Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

66. TORMENTO

Primero llegó el olor a humedad, de repente el cielo oscureció y comenzaron a caer las primeras gotas. Aquella tormenta acudió en mi auxilio, me sacó de mi letargo y por fin pude respirar hondo, sin miedo a que en medio de la respiración un sopapo o un insulto me hiciesen perder el aire. Podría haber imaginado hacerlo, pero no paso por mi cabeza que hubiese una solución a aquella tortura. Nunca pensé que tendría la fuerza necesaria. Un segundo de indecisión y él podría volver a levantarse y agarrarme con sus grandes y ásperas manos.

Podría haber reaccionado tantas veces, como cuando me quitó la falda que el mismo me había regalado para que enseñase de verdad las piernas. Podría haber sacado la rabia, pero no, aguanté.

Hoy sus palabras por fin me han dado la fuerza. Podía haber añadido que soy una inútil, que no sé cambiar ni una rueda, pero no sólo ha sido “tráeme el gato” y según le he visto de espaldas me ha venido la fuerza necesaria para golpearle.

La sangre ha manchado el suelo del porche pero gracias a esta bendita tormenta ya no queda ni rastro de mi verdugo. Respiro hondo, libre.

 

65. Cuentos de viejas… (Esperanza Tirado)

Fuera llueve a mares. La luz se ha ido por la fuerte tormenta. Tres caras mustias y aburridas, sentadas en el sofá, miran sus cacharritos tecnológicos, ahora inservibles.

En el salón, iluminado con velas, su abuelo los observa desde su mecedora.

 

–¿Sabéis? Cuando éramos pequeños aquí la electricidad no existía.

–Siii, abu Gus,…que ya nos lo has dicho tropecientas veces…

–Y contábamos historias. –El abuelo ignora la queja. –En noches de tormenta como esta, se decía que una dama de larga cabellera oscura, vestida con un brillante manto blanco, vagaba por el bosque en busca de su hijo perdido…

–Bah, cuentos de viejas…

–Cuentan que el niño salió con su aya al bosque. –El abuelo continúa– Ésta se encontró con su amante y dejaron al niño jugando a la orilla del lago. El niño se perdió, quizás se ahogó… Y la pareja fue expulsada del pueblo. Cuando hay tormenta se dice que es la dama abrigada con su manto blanco que sale a buscar a su hijo en el lago.

Un relámpago ilumina el cielo. Los tres corren a la ventana, expectantes. Suena un trueno, y un escalofrío les recorre el cuerpo.

El abuelo sonríe desde su mecedora.

64. Tormenta

La gota desciende con ligera suavidad, casi invisible, hasta que choca con su cuerpo, provocando que sus ojos vean el cielo oscuro que los rodea. Otra gota se disfraza de lágrima, diluyéndose en su rostro.

-Tendríamos que marchar. Va a caer una buena.

La besa. Sus labios son frescos. Ella los envuelve con los suyos. Cierra los ojos e imagina posibles caricias. Las gotas caen indiscriminadamente sobre sus cuerpos dejando sus húmedas huellas en ellos.

-Busquemos un lugar dónde refugiarnos.

Él la mira. Ella se pierde en sus ojos. Él le susurra palabras. Ella le sonríe. Él le dice que no puede amarla. Ella lo mira extrañada. Él le indica que espere un segundo. Ella siente que acaba de despertar de un sueño. El segundo se le dibuja eterno. Él saca un libro. Una página. Ella lo mira extrañada. Lo escucha. Las palabras enlazan con ellos, no puede rechazarlas. Es su propia historia. Él acaba. La mira. Ella lo besa. Lo abraza.

-No importa ya la lluvia.

La tormenta rompe los grilletes meteorológicos que la sujetan a las nubes y libera todos sus recuerdos sobre ellos, como cuando no existía el aire y el cielo vivía abrazado a la tierra.

63. Sabor agridulce

 

La alegría de haber sido encontrados, se tiñe de melancolía cuando los pensamientos se mezclan en su cabeza. Recuerda esa terrible tormenta eléctrica, el rayo que acertó de pleno en uno de los motores del avión, la caída, el dramático aterrizaje, la pesadilla de enterrar los cuerpos de los pasajeros muertos, el precario botiquín para curar a los heridos, y sobre todo recuerda el infierno en el que el caprichoso destino les sumió.

El  avión, ayer tumba de muchos y hoy refugio de unos pocos,  fue su salvación.  No se explica cómo pudieron subsistir tantos meses en lo más espeso de la selva en la que cayeron, y le cuesta creer que no les encontraran en todo este tiempo. Pero hoy, que por fin vuelven a casa, sabe que en algún modo la suerte estuvo de su lado, y que de no ser por ese fuselaje,  amasijo de hierros retorcidos, no habrían sobrevivido.

Y dirigiéndole una última mirada atrás, comienza la marcha hacia esa vida que el destino decidió regalarles…

62. El encargo

Con los primeros relámpagos ella cerraba la cancela. Recelaba. Se le había escapado más de una vez. Cuando llegaba la nube él se quedaba en el zaguán y la mujer tenía que estar con mil ojos porque a él se le iban los pies. A veces se tenía que poner delante y reducirle hasta hacerle bajar la vista y que se metiera cabizbajo en la cocina. Escuchaban el redoble de truenos en silencio aunque a él los ojos le hacían chiribitas. Aquella tarde la tormenta se anunció con aparato eléctrico. Los animales despavoridos erraban por el establo espantados por la inminencia del temporal. Ella salió a ver si calmaba las mulas. Dejó en un descuido la puerta entreabierta. El anciano no se lo pensó dos veces. Se encaminó a los prados y se encaramó a lo más alto de la colina. Empapado por las ráfagas, esperaba los rayos y por último la tronada. Miraba al cielo en todas direcciones. Al acecho, vigilante, creyó avistar los aviones del enemigo. Persuadido de su cometido y cumpliendo con orgullo las órdenes de otrora, empuñaba  el bastón y a modo de metralleta apuntaba a matar, las culebrillas luminosas del cielo.

61. Inspiración

Era un buen lugar para guarecerse. Lo pensó mientras corría cubriéndose la cabeza con el bolso Louis Vuitton que le había regalado un antiguo novio. El chaparrón la pilló en medio de una calle desconocida y desierta de aquel barrio de adosados a medio construir. Quizá por eso la atrajo el caserón, un animal herido entre depredadores.

En el soportal se sacudió las gotas sin parar de quejarse del trabajo de comercial que la había llevado a un páramo sin clientes. Con lo bien que estaría escribiendo, en lugar de vivir en una cinta sin fin de tarifas que ni ella misma acababa de entender.

No se calló hasta que el edificio, con la puerta forzada, la invitó a curiosear. Las telas de araña que precintaban la entrada vencieron su temor a inesperados inquilinos. Dentro, el caos de un desvalijamiento y, entre tanto abandono, cientos de papeles desperdigados. Cartas, documentos notariales y legajos sobre foros y arriendos comenzaron a entretejer una historia ideal para su primera novela.

Ya pensaba en un arranque impactante, en el que un documento medieval aparecido dentro de un bolso prohibitivo sería la clave del asesinato de una humilde muchacha, cuando un chirrido la estremeció.

 

60. Anhelos

 

 

Al primer trueno deja un barquito de papel en el riachuelo esperando, ilusionada, la llegada de las lluvias.

59. CENTELLA

Trasciende la troposfera y purificando el aire viciado de la ionosfera, me colma de auroras boreales y me protege del viento solar. La mayor tormenta en la que me he visto envuelta se gestó el día en que chocaron impetuosamente nuestras bocas y con ellas un cúmulo de sentimientos y deseos anudados se enfrentaron arrancando un susurro atronador del fondo de nuestros cuerpos. Mi tormenta tiene nombre propio y voz cálida. Me fascina exponerme, descalza y desnuda, y que toda su carga eléctrica en un segundo me atraviese para luego, hacerse intemporal. Sobre la cima más alta, somos viento racheado y energía luminosa que rota sobre un eje. Sublime es el momento en que dejamos de ser materia para convertirnos directamente en vapor y formando una nube colmada de rizos castaños nos hacemos indivisibles y neutros. Después, cuando la tormenta cesa, la estancia se oscurece y abrazados soñamos la Tierra.

57. EL MAL DON

Bajo el incesante chaparrón, apenas alcanza a balbucir unas palabras de dolor: “¿Por qué este mal don?”

El ahora apenado meteorólogo se descubrió de joven la capacidad para manejar a su antojo las altas y bajas presiones, las isobaras y sus hectopascales, poniendo aquí o allá soles o nubes, y acertando con tal precisión, e incluso contra los patrones numéricos, que no le hizo falta esperar a que una vocación lo llamara: sería hombre del tiempo.

No tardó en ser solicitado por todas las cadenas, tentado por los ayuntamientos turísticos, consultado por las comarcas agrícolas, para modificar las previsiones en beneficio del bien común. En efecto, no tardó nada en ser indispensable.

Y hoy llora porque su mal don ha dislocado de modo irreversible el sistema atmosférico, y ya no sabe cómo evitar el cambio climático.

Bajo la tormenta, apenas alcanza a balbucir unas palabras de dolor: “¿Por qué este mal don?”

56. ARCO IRIS TRAS LA TORMENTA (Mª Belén Mateos)

Siempre creía que aún quedaba algún claro entre las negras nubes del cielo y algún lejano destello de luz en las sombras de la tormenta. Su sonrisa se escondía entre fogones, escobas y paños de algodón de los que nunca dejan polvillo, ni rastro de haber servido para limpiar las manchas de descuido, punzadas o suplicio.

Día tras día procuraba lavar cualquier señal que pudiera dar pistas de su decadente existencia y se apresuraba en lustrar cada rincón y cada poro para devolver a su mente el decoro, la compostura y la coloreada realidad de su vida. Todas las noches aseaba con esmero su cuerpo y trataba de purificarlo con aromas y esencias que pudieran disfrazar su congoja y su miedo. Pero en cuanto el sonido de unas llaves tintineaban subiendo las escaleras, ya sabía que su puerta se abriría a una nueva tormenta de golpes, insultos y desdicha, a una vivencia en blanco y negro, regada con alguna caricia de engaño y algún beso aliñado en veneno.

Hoy ha decidió cerrar su paraguas, solo desea que este sea el último aguacero que caiga sobre ella y  poder ver por fin el arco iris al final de un suspiro.

55. MAR ADENTRO

El tabernero observa al hombre que entra como si lo trajese la tormenta: camina con ese balanceo de las gentes de mar. El forastero paga cuatro copas por adelantado: si la ves vacía, llénala, impone desde la jerarquía momentánea que le otorgan las ocho monedas que ha dejado sobre la barra. Están solos, la tormenta y ellos: son esas horas de nadie que crecen en todos los bares de los pueblos pequeños.
El hombre bebe en silencio, soportando sin ayuda el peso de unos recuerdos estropeados por tanto alcohol y tanta lluvia. Cuando termina la última, sale de la taberna intentando mantener la dignidad de la línea recta, dejando tras de sí un endógeno olor a sal. El tabernero apenas lo entrevé difuminarse mientras lo devora la lluvia. Él, que nunca ha visto el mar, reconoce claramente el graznido de unas gaviotas sobre su cabeza, y escucha entre los truenos la sirena de un barco que acaba de zarpar.

54. La nueva urbanización (Daniel Irazu)

La nube que nace en los montes desaparece la luz del día.  El vendaval araña la tierra, levanta piedras y arranca las matas de tomillo de las laderas. Mientras, el valle se asfixia con el polvo de arcilla que trepa en remolinos hacia el cielo.

La tormenta descarga en las cimas; abajo llueve sangre cuando amaina el viento.

La madre teme el silencio que sigue a las últimas gotas. El niño en sus brazos llora por instinto; se calma con los trinos en la acacia, y se asusta de nuevo cuando los pájaros entienden el rumor que viene de lejos y emprenden el vuelo.

Ve el frente de lodo por una ventana; baja la persiana, atranca la puerta de la calle, y cierra las demás del pasillo.

Se esconden de la muerte, abrazados tras la pared más lejana.

La avalancha avanza lamiendo las fachadas de las casas que ahora le sirven de cauce; busca el desagüe que antaño recrecía el caudal de río.

La primera ola revienta los muros de ladrillos interpuestos en su camino.

Al entierro acude el alcalde y el concejal de obras. Salen de la iglesia cabizbajos, por eso, en el atrio, el viejo sólo escupe al suelo.

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