Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

19. Encuentro en la fiesta

Le dijo a Sofía, su mujer, que trabajaría hasta tarde para terminar por fin el proyecto que se traía entre manos y poderlo entregar al día siguiente. La verdad es que le apetecía echar una cana al aire. En la fiesta de disfraces, se quitó el anillo de casado, lo metió en el bolsillo interior del chaleco de su esmoquin y ocultándose tras la máscara, se dispuso a disfrutar de la noche. Pronto puso los ojos sobre el más bello cuerpo de mujer que bailaba en aquel salón, con el morbo añadido de que sus gráciles movimientos le recordaban a su fiel esposa, que en esos momentos disfrutaría de dulces sueños.

Al quitarse la máscara veneciana en la habitación del hotel, el rostro impenetrable de su mujer, multiplicándose en un laberinto de espejos frente al tocador, lo dejó petrificado.

18. CIENTO CINCUENTA LEONES

Me disfracé con piel de cordero y rondé tu puerta. Anhelaba contemplarte, escuchar tu risa, sentir tu magia desplegada allá por donde tu silueta se deslizaba.

Pero no te diste cuenta.

Tú danzabas radiante, como la princesa del cuento. Ciento cincuenta leones, disfrazados de príncipe azul, te hacían la corte. Yo, con mi piel de cordero, me conformé con entrar a tu fiesta de máscaras. Compré la entrada vendiendo mi alma al mejor postor.

Pero no te diste cuenta.

Los leones corren peligro de extinción, tan solo ciento cincuenta disfrutan de libertad en la sabana africana. Preciosa libertad de amar y no ser amado, odioso cautiverio de amores pagados. ¿Qué prefiero, ser uno de los ciento cincuenta que viven en inestable libertad o uno de aquellos cuya tranquila vida discurre ante miles de personas que pagan por verlos? Me conformo con mirarte a lo lejos.

Pero no te diste cuenta.

Allí, con mi disfraz de cordero entre ciento cincuenta leones, me batiría en duelo para salvar tu honor de princesa prometida. Pero tú, infeliz, preferiste ser devorada.

No te diste cuenta.

Los leones no se han extinguido. Yo me quité la máscara.

17. La curva de su sonrisa

Hoy es la fiesta. Hace mucho calor. Mi madre disfraza a Sara con alas de hada y un inusual vestido de tirantes. Después la maquilla. Ella se cambia la raya de lado dejando el cabello suelto sobre su espalda. Yo tengo que ponerme de largo, como un ninja. Nos abraza con cuidado, rogándonos que nos portemos bien: papá está nervioso porque quiere causar buena impresión. Al salir, nubes negras presagian tormenta y mamá se queda llorando porque no ha logrado disfrazarse.
Cuando llegamos, los Fernández reciben encantados a mi padre. Enseguida se pone el traje de payaso y se dibuja la enorme sonrisa roja. Todos, niños y mayores, rien alborozados con él.
Suena un trueno y comienza a llover. Pedrito y su primo proponen que salgamos al jardín, a desafiar a los relámpagos. Me niego e intento disuadirles, pero ellos nos arrastran fuera, llamándonos cobardes. La lluvia nos empapa; los brazos de Sara se despintan y florecen los cardenales de su blanquísima piel. Al escuchar su llanto, algunos invitados acuden preocupados. Un silencio espeso nos rodea: rezo asustado para que nadie se empeñe en quitarme la ropa mojada.
Tras el ventanal, se invierte la sonrisa de papá resquebrajando su máscara.

16. HUELLAS DEL PASADO

Julia entró en aquel baile con su mejor máscara. Y no se la quitó hasta despertarse una mañana en la «Suite Luna de Miel» de un hotel de Puerto Vallarta.

De los meses de intenso amor, solo guarda la tarjeta del psiquiatra. Al ignorante que duerme junto a ella le hará falta.

15. VENGANZA

Me había extrañado mucho que aquel guaperas que conocí en la discoteca, me invitara a una fiesta el siguiente finde. A mí, con mis gafotas de miope y mi irreductible acné.

Cuando llegué, me sorprendió que solo los chicos ocultaran sus caras con máscaras y más cuando comprobé que las de las féminas eran en justicia dignas de ser escondidas: dientes sobresalientes, narizotas, y en fin, todo un catálogo de atentados contra la hermosura.

Pronto entendí la finalidad del festejo cuando, al dirigir mis pasos a los lavabos, pude escuchar la conversación entre risas de tres de los asistentes.

–Este año no tenemos nada que hacer, seguro que gana Jacobo.

– ¿De dónde habrá sacado a ese callo?

Noté como me sonrojaba mientras la ira me subía a la cabeza reclamando venganza contra esas hienas. Me habían invitado a un concurso de feas.

En el baño y tras refrescarme la cara, comprobé que dentro del armarito de las medicinas, se encontraba un jarabe contra el estreñimiento ideal para mis propósitos. Así que de regreso, propuse al dueño de la casa  preparar mi cóctel especial solo para hombres.

–Ya verás -le dije guiñándole un ojo- querréis quitaros enseguida los pantalones.

 

 

 

 

14. Las apariencias engañan

Cuando Laura entró en su habitación se sorprendió al ver un sobre rojo posado en la mesita de noche. Era una invitación para dos personas a un baile de máscaras. Llamó a su amiga y vecina de habitación Alice, que como ella estudiaba en Venecia con beca Erasmus. Debían llevar de disfraz una capa negra con capucha, larga hasta los pies y otro detalle, no llevarían nada debajo.
A la hora prevista, las recogió una lancha cerca de su residencia en Fondamenta Croce . Llegaron enseguida a uno de los palazzi que bordean el Gran Canal. Era cerca de las doce cuando un caballero se acercó a ellas rogándoles seguir.
Las introdujo en una sala circular donde nueve personas ordenaron que se colocaran en el centro y que se quitaran las capas, a lo que ellas no respondieron. Después de un instante repitieron la orden, en ese momento se oyó el tañido de una campana marcando las doce. Las jóvenes no dudaron entonces y las capas cayeron al suelo. Las miradas libidinosas se transformaron en un rictus de terror al contemplar la metamorfosis de aquellos cuerpos hermosos. No les dieron tiempo a reaccionar, los dos bellos ejemplares de lobas se lanzaron sobre ellos desgarrándoles vivos.
En lo alto de la Basílica dei Frari se podían ver las siluetas de dos lobas aullando a la luna llena.

13. Alimañas (Susana Revuelta)

Aunque cada día me esmeraba en cambiar las sábanas de hilo empapadas en sudor y limpiar sus llagas purulentas, nunca abría las ventanas. Así conseguía que las visitas que recibía sir Cedric fueran breves: ninguno de aquellos parientes lejanos soportaba el pestazo más de unos minutos. Cuando aparecían los sobrinos, enseguida les desenmascaraba y le susurraba al anciano: «unos buitres con corbata acechan tras la pueeerta, dos hienas con lazos de organdí merodean impacieeentes…», y sus alaridos les espantaban del todo. Si venía la enfermera a pincharle, le atemorizaba con vampiros y sanguijuelas. Vamos, lo que se me iba ocurriendo. Tan solo conmigo se sentía en paz. «¡Mi adorada Henriette, esposa mía!», deliraba mientras le enjugaba el sudor de la frente. Sir Cedric no se había casado nunca, pero no quise quitarle la ilusión.

Una noche, después de darle su tisana, le propuse hacer las maletas y alejarnos de aquella jauría. Sin mucho esfuerzo le sonsaqué la combinación de la caja fuerte que, fisgoneando, había descubierto detrás del aparador. A la mañana siguiente, el viejo no respiraba. Recoloqué el cojín de damasco en la butaca de orejas y me senté a esperar sin prisa la llegada del doctor.

12. El infarto

 

Miriñaques y polisones fueron convenientemente acomodados en el asiento del taxi. A la vez atusó su peluca de tirabuzones.

Media hora después subía las imponentes escaleras del Casino mientras se ajustaba la máscara.

En el salón de baile, varias parejas danzaban con Strauss de fondo. Esperaba que su amigo Paolo no tardara en llegar. Buscó su móvil, pero se lo había dejado en casa.

Sintió una mano en su hombro y al volverse un elegante caballero le hizo una reverencia. Paolo le pareció irresistiblemente seductor bajo su antifaz. Delicadamente la condujo a la pista central.

Bailaron. Girando y girando, de repente un beso robado, al que siguieron otros consentidos. Por fin se habían decidido.

De madrugada él la acompañó. Se despidieron en el portal, entre besos y jadeos. Al entrar en casa se quitó la máscara y vio el móvil. En un impulso lo cogió para invitarle a subir y poner así la guinda a una noche perfecta.

Había un mensaje de Paolo. Segura de que él quería lo mismo, lo leyó temblando de deseo:

“Niña, lo siento. No puedo ir al baile, mi padre ha tenido un infarto y está jodido en el hospital. Ve tú y diviértete. Hablamos.”

*Asunción Buendía.

11. NOCTURNIDAD Y ALEVOSIA

En el colegio era solista del coro porque cantaba como los ángeles. Nunca pensó que ese talento le serviría para conseguir trabajar cuando cerraron la fábrica. El Cabaret Nocturno le ofreció el puesto de primera figura y no lo desperdició, aunque lo cierto es que no encontró otro trabajo.

Lo peor es el horario. Acaba todos los días a las cinco de la mañana, justo a tiempo para coger el primer autobús y correr a casa a despertar a sus hijas, hacerles el desayuno y llevarlas al colegio. No quiere que su madre madrugue. Ya le ayuda bastante quedándose a dormir todas las noches para vigilarlas.

Todos le aconsejan buscar novia y a él también le gustaría, pero aún no ha superado la muerte prematura de su esposa. Además, prefiere pasar su poco tiempo libre con sus hijas. De todas formas, no seria fácil conocer a alguien. Por la mañana duerme, por la tarde se encarga de las niñas y la casa y por la noche, con el maquillaje y los tacones, la gente cree que es una mujer. Sobre todo los del Cabaret. Y es que, hasta que encuentre otra cosa, Armando no puede perder este trabajo.

10. DESPECHO

 

Un salón de grandes dimensiones me sorprendió al traspasar el umbral, donde se iba a celebrar aquel baile de disfraces, como indicaba la barroca invitación que encontré una  mañana en mi mesa de trabajo. Telas y complementos competían en ostentación con las más variadas máscaras, y grandes lámparas de abalorios, reflejaban suntuosos collares y botonaduras, dando a la pieza la apariencia propia del fasto de un  salón veneciano  abarrotado de personajes célebres. Mi timidez inicial se convertía en  desparpajo, a medida que pasaba la noche entre bailes y copas, siempre bajo el anonimato que nos proporcionaban las máscaras.

En un momento de la fiesta, me vi prácticamente arrastrada por un experto bailarín al centro de la pista,donde bailamos sin descanso buena parte de la noche, hasta que el sátiro creyendo haber ganado confianza y aprovechando un molinete, deslizaba una mano en mi escote mientras  me aferraba una nalga con la otra. La bofetada que le propiné produjo un silencio atronador a nuestro alrededor, que aproveché para abandonar la fiesta.

Al día siguiente ,mi jefe bastante irritado me llamó a su despacho, y sin darme ninguna explicación ,me comunicó que a partir del próximo mes prescindía de mis servicios.

9. Yo

La mujer miró en silencio su rostro reflejado en el espejo, no se reconocía, estaba decidida, cogería las riendas de su cabalgadura emocional. Despacio hizo como si arrancase de su cara una segunda piel, una máscara. «Compañeras no me gusta ir todos los días al gimnasio, vuestra obsesión por el físico no la entiendo. Tampoco comprendo el criticar a la nueva por el simple hecho de serlo». La mujer seguía quitándose máscaras frente al espejo. «Papá, no voy a pedirte nunca más perdón por no haber nacido hombre. Sé que te sientes defraudado pero no es mi culpa». Arrancó otra capa de piel de su rostro. «Cariño, no soporto muchos de tus juegos sexuales, y, a partir de ahora, en nuestra relación vamos a ser tres, tú, yo y la palabra NO». Una tras otra iba quitándose máscaras hasta que reconoció su rostro en el espejo, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Cuando la mujer recibió la invitación para acudir al baile de máscaras, donde estarían compañeros, amigos y familiares, no lo dudó, iría a rostro descubierto, no más caretas.

Aquella noche, decidida, acudió a la fiesta, multitud de máscaras la observaban, nadie la reconoció.

8. Gran Teatro a reventar

-Aforo completo.  Lo lamento señor pero sus acompañantes no pueden entrar.

 

Ciertamente la sala agobiaba al contemplarla desde las puertas.

El alegre espectáculo nos relajó hasta que oímos el estruendo. Nadie quedó sentado.

La densa atmósfera se teñía con los destellos rojos azules y amarillos.

Las máscaras que nos dieron eran lo único real. Nos mantenían con vida.

La cisterna reventó a las puertas del Gran Teatro.

 

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