Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

92. CRISTALES OPACOS (J.A. Iglesias)

Un velo de maldito polvo blanco, ceñía sus cuerpos.

Alguien deambulaba, portando una figura inerte. Igualmente vestida de polvo blanco. Tan espeso, tan maldito. Vagando entre la nube de aquella atronadora sordera, que resquebrajaba la corteza terrenal cercenando vidas, como si estas muertes solo fueran aderezo para la crónica del siguiente noticiario.

Aquella ya no era su pequeña. Era el envoltorio de sus sonoras risas, de sus «te quiero», de sus «papi».

De sus pupilas sin luz de vida, como cristales opacos, dos lineas carmín del líquido vital trazaban sobre la tez nívea una tétrica máscara.

El hombre cayó bruscamente clavando sus rodillas en la polvorienta arena. Toda su turbación, pánico, terror, los llevaba ahora en sus brazos.

¿Qué niño es el siguiente que debe morir? ¿ En qué lugar? ¿Qué hombre, qué Dios se otorga ese derecho?

Muda orbe. Vemos, oímos, callamos. Adormecido nuestro reclamo. Conciencias apagadas. Misiles encendidos. No pasa nada, fingimos.

– ¡Que noticia tan horrible! Pásame la ensalada y cambia de canal que estamos cenando.

Pero el dolor de aquel hombre podría tornarse en nuestro. Pues mientras haya hombres que se crean dioses, en ningún rincón del mundo estaremos a salvo.

91. RATERO (J. Rodrígues)

Era muy hábil y te robaba sin que fueras consciente de ello porque sabía cómo hacerlo. De gancho te ofrecía un par de asuntos que uno aceptaba inocentemente y hasta con agradecimiento, pero una vez llegado al fondo de la cuestión que se terciara en aquél momento, observé después de un tiempo que ya podías darte por perdido sin remisión alguna.

Yo no podía sino intentar superarle, ser más rápido, de tal manera que, llegado el momento, él percibiera que se le había acabado el chollo, que en el futuro, aquello no iba a ser un asunto placentero exclusivamente para él y que tendríamos que compartir botín.

Mientras, seguía haciéndome concesiones menores esperando la pieza gorda y por ahí andaba yo, esperando, una oportunidad que no llegaba.

Un día, felizmente tuve una inspiración. Aquella mañana comenzamos a charlar, y de repente lancé un cebo. Le dije ‘esta mañana he confundido la medicación,  me he tomado una pastilla verde de cianuro de potasio…’

Hasta ahí llegué. Inmediatamente llegó el robo, la apropiación que yo esperaba:

‘No me hables del cianuro de potasio. Una vez, estando yo en la mili, un sargento de Farmacia me dijo, Ortega, llégate al dispensario….’

Ratero infame.

90. Verdes (Fuera de concurso)

Salvo cambio de idea, la habitación de los niños que tengan irá en diferentes tonos de verde. Hay decididos también algunos pormenores sobre la compra del piso, aunque el principal es que para poder realizarla tendrán que trabajar los dos. Nada, en realidad, que no tenga arreglo en unos pocos años, cuando acaben sus respectivas carreras. Claro que ahora toca ponerse a estudiar en serio, sobre todo si quieren aprobar de una vez el bachillerato. Tan solo hay una pequeña traba, diríase, y reside en el carácter de su relación: él no encuentra nunca la ocasión para insinuarse; ella, por su parte, procura en todo momento que no se haga muchas ilusiones.

 

89. INSACIABLE (Pilar Alejos)

Mientras con su presencia alteraban nuestro paisaje, el barrio se iba empobreciendo. Sus luces de neón fueron el señuelo. Unos se acercaron por probar fortuna, otros para paliar las carencias económicas que sufrían por la falta de trabajo.

Para mí, todo empezó como un juego. No me di cuenta de que me encaminaba al borde del abismo.

En lugar de aquella adrenalina primera que cosquilleaba excitante en mi estómago, me habita un poderoso dragón verde, que ruge cuando se despierta, que me devora por dentro si no lo alimento.

Observo el reloj con impaciencia. Las manecillas se niegan a avanzar, aunque las empuje con la mirada. Imposible concentrarme. Me sudan las manos. El corazón galopa enloquecido. Compruebo que sigue ahí el contenido de mis bolsillos.

Un timbrazo anuncia la hora. Salgo a la calle disparado como una flecha. Presiento que, con un trébol de cuatro hojas en la cartera, hoy cambiará mi suerte. Tras arriesgarlo todo entre la ruleta electrónica y las máquinas tragaperras, mi saldo se tiñe de rojo. Demasiado tiempo sin anotar nada en mi libreta verde, la de las ganancias.

Regreso con las manos vacías de éxito, pero cargadas de desesperación. Ha terminado el recreo.

88. LA CAJA (Mar González)

Sentado, con los pies colgando hacia el abismo desde la azotea, acaricia la tapa de la caja con la emoción contenida desde que tiene uso de razón. Ha pasado de generación en generación desde que los antiguos iniciaron un viaje sin retorno en busca de un futuro que no llegaron a conocer. 

Lo que quedó atrás se ha convertido en leyenda. Su esencia se custodia en una colección limitada de cajas como ésta con las semillas que harán germinar una nueva era. Eso cuenta la historia. 

La abre con delicadeza. Irradia una luz verde que contrasta con el grisáceo de todo lo que le rodea. En el fondo puede ver la imagen del prado del que tantas veces oyó hablar. Las flores que intentaron plantar sin éxito en esta tierra inhóspita. Los árboles llenos de fruta comestible. 

Pero la caja está vacía. No quedan semillas, si es que alguna vez las hubo. Contempla cada detalle de las imágenes para que no se le olvide nada y cierra la tapa con cuidado. 

Abajo le esperan ansiosos. Mientras desciende uno a uno los escalones, recuerda las últimas palabras de su padre: los recuerdos huelen a hierba mojada, como la esperanza. 

87. Verde desconcierto (Juana Mª Igarreta)

En el autobús que une su barrio con el centro de la ciudad, Olga permanece de pie y absorta frente a la ventanilla. La hilera de árboles que separa la carretera del río se le antoja una interminable pincelada verde, surgiendo ante sus ojos al capricho de la velocidad.
De pronto, un brusco frenazo le hace perder el equilibrio precipitándose contra un hombre maduro que, recuperando la única mano libre del bolsillo de su raído abrigo austríaco, la sujeta firmemente un instante. La joven se disculpa y un cruce de sonrisas sella el momento de desconcierto.

Olga llega puntual a su cita con Lucas. Éste, observándola cariacontecido, se percata de que su novia ha perdido uno de los pendientes de esmeraldas que él le regaló para su pasado cumpleaños. Ella, llevándose las manos a las orejas, sorprendida y muy afligida, le cuenta el episodio del autobús.

Cuando Olga vuelve a casa, retira el correo y se llena de júbilo al encontrar el pendiente colgando del vértice de uno de los sobres. Alegría que se desvanece antes de cerrar el buzón.

86. Perdiendo el norte (Blanca Oteiza)

Mezclo amarillo y cian en la paleta. Son mis paisajes favoritos, los bosques que tanto añoro. No me acostumbro a los días azules de sol arrugando la piel que cuartea. El eterno estío devora la nostalgia que engulle las lágrimas que secan la pintura. Echo de menos el norte y me refugio entre acuarelas donde predomina el verde. La falta de lluvia, la ausencia de nubes, el vacío en el alma de una tierra que no olvido. A veces siento volverme loco y es cuando abrazo a mi hija que me pregunta por los pinceles en el suelo.
Hoy ella comienza con sus clases de pintura, un nuevo aire que vista las paredes de la casa. Su primera obra muestra el retrato de su peluche favorito, la rana Gustavo.

85. El club verde (Oscar Bazán Rodríguez)

Lo leí en el papel amarillo que el joven me ofrecía en la calle. Me había asaltado con la diligencia propia de la rutina: una mirada orgullosa al verme pasar, una mano que me ofrece una carpetilla con varios papeles, un giro de cintura semejante a un paso de baile hasta ponerse a mi lado con intimidad. Me preguntó: “¿le apetece entrar en nuestro club?”. Y a continuación pasó a explicarme no sé qué pamplinas acerca del medio ambiente y la escasez de recursos naturales. Yo iba con prisa, no recuerdo ya a dónde. Con la cabeza puesta en mi destino, agarré el bolígrafo que el joven me ofrecía y firmé mi nombre bajo una lista de rúbricas. Ni siquiera dije nada. No me fijé en todos los pormenores de esa tarjeta.

Cuando me empezaron a crecer ramas en los brazos, visité a muchos médicos. El último se quedó patidifuso, al ver que un par de gorriones fueron a posarse en mi hombro para acariciar las hojas verdes que brotaban de él. Me preocupé por un tiempo.

Hoy solo busco un lugar tranquilo, cerca del mar, en el que echar mis raíces.

84. Ojos verdes (Asunción Buendía)

Fijamente, sin poder apartar la vista, lo miraba. Verde, no muy intenso, como el de algunas manzanas  de las que llaman doncella, ¿sería por ella?.

Verde un poco más opaco que sus ojos, esos ojos que nunca le habían mirado. Debería desterrarlos, cual rey inquisidor ejerciendo su poder. Los relegó a un tímido segundo plano, ocultos y a la vez presentes, como las canicas que de niño llevaba siempre en los bolsillos acariciándolas con un impulso irresistible.

El verde había variado, era un poco más intenso.

Se apresuró a leer el manual que tenía entre manos, nunca fue rápido leyendo y no siempre comprendía el sentido de lo leído.

Mejor mantener la calma.

Verde, ahora sí como la mirada idolatrada. Igual hasta en su parpadeo, cadenciosamente  sensual, hipnótico.

Se obligó a leer.

Qué aburridas instrucciones, saltó páginas en busca de alguna referencia cromática.

Nada.

Última página. ¡Dios! Si, Dios, porque como si de los mandamientos se tratara, aquellas instrucciones se resumían en una sola:

“En caso de que el cuadro de mandos adopte una tonalidad verde, esta sea progresivamente más intensa y de paso a un parpadeo, solo quedará una cosa por hacer: ABANDONAR INMEDIATAMENTE LA CENTRAL NUCLEAR”

83. El abuelo ciego (Carmen Alonso)

—Abuelo, ¿cómo sabes el color de las cosas?

—Porque los colores se sienten, Pedrito.

—Y, ¿cuál es tu color preferido, abuelo?

—El verde.

—¿Por qué?

—Porque lo siento en la hierba bajo mis pies y lo oigo cuando silva el viento entre los árboles. También huelo el verde del aceite de oliva cuando la abuela Reme prepara el ajoblanco. Y lo paladeo en el aguacate mantecoso que trae tu mamá del huerto de Granada y que me encanta.

El abuelo sabe que el cigarro de marihuana terapéutica que se fuma en el patio y que le ayuda a dormir, y el calor de la Reme por las noches en la cama, también son verdes. Pero esas cosas  no se las cuenta a su nieto.

—Y el agua del río y el tacto de las piedras resbaladizas del fondo—sigue diciendo.

—Abuelo, y la brisa del mar, ¿también es verde? —, pregunta el niño al ver su cara de felicidad cuando pasean de la mano por la playa.

—No, Pedrito —responde él—, la brisa del mar es azul.

—¿Sabes, abuelo?, el azul es mi color preferido.

—¿Por qué, Pedrito?

—Porque lo siento hasta con los ojos cerrados.

81. Jueves de agua (Manoli VF)

Conocí a Ángeles en la escuela de música, mientras mi hija asistía a clases de piano. Parece que la estoy viendo, charlando de música y libros, detrás de su escritorio. La afición mutua a la lectura fue dando paso a otras confidencias.

Una tarde, mientras tomábamos té, me pidió que la ayudase a regar las plantas del jardín de la academia. Una vegetación inmensa, como una selva en miniatura, nos esperaba. Manguera en mano, Ángeles iba contándome anécdotas mientras regaba cada una de las plantas de las macetas y columpios colgantes. Nunca había visto tanto verde junto: verde en  las hojas, verde en el té que tomábamos, verde en aquel jueves de abril. Verde en los ojos de Ángeles.

En aquel mismo jardín, otro jueves, me lo dijo:

-Padezco esclerosis múltiple. Voy a dejar la academia, no puedo seguir trabajando.

Nos vimos dos o tres veces más y, antes de mudarnos de ciudad, fui a tomar un último té a su casa. Montones de libros apilados a ambos lados del pasillo me hicieron recordar nuestras primeras charlas. Aún guardo su teléfono en la agenda. Muchos jueves, cuando llueve, pienso en llamarla.

80. VERDE JADE

Nunca había visto ese vestido color verde jade ni la peluca en matices de lila, pero quien los llevaba con deslumbrante sensualidad mientras engatusaba a un cliente del club nocturno era, sin dudas, Eva, mi mujer.

Me lo habían dicho; no quería creerlo. Al verlo con mis ojos sólo atiné a huir de aquel lugar.

Fue sorprendente el efecto que el suceso tuvo sobre mí. Por encima del dolor y el desengaño afloró un inusitado aumento del deseo que me arrastró a hacer el amor con Eva con un fuego que parecía inextinguible.

Pero un hecho vino a sofocar las llamas: la vi cuando intentaba deshacerse del vestido y la peluca, tirando a un contenedor la base de mis fantasías.

Sin dudarlo, lo recuperé todo y me marché.

Desde entonces he deambulado por el mundo consiguiendo que compañeras ocasionales lucieran el atuendo fetiche y participaran, sin saberlo, en mi búsqueda de revivir aquellas noches desaforadas.

Pero estas pasiones sucedáneas nunca pudieron dar la talla.

Sólo logré hallar la paz cuando comprendí quién debía lucir como la Eva del club nocturno.

Travestido de lila y jade consideré nuevas alternativas…

Y, decidido, cogí un cinturón. Verde.

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