Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

115. Improvisación límite (Alberto BF)

Cada mañana, antes incluso de la primera micción, ingiero mi pastilla gris, esa que me garantiza la vida eterna.

Años atrás fui atendido por un peculiar galeno, en cuya tarjeta se presentaba como redentor espiritual y sanador de conciencias. Algo especial debió ver en mí, de modo que me comunicó que por gracia divina y un módico precio se me había concedido la inmortalidad. Para conseguir tan preciada condición, sólo debía asegurarme de ingerir cada mañana, sin faltar una, la pastilla que me recetaba.

Desde entonces cumplo religiosamente con las instrucciones brindadas, para no desaprovechar semejante don.

Inmerso en una total seguridad, nunca leí el prospecto, pero esta mañana el aburrimiento me ha llevado a ello: “Eternidad Plus. Inmortalidad garantizada con la ingesta diaria. Contraindicaciones: pérdida total de sueños, anhelos, emociones, tentaciones, e incapacidad para tomar decisiones propias. Versión premium en gris plomizo”.

Seguí leyendo: “Otros productos de nuestra gama: Improvisación límite. Cada día una aventura, con final indeterminado. Contraindicaciones: El riesgo podría ser mortal, en función de sus elecciones y deseos. Emociones a flor de piel, ausencia total o parcial de seguridad. Versiones rojo pasión y verde esperanza.”

Vuelo entusiasmado a la farmacia. ¡Mañana, por fin, comenzaré a vivir!

114. Mirándolos de frente y de reojo en un continuo

Llevaba muchos días ahuecando el colchón sobre sábanas apestosas, levantándome solo para las cosas perentorias y ayudado de químicos y alcoholes para anular la consciencia y que así los ogros no se hicieran fuertes en vigilia.

Una mañana, un lejano punzón me pinchó entre la cuarta y quinta vertebras lumbares y salté como una gacela que huele un guepardo acechando.

Cuando llegué, el abuelo me estaba esperando en la puerta de su casa labriega y no me dejó ni saludar. Tan solo hizo un leve gesto para que le siguiera.

Me llevó hasta el gran roble e indicó con su cayado para que observara el corte de una gruesa rama desaparecida. Luego, me explicó pausadamente, que de ahí brotaba la que estuvo a punto de utilizar multitud de veces, pero que siempre, antes, se le aparecían los ojos de la abuela con el reflejo del prado donde retozaron la primera vez y soltaba la soga por no dejar de apreciarlos.

Pasamos unos días entre migas y leche de cabra cocida, entre amaneceres y atardeceres, entre charlas y silencios, entre paseos y descansos.

Cuando volví a la ciudad, sentía como si fuera el único que se saltaba los semáforos en verde.

113. EL COLOR EN EL ARTE- II (El dios verde)

Aquellas paredes rocosas, de trazos y representación  de animales rojizos, se han tornado en interminables muros revestidos de yeso. De frisos, columnatas y arquitecturas colosales, mostrando un variado colorido de figuras planas, de frente, estáticas, sin perspectiva ni sombras. Plasmando con la pintura su vida cotidiana, escenas bélicas, textos, geroglíficos, motivos religiosos.

Lo   que más le intrigaba, eran esos corredores y tumbas. La obsesión por la representación de imágenes funerarias, del más allá, de la resurrección. De embarcaciones navegando, desde la puesta de sol al amanecer, trasladando difuntos hacia el inframundo. Tal vez fuera por la influencia de aquel ambiente, pero empezaba a obcecarse con estar muerto. Sin embargo, no aparecía aquella intensa luz blanca, previa a la visión del ser superior, experimentado por muchos que retornaron. Sí, surgía una luz cada vez más acentuada, aunque verdosa. No podía ser otro que el dios Osiris, tan escenificado pictóricamente. Su rostro verde como dios de la naturaleza y la fertilidad, pero también de la resurrección de los muertos. Su balanza determinaba el destino en el inframundo. Eso lo inquieto más, convencido de que ese no era su dios, ni él tampoco egipcio. La corriente de aire fresco terminó con su clausfobia.

112. VERDE

Manuel siempre había pensado que era muy triste tener un padre pobre. Con tan mala estrella que casi nunca nada le salia bien. Creía que por eso su mirada estaba cargada de dolor y perdida, como queriendo escaparse de su cruda realidad.

Vivían en un lugar donde el verde de la vegetación lo llenaba todo de ese color que llaman de la esperanza, estaba por todas partes.

A su corta edad sabia que tenia que agudizar mucho el ingenio para sobrevivir ante tanta escasez.

Esa tarde aburrido y cansado caminaba dando puntapiés a las piedras que encontraba en el camino, llamaron su atención unas medias movidas por el viento en un viejo tendedero. Por su color y textura se asemejaban enormemente a esas serpientes que de vez en cuando aparecían en la maleza y eran tan temidas.

Dando un salto la cogió y salió corriendo.

Cuando empezaba a oscurecer colocó la media rellenada y atada al final con un cordel de tal manera que parecía arrastrarse por el camino y esperó para dar un buen susto al primero que pasara.

El valiente le llamaban. Todo por que mató una gran serpiente pensando que era una media.

111. EL FAUNO (Yoya M. Alonso)

Mira al cielo. Instintivamente se sube el cuello de su chaqueta. Una inesperada tormenta de viento abraza el valle. Tiene que darse prisa, amenaza el aguacero. Es ágil a pesar de sus deformes piernas. Cruzará el bosque con poca luz para no ser avistado. Se detiene con asombro ante el espectáculo multicolor que adorna el verde campo; amapolas, flor de malva (de cinco pétalos en forma de corazón), diente de león (cierra los ojos como cuando era niño y pedía un deseo, luego soplaba, pero nunca se cumplía). Les oye de lejos. Los chicos hacen batidas -igual que sus padres- en busca de su bestia, de su trofeo. Él es el suyo. Tiene los pies en el arroyo. Se ve reflejado. Sus orejas son enormes y velludas; dos enormes bultos que asemejan unos cuernos. Sus piernas, son aún más deformes con el movimiento mareante del agua. Les vuelve a oír. Sale corriendo. Mucho. Más que ellos…más que nadie. Lo lleva haciendo desde que se fugó del orfanato. Una malformación congénita hizo de él un ser extraño, diferente. Ya divisa los flecos de musgo sobre el techo de su cueva. Sonríe aliviado. Ya está en casa.

110. KUENTOTELO

Caminaba sin rumbo, me interné en el bosque, pues lo quería oír. Pero por mas que caminaba, no lo lograba escuchar.

¡Hola, le gritaba al árbol!

¡Hola, hierba!

¡Hola! grite al viento, pues entre las hojas lo oí murmurar

¡Hola! ¿es que nadie me va a contestar?

Cesó de repente el viento y se hizo el silencio total

Hombre, me dijo el bosque, no es humano nuestro hablar,

Nosotros cantamos a la armonía, a la luz y a la oscuridad.

Tu cantas al dinero y a la guerra, al matar por matar.

Aquí estábamos cuando tu llegaste. Este era nuestro mundo, nuestro hogar; con nuestro manto te arropamos, te dimos casa y comida, aprendiste a sentir la vida, a reír y a llorar; a volar con las aves por el cielo, a nadar con los peces en el mar.

Que buenos tiempos aquellos, y tú entendías nuestro hablar.

Más no era para ti suficiente, tú siempre querías mas.

Dejar sin aves el cielo, dejar sin peces el mar. Dejar el bosque baldío, sin leña para el hogar.

¿Y ahora quieres las estrellas?

¿Acaso las vas a apagar?

Por eso Hombre nunca nos podrás escuchar….

 

 

109. Los tesoros de la jungla

Cuando los representantes de la “Petrol Kaos Company” llegaron al corazón de la selva, encontraron una tribu. Le preguntaron al hechicero cuál era la mayor riqueza de la zona y el hechicero, sonriente, les contestó que no tuvieran duda, que seguro conseguirían algún bien. Procedieron a la deforestación durante meses y al no encontrar nada de valor, volvieron al hechicero pidiéndole explicaciones. Él les contesto con la misma sonrisa: “Os he dado un sueño. Durante estos meses lo habéis perseguido y ha sido el centro de vuestras vidas”.

Los delegados de la corporación se marcharon con el ceño fruncido y maldiciendo el poblado enlodado por sus máquinas. El hechicero se compadeció de ellos y, en un ritual consabido, se transformó en jungla.

Y recordó lo complicado que es sobrevivir con una sonrisa.

108. Según el color con qué se mira

Se extienden sobre las cimas de las montañas, descienden a los valles y vuelven a reiniciar su raudo planeo  por lo que fue un inmenso  azul,  de su color original simplemente queda un leve vestigio en el horizonte,  traslucido y frágil como el cristal.

Contemplamos entre el miedo y la sorpresa  como todo se desfigura.  Las montañas se van moviendo lentamente y adoptan formas de gigantescas cristaleras. Los campos se allanan hasta parecer masas sensoriales. Los árboles, plantas, se estremecen  en el  intento de adaptarse y  expulsan sus semillas que dejan  estelas en el aire.  Los pájaros  baten las alas asustados,  estas se van  vaporizando,  y sus cuerpos  quedan suspendidos como farolillos  chinos.

Los animales domésticos  presintieron mucho antes que llegaban e intentaron alertarnos, pero vivimos tan pendientes de nosotros mismos que solo apreciamos en su nerviosismo  el anuncio de una tormenta. Y así fue en verdad, una tormenta verde entre sonidos armónicos producidos por la mutación a la que nos sometieron. Toda la Tierra ahora está coloreada con una gama de verdes inimaginables.  Creemos que falta muy poco para que comience  la renovación de  nuestras almas, percibimos  la serenidad que el cambio cromático de este color desencadena.

107. BAJO LA SOMBRA DEL OLIVO VERDE

Esto no puede ser realidad, pero al contemplar la fachada no me cabe la menor duda de que se trata de la misma casa, solo que mucho más deteriorada.
La vendedora de la inmobiliaria me abre la desvencijada puerta,  y al entrar, ignoro el olor acre a humedad, ya que una impronta sensación de nostalgia me invade,  llevándome a preguntarme cómo es posible haber añorado un lugar donde nunca antes se ha estado.
En mi sueño es de noche. Soy tan solo un niño, jugando con un cochecito de hojalata bajo la luz exigua de un candil de aceite mientras, proveniente de una gramola suena un tango argentino.
Ahora, paso los dedos por las ajadas paredes desprendiendo pequeños trocitos de pintura.
Al final del pasillo, en el patio, se halla el tocón de un árbol talado.
Mis ojos viajan hacia otro lugar y tiempo, invadidos por recuerdos que no he vivido. Bajo un manto verde de hojas apenas traspasadas por la luz del sol, mi cuerpo parece flotar subiendo y bajando.
Antaño fue un majestuoso olivo ―me cuenta la mujer ―pero el dueño lo mandó cortar cuando su hijo se mató al caer del columpio que colgaba de sus ramas.

106. NI JADE NI PISTACHO

Verde. Pero ni jade ni pistacho. Otro verde. Más bien verde alga que se pudre. En medio del espejo del baño. Resistente a todos los limpiacristales.

Una mota al principio, algo con lo que entretenerse: un giro de cabeza lo convertía en un gracioso lunar sobre la sien.

Creció, y sobre el iris me devolvía una mirada de ojo ciego. Incómoda, me movía hacia la izquierda y entonces su disparo oxidado en el entrecejo me obligaba a enfrentarme a mi propio proyecto de cadáver.

Con el tiempo, tuve que decidir qué partes de mí sacrificarle. Así que empecé a mirarme al espejo de puntillas mientras cada día me devoraba algo más. Pómulos. Nariz. Boca. Mentón.

Hoy he perdido pie y me ha tragado con voracidad de alga colonizadora. Sin asideros. Sin remisión. Sin remedio.

En este lado tengo mucho tiempo para pensar. En cosas que antes no me parecían fundamentales. Como que no basta con distinguir el verde jade del verde pistacho. Que también hay que distinguir el verde alga que se pudre del verde azogue corrompido que infesta los espejos. Que cuando confundes los matices de color es fácil perder pie y que la vida se precipite a negro.

105. TETA

Sentada en un banco del centro comercial una mujer amamantaba a su hijo y, al observarla, no pensé que su seno desnudo pudiera ser una apología de lo obsceno, era más bien un símbolo que reivindicaba a la maternidad y admiré que ella optara por sacrificar la turgencia de sus pechos en aras de que su retoño creciera saludable. El niño succionaba con fruición el pezón de su madre cuando ésta desvió la mirada y me atrapó en mis elucubraciones, provocando que se levantara del asiento mientras intentaba cubrirse, precariamente, con el borde de su blusa.
Comprendo que estuviera molesta al ser observada, por un desconocido, en el acto íntimo de alimentar a su criatura y quizá por esa razón no vio mi cara roja, por la vergüenza de haberla incomodado, porque al pasar por mi lado me dijo, con coraje, “viejo verde”

104. EL REGRESO (Sandra Sánchez)

Tú: Vamos a decir rápido cosas que sean verdes. Empieza tú, dijiste:

Yo:  Vale. Este coche.

Tú:  La hierba.

Yo:  Ummm… la pared de mi habitación.

Tú:  Un lago.

Yo:  Unos versos de Lorca.

Tú:  La esperanza.

Yo:  (¡Tus ojos!… iba a decir; pero me callé al darme cuenta de que esos no eran los suyos.)

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