Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

20. Compostura

COMPOSTURA
Abandónate, le dijo. Déjate.
Que te inunde la desidia, que te gane la indiferencia.
Olvida quien eres, lo que eres. Olvida tu nombre.
Permite que el conocimiento de tu propia existencia deje su reino vacante.
No te opongas.
Abandónate, le dijo.
Que la brisa limpie el polvo que te cubre. No sientas la brisa.
Cierra los ojos. Apaga la luz de la casa. Apaga la luz del día.
Ignora también la oscuridad. Que no haya día ni noche.
Prescinde del tiempo, de las rotaciones.
Abandónate, le dijo.
No escuches, no atiendas.
Que no te contaminen sonidos ni silencios.
No te resistas, tampoco te rindas.
Solo existe. Vive.
Abandónate, le dijo.

Y lo hizo. Se desprendió de su arquitectura.
Se sacudió el cuerpo. Se quitó la piel.
Paso a paso fue creando su camino.
Abandóname, le dijo, mientras vestía de besos su blanca desnudez.

19. Setenta y tres segundos

Setenta y tres segundos fue el tiempo que tardó en desintegrarse el transbordador espacial Challenger el veintiocho de enero del ochenta y seis. La culpable fue una junta tórica en su cohete acelerador que permitió que el gas del motor saliera al exterior.

Fue el tiempo que tardé en poner la lavadora, descuidando la vigilancia de nuestro pequeño, ese día.

Pienso qué sentirían los técnicos del Challenger, incapaces de prever la catástrofe que se cobró siete vidas.

Me gustaría poder volver a ese momento. Retroceder esos setenta y tres segundos. Aplazar la colada. Verte salir con el coche del garaje mientras espero con la mano de nuestro hijo bien sujeta a la mía y, puestos a pedir, que los responsables del despegue del cohete suspendieran la operación.

Me pregunto si desde ese día también ellos pasan las noches en blanco.

18. ENCERRADOS

Poner los ojos en blanco era nuestro juego favorito. Cada vez que nuestro padre nos reñía, los tres lo hacíamos.  Rebeldía y desprecio eran, a partes iguales, nuestras principales motivaciones. Padre, harto ya de tantas tonterías, había optado por darnos un cachete a cada uno cada vez que lo hacíamos. Aquel día la bofetada había sido más fuerte de lo habitual y nos dejó encerrados en la habitación. Me abracé a Luis temblando y miré a Juan que permanecía inmóvil con los ojos en blanco. Empezamos a zarandearle diciéndole que dejara de jugar Estábamos convencidos de que nos quería tomar el pelo, y decidimos esperar a ver quién aguantaba más. Sabíamos que volvería. Nos equivocamos.

17. ANGEL (Cani Vidal)

Era el blanco de todas las burlas en su escuela.

Pensó en su madre antes de tirarse.

Tan joven era, tan inocente, que su final no fue un fundido en negro, fue en el más luminoso y brillante de todos los blancos.

16. MIGRANTES (Carmen Cano)

Se había desatado una guerra en las ciudades que ahora estaban destruyendo.

Por suerte, fueron rescatados y huían en busca de nuevas tierras. Pero la desgracia persiguió al padre de familia: su esposa quedó petrificada al ver arrasada su ciudad, sus dos hijas lo embriagaron para yacer con él y encima la comida estaba sosa. Edith se había quedado con toda la sal.

15. PERLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Comienzo como una molestia; un ínfimo grano de arena que escuece ahí, en lo blando de la valva. Intenta expulsarme y no puede; escuezo más; y entonces me cubre con suaves capas de nácar.
Mecida por las tibias aguas de la Polinesia, pacientemente, me armo de valor: mi talla, una forma deseable de “lágrima” o esfera perfecta y la rareza de mi color— casi toda la gama entre el blanco y el negro— serán lo que mirará quien me cultiva, me pesa, me vende, me compra, me enhebra, me engarza y me pone en el anillo, el collar, la pulsera, los pendientes, la punta de la corona y el entrecejo del Buda quizás sin saber que día tras día, año tras año, capa tras capa, dejé de ser esa molestia, ese escozor, ese ínfimo grano de arena que estaba ahí, en lo blando de la valva.

 

14. Níveo (Miguel Ibáñez)

En la sombra del avión sobre la acera los pasajeros no tienen miedo. Solo por necesidad miramos al suelo, pero luego volvemos a él. Es solo un lapso breve el que estamos en elevación.

Enrique salía a la terraza, camuflado entre los aires acondicionados que colonizaban todas las fachadas del barrio, al que se le suponían descampados. Los veranos no necesitan hacer aspavientos para hacerse notar, se intuye el calor por la ausencia de brisa, y los atascos por las sombrillas que sobresalen en las ventanillas de los coches. El papel de los bocadillos sacia el hambre de contenedores blancos que el ayuntamiento ha puesto. Un tipo imprimió bajo techo las letras en mayúsculas; papel, cartón, vidrio. Quizás esté en la playa, la crema solar a medio secar entre los pelos caprichosos de su espalda. Una A con esta tipografía vimos juntos alguna vez, probablemente hecha en el mismo lugar. Radiología. Nunca sabemos para qué sirven nuestros actos, pensaba. O creo que pensaba mientras inflaba una pelota de Nivea. La tengo en el trastero, ignoro deliberadamente como se le va el aire un poco cada día, vaciándose de ti en silencio. Desde que volviste a la tierra.

13. MIRADAS BLANCAS

 

La encontré con los ojos en blanco. Un blanco sonámbulo como el tono difuso y blando de los fantasmas en la niebla. Caminaba despacio palpando el aire.

—¿Necesitas ayuda? —le pregunté.

Ella continuó con su deambular errático sin inmutarse, acercándose poco a poco al borde del muelle. Me interpuse entre ella y su posible caída al océano. Pero esa era la tendencia de su movimiento y se chocó conmigo.

—¿Qué haces ahí en medio?

Su pregunta me descolocó. No sabía cómo responder, pero no me aparté. Ella insistió en su avance, apretándose contra mí. Su melena acarició mi cara. Noté que mi mirada se volvía borrosa y luego una especie de ceguera blanca me poseyó.

—Pero, ¿qué les pasa a esos dos en los ojos? —dijo un viandante.

Aún nuestros cuerpos estaban pegados. Pensé que teníamos algo en común. Y ella también debió pensarlo, porque su mano se deslizó desde mi hombro por todo mi brazo hasta cogerme de la mano.

12. MARILYN

Así era Marilyn de color blanco, su color favorito y así se vestía en casi todas sus películas.!Estaba tan guapa vestida de blanco!
Sólo por ser mujer, rubia y guapa ya fue catalogada. Su cerebro será muy cortito. «Un poquito tonta»
De tonta no tenía nada, pero así la encasillaron. Fue interpretando uno por uno sus papeles en la gran pantalla. También aprendió a interpretar otros papeles en la vida cotidiana.
Deseada Diosa deseada por los hombres y envidiada por las mujeres. Pero como todos los guiones, ellos también se acaban. Se exigía demasiado, Marilyn, es chantajeada. Venga Marilyn tu puedes. En esa cabeza de cabellos rubios, hay un cerebro. Si de sentimientos, que piensa que hacer con su vida, si irse o quedarse. Evadida, mezcla cocteles peligrosos y ahora con el paso de los años, nadie lo sabe o lo ocultan. No sabemos si te fuiste o te llevaron.

11. Espiral

Excepcionalmente iba bien de tiempo. Un mal sueño había precipitado mi despertar y aproveché para convertir en un tranquilo paseo el trayecto hasta la oficina.

Pasaba dos veces a diario por esa calle, ida y vuelta, pero nunca había visto aquella tienda de discos. Un rótulo desvencijado parpadeaba sobre la entrada. No sé muy bien por qué, ni a qué, pero entré, empujando la pesada puerta. El local era enorme, con techos altos y paredes cubiertas de tela, todo en un blanco radiante. Una amable dependienta, de blanco riguroso, me entregó un vinilo, blanco, sin título. “El primero es gratis”, sonrió, y marché.

Salí aprisa del trabajo,  impaciente por escuchar mi nuevo disco. Desempolvé el tocadiscos, bajé la aguja y me senté cerrando los ojos. Los abrí enseguida, sentía frío, y me descubrí desnudo en medio de una gran nevada, cubierto de copos. La aguja alcanzó la siguiente canción y aparecí en una piscina de leche, retozando con la amable dependienta. En el tercer tema un león blanco abrazaba meloso mi cuerpo, embutido en un ajustado neopreno, blanco impoluto.

Desperté. Ahora sí. Partí raudo, como siempre, hacia la oficina. Nevaba, hacía frío y, ¡joder!, otra vez estaba desnudo.

10. BLANCA

Uno de los mayores nos va situando: los niños a la derecha, las niñas a la izquierda. Todos vestimos de blanco pero las faldas de las niñas lucen especiales, parece que sus piernas las hubiera cubierto una nevada copiosa.

El primer nombre que escuchamos es el de mi hermana. Ella, marcha hacia el altar bajo un haz hialino que atraviesa el rosetón. Los chavales me piden que no llore, aseguran que es lo mejor para los dos. Enseguida surgen ellos. La mujer, por sus gestos, demuestra no estar convencida, critica que esté escuálida, la anemia prosperando en sus mejillas, y que su pelo sea tan pálido como el de una anciana.

Después de llamar a otros tres o cuatro, cuando por fin desaparecen, suena la sirena para que abandonemos los bancos y estalle una marabunta de carreras y gritos en el patio del hospicio. Yo, no soy capaz de moverme, siempre había pensado que no tenía nada.

9. PRIORIDADES Y ESTRATEGIAS (Ángel Saiz Mora)

El sorteo determinó que jugase con blancas. Se había preparado para la final de ese campeonato durante largos años.
Planteó una táctica con sacrificio de piezas, nadie mejor que él sabía lo que significaba perder algo para conseguir un fin. Familia y amistades, consideradas distracciones que podrían mermar su rendimiento, se malograron a causa de un tablero de cuadros claros y oscuros y la terquedad fanática de ser el mejor.
Planteó la apertura, el medio juego y el desenlace sin permitirse emociones, aislado en su mundo. El jaque mate fue imparable.
De regreso al solitario apartamento su mente repetía la imagen del rival, confortado en la derrota por su mujer y su hija. La arrolladora superioridad y las felicitaciones pronto quedaron solapadas bajo una inesperada sensación de vacío, la de un gran maestro que no sabía nada.
Al doblar una esquina fue testigo de un atraco a una joven a punta de navaja. El ajedrecista ofreció al delincuente su trofeo de plata con incrustaciones de oro a cambio de que se marchase. El individuo desapareció por una de las calles, sin mirar atrás.
Su jugada obtuvo una sonrisa de dientes blancos y un mundo de posibilidades.

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