Aunque siempre había alguien que me tachaba de loca, motivo por el que desde bien pequeña mis padres me decían que me callara. No todo el mundo podía  entender que supiera algo de su vida,  y sobretodo algo que ellos trataban de esconder como era un aborto, una infidelidad, un robo,…

Era más fácil decir que yo era una embustera antes de reconocer sus debilidades, pues como me dijo una persona, solo Dios y yo estábamos en esa habitación.

Juro que lo intenté,  cogí un folio y bolígrafo y por más que escribía, el papel seguía en blanco. Escribía y escribía y al momento aparecía una luz muy blanca, casi cegadora que borraba todo lo escrito, el papel estaba de un blanco incólume, inmaculado. Una voz susurró a mi oído, eso es solo para nosotros…

90. Mariposas (Mirta Calabrese)

Como en una película de ciencia ficción una noche interminable lo invade todo, en el día una penumbra azulada engaña los sentidos y angustia el alma. Adentro palpita la vida, afuera la nieve, tan blanca, tan suave, en un paisaje inmaculado sin horizonte. Los duendes parecen habitar por todas partes, jugando con las luces y las sombras. No me atrevo a mirar por la ventana, no vaya a ser que la tristeza me encuentre. Mi corazón puesto a resguardo y fuera de servicio, para no sufrir. Todo iba sobre rieles, como lo había planeado, con mi soledad consentida, muda compañera de viaje.

En el blanco amanecer la soledad me hace un guiño de complicidad, mientras las mariposas revolotean en la nieve.

89. Ni Sí ni No ni Blanco ni Negro (Patricia Collazo)

Lo raro fue que la abuela viniera a buscarnos al colegio. No que tuviéramos que esperar. Mamá a menudo se retrasaba.

Para entretener a los mellizos, los hacía jugar a “Ni Sí, ni No, ni Blanco, ni Negro”. Yo era vendedora en una tienda de mascotas y ellos compradores, o al revés.

Cuando era vendedora, siempre les ofrecía que se llevaran una cebra.

— ¿La queréis blanca con rayas negras o negra con rayas blancas?

Tarde o temprano terminaban pronunciando los colores prohibidos, o se enfrascaban en tales vericuetos por no hacerlo, que decían un Sí o un No más grande que una casa, y perdían igual.

El día en que vino la abuela a buscarnos, yo quería comprarle una bufanda a mi jirafa, y los mellizos decían que solo tenían bufandas blancas o negras. Que eligiera.

Es curioso que recuerde ese detalle, pero no cómo fue que la abuela nos explicó la ausencia de mamá. Tal vez porque no nos la explicó.

Era como si la abuela y toda la familia estuviesen jugando, porque cuando horas después, reuní fuerzas para preguntar si a mamá le había pasado algo malo, nadie dijo ni sí ni no. Ni blanco. Ni negro.

88. EL NIÑO SABIO (Ginette Gilart)

—Dibújame una oveja blanca —pidió el niño al anciano.

—No puedo, soy ciego y no sé cómo es el color blanco —contestó el viejo.

—Es como la nieve, como una nube clara de verano, como la pantalla de un cine.

—Puedo sentir el frío de la nieve, la humedad de la nube y oír los diálogos y la música de una película, pero te repito, no llego a captar el color blanco —insistió el abuelo.

—El blanco es la mezcla de todos los colores, es luminoso.

—¡Ah!, entiendo, es la luz, es decir lo contrario a la oscuridad en la que estoy sumergido.

—Sin embargo tú ves lo infravisible, todo lo que dejamos de lado.

87. El blanco revolucionó la colada

¿Recordáis aquellos anuncios de detergentes rayando los años 70? donde los cuellos de las camisas, petos de trabajo, babis escolares y otras prendas, requerían un blanco espectacular, es decir, un producto de limpieza capaz de lavar a fondo la ropa para recuperar su apresto y mantener los tejidos suaves y consistentes.
Me resultaban curiosas aquellas escenas de anuncios televisivos, cuando, por ejemplo, aparecía una niña que se manchaba el vestido blanco, el día antes de su comunión y su madre lo sumergía en un barreño con un prodigioso blanqueador, que le sacaría de apuros…
Quizás aún existan nostálgicos de aquellos míticos spots, donde inolvidables frases se transformaron en un argot generacional propiciado por los medios de comunicación. Eslóganes, como aquel que empezaba con una pregunta: «¿Y quien se lo dijo?… Carmen se lo contó a su vecina Pepi, esta a su cuñada Mari…». Al final todo el país corría la voz hasta que la expresión llegaba a las aulas, motivando hábilmente a la imaginación y composición de redacciones.

Y con la fórmula de componentes lipoactivos para eliminar las manchas difíciles, también se consiguió «dar en el blanco» facilitando la conciliación de la vida laboral y familiar de millones de hogares.

86. El gatito blanco

Mamá dejó la ventana abierta. Al rato entró un gatito blanco, una bolita de algodón. Trepó hasta la cuna del niño que dormía plácido y le lamió la sonrosada mejilla. El niño despertó y extendió las manos hacia el mágico visitante. El gatito se frotó con él. Le ayudó a que le recorriera el lomo y levantó la colita cuando llegó al final.

El niño sonreía, hacía burbujas con las babas. Estaba contento. Movía las manos y los pies a la vez y en una ocasión consiguió agarrar la cabeza del gatito y se la llevó a la boca. El gatito se zafó en cuanto pudo, con todo el cariño del que era capaz. Se limpió la cara bajo la atenta mirada del niño y dando un ágil salto salió de la cuna, subió al antepecho de la ventana y desapareció por donde había venido.

El nene lo llamó sin palabras, palmeó al aire, pero el gatito no volvió. Y lloró desconsolado. Al momento aparecieron los papás. Le tomaron la temperatura y se estuvieron con él hasta que se tranquilizó. Mamá le quitó unos pelos blancos de la boca, pensó que eran del peluche.

85. Sin salida (Luisa Hurtado)

No tenía ni blanca. Se pasaba las noches en blanco pensando en cómo solucionar su problema. ¿Qué podía hacer?, ¿apostarse en las esquinas y robar a los transeúntes con un arma blanca en la mano?, solo de pensarlo empezaba a temblar; ¿dedicarse a la trata de blancas?, imposible, él nunca podría olvidar que son princesas. Daba igual que fuese un hacha en el tiro al blanco, que lo era, nunca seguiría esas sendas.
Tenía claro que lo que valía para algunos no valía para él, que él era un mirlo blanco, una rareza. Solo se parecía a la gente de su barrio en el blanco de los ojos, por todo lo demás siempre sería un problema el color de su piel, tan negra.

84. La ausencia de los colores es el negro

Pero la desmemoria es blanca; no conoce dolor; ni arrepentimiento; no tiene manchas. —Maldito seas, murmura la joven mientras va hacia donde está su padre. Se para frente al anciano enajenado y le traspasa la mirada. Ella aún espera. Como si en el pozo sin fondo de sus ojos pudiera hallar un atisbo de disculpa. Pero al viejo solo le sale una boba sonrisa. —Pipí, consigue decir el viejo. Ella se viste de paciencia. En el cuarto de baño lo acerca a la taza del inodoro para que no mee fuera. Enfadada le seca con papel higiénico la última gota. Después, como si no le hubiera roto la vida, le pedirá inocente otra galleta.

83. Estrella Polar (Pilar Alejos)

Al mismo tiempo que avanzaba con dificultad por la ventisca en dirección al Polo Norte, se batía en duelo contra el volcán que ardía en su pecho. No sabría decir cuál de las dos batallas era la más dura. Vivía aquella aventura extrema junto a cuatro compañeras que pasaban por la misma situación que ella. Lucía su nuevo cabello rizado como si fuera el premio recibido por padecer la enfermedad.

Temperaturas gélidas, paisajes sin vida, grietas en el hielo y una persistente lluvia la acompañaron en su camino hasta el glaciar Sermilik, meta de su desafío.

Era vital, positiva, amante de los viajes, deportista y siempre dispuesta a vivir nuevas experiencias. Jugaba al baloncesto, esquiaba, navegaba y nadaba. Pero, sobre todo, era amiga, esposa, hija y madre de un niño de dos años. Desde que conoció el diagnóstico, organizó su boda y quiso enviar con su hazaña un mensaje de superación a todas las personas que enfrentaban la misma lucha. Pero aquel frío polar, no logró congelar el tiempo y, de nuevo, su enemigo interior entró en erupción.

Nos dejó la estela de sus ganas de vivir y a su pequeño, una estrella que brilla sobre el Ártico.

 

 

82. IMBÉCILES

La luz cambia del rojo al verde y los transeúntes se apresuran a pisar las líneas blancas del cruce de peatones, gentes que caminan y van en ambas direcciones de la calle. Entre todos ellos, un hombre y una mujer intercambian miradas. Al sobrepasarla él voltea para descubrir que ella también ha girado la cabeza, sus ojos vuelven a encontrarse. Él cree conocer el motivo del interés de la fémina: sus pantalones a la moda, ajustados, le marcan el paquete. Se equivoca, no se entera que ella ha volteado porque lo encuentra ridículo y, entre todos los machos que pasan por su lado, él ha provocado que piense en el marido del que se está divorciando quien, por joder, se la está poniendo difícil y hace poco han discutido. Decididos ambos a dar la pelea, por la custodia del perro.

81. El Sanatorio

Antes de abandonarse al llanto, había contemplado aquella risa violeta muy por debajo de sus aplastados labios tras la máscara de su pálida tez. Sabía, sin reconocerlo, que ya no le pertenecía, que su eco se iba desmoldando en cada recaída. Corrió hacia su cuarto y se tiró sobre la cama aún deshecha por el aliento de la pesadilla recién abandonada; después se dio la vuelta arrastrando la sábana que un día vistió de blanco y quedó mirando al techo, recorriendo las paredes con pausa hasta detenerse en uno de los puntos donde confluían las aristas del cubículo y, de pronto, esas tres líneas le parecieron la vida misma, fluyendo hacia un único término, discurriendo por diferentes cauces hacia el siempre inevitable vértice.

Con el pensamiento del que no cree que el último viento del invierno se lleve todos los restos esparcidos de su cadáver, escuchaba el sonido repetido de la voz tuberculosa, silenciándose de a pocos, como el taconeo de unos pasos familiares distanciándose calle abajo, durante la noche insomne.

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