Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
2
horas
0
7
minutos
2
7
Segundos
4
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

26. El editor sobre ruedas

Llegué a la editorial y entré en mi despacho. Sobre la mesa encontré una llave tan pequeña como la escueta nota que le acompañaba: “Guárdala, te ayudará a mejorar tu vida”. Mi mano jugueteaba con la llave mientras mi cabeza daba vueltas a aquellas palabras. Encendí el ordenador y encontré un e-mail con remitente desconocido: “Editor, tu vida tiene elementos tóxicos que debes eliminar”, y adjuntaba una fotografía de mi familia, junto a mi vehículo. Un escalofrío me atravesó de norte a sur y cuando escuché el timbre del teléfono casi salté de la silla. “Sigue las instrucciones y todo irá sobre ruedas. Acude a…”. A duras penas conseguí garabatear la dirección que me indicó la desconocida voz. Llegué jadeando al punto de encuentro. “Menos coche, más ejercicio… menos colesterol…”, dijo un encapuchado; otro desconocido me pidió la llave y abrió el candado de… ¡una bicicleta! Ambos se desprendieron de sus disfraces y… “¡¡¡¡Feliz cumpleaños!!!”, corearon mi hijo y mi mujer mientras yo intentaba recuperarme de un ataque de ansiedad.

25. Un puñado de nueces (Blanca Oteiza)

Vicente tiene en su pueblo un huerto con frutales. Cada mañana le veo llegar montado en su bicicleta. Cuando entra en mi taller nunca le falta una sonrisa. Últimamente el negocio no va bien, el dinero escasea y los ahorros hace tiempo se gastaron.
Esa noche, mientras en la cercana catedral suena la media noche, Vicente sube a una camioneta acompañado de miedo e incertidumbre. Es tiempo revuelto, en el aire se respira intranquilidad y cualquier mirada te enemista con el vecino. El viento trae palabras que no sabes quién pronuncia. Con las luces del alba puede verse en la farola frente a su portal la bicicleta de reparto descansando.
Hoy no tendré postre: ni manzana, ni higos, ni uva. Me extraña que el cartero no me haya visitado; en los años de oficio ni un día ha dejado de pasar frente a mi puerta. Algunas veces me trae carta, otras tan sólo un saludo, aunque en cada visita me entrega un paquete con pequeños frutos de su huerta. Ahora es tiempo de nueces.
Vicente deja de respirar con los primeros rayos de sol rodeado del canto de los pájaros. Entre tierra removida abraza el cielo que le espera.

24. Frontera

Lo aupó hasta el manillar y al crío le pareció un juego. Se cosían al canal, siempre que el camino les dejaba paso para avanzar veloces, al lado del agua, con los bolsillos llenos de aire y el estómago vacío del todo. Quisieron abandonar las tristezas prendidas en los rosales y enterraron la estrella de tela amarilla en el jardín de la casa, ahora ocupada por aquellos y esos otros. Disfrazados de neblina, cabalgaron de madrugada en la bicicleta que, uno de los perseguidos tuvo que dejar atrás con el resto de los enseres. Cercano a la linde de aquella tierra de barbarie, el hombre sintió que le apretaban el nudo de las entrañas. Pedaleó con fuerza, hasta que un pedrusco traicionero se les atravesó en el trayecto. Dieron una vuelta de campana y el padre cayó de bruces. No muy lejos se divisiban las luces, carcomidas por la bruma, de un vehículo militar. El hombre serpenteó malherido hasta el niño, que arrellanado en un montículo de hierba, lloraba. Le señaló con mano temblorosa unos árboles. En un susurro le dijo que corriera, sin mirar atrás, que detrás del tupido bosque estaban los claros.

 

23. EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LAS BICICLETAS (Salvador Esteve)

Su padre le inculcó el amor a las bicicletas, su mecánica; su madre, el amor a las personas, sus engranajes emocionales.  Pasados los años, anciano ya, sigue trabajando en su pequeño taller.  Las bicicletas se amontonan destrozadas por la guerra, él les devuelve la vida.  Las minas antipersona le han especializado en adaptarlas para niños que, en su ansia por descubrir nuevos territorios de juego, perdieron brazos, piernas y esperanzas.

El cuerpo de Arun no estaba mutilado, pero su mente saltó por los aires junto a su hermana y su mejor amigo.  Ha dejado de reír, hablar, vivir.  Su madre pide ayuda.  El viejo mecánico sabe que poco puede pagarle; frecuentemente solo cobra una sonrisa de gratitud y siempre devuelve el cambio.

Trabajó toda la noche.  Encontraron su cuerpo sin vida junto a una bicicleta de vivo color, de sólida alma y una cesta para los libros; parecía feliz.

El séquito que acompañaba al féretro pasó cerca del hogar del pequeño.  Este se acercó a la bicicleta.  En la barra del cuadro leyó: “Pedalea hacia tus sueños, vívelos”.  Las lágrimas, al fin, fluyeron libres.

Cuando llegó a la comitiva el timbre de su bicicleta se unió al de otros muchos.

22. LA RECOMPENSA (Edita N.T.)

Nunca aprendí a montar en bicicleta. No sé si no quise o no pude. Medio siglo después, todavía recuerdo aquella de mi infancia con dos ruedines, la que el abuelo había regalado a su único nieto varón. Las hermanas del afortunado ni podíamos tocarla.

Poco duró en casa. Que nuestro niño se despeñara intentando rescatarla fue un desgraciado accidente. Sólo el vecino, algo mayor que yo, pobre y contrahecho, sabía cómo la dichosa bici llegó al fondo del precipicio.

 Pasados los años, le agradecí su complicidad casándome con él.

21. ORO NEGRO (Mª Belén Mateos Galán)

Me costaba caminar por ese plomizo asfalto. Pasé largo tiempo de aquel caluroso verano ayudando a cimentar los 15 kilómetros que separaban nuestra villa de la más cercana. Por unanimidad se votó la prolongación de la carretera; el pueblo quería ser bendecido por un tráfico de vehículos que dejaran a su paso algún beneficio para sus negocios.

Un Pavimento pegajoso, oscuro, tintado de líneas blancas, vestido con señales, adornado con protecciones metálicas. Una sustancia adherente, viscosa… oro negro lo llamaron. Todo un lujo para los neumáticos que rodaran por ellos.

Nunca creí que llegara a odiar esa creación de mis manos, nunca pensé que un simple día de lluvia pudiera provocarme tal sufrimiento. Dicen que encontraron su bicicleta en la cuneta, que patinó en el firme y su cabeza fue a parar a la protección lateral fragmentando su casco en mil pedazos, que el material con que nos abastecieron era defectuoso, que los tramos recreativos quedaron sin construir y que se abriría un expediente al respecto.

Han pasado cinco años y a mi hoy… aún me cuesta caminar por ese maldito asfalto.

19. CICLO VITAL DE UNA SONRISA (Paloma Hidalgo)

Nace, tímida, entre los chorretes que el helado de chocolate ha dejado alrededor de su boca, cuando Elena acepta el reto, y comienza a bajar con la bici por la rampa del garaje. Crece deprisa, apuntalada en el recuerdo de lo que le dijo su madre cuando él se cayó de la suya el domingo:
_No te preocupes Quique, tus paletos de leche no son como los de tu hermana, pronto te saldrán los definitivos.
Alcanza su esplendor, luciendo su imponente mella, al comprobar que la niña, además de los dientes, pierde la piel de las rodillas, la de los codos, las gafas, y un montón de lágrimas.
Cuando el padre descubre el contenido, íntegro, de la caja de tornillos que creía perdida, diseminado a lo largo de la pendiente que conduce al garaje, la sonrisa se extingue de la cara del pequeño, que encamina sus pasos al refugio habilitado para estos casos bajo las faldas de la mesa camilla del cuarto de costura.

18. DEGUSTACIÓN TUBULAR (Sergi Cambrils)

Muchos deportistas de élite recurren a diferentes rituales para atraer la buena suerte y ganar sus encuentros. El bueno de Federico no era uno de ellos, pero sí era un supersticioso empedernido amante del ciclismo. Su excentricidad inconfesable era que, antes de adaptar su posición aerodinámica sobre su bicicleta de carreras, sentía el impulso irrefrenable por degustarla como si fuera un helado. Escondido en el almacén, se recreaba dándole un buen repaso con la lengua a las zonas de apoyo: el manillar, el sillín y los pedales. La fibra de carbono de la horquilla y la aleación de aluminio del cuadro eran sustancias insípidas, por lo que apenas las chupaba. Se dejaba las mejores partes para el final. Volteaba la bici del revés y relamía sus platos y piñones sin freno, se ponía las botas con lo grasa de la cadena y, si quedaban partículas de barro entre sus dientes al mordisquear las cubiertas, se pasaba los finos radios.

17. Por poco

Su mujer lo sorprendió en el garaje subiéndose a la bici. Ten cuidado, le dijo. Él restó importancia al comentario porque el domingo por la mañana apenas había tráfico en la carretera. Era la misma carretera secundaria por donde un tráiler de 30 metros de largo y 20 toneladas de peso avanzaba peligrosamente invadiendo el carril contrario en los tramos más comprometidos. Todo sucedió en un golpe de pedal. La bestia metálica apareció en la curva devorando la calzada hasta dejar dos palmos de asfalto que le salvaron de morir con la cabeza reventada contra la carrocería del camión que en medio del chirriar de frenos, gritos desesperados y una densa polvareda gris embarrancó 50 metros más adelante destrozando vallas, arbustos y todo cuanto encontró a su paso. La sangre golpeaba sus sienes, un sudor frío  corría por su espalda y el tembleque de las piernas le obligó a bajar de la bici e hincar las rodillas en el suelo hasta que las fuerzas le abandonaron. Por poco, ¿eh, amigo?, por poco… le decía el camionero dándole palmaditas en la espalda mientras él sacudía la cabeza incrédulo y sentía el calor del orín entre las perneras del culotte.

16. Otoño (La Marca Amarilla)

Dedicado a Modes Lobato Marcos, con todos mis radios intactos.

En ocasiones, cuando transita por aquellas tardes en que el aire pesa más que de costumbre, baja al garaje para contemplar su ajada bicicleta y mirar por el retrovisor (“ahora ya no llevan” piensa), y siempre –siempre– la ve detrás de él, melena al viento.

15. Campeón (Ginette Gilart)

Su primera bicicleta fue una de ruedines que había heredado de su hermano mayor. Poco tiempo le duraron esas ayudas, primero se cargó uno y a los dos días al ver que el segundo apenas tocaba el suelo se lo quitaron. Aprendió sólo a andar en bici, tendría unos cuatro años. Ya con su triciclo apuntaba maneras, a tal punto que se las había ingeniado para frenar en seco; siempre a toda velocidad, cuando llegaba el momento de parar, daba un giro brusco al volante y a la vez pedaleaba fuerte hacia atrás, de esa manera frenaba de golpe haciendo un derrape. Era conocido en el barrio por su atrevimiento y su manejo de la bici. Fue Fiammetta, una chica de paso por el pueblo, que le auguró un brillante porvenir en el mundo del ciclismo.
Ahora, veinte años más tarde, su madre sonríe al recordarla viendo como su hijo, eufórico, cruza la línea de meta.

14. La bici del Ignacio

Si tú piensas mucho en una cosa, al final pasa. Yo imaginaba una bici como la del Ignacio de la calle nueva. Lo pensaba millones de veces al día. O más. Al levantarme, antes de comer, durante los anuncios de la tele. Y me dormía también con la bicicleta en el cerebro. Él me prestaba la suya algunas tardes, pero sin salirme de su calle. Lo hizo hasta que se fue al cielo y se la dejó.
Me lo contaron cuando su madre vino a casa. El Ignacio se había caído de la azotea, queriendo alcanzar un panal. Pero al cielo no llegó del rebote, como yo vi clarísimo; mamá me lo aclaró de una bofetada, allí delante. De los nervios. Traía la bicicleta para regalármela. Y a mí me pasó algo muy raro, me alegré con pena. Lloré y me preguntaron si no estaba contento, y respondí que sí. Pero si me hubieran preguntado si estaba triste, les habría dicho lo mismo. No sé si me explico. Ahora tengo bici, pero casi no la uso. Y es que si tú deseas algo mucho, mucho, cuando lo tienes ya no lo quieres igual, igual. Y al revés pasa lo mismo.

Nuestras publicaciones