Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
4
horas
1
1
minutos
0
4
Segundos
4
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

53. Lección de anatomía

Ocurrió el marzo de sus trece años. Llevaba varios días, junto a sus padres y su hermano, tratando de huir por la línea fluctuante del frente del Ebro.

Vio cómo traían detenidos a dos brigadistas que habían encontrado escondidos entre los almendros. Eran corpulentos, tenían el cabello claro y los pómulos altos. Uno de ellos arrastraba su mirada hacia la vida efímera y venenosa que se agolpaba a su alrededor.

Los llevaron hacia un barranco cercano al camino. Después se oyó un estruendo de pólvora.

Al atardecer se escabulló con su hermano. Al asomarse al último de los márgenes pudo ver un montón de ramas ocultando algo.

Otro marzo, muchos años después, regresó. Acompañado de dos compañeros universitarios y una pala, volvió al lugar exacto. Entre las raíces de los almendros en flor empezaron a asomar costillas, un fémur y un par de calaveras, que introdujeron en un petate para transportarlos de vuelta a Barcelona. Allí limpiarían los huesos hasta dejarlos de un blanco sucio y uniforme.

Durante los años siguientes, los huesos recios de dos eslavos que fueron fusilados en una guerra extranjera le enseñaron toda la anatomía que necesitaba para convertirse en el médico respetable que pretendía ser.

52. Banderita blanca (Lorenzo Rubio)

Abre los ojos, mira el reloj y suspira. Solo resta media hora de paz. No los ha cerrado aún cuando toca diana puntual a las siete. Casi sin tiempo para asearse, se equipa con el uniforme de combate y se pone a cuestas las armas de destrucción masiva. Pero, antes de salir como una bala hacia el campo de batalla, escucha a voces las últimas instrucciones del comandante.

Llega a su destino y, tras una avanzadilla, observa que aún duermen, por lo que, de modo fantasmal, se adentra en la línea enemiga y comienza con la sangría. Haciendo uso de una logística admirable, las maniobras han sido un éxito y no ha dejado rastro de su adversario en todo el perímetro.

Ahora revisa su plan de operaciones, pero no olvida las órdenes del comandante. El coraje la paraliza. Absorta, localiza al enemigo en casa. Vuelve en sí y contempla las armas que lleva cargadas. Y decide hacerle caso sumiso. Se despoja de los guantes de látex, tira el friegasuelos, ata una sucia camiseta blanca al recogedor, se monta en la escoba y sale volando por la ventana, mientras, con una sonrisa, se repite: “Te vas sin prepararme el desayuno, bruja”.

51. MEDICACIÓN (Concha García Ros)

He vuelto a perder la batalla.

No quiero despedirme de mis nubes; me sentiré extraño  sin  los otros que viven en mí. Pero no me resisto y bebo del vaso que me tienden. Trago y sonrío,  aunque  su mundo me aterroriza.

50. La pierna del mariscal Lannes

Napoleón trató de ignorar el desagradable olor que despedía el enfermo. Antes de abandonar la habitación, lanzó una última mirada al yaciente mariscal: otro viejo camarada caído.
Llamó a su fiel Berthier.
–El mariscal deber ser llevado a Francia y enterrado en el Panteón.
El mariscal Lannes falleció unas horas después. Sus restos fueron introducidos en un ataúd de plomo. Sólo faltaba la pierna que le habían amputado en un vano intento de frenar la gangrena. El miembro había sido arrojado a una fosa excavada junto al hospital.
–Yo la encontraré –se ofreció el cirujano que había sido incapaz de salvar a Lannes.
Había cientos de brazos, pies, piernas en aquel agujero. El cirujano pasó mucho tiempo revolviendo los restos. Imposible hallar la pierna del mariscal. Por fin encontró una que también había sido cortada un poco por encima de la rodilla.
–Aquí la traigo.
Berthier miró escépticamente el miembro que le mostraba el doctor. Iba a decirle que esa no era la  pierna de Lannes, pero se contuvo. Después de todo, su anónimo dueño había luchado por Francia sin recibir ni rentas ni títulos nobiliarios. Al menos, aquella pierna reposaría gloriosa en el Panteón.

49. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo IX.

La luna llena había dejado su puesto al sol, cuyos rayos iluminaban a una Emma que yacía totalmente desnuda tras la batalla de sexo y pasión de la noche anterior. Abrió los ojos y buscó a Silvia con la mirada por la habitación, pero no obtuvo resultado.

Sobre la silla vio una nota y sobre esta una rosa. Se levantó, cogió la nota y la leyó.

» Lo siento Emma, tengo que irme, entenderás que tengo una vida que continuar»

Emma con lágrimas en los ojos, rajó la nota, cogió la rosa y salió del hotel decidida a retomar su plan.

En el hospital y desde la lejanía reconoció a su madre, y con ella, aquel joven que besó a Silvia en la calle.

Esperó a que dejará de hablar con su madre, caminó por el pasillo y chocó con él intencionadamente, haciendo que cayeran los informes al suelo. Emma se agachó a recogerlos mientras se fijaba en la identificación que llevaba en la solapa de la bata.

– ¡ Ya te conocí, Víctor Villafrías ! – Pensó Emma.

El enfermero continuó su camino tras agradecerle su ayuda. Esta abandonó el hospital y fue directa a la casa de Isaías…

48. Barquito de papel

-¡Mira Juan!, mira lo que he hecho con el periódico.

-¡Déjame en paz Marisa, que me voy a jugar con mis amigos!.- La niña perseguía a su hermano  con el papelito transformado en barco ondeando en la mano. Su hermano corría calle abajo al encuentro de sus amigos, huyendo de su hermana y su tesoro.

La tarde anterior ambos habían tratado de conseguir ansiosamente la figura del barco descrita en el libro de papiroflexia;  doblando y desdoblando el papel hasta hacerlo añicos; ¡Y por fin ella lo había conseguido!. Ahora corría tras su hermano con la proeza en la mano.

-¡Para!, Juan. ¡Que sólo voy a enseñaŕtelo!.

– ¡Marisa, que llego tarde!. ¡Mis amigos han empezado a jugar sin mí y hoy toca batalla final en el fuerte!.

El niño protestaba, no sin razón, ante la testaruda hermana. Había pasado muchos días con sus amigos construyendo sueños como para que una niña con un barquito de papel les fastidiase el desenlace final.

De pronto, paró en seco. Se giró hacia ella y con una espontánea e ilimitada dosis de comprensión la miró a los ojos, la cogío de los hombros y amorosamente le dijo.-Ya lo se:. has hecho el barco. Te prometo que lo veo después de la batalla.- Marisa sonrió y con una dosis no menor de comprensión asintió con la cabeza teniendo la absoluta certeza de que su hermano vendría a ver el barco tras la última batalla.

46. Esperanza.

He perdido tantas veces la batalla antes de librarla que no recuerdo si la chaqueta, con la que tantas veces he intentado protegerme, es metálica, el Napalm de fogueo y si  la colina que nunca tome era la de la hamburguesa; aun  desconociendo si estaba embadurnada de gas mostaza. Oteo desde mis prismáticos los Altos del Golán, la franja de Gaza, el rojizo cielo de Bagdad… con  la vista en un punto fijo y común a todos ellos y, observo, a pesar de las tinieblas que se interponen entre las bondades del hombre y sus demonios, el rostro de ancianos, mujeres y niños que clavan su mirada en el fondo de las lentes de mi distante binóculo. No me resigno y, de nuevo, me sumerjo en el fragor de una contienda que lentamente aniquila mi conciencia y entumece mi alma desabrida. Caigo, como siempre, otra vez derrotado y como siempre, impenitente, de nuevo  me levanto.

45. BALA PERDIDA (Ángel Saiz Mora)

Primero fue su compañero, después el primogénito, en los vacíos de sus ausencias sólo había germinado miseria. La mujer tuvo que tragar muchas lágrimas para sacar adelante al pequeño, el motivo por el que se levantaba cada día, soportaba colas con la cartilla de racionamiento, obraba el milagro de buscar papel y lápiz para que acudiera a la escuela.

Cansados de retozar en los socavones que habían dejado los obuses, los chiquillos decidieron esa tarde ir hasta las afueras del pueblo, cosidas de trincheras todavía distinguibles, tumba de muchos hombres.

Si algo habían aprendido aquellos pequeños supervivientes era a improvisar juguetes donde no los había, de ahí el regocijo de todos al hallar munición sin detonar. El tesoro se completó con el hallazgo de una caja de fósforos. Les faltó tiempo para juntar maleza seca y palos. En la alborozada hoguera arrojaron el objeto metálico. La bala, separada de la vaina por el calor, voló con violencia indiferente hasta atravesar un corazón.

Nadie como una madre sabe que la guerra insaciable mata hasta después de muerta. También, que es posible morir de dolor.

44. BIENVENIDOS AL PARAISO. ( Begoña Heredia )

Era frecuente que terminásemos con bronca. Temblaban hasta los taburetes de la barra del café Paraíso. Cierto es que la televisión nos ayudaba con las noticias. Cierto también que el vino que se servía no era ni bueno ni malo, más bien de chato mañanero. Todos sabíamos de política, de enfermedades, de asuntos sociales, todos, allí no quedaba ni uno sin dar su opinión. Por las tardes los golpes en la mesa con las fichas de dominó agudizaban el jolgorio. A la noche, después de la cena, ya con el día sosegándose, saludos adormecidos al que llegaba, palmadita en la espalda y vuelta a empezar: el sinvergüenza de turno y hasta las predicciones del parte meteorológico nos conducían a la refriega y tras ella cada mochuelo a su olivo y todos de camino a casa, pensando : “ Ojalá mañana amanezca de nuevo y podamos seguir estando vivos , pero eso sí, a ser posible a ver si aciertan de una vez con el tiempo, aunque se acaben las batallas, ya encontraremos otra diversión”. Ahora ya no tenemos ganas de discusiones, la cosa va en serio, hasta Tito el del bar ha echado el cierre.

43. UN ALTO AL FUEGO de Piluca Illana Herraiz

UN ALTO AL FUEGO (de Piluca Illana Herraiz)

En Las trincheras embarradas se amontonaban exhaustos los cuerpos sudorosos y heridos que un instante antes habían luchado temerariamente por conservar sus vidas.

Ahora, tras la batalla se mantenían inmóviles, alerta todavía. Siempre se perdía algún tiro tardío y despistado que acertaba en la diana. Eran unos minutos que se alargaban indefinidamente desertando del reloj y de sus mandos.

En ese período corto e inexplicablemente largo, ni obedecían órdenes, ni respiraban, ni se guiaban por la medición del segundero, solo descansaban esperando recuperar las fuerzas abatidas por el enemigo, pero sobre todo soñaban en blanco, recreándose en aquel color de paz distante y postergada que alguna vez en un tiempo extraviado vivieron sin saberlo.

Era una sensación de desaliento la que sentían, arrebujada en la esperanza surgida del profundo silencio que acompañaba siempre el parón de los últimos disparos.

Y una pregunta surgida en la inconsciencia marcaba las agujas del reloj con repetida intermitencia:

-¿Volveremos a vivir de nuevo aquella deseada paz de bandera blanca?

-Antes tendréis que ganar la guerra…

Les contestaba una voz surgida del desastre del combate con aliento y olor a pólvora quemada.

M. Pilar Illana Herraiz
4 de septiembre 2014

Nuestras publicaciones