Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

76 – La muerte del cisne (Virtudes Torres)

Siempre he tenido un sueño recurrente.  Me veía en una exhibición de gimnasia rítmica. Entre todos los aparatos el aro era mi favorito, las cintas y las mazas se me resistían pero siempre acababa por dominarlas.

Otras veces el sueño me reflejaba en un gran espejo donde me veía con mis punteras rosas ensayando “La muerte del cisne”. A mi alrededor, la vida se detenía para gozar admirando mis proezas, después un gran aplauso premiaba mi actuación que yo agradecía saludando aún con mi cuerpo alzado sobre las puntas de mis pies.

A la mañana siguiente cuando mamá venía a despertarme le contaba mi sueño, el mismo que había tenido tantas veces. Mamá sonreía, me llamaba campeona, en vez de aplaudir me daba montones de besos y me entregaba como premio mi peluche favorito.

Cada noche el mismo sueño, cada mañana el mismo ritual a la vez que iba poniendo sobre mi cuerpo el arnés y me trasladaba a la silla de ruedas.  

75 – ELECTRA

Una vez, siendo niña, mi madre me mantuvo la cabeza en la piscina durante un buen rato. Se había enfadado conmigo por algo que no recuerdo bien y que ahora no viene al caso, pues enseguida se arrepintió y me hizo la maniobra de resucitación. Supongo que debió tener un mal momento, una chifladura de viento de levante, cuando yo cantaba en la cama con papá. El caso es que, después de aquel incidente, todo cambió.

Ahora, sólo me atrevo a escudriñarla a hurtadillas y siempre desde este lado de la piscina. Las dos sabemos que entre nosotras apenas cabe un dique de llovizna, pero ella prefiere aislarse en su hamaca, con su libro cerrado, pensando en quién sabe qué. Yo aun con todo, cuando logra adormecerse, me atrevo a acercarme a susurrarle coplillas para mendigar caricias. Pero nada, no le apetece siquiera adentrarse conmigo en la piscina a sofocarse el baldío de la cabeza. Tan sólo busca abstraerse velando su reflejo en el agua: un espejo arisco que se empeña en deshacer a escupitajos (ella, que nunca supo cantar) con tal de borrar la imagen de papá junto a la mía.

74 – Almas ajenas

Ellos no entienden la sed, ni el dolor de mi piel herida por el sol.
Gritan que su playa no me pertenece; que no podré alcanzar tierra firme.
Llevo horas observando mis pies descalzos sobre el eterno bamboleo del mar.
Hoy no me reconozco en los ojos de aquellos que creía de mi misma especie.
Quizás padre no mentía en sus cuentos infantiles, y yo sea una sirena.
Tal vez solo tenga que saltar.

73. Plaza Roja (Javier Ximens)

 

Nos preguntaron si los podíamos fotografiar frente a la Catedral de San Basilio. Dijimos que sí. Eran valencianos, veinteañeros, muy guapos, de una belleza de azahar.

No soy ducho en la cámara del móvil y debí tocar alguna tecla equivocada que me mostró una pantalla con una fotografía del desnudo de unas piernas embellecido por una tobillera de cuentas multicolor, como revelada sobre una radiografía pulmonar o sobre los mismos adoquines de la Plaza Roja. Eran las piernas ebúrneas de la joven sentada en una roca junto al mar, paralelas a la superficie en calma, de un tenebroso gris oscuro.

Él la sentó en las rodillas y ella le echó los brazos al cuello. Luego, la joven alzó las piernas en forma de tijeras y quedaron al descubierto. Mientras posaban, ella me pidió que no saliera la silla de ruedas. Disparé justo en el momento en que sus miradas se abrazaban.

72. Confesiones al espejo ( Camilo Casalana)

-Tienes los pies de tu madre.
Es lo único que me dicen de ella.
Nunca me hizo trenzas, ni explicó los misterios de mis estaciones, ni a bordar las telas.
Escapó sin dar noticias, marchó al país del otro lado, es la explicación que siempre da abuela.

Hoy supe que espero un hijo, algo que he temido a mis veintitrés años.
Un sabor a lágrimas se aposenta en mis labios y se enrojece la nariz.
Mi imagen se refleja en un lago indiferente,
Su corriente ha arrastrado trozos de otras historias como la mía.

Pero insisto a que me escuche sin interrupciones por esto estoy aquí.
Cómo extrañar algo que nunca tuve?
Volar sin alas. Escribir sin papeles, empezar una historia al revés.

Atandolas sandalias que me trajo, descanso mis manos en vientre y le digo a mi criatura

-De tu madre no solo tendrás sus pies.

71. Creación

Acababa un viaje de años y él lo sabía. Aquel era un día especial y no como esos otros en que vino a llorar aquí, pero sería el último. Aparcó sus grandes manos sobre los húmedos maderos y echó sus hombros hacia atrás,  el torso totalmente recto y sus interminables piernas estiradas al infinito, completamente desnudo. Decían sus amigas que era la postura perfecta y siempre quiso tomar el sol así. Aquellos primeros rayos solares recorrían ya sus facciones y toda su piel palmo a palmo, sentía perfectamente como la calentaba y la doraba.

Respiró profundo el salitre y por primera vez sintió paz y sosiego. Él había vertido aquí vejaciones, vacío, soledad y hastío, pero ya no. Hoy termina todo, piensa, catarsis finalizada, y ríe. Pasa largo tiempo, así, tomando el sol. Después abre los ojos, se levanta, no recoge su ropa, solo lleva en la mano un ligero pareo y comienza a caminar.

Atrás va dejando aquel inmenso mar de prejuicios y dolor, un mar engordado con sus propias lágrimas. Hoy comienza todo, fin del reseteado. Ahora, ella camina segura, orgullosa y con paso firme, pero contoneándose completamente desnuda.

70. Fotogramas sueltos

Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que lanzamos al aire vestidos de olas de metal. Pulgares arriba y smilies. Soy una yonki de los pulgares arriba. Nuestras fotos en la playa fueron diez. La boda nos trajo cien. La luna de miel en Bali, cincuenta. Los pies minúsculos y arrugados de nuestro recién nacido conformaron una explosión de quinientas dosis. También nos dieron cien corazones, aunque a mí sólo me gustan esas manos cerradas con la manga azul y con el dedo en alto.
Nuestro primer beso en público, en cambio, nada más que atrajo un índice acusador, una carrera por el centro comercial, una mujer conduciendo un coche y una farsa de adulterio. Tres pulgares abajo. Sigo colgada de esas malditas falanges, con la cabeza en una nube y los pies buscando firme.
Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos que enviamos al cielo como palomas de microondas. Ojalá tuviera una cámara ahora. Sería mi primera foto desnuda, insinuante, con esta preciosa tobillera de Dior, la soga al cuello y tres gotitas de Chanel. Fotogramas sueltos. La vida son fotogramas sueltos.

69. Escamada

¡Qué susto! ¡Y qué vergüenza! ¡Si hubierais visto cómo corrí! En un instante comprendí lo que sucedía y a la velocidad del rayo escapé de allí. ¡Ay, Dios! ¿Qué habrán pensado de mí? Pero ¿qué otra cosa podía hacer si ya empezaba mi cuerpo a transformarse? Pensé que no lo lograría, que descubrirían mi impostura y para siempre me enjaularían como a un absurdo y vulgar monito de feria. ¿Y qué creéis que hubiera sucedido entonces? Expuesto mi secreto a la curiosidad malsana de tanto entrometido, mi vida ya nunca habría vuelto a ser la misma. Sé que yo no hubiera podido soportarlo y por eso fue que me asusté tanto. Sí, me asusté muchísimo, lo reconozco. Y pese a todo… ¡Ay! ¡Haber tenido que huir de esa manera! ¡Quién iba a imaginarlo! Y justo, lástima, cuando mi plan rodaba ya a las mil maravillas. Aquella hechicera maldita tuvo la culpa ¡mira qué confundir el embrujo…! ¡Las doce campanadas pertenecen a otro cuento! Todo el mundo sabe que nunca −¡nunca jamás!− tuvieron nada que ver con el mar y sus sirenas.

68. Puntería

El verano del 85 se marchó mar adentro, subido a la resaca de la última ola. Lo vimos alejarse, recostados en la barca, como si nuestros pies fueran punto de mira para no errar el tiro del arpón que debía regresarlo. Pero no éramos lobos de mar, sino grumetes atrapados en la red de nuestros cuerpos. Así que regresamos a la playa sin la presa y nos fuimos al hotel, paseando de la mano, unidos y distantes; como dos ciudades separadas por mil leguas de mundo y un océano de tiempo.

Los veranos, después, llegaron como llega el oleaje de un mar sin disciplina. A veces llegaban varios juntos, y se iban vacíos con sus peces escuálidos. A veces llegaban solos, y subían a la barca para bambolearse en el eco de tu risa desatada por mis torpes intentos de enfocar el objetivo. Aún guardo esa foto de tus pies sobre el mar, apuntando al horizonte. A veces me cruzo con ella, cuando intento organizar mis desordenes domésticos. Y entrecierro los ojos. Y apunto entre tus dedos. Y aprieto el gatillo. Y tiro de la maroma de aire hacia mi pecho hasta que regresa, aquel 85, con el arpón clavado.

67. Medidas de divorcio (Manuel Menéndez)

Dos años de preparación para un golpe de quince minutos. Cien millones de euros a repartir entre cinco profesionales. Un chalet en Barbados de medio millón. Una colección de coches valorada en novecientos mil euros. Una piscina olímpica de cincuenta por veinticinco. Una rubia de noventa, sesenta, noventa a juego con la piscina, la casa y los coches. Una previsión de vida de más de medio siglo… y todo se me viene abajo por contratar a un abogado mezquino, negociar una pensión de divorcio ridícula y abrir la puerta a una exmujer despechada armada con un cuchillo de la Teletienda de nueve con noventa y nueve.

 

66. Alma mater (La Marca Amarilla)

Los celos son esas ondas concéntricas que aparecen en el agua queda cuando algo perturba la superficie; primero aparece una, insignificante, que se va haciendo más grande, después aparece otra…
Ella creía que aquello de los celos lo había superado con los años de matrimonio, porque de novia lo pasó muy mal y en más de una ocasión apareció la fiera en que se convertía. Creyó olvidarlos definitivamente con la llegada de Samuel, su príncipe, el único hombre sobre la tierra que, este sí, eternamente sería suyo.
Pero la vida no siempre está en calma, como tampoco el agua de un lago, y la suya estalló precisamente el día en que él le había regalado aquella preciosa pulsera para el tobillo. Ella ahora sabe que no debería haber actuado así, pero entonces no pudo soportar, débil como era, que él paseara de la mano con aquella mujer, una mujer que no era su madre.

65. ATARDECERES EN EL LAGO (Isidro Moreno)

Cada tarde, sentada al borde del embarcadero, con los pies colgando, veo ponerse el sol tras la montaña. Los reflejos sobre el agua del lago, el color del crepúsculo y la melancolía que me inunda, hace que cada tarde, ante tan insinuante pose de suicida atormentada, se me acerquen, como moscas, buenos samaritanos, curiosos o ligones. A veces son realmente apuestos los que se me pegan y entonces, con ellos, alargo la conversación y el rato mágico de la tarde.

Ya no quedo con mis amigas. Ligo mucho más al borde del embarcadero que en los paseos pueblerinos viendo las mismas caras día tras día. ¡Dónde va a parar!

Hoy ha sido desconcertante pues he visto, de reojo, a un guapo joven que hablaba con unos señores de blanco y señalaba hacia mí. Al rato han venido esos hombres de bata blanca y me han puesto la camisa con correas de la que no puedo zafarme.

Mañana tendré que escaparme otra vez.

 

IsidroMoreno

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