Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

02. Aunque tú no lo sepas (fuera de concurso)

Llevo esperándote la vida entera para disfrutar con total plenitud este momento. Te diviso entre la gente y todos los rostros que te rodean se borran. Sé que eres tú. Tus ojos azules aún no me han visto, pero no importa. Sonríes, porque eres risueño por naturaleza y caminas por el mundo disfrutando de estar vivo, de las pequeñas cosas que no todos saben apreciar. Tu media barba rubia, tu tez morena y tu espalda musculosa son como había imaginado. Eres más alto de lo que esperaba, así que me subo a un banco y, cuando pasas cerca, silbo y agito la mano.

Me miras. Por fin. Y saboreo ese instante tan deseado como el bombón más delicioso. Ignoro tu asombro y me lanzo hacia ti antes de que puedas reaccionar. Te abrazo. Hueles mejor de lo que soñaba. Atónito, me sigues el juego y me devuelves el abrazo, pero das un respingo al escucharme pronunciar tu nombre. No te atreves a contradecirme porque sabes que es cierto, que te tienes que llamar así. Y es entonces cuando, apenas consciente todavía de que  yo soy  lo que buscabas desde siempre, tu alma me reconoce y enciendes con besos mis labios.

01 LA ETERNA FELICIDAD

Le ilusionaba conseguir que ella, algún día, pudiera disfrutar del “desayuno perfecto”. Ideaba posibilidades continuamente. Café o chocolate. Tostadas de pan de trigo, de espelta, de centeno. Pasteles horneados, rellenos. Zumos. Batidos. Fruta de temporada. Música estimulante. Y siempre, por supuesto, unas bonitas flores.

El reto era mayor porque a ella le resultaba fácil encontrar la nota discordante, valoraba cada detalle de forma exquisita. Acertar si se trataba de «un día de café» o «una mañana perfecta para el chocolate» ya suponía una probabilidad de fracaso del cincuenta por ciento. Si la fruta de temporada se repetía en el zumo «era tan monótono…» Combinar dos diferentes, un reto. El relleno de los pasteles nunca le salía igual… un día estaban «dulces», o «grumosos», o «demasiado densos…» A veces cambiaba la forma, pero los redondos «no se cocian por igual por todos lados» y los triangulares resultaban «poco apetecibles». Y las flores solo debían ser un complemento, sin protagonismo, unas rosas o unos jazmines podían «contaminar el aroma de todo lo demás», las margaritas traían «pequeños insectos repugnantes» y las violetas le transmitían «una triste nostalgia… »

Pero él no perdía la esperanza de conseguirlo: estaba tan cerca de hacerla feliz…

79. PASADO IMPERFECTO

«Ya sabes dónde estoy para lo que necesites», me dijeron las vecinas en el cementerio. Pero, a la hora de la verdad, ninguna se ha dignado a aparecer por tu casa para echarme una mano. Las imagino tras los visillos, escudriñando mis idas y venidas al contenedor con las bolsas llenas de cachivaches inservibles, santiguándose escandalizadas cuando me ven salir con la colección de crucifijos que tenías diseminada por todas las habitaciones. Pensarías que te podrían proteger de la fiera que te estaba devorando las entrañas poco a poco.

He dejado para el final tu butaca preferida, esa en la que te acomodabas por las tardes al calor de la chimenea. Siempre tuvo una pata más corta que las otras y, cuando te sentabas, se inclinaba hacia  delante, como queriendo catapultarte para salvar la vida de alguien. Esa anomalía me hacía reír de niña, me exasperaba en mi juventud y, ahora que tú ya no puedes usarla, me atrae por su imperfección.

Cargo con ella y la coloco en el maletero del coche. Al arrancar, aún dudo un instante entre llevarla al punto limpio o buscarle un lugar preferente en mi apartamento minimalista y mi futuro perfecto. Solo un instante.

 

78. Retoque final

Le preocupaba esta instalación a pesar de sus sesenta años y su ya largo recorrido. El lema: La muerte del tiempo cronológico o el resurgir de un tiempo real.

Los discos de vinilo, algunos rotos, los esparció por el suelo, al igual que los cromos de la Biblia, los periódicos ya sepia de la riada del 57, varios peúcos de lana gruesa y variopintos elementos más.  En peanas de diferentes alturas puso el molinillo de café, la horma de zapatero del abuelo, la quesera desportillada de la dote de su madre y todo lo que quiso resaltar. En un extremo la mesa camilla con faldones y un cartel que invitaba a levantarlos para ver dentro los indios y vaqueros. En el centro un sinaí de Manises, que muchos no conocerían, pero quedaba majestuoso.

Las puertas se abrían a las diez. Poco antes entraron los tres. Su madre se sentó en la mecedora y a su lado puso a su padre en la silla de ruedas. Sonreían mientras ella le acariciaba un muslo en leve balanceo.

 

 

 

 

 

77. Cicatrices (Nuria Rodríguez)

Lloramos al conocer la noticia, lágrimas amables, escasas y densas, último rescoldo de un manantial demasiado explotado. Has vencido al maldito bicho, bueno, lo hemos hecho juntos, me dices, pero no es verdad. Tú has sido la valiente y la más golpeada, mientras que yo, solo, un mero espectador. Un patético escudo, incapaz de frenar uno solo de los golpes que la cruel enfermedad te ha asestado sin piedad. Ahora, intentamos recomponer un puzzle que ha perdido demasiadas piezas, lo hacemos inventando unas nuevas que den algo de sentido a este sinsentido. Cada noche, oigo tus sollozos en el baño y te imagino mirando, asqueada, tu mutilado cuerpo frente el espejo. Con ojos hinchados vuelves a la cama, un amago de sonrisa se dibuja en tus labios, es una sonrisa tan triste, que quiebra, un poquito más, mi corazón. Te abrazo y acaricio tu cuerpo a pesar de tu sutil rechazo. Beso cada una de tus cicatrices, me recreo en ellas incapaz de entender que las odies tanto, cuando, para mí, son lo más bello que he visto en la vida. Porque representan eso, vida.

76 Homenaje (María Rojas)

Un pequeño kitsune corre por el bosque soñando la fragancia que gotea la herida de una florecilla de cerezo.

Matsuo Bashō, el bate de lo nimio lo mira fascinado, aunque sabe que nunca podrá soñar lo que este soñaba.

Aunque perfectos, eran sueños ya soñados.

75. Siempre ‘pulchra natura’

«La naturaleza es hermosa», pensaba Ramiro cuando se sentaba a admirarlo. Cada día desayunaba allí, descansando de los quehaceres del campo. Ese precioso roble tenía algo. Su perfecta simetría estaba adornada con una rama dirigida al suelo que, rompiendo el equilibrio del conjunto, le añadía arte. En una visita, llevó al primo de la ciudad a su rincón preferido. Grave error. Adicto a las redes sociales, hizo increíbles fotos durante el atardecer. Sin saber qué significaban esos nombres, vio como el pueblo se llenaba de instagrammers, tiktokers y youtubers. Hasta vino una cadena de televisión para el programa «Parajes fascinantes». Faltos de cobertura, alzaron más la antena sobre su furgoneta. Desastre total. La tormenta se desató en unos minutos y un rayo, atraído por la estructura metálica elevada hacia el cielo, impactó en ese árbol único.

Tras el incidente, de nuevo solo, contemplaba apenado las múltiples ramificaciones negras, tiznados muñones. Como buen marcescente ese quejigo en primavera empezó a cambiar, en las partes aún conservadas, las hojas secas por otras verdes. Ramiro respiró aliviado al observar que la savia se abría camino en una mitad del roble. Y las ramas ennegrecidas el pasado otoño eran ahora bellas cicatrices de vida.

74. C I C A T R I C E S (MartaEire)

El ritual se había convertido en mi momento favorito de cada mañana.
Y de cada día.
En la ducha, con los ojos cerrados, escuchaba el sonido del agua deslizándose lentamente por mi cabeza y después por mi espalda.
Mi piel poco a poco se erizaba por el roce del agua caliente.
Mis dedos jabonosos y resbaladizos, recorrían entonces cada centímetro de mi cuerpo marchito y maltratado por las batallas a las que tuve, muy a mi pesar, que enfrentarme.
Pero lejos de evocarme un pensamiento triste o melancólico, las caricias de mis manos a las cicatrices de mis pechos, otrora turgentes y llenos de vida, me transmitían un sentimiento de paz infinita que traspasaba mi alma cansada.
Y es que cada una de mis cicatrices, narradora de una historia diferente, me recordaban cada mañana que aquí seguía.
Podía continuar mi camino un poco más.
Un día más.

73. Cotidianidad (Blanca Oteiza)

Contemplo el viejo naranjo de ramas torcidas al aroma de sus cítricos. En ese momento te giras hacía mí y saludas con la mano. Te gusta sentarte a su sombra a leer en esas horas de siesta, de silencio, de pensamientos que van más allá del horizonte del jardín. Esas vidas que podría haber vivido y que no fueron. Esos caminos que se quedaron sin recorrer, esos mares sin navegar y esos ríos sin cruzar.

Me siento a tu lado y sonrío al día que me regala estos instantes junto a ti, con la espalda tan doblada como las ramas de quien nos cobija. Pelo una naranja y compartimos sus gajos, saboreándolos como placer de sabernos afortunados, porque no serán las más bonitas, pero son las de nuestro árbol.

Observo el viejo naranjo, elegante, solitario, retorcido. Tan simplemente bello.

72. La musa (Josep Maria Arnau)

Ella siguió su camino. Él se sintió huérfano; las lágrimas resbalaron por sus mejillas y cayeron sobre la hoja en blanco. El papel las aceptó generoso y su huella quedó marcada: una mancha. Solo una tenue mancha, sí, pero él quiso guardar la hoja con aquel instante atrapado. Dejó de escribir por mucho tiempo.  Pensaba que nunca volvería a hacerlo, hasta que una mañana despertó con ese recuerdo en su cabeza. Se levantó de la cama y buscó la hoja que había mantenido a buen recaudo. El papel ya había adquirido una tonalidad amarillenta, la mancha seguía allí. Su presencia era más manifiesta y sus bordes caprichosos dibujaban una silueta. Se fijó bien: del papel parecía emerger un dinosaurio. Casi sin pensarlo, se puso a escribir. Fueron siete palabras.

71. Artificiero (Manuel Pozo Gómez)

Un año, siete meses y trece días. Acaba de cumplir quinientos noventa y dos días en el frente en los que ha transitado por cunetas llenas de cadáveres, desactivado decenas de bombas y ahorrado muchas vidas. Cuando hoy detecta el cable que cruza el sendero por el que avanza su compañía, la carta que recibió el día anterior y que guarda en el bolsillo superior del uniforme le pesa más que todos los muertos que ha visto. Está escrita a mano, en papel de arroz de un suave color morado, con una caligrafía de trazos redondeados y firuletes ornamentales que ocultan su crudeza. Hace un gesto para que se detengan los hombres que caminan tras él. La carta está arrugada y manchada con el barro de sus manos. Se tumba bocabajo y aprieta su corazón contra ella y contra el suelo, respira hondo, recorre el cable con la yema de sus dedos en una caricia infinita, detecta la mina que pende de él, saca unas tenazas de la pequeña bolsa de herramientas que lleva colgada en el costado y pinza con ellas el cable. Sabe que si lo corta, morirá.

70. ME FALTAS TÚ (Ana María Abad)

Ahora que ya no estás, busco a diario todo tipo de pequeñas tareas que me mantengan ocupada, desde limpiar el polvo al interior de los libros hasta pegar una y otra vez esa patita de tu caballo de cristal favorito que se empeña en seguir desprendiéndose del pobre animal, cabizbajo y opaco desde que faltas. Todo para no tener que sentarme en mi sillón y enfrentarme al tuyo, que languidece deshabitado entre las sombras del atardecer.

Ahora que ya no estás, envuelvo mi cuerpo desamparado en una manta de recuerdos. Nuestros paseos por el parque cogidos de la mano, compartiendo paraguas, cuando me robabas un beso con la excusa de enjugar de mi rostro las gotas de lluvia. Nuestras noches de lectura junto al fuego mientras el gato, tras el ventanal, jugaba al escondite con la luna. Nuestros momentos tiernos, los apasionados, los cómplices. Las palabras y los silencios, las sonrisas, los roces, las miradas.

Siempre supe que no era perfecta, aunque tú lo refutases entre risas, pero ahora que ya no estás me siento, además, incompleta. Nunca pensé que el amor eterno pudiera pesar como una losa en tu ausencia.

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