Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

6. Don Antonio Canseco, relojero de la Corte

Maestro en ruedas dentadas y muelles de relojes de torre, es lo que fue Canseco. Maragato de raza, como mis ancestros los “Botas”, se instaló en Madrid siguiendo la ruta arriera del pescado.

Honrado y tozudo, persiguió durante toda su vida y más allá, una deuda municipal, finalmente centenaria.

El Ayuntamiento granadino de Órgiva ajustó con él la instalación, por 5.450 pesetas de 1887, pagaderas en cuartas partes, de un reloj para la eclesial torre campanario.

El primer cuarto de anticipo y la instalación  se realizaron a satisfacción, pero, sabidos son los usos municipales, los otros tres cuartos quedaron pendientes.

Don Antonio, obstinado, reclamaba públicamente sus derechos, acusando a los munícipes alpujarreños de no tener, de acuerdo  con el signo político de los tiempos, “ni  la real, ni liberal, ni federal, ni socialista, ni absolutista gana de pagar”.

Finalmente  en 1989, ávidos de razones para celebrar mascaradas estivales, un nieto de Don Antonio fue invitado a Órgiva. Allí festivamente se saldó, muy deteriorada por la inflación, la  deuda: 4.087,5 pesetas.

Órgiva siempre será rehén del dicho que propaló el viejo Canseco:

“No te vaya a pasar lo que al reloj de Órgiva, que da las horas pero no los cuartos”.

5. MEMENTO, HOMO

Las farolas empezaban a apagarse a pesar de que aún las calles estaban en penumbra, y tal vez fuera mejor así para no ver el deterioro del disfraz y los desperfectos del peinado. Como lágrimas negras, el rímel surcaba a sus anchas el rostro del apresurado caminante, que aún escuchaba en su cabeza el retumbar de aquella melodía que hablaba de una lluvia de hombres.
Una ducha borró todo resto externo del festejo, pero aquella canción insistía en recordarle sus actos. Llegado al trabajo, suspiró aliviado por ser el primero, de modo que pudo prepararse para una mañana concurrida. Repasó la ceremonia, colocó los bancos, alumbró la sala y se puso la casulla. Nada hacía recordar al que había sido unas horas antes; nada salvo aquella musiquilla pertinaz y traviesa que no lo abandonaba.
Madrugadores y noctámbulos se dieron cita al mismo tiempo para recibir la ceniza de manos del honorable párroco, que a unos les recitaba de corrido el latinajo y a otros el tozudo estribillo bailable. Como ni los unos entendían el latín ni los otros el inglés, la liturgia no desentonó, y así todos decían para sus adentros al final: ¡Aleluya!

3. FÓRCOLA – EPÍFISIS

El Martes de Carnaval, Francesca había  quedado en la piazza de San Marcos con su novio, después de la fiesta de las Marías y bajaba por la escalera del ponte de Rialto y una multitud de máscaras, le impedían el paso.

Entonces, se le acercó un Polichinela y tomándola con fuerza de las manos la obligó a bailar, alejándola del puente. La llevó a un canal lateral y mientras ella gritaba, la arrojó a una góndola, intentó escalar el respaldo de la butaca y la agarró del pie, haciéndola caer y se golpeó contra la fórcola de la góndola.

La arrastró y mientras la sangre se fundía con el terciopelo rojo del asiento, la penetró, al terminar y ver que estaba muerta, la dejó caer en el agua y mientras ella se hundía, la máscara blanca con plumas, la maschera nobile se alejaba de la embarcación.

Mientras, la noche avanzaba y en la piazza ya no quedaba casi nadie, empezó a llover y una niebla trepaba desde los canales, Giovanni se dejó caer, resbalándose en la pared del palacio Ducal y entonces del Campanile, el tañido de una campana pequeña, il maléfico, hizo que estallara en sollozos, tocaban a muerto.

2. PERSONA

Me lavo la cara. Dejo pasar un instante antes de secarme. Necesito que el frescor del agua me confirme que ya estoy despierto. Miro la imagen reflejada en el espejo y rememoro el maldito sueño que me atormenta noche tras noche. Ese en el que me encuentro en un lujoso salón de baile; como los de un palacio veneciano. Todos los asistentes van disfrazados y llevan máscaras. No logro recordar cómo eran, pero sí lo que representaban: al marido, al padre, al adultero, al amigo, al traidor, al poeta, al egoísta, al hipócrita… De repente todos se vuelven hacia mí, se descubren y veo que todos tienen el mismo rostro: el mío.

Entonces siento que me ahogo. Salgo corriendo. Entro en una sala donde hay un gran espejo. Veo mi cara desnuda y una especie de hebra que sobresale bajo el lóbulo de la oreja derecha. Estiro de ella, tratando de arrancarla; pero solo consigo hacerla más grande. Sigo tirando y mi cara se deshace en las hilachas.

Y debajo no hay nada.

Me visto; ya es la hora de ir al trabajo. Pero antes palpo mi cuello, mis pómulos. Todo está bien.

No hay por qué preocuparse.

128. CALLADAS HUELLAS

Observó con disimulo el rubor  esparcido como estrellas rojas  en la nieve de una cara aún adolescente.

Acabó de desnudarse y dejó caer su pelo libre de horquillas y ataduras.

Se sentó sobre la pequeña y limpia cama  y esperó a que él la mirara.

Notó su vergüenza, sus miedos y le dio pena. Lo llamó a su lado, y él se sentó temblando débilmente, con la mirada al borde de la lágrima.

Lo abrazó, lo tendió junto a ella y acariciándole el pelo le susurró una canción. Él aguantó el sollozo y ella aspiró el suyo.

No hubo más. Fuera esperaban los otros: para ellos él había cumplido. No le llamarían nunca más “nenaza”. Ella deseó que él rompiera la cadena de los tabúes, esos que ella aún no había roto y que le impedían, de igual a igual, amar a otra.

 

ANTONIA

 

126. No me llames mamá

Desde hace seis años solo en invierno parece despertar de su letargo. Los primeros copos de nieve le cambian el gesto; su mirada, siempre fija, entonces me busca, sus labios se crispan, se le enrojecen las manos de forma sutil y su tez, sin embargo, se vuelve más pálida. Yo espero. Poco a poco el color blanco conquista las calles, los parques, los bancos. No hay prisa. Como otros años nevará durante toda la noche y al amanecer, bien abrigados, seremos los primeros en salir a quebrantar tan inmaculado manto. Arrastraré su silla labrando un surco de ausencias, recordando imágenes y escuchando risas para siempre muertas. Cruzaremos el pueblo y por el camino del cementerio el rastro de las ruedas se hará más nítido, como él de las negras rodadas de aquel frenazo a destiempo, en aquella curva, hace seis años. Nunca me gustó, ni cuando al venirte a buscar insistía en llamarme mamá. Y ahora, cada año, somos los dos quienes venimos a verte. Las vueltas que da la vida. Reconozco que gozo al verlo sentirse culpable sin poder derramar una lágrima. Yo perdí una hija y el ganó una madre, hace seis años.

125. Intermezzo

 

           Había abandonado los elegantes salones literarios, las tribunas políticas, las armas revolucionarias, los recuerdos del exilio y de la muerte prematura de su amante, a causa de la tuberculosis.

            Se sentía viejo y cansado. Luchaba sin éxito contra la falta de esperanza, contra la pérdida de los ideales progresistas en que había creído. Regresaba a su casa solariega, como una fiera herida, para olvidar o para morir.

            Durante aquellos largos meses de invierno, enterrado bajo la nevada, sus tormentas se mezclaron con las modulaciones de la ventisca y con los aulidos de los lobos.

            Hundido en el sillón, frente al fuego crepitante, se dejó llevar por las alas de la melancolía. Poco a poco, su quema interior se apagó y consiguió reconciliarse consigo mismo.

            Se animó a salir, a recorrer los caminos nevados en el trineo tirado por caballos y volvió a contemplar la naturaleza con ojos ingenuos.

            A los primeros  brotes de la primavera, Alecsandri regresó a la capital, para cumplir con el papel que la sociedad le había otorgado, pero de aquel intermezzo invernal nació uno de los más bellos volúmenes de poesía, lleno de pureza y esplendor, cuyos versos curan y traen esperanza a las almas derrotadas.

124. FRÍA VENGANZA

Un aullido rasga la noche. Se sacude la nieve, salpicando algunas gotas de sangre. Una inmensa luna llena se filtra por cada resquicio entre las hojas de los árboles, derramando blanco sobre el blanco. Así es más sencillo distinguir las marcas de sus botas, aún frescas. Muestra los dientes en una sonrisa tensa y sigue el rastro. Ahora él es el cazador y ella la presa. Las heridas le escuecen y a cada paso aumenta su ira. No sabe si disfrutará más despedazándola o viendo su cara. Ella le da por muerto, desconoce su secreto. Lo averiguará demasiado tarde.

123. Madrigueras

Encontró  encolerizado las otras madrigueras de conejos donde

ella seguro  pasaba las largas tardes de invierno.

De aquella emanaban cálidas quejas causadas por el apoyo práctico

de los incesivos de aquel compañero sobre el costado blanquecino de ella.

Allí pasmado, de pie, medio escondido, no sólo escuchaba sino que

también veía los ya reconocidos destellos de luz roja que cuando su coño se llenaba

de placer ella trenzaba y salpicaban después siempre todo el espacio.

Éstos no sólo reflejaban la nieve de la entrada sino que también llamaban la atención

de otros animales que por allí pasaban.

En varias ocasiones, no muy seguro, tuvo que ahuyentar a más de un curioso que

con erecta disposición se acercaba con la intención de que aquello no quedase en dueto.

Una vez calmadas las ansias de sexo, ella recuperaba el aliento, asomaba su hocico,

que contraía y estiraba, mientras que poco a poco salía del escondite.

Él al mirarla se quedaría atónito al descubrir que no era su coneja la que allí estaba;

sino que otra que como la suya disfrutaba.

122. Rojo sobre blanco

El espectáculo era espantoso. Pequeños bultos redondos de piel blanca golpeados hasta su muerte o la extenuación de sus agresores. Regueros rojos desde la orilla hasta una máquina infernal donde los amontonaban. Palos y manos teñidos de rojo inocente, que gritaban y reían, que reían y juraban. De pronto alguien gritó, “me ha mordido” y soltó momentáneamente a su presa, para que otros la remataran. Me fijé que la sangre fluía de sus dedos y dejaba pequeños rastros de gotas, muy diferentes de los del resto.

Cuando todos desaparecieron, yo, La Gran Foca Madre hice un juramento, “seguiría esas huellas en la nieve, encontraría a su dueño, y me lo comería a mordiscos, y no pararía hasta su muerte o mi agotamiento”.

121. Huellas

Nieva en el pueblo y como siempre todos los vecinos corremos a refugiarnos en la iglesia. Cuando era un niño me divertía ver la urgencia de mis padres por coger unas cuantas cosas y salir pitando para encerrarnos con los demás. Mientras los mayores pasaban las horas cuchicheando, los niños jugábamos y por lo bajini pedíamos que no dejara de nevar. Durante los días de encierro estábamos libres de cualquier tarea, tan solo teníamos que evitar molestar a los adultos en sus plegarias y cavilaciones. Había una única prohibición: no abrir, bajo castigo severísimo, ni puertas ni ventanas. Cuando al fin podíamos salir del templo nos percatábamos de la amenaza al oír los sollozos de las mujeres y las miradas hoscas de los hombres, que contemplaban temblorosos, las huellas de pisadas extrañas que aparecían en la puerta del santuario y los arañazos grandes y hundidos que la marcaban. Hoy me he confinado con todos los demás y aunque ya soy un adulto sigo ignorando qué nos obliga a encerrarnos. Rezo lleno de angustia para que mi hijo haya encontrado refugio, no quiero ser uno de los que sollozan cuando esas huellas aparecen.

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