Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

8. LA CORRUPCIÓN ES CONTAGIOSA

Sí, como si de un hongo se tratara, blanco por fuera pero venenoso por dentro, tenemos una epidemia de corrupción que ataca a altos cargos y se contagia también a cargos medios y bajos, porque para la corrupción no hay jerarquías, sólo tiene que encontrar un campo abonado para esparcir sus esporas. El abono preferido para que la corrupción arraigue es la avaricia, no importa que el infectado tenga muchos recursos, siempre quiere más, ya que uno de sus efectos es la ceguera que produce en el contagiado, incapaz de rechazar lo que le tienta, aun sabiendo que lo que hace está penado tanto por las leyes humanas como por las divinas. Pero esa ceguera le hace alucinar que sus actos van a quedar impunes, porque él es el que ostenta el poder y los demás son meros esclavos generadores de riqueza y no tiene más que blanquear su imagen para parecer honrado, con la principal arma de la que dispone el corrupto, la mentira, sin ésta no sería posible la infección y menos aún el contagio.

7. DULCE ESCLAVITUD, AMARGA CONDENA. Mercedes Marín del Valle

Mi primer contacto consciente contigo fue en una feria, me fascinó la manera en que, dando vueltas, te transformabas dejando tu blanco inmaculado, para componer delicias de colores.
A escondidas disfrutaba de tu brillo cristalino, ni el mineral más perfecto podía hacerte sombra. Mamá nunca supo cuán enganchado a ti estaba hasta que una mañana, sin explicación posible, me desmayé.
Han pasado más de cuarenta años y sigo siendo tu esclavo. Mamá murió hace meses, ya nadie me vigila. Soy el yonky de las pastelerías y en mi despensa, los bollos industriales ocupan todas las estanterías. La comida precocinada es la reina de mi mesa y nunca faltan los helados.
Esta mañana mientras desayunaba, un programa de televisión te tenía como protagonista. Los males que causas los tengo todos y los asumo, sin embargo, me he sentido defraudado al descubrir que tu blancura es una máscara que consigues a fuerza de muchos lavados con químicos.
Loco, lleno de rabia, he roto los azucareros, vaciado los estantes y derretido los helados. Ya no te quiero, me das asco y vergüenza.
Luego te he buscado ansioso, nervioso y al no encontrarte he llorado.
Nunca te perdonaré que me sedujeras y me esclavizaras.

6. Simón Blanco (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Las Peñas Rocías con sus casi mil cuatrocientos metros de altura forman un farallón de piedra caliza, esculpido por el río Asón y siglos de viento y agua, que mira a Santander por su occidente y acuna el valle de Soba en su caída oriental. El sol del atardecer expulsa en blanco la luz de sus rayos dándonos a los de la bahía un efecto de falsa proximidad y marca el reloj del día cuando deja de alumbrar el último vértice del pico del Mortillano.

Pero esa sensación de  cercanía se incrementa considerablemente en invierno y más con la luz que acompaña a la primavera cuando las nieves tardías las encalan. Llegar a ellas supone cruzar la alargada cuenca meracha.

Este era el marco que decoró el nacimiento de un niño abandonado el 10 de Febrero de 1803 en la puerta de la ermita de la Virgen Blanca de Rubalcaba que baña el río Miera. El cura Beneficiado de la parroquia de Liérganes, Don Francisco José de la Gándara, calificador del Santo Oficio de la Inquisición, lo bautizó “sub coditione” y los inesperados padrinos, Simón de Sotorrío, que le dio nombre, y Teresa Abellán le pusieron como único apellido, Blanco.

5. EL VIAJE

. Como cada mañana ella subió a la pequeña colina encima del mar.

Nací hace ya muchos big bangs . Ya sabeis, inmensas explosiones a partir de un punto, expansión, implosión y vuelta a empezar.

. Faltaban unos minutos para que saliera el Sol. Extendió la esterilla.

Hace diez mil millones de años habitaba tranquila en una gran comunidad de polvo estelar. Como partícula elemental que soy vibraba frenéticamente.

. Se sentó con las piernas cruzadas, manos encima de las rodillas. Se dispuso a saludar al astro rey.

El caldo de cultivo se transformó en supernova y estalló. Salí despedida en busca de un nuevo hábitat.

. Del horizonte surgió el astro rey. Fue ascendiendo con la parsimonia de los Dioses.
Durante miles de años atravesé inmensos espacios interesterales.

. Respiraba profundamente. La mente en blanco.

Hasta que algo me atrajo irresistiblemente. Atravesé otra galaxia y continué hacia la bola azul, vuestra Tierra. Allí estaba. Otra partícula básica, maravillosa. Me esperaba desde siempre. Chocamos en una cópula apocalíptica.

. En su corazón algo estalló. Una increíble luz blanca cegadora le surgió de dentro. El éxtasis. Quien descendió de la colina era otro ser. Nunca jamás perdió la sonrisa.

4. YO TE SALUDO

Blanco. Dicen que eres la Luz, el color de la medicina, de las bellas artes. El color limpio de la pureza, de la santidad y de todo concepto que defina lo verdadero, bueno y perfecto.

Yo soy la Sombra, la de la negra cara, tu enemiga desde el principio de los tiempos. Tan denostada como tú encumbrada y, desde el borde de los más oscuros males, te saludo mientras pacientemente aguardo, tras los rincones de todas las noches, ese blanco amanecer que todos los humanos idolatran.

Este no es mi tiempo…Aún.

3. EL ALCE BLANCO

Mijail va dejando las huellas de sus pies descalzos sobre la nieve. Tiembla a causa del intenso frío, pero prosigue la búsqueda del alce blanco. Cuenta la leyenda que la contemplación de este animal fantástico es privilegio de los que van a morir, pero también que quien sea capaz de acercarse a él y domesticarlo, sobrevivirá.

La madre se acerca a la ventana para dar un respiro a su ansiedad. Gruesos copos de nieve revolotean tras los cristales y se acumulan blandamente en el suelo. Regresa a la cabecera de la cama y posa los labios sobre la frente del enfermo. Continúa ardiendo.

A lo lejos, vislumbra al alce blanco. Despacio, conteniendo la respiración para no asustarlo, se acerca. Su cornamenta es translúcida como el hielo y su pelaje más liviano que una caricia. El alce clava en él sus ojos brillantes como dos carbones encendidos. Parece retarle.

Mijail ha dejado de temblar y en su rostro apacible se dibuja una sonrisa. La madre posa la cabeza sobre su pecho buscando los latidos de su corazón. Entonces, ve unas hebras blancas que sobresalen de sus dedos, tan suaves  como una caricia.

 

 

2. Desconexión

Mi abuela  sostenía que las nuevas generaciones eran una involución de la especie, que cada vez éramos más tontos, más aborregados, más inconscientes, más conformistas. Que eso de la inmediatez nos había congelado los instintos, que ya no había principios, idealismo ni ilusión. Que el mundo se iba al carajo lleno de basura por culpa de ladrones de guante blanco que acumulaban riquezas abstractas a costa de manipular a pobres descerebrados. Se echaba las manos a la cabeza cuando le contábamos que existían grupos inverosímiles como los terraplanistas, antinatalistas o conspiranoicos.

La abuela no sabía usar las tecnologías, pero había leído mucho y decía que la verdadera información estaba en los libros y en el sentido común.  A veces nos convocaba en la biblioteca y nos animaba a explorar los tesoros que allí guardaba. Juro que por aquel entonces aún había palabras escritas en ellos. Es cierto que nadie volvió a entrar allí después de su muerte y que la costumbre de leer papel se perdió para siempre. Me gusta pensar que sus ojos absorbieron la tinta al mismo tiempo que los conocimientos. No encuentro otra manera de explicar que hoy, cuando más respuestas necesitamos, solo queden páginas en blanco.

1. NOSTALGIA

NOSTALGIA

Ha pasado toda una vida y quisiera, por siempre, paralizado el instante de aquel día de mayo en que, al salir del colegio, te conocí.

Nos presentó una amiga común, una amiga del alma. Aquel primer encuentro nos deslumbró como un radiante sol de verano. Desde entonces las tardes y las noches no me pertenecían. Tu presencia ocupaba mi alma. Nada existía sin ti.

Mi vida transcurría feliz. El colegio, los estudios y el esperado domingo de guateque. Bailaba contigo y mi sueño se hacía realidad.

Eran aquellos “60”. Hoy tan sólo es nostalgia, melancolía.

Vivimos un año, como tímidos enamorados: la espera a la salida de clase y los paseos calle arriba, calle abajo, En ocasiones, las más felices, me acompañabas hasta el umbral de mi casa. No cabía mayor emoción.

En el verano se produjo la distancia. Un encuentro de finales de septiembre, en una playa sureña conmovió nuestros sentimientos como si fuera la primera vez.

Pasado muchos años nos encontramos. Mi corazón se aceleró. Me dijiste, que en un rincón de tu alma permanecía yo, y solo yo, mientras vivieras. Unas lágrimas bañaron mis mejillas por un momento.

El primer amor nunca se olvida.

119. Los caprichos de las mareas

Anochecía cuando Virginia y tú encontrasteis el cuerpo desnudo de una mujer varado en una cala. Estaba boca abajo. Lo tocasteis tímidamente con un madero, observasteis aquellas capas de verde, el contraste de las algas enredadas frente al tono cetrino de la piel. Y curioseabais mientras el aspecto de la muerte se redondeaba cuando una ola puso el cuerpo boca arriba. Entonces salisteis corriendo hacia la arboleda; erais dos niñas unidas por el reverso, por la falta de tacto de las mareas.

Desde aquella tarde el iris de Virginia reproduce esa escena para ti cada noche, sobre la almohada, justo antes de cerrar los ojos. Es vuestro punto de amarre. Ahora ella duerme plácidamente porque todavía no se ha dado cuenta, pero tú sí, y por eso te has escabullido de madrugada, has puesto un vaso de leche a calentar en el microondas y te has quedado mirando el calendario. Sabes que estás a salvo mientras sus párpados cubran ese verde en descomposición, así que te has deslizado por las treinta cuadrículas, sin prisa; qué más da que la leche hirviendo manche el plato si el mundo se ha detenido en ese primer día sin ella. Sí, ese. Hoy.

118. Esperando el autobús

Cerró con cuidado la puerta de casa para no despertar a su padre y salió corriendo, apretando con fuerza su monedero rosa. La estación de autobuses estaba a la vuelta de la esquina. Cuando llegó, fue a la ventanilla de venta de billetes y esperó su turno. “¿Me da un billete para el cielo, por favor?” El vendedor tuvo que asomar el cuerpo porque sólo veía dos manitas: una agarrada al mostrador y la otra enseñando un billete verde de 100 euros. La vocecita volvió a repetir esperanzada: “¿Me da un billete para el cielo, por favor?”

El vendedor salió del mostrador y, acariciando su pelo, le dijo: “Anita, el autobús para el cielo salió ayer; no volverá a pasar hasta el mes que viene.” Le secó con cariño los lagrimones que le caían por la cara y la sentó con él tras el mostrador. “Ayúdame mientras papá viene a buscarte». “¿Y mamá? ¿Volverá en el próximo autobús?” “Eso es más difícil, cariño. Ese autobús no tiene viaje de vuelta”.

117. MATICES VERDES

El tren penetraba con lujuria en el aire tibio de la mañana. Una joven, sentada frente a mí, rozó accidentalmente mis rodillas. Mantenía los ojos cerrados sin prestar importancia al extraordinario paisaje que se proyectaba en los cristales. La sombra de los vagones jugaba a la comba en la cuneta y la planicie giraba sobre sí misma alrededor de un punto indeterminado del horizonte. La joven volvió a rozarme. Dormitaba indiferente. Me pregunté por el color de aquellos ojos insensibles que parecían desdeñar la belleza que nos estaban regalando. Quizás azules como el hielo, tal vez negros como su pelo, o verdes como los campos de trigo que acariciaban los cristales. Podría enamorarme de la serenidad de sus labios, de sus cejas exquisitas, de aquellas facciones perfectas. Necesitaba despertarla, que me mirara, que mirara la belleza del paisaje, que me explicara el porqué de aquellas dos lágrimas incipientes que asomaban en sus ojos todavía cerrados. Miré nuevamente los campos de trigo, trigo verde como la albahaca verde que ahora se me ofrecía con matices desconocidos.

La joven se levantó de pronto, me enseño su espalda y se alejó lentamente tanteando el pasillo con su bastón telescópico, hasta dejar de existir.

116. PONGO (M.Carme Marí)

Dorothy está contenta, feliz en su mundo verde. Ahora vive en la Ciudad Esmeralda, con edificios de verdes vidrieras, muros de mármol verde rematados con esmeraldas que deslumbran si les da la luz del sol.

Unos segundos después la sonrisa se transforma en una mueca de desagrado, cuando las casas, las calles y ella misma toman otro color. Vuelve a tocar el fucsia, que nunca le ha gustado, y sabe que luego le seguirá el turquesa chillón. Se está mareando con tantos cambios. ¡Qué ganas tiene de que se acaben las pilas de la bola de nieve! Para colmo, una vez más el niño de la casa ha agitado su mundo y ella se mece en una suave caída cabeza abajo. En amarillo.

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