Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

48. El que espera, desespera (La Marca Amarilla)

Adela siempre llegaba tarde.

Cuando era una niña su madre tenía que estar detrás de ella para que pudieran salir de casa con tiempo de llegar a sus citas.

Ya de adulta la impuntualidad se instauró escandalosamente en su día a día y de por vida. Ni exámenes, ni trabajo, ni novios hicieron que Adela cambiara su actitud, aunque se lo reprocharan constantemente. Con el tiempo se evidenció que muchos amigos y familiares dejaron de citarse con ella si no gozaban de mucha paciencia o interés justificado.

Cuando cumplió 152 años todos se extrañaron de que una ancianita menuda y enferma no muriese. Adela, aunque no tenía prisa, sí quería irse del mundo, pero ignoraba que podía inocular a sus asistentes la facultad de llegar tarde a todos los sitios.

Y esa eterna impuntualidad desesperaba a la Señora Muerte, que nunca encontró el momento de llevarse a la anciana; siempre que lo tenía todo dispuesto, Adela llegaba tarde a la cita.

La Muerte, que tenía prohibido actuar a su albedrío, debía esperar a que sus destinos coincidieran. “Más vale tarde que nunca”, se conformaban las dos.

 

47. Última oportunidad (Patricia Collazo)

No sé por qué me he dejado arrastrar hasta aquí. No he querido decepcionar a mi chica. Insiste en que para sanar hay que perdonar.

Tus ojos se abren apenas cuando entro en la habitación. Todo es blanco: las paredes, las sábanas, tu cara, calavera vestida con una piel varias tallas grande.

Un amago de sonrisa se trepa a tu boca, que por falta de costumbre la traduce en mueca. Si esperas un reflejo de ella en la mía, permanece tumbado, te cansarás de esperar.

Ambos sabemos que nunca te levantarás de esa cama. Como mamá nunca pudo levantarse del hueco entre lavabo y bañera al que tu furia la empujó.

Ambos sabemos también que es mi última oportunidad de eximirte de culpa y la tuya de pedírmelo. Mientras articulas un “Hijo, perdóname”, extiendes tu mano esperando albergar la calidez de mis dedos. Pero ellos, traicioneros, se escapan de mí para agarrotarse alrededor de tu cuello. Abres mucho los ojos. De asombro, de ahogo. Aprieto. Bufas. Nunca es tarde para vengarse, pienso, y aprieto con más fuerza. Para perdonar, y aflojo la presión. Morirás culpable, retuerzo. Necesito sanar, flaqueo.

Testigo absorto de mi lucha, irreconociblemente débil, te echas a llorar.

46. Retrasos (Alberto Jesús Vargas)

El Predictor marcaba las dos rayas. ¡Por fin! Ya estaban a punto de perder toda esperanza. Llevaban mucho tiempo intentándolo. ¡Menuda alegría le iba a dar a su marido! Él lo deseaba casi tanto como ella, por eso no había querido decirle nada, para sorprenderle si el embarazo se confirmaba. Aunque ella en principio no estaba de acuerdo, aceptó que no acudirían a los médicos. Ni culpa tuya ni mía. Si no puede ser, no puede ser. Voluntad de Dios. Ahora tocaba abrir juntos la botella de cava que tenían reservada para la ocasión. Ella, naturalmente, sólo se mojaría los labios. Debía empezar a cuidarse. Por suerte,  le daba tiempo de improvisar una cenita especial. Él había llamado para avisar que se retrasaba un poco. Lo que no explicó fue el verdadero motivo. Quería pasar por la clínica a recoger personalmente el resultado de la prueba que en secreto se había hecho y que iba a confirmarle su absoluta esterilidad.

45. El regalo (Paloma Hidalgo)

Me quedan las estrellas, me dice mi hija enseñándome un montoncito de mariposas de charol que ya tiene recortadas sobre la mesa. Luego, continúa, las voy a pegar todas dentro de un corazón grande de cartulina roja. A mamá le encantan esas cosas. ¿Qué le vas a regalar tú, papá?, me pregunta sin mirarme, concentrada en su tarea. Pensando en esa cita que tenemos esta tarde su madre y yo con un abogado matrimonialista, me acerco hasta su silla a darle un beso, y le respondo que este año, por fin, seguro que acierto. Nada de un libro que ya tiene, como el año pasado. Y añado que es algo que desea desde hace ya bastante tiempo, y que sé que le va a hacer mucha ilusión. Ella deja la tijera en la mesa, rodea mi cuello con sus bracitos, me besa, y me recuerda, por si acaso, que las flores favoritas de mamá son los tulipanes, que sabe que nunca me acuerdo y siempre le traigo margaritas.

44 ¿MÁS VALE TARDE QUE NUNCA? (Isabel Cristina)

—Llegas tarde

—Lo sé

—¿Has cambiado de idea?

—No. A donde tú vayas, yo iré.

Él le  sujetó la mano muy-muy fuerte, y allí, elevados por encima de las nubes, en ese reino de los cielos de acero y hormigón le dijo: “Chéri, mon amour”

A la joven francesita, enamorarse le había llevado muy poco tiempo y no dejaba de gritarle: “¡Je t’aime!, ¡Je t’aime!…”

Sin oírla, su amante le lanzó un último beso apasionado y eterno, que ella recibió, justo en el momento en que ambos abandonaron su cielo para aterrizar en el durísimo y mortal suelo terrenal.

 

43. Parecidos Razonables (Montesinadas)

Caminaba por la calle con pasos rápidos. El reloj solar inteligente me informaba de la frecuencia cardiaca o la velocidad promedio. Era lo más próximo a hacer deporte que había hecho nunca, pero el corazón y el médico me hicieron tomar la decisión. Compré unas zapatillas, ropa deportiva y empecé a subir y bajar avenidas con determinación, a recorrer barrios desconocidos y siempre daba vueltas en las rotondas para confundir a los satélites espías sobre mi ubicación. Nadie sabe dónde estoy o quizás ya ni me busquen. Esta mañana me he cruzado con otro señor en chándal al que no había visto nunca. ¡Hasta luego Paco!, me ha gritado. Después de tres años sin dejar de andar, me detuve y le pedí que me llevara a casa, que estaba perdido y el chándal olía mal. Al verme, todos me han llenado de besos y abrazos. Me han comprado un chándal nuevo y una bicicleta estática para que no salga. Sé que no es mi esposa, ni ellos mis hijos, pero ya es hora de disfrutar del calor de un hogar. No obstante, seguiré dando vueltas alrededor de la mesa de camilla para que mi verdadera familia no me geolocalice.

42 VOLVER A EMPEZAR (Belén Sáenz)

Acumulo bolsas con material en la sala de autopsias del que fuera Hospital General. Es un lugar espacioso, con buena superficie de trabajo y un instrumental extraño al que intento buscar utilidad. Además, me gusta el olor aséptico y me sosiegan los murmullos de los muertos. Esta mañana, la lluvia incesante de papel me ha vuelto a proporcionar una buena cosecha. He cazado páginas completas de manuales y cuadernos manuscritos e, incluso, algunas hojas de periódico volanderas. A mediodía, cuando al sol quebrado se le agota la luz, me refugio para reunir los fragmentos. Aunque pueda parecer irónico que esté intentando resucitar la civilización en un lugar tan fúnebre, sanar lo humano con urgencia por que no huyan los recuerdos, día a día constato que puedo ser la única persona viva en esta ciudad, en este país, en el planeta. Aun así, pensé que sería conveniente empezar por agrupar un código de leyes. Los olvidados derechos humanos y la Constitución mantienen el atractivo de mitos que se gestó tras su prohibición. Entremedias recorto palabras y letras sueltas cuando se me presentan machaconamente en la memoria algunos versos de Lorca o el comienzo del Quijote. Incluso estoy intentando escribir haikus.

41. FLORES y LETRAS (Blanca Oteiza)

Nerviosa acude el primer día de clase junto a sus compañeros en este viaje emocionante que le brinda el destino, un horizonte nuevo lleno de palabras. El comienzo es de mucho esfuerzo, pero el progreso en la materia le anima cada mañana a levantarse feliz. Discurren las semanas y ya se atreve a leer los cuentos de su nieta, son palabras fáciles y con ilustraciones bonitas y sobre todo la sonrisa de ésta hacen que practique cada tarde. El trabajo final del curso es escribir una carta a un ser querido, ella piensa en su marido. Con mano temblorosa va uniendo las frases, dando vida a su historia y sus sentimientos. Satisfecha por haber conseguido el diploma, no sólo por el papel que enmarcará en el comedor de su hogar, sino por el orgullo de ser capaz de entender todas esas historias narradas en libros y revistas y por poder escribir sus pensamientos y vivencias. Con casi un siglo sobre sus piernas, camina por el césped cuidado. Tras depositar un colorido ramo de flores, saca la carta y la lee en voz alta esperando que él pueda escucharla desde las nubes que adornan el cielo de la tarde.

 

40. Donde te lleve la corriente (Ana María Abad)

La vida de Sofía fluía ahora tranquila como un río grande y manso, después del torrente de lágrimas que la arrastró al morir su esposo, del océano de angustia en el que casi se ahoga cuando empezó la parálisis en las piernas, y del jarro de agua fría que supuso su ingreso en la residencia.

Pero ese remanso de paz era demasiada paz para Sofía, así que había retomado -al principio vacilante, luego con ímpetu arrollador- la pasión de su juventud por la escritura, llenando páginas y más páginas de historias: fantásticas, románticas, de intriga, de terror, jocosas e incluso biográficas. “Una pena que nadie vaya a leerlas”, se decía a veces.

Al dejar Sofía este mundo, en la residencia le entregaron a su hija Paula los cuadernos: docenas y docenas de ellos. Los leyó enteros de arriba abajo y, sin pensárselo dos veces, los llevó a un editor. Cuando al fin tuvo el libro en sus manos, Paula acarició con ternura el nombre de su madre en la portada. Una lágrima que le escocía en el ojo derecho le reprochó: “demasiado tarde”, pero una vocecilla salida de no sabía dónde le susurró junto al oído izquierdo: “eso jamás”.

39. ¿Perseverancia?

Siempre que lo lava, a mano con un jabón especial para tejidos delicados, opina que tuvo muy buen gusto al elegir ese conjunto. Sabe que vestir de color rosa a las niñas y de azul a los niños es algo del pasado, pero desde jovencita lo había imaginado así. Por eso, la ropita de Clara no iba a servir para él, pensó cuando su barriga volvió a crecer dos años después. Y compró unos pantaloncitos y bodi de tonos celestes. La mala fortuna le arrebató a su bebé mientras aún estaba en su vientre. A pesar de ello ha mantenido la esperanza de poder usar esas prendas, y las siguió lavando cada tres o cuatro meses para tenerlas a punto en cuanto las necesitara. Ahora ha llegado ese momento. Al fin les dará uso: su hija está embarazada. Y cruza los dedos para que sea varón.

38. Amor esdrújulo (Fuera de concurso y muy agradecido a don Mario)

…pero hagamos un trato

yo quisiera contar

con usted

es tan lindo

saber que usted existe

uno se siente vivo

y cuando digo esto

quiero decir contar

aunque sea hasta dos

aunque sea hasta cinco

no ya para que acuda

presurosa en mi auxilio

sino para saber

a ciencia cierta

que usted sabe que puede

contar conmigo.

Mario Benedetti

 

Queridísima.

Nono

 

Sus compañeros abanican a Nono, con evidentes síntomas de asfixia, agitando folios y libretas. Don Samuel, profesor de literatura y testigo del momento en que el crío dejó de respirar, cuenta que recitaba el final de un poema de Benedetti a Margarita, y que se atrevió a meter un «queridísima» de su cosecha para rematarlo, nunca mejor dicho. Seguirá así hasta que se ahogue. O hasta que olvide el amor que siente por ella, lo que es muy improbable, prosigue. Podéis pensar que resulta triste y duro, pero es el castigo a los que estropean versos tan suaves con ciertas palabras esdrújulas que rompen la armonía. Y eso es más duro y triste. Aún está a tiempo de salvarse, no obstante. La tilde que atraviesa su garganta la puede derretir Margarita, si decide que puede contar con ella.

37. TIERRA QUEMADA (Nieves Torres)

Echas un último vistazo a la oficina vacía. Todas tus cosas están ya recogidas. La planta se queda, se ha puesto exuberante, parece que se ha adaptado a este ambiente inhóspito mejor que tú.

Deberías haberlo hecho hace muchos años, aun así te cuesta cerrar la puerta. Ha llegado el momento de irse, no hay vuelta atrás.

Recorres el largo pasillo flanqueado por decenas de mesas idénticas, mientras mantienes bien altas la caja de cartón y tu dignidad. Se hace el silencio a tu paso. Casi todos se concentra en sus teclados para no levantar la cabeza. Te has jugado el puesto para mejorar sus condiciones laborales y has perdido el pulso contra Goliat. Te han dejado sola; la mayoría cree que no puede permitirse perder este trabajo. Alguien murmura “suerte” y cuando llegas a la puerta escuchas un tímido aplauso. Reduces el paso; en el fondo esperas que el resto lo imiten y por un segundo te imaginas a todos en pie aplaudiéndote, arrancando los ordenadores, los papeles volando por los aires.

Pero no.

Solo tú empiezas hoy una nueva vida.

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