Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

13. Alimañas (Susana Revuelta)

Aunque cada día me esmeraba en cambiar las sábanas de hilo empapadas en sudor y limpiar sus llagas purulentas, nunca abría las ventanas. Así conseguía que las visitas que recibía sir Cedric fueran breves: ninguno de aquellos parientes lejanos soportaba el pestazo más de unos minutos. Cuando aparecían los sobrinos, enseguida les desenmascaraba y le susurraba al anciano: «unos buitres con corbata acechan tras la pueeerta, dos hienas con lazos de organdí merodean impacieeentes…», y sus alaridos les espantaban del todo. Si venía la enfermera a pincharle, le atemorizaba con vampiros y sanguijuelas. Vamos, lo que se me iba ocurriendo. Tan solo conmigo se sentía en paz. «¡Mi adorada Henriette, esposa mía!», deliraba mientras le enjugaba el sudor de la frente. Sir Cedric no se había casado nunca, pero no quise quitarle la ilusión.

Una noche, después de darle su tisana, le propuse hacer las maletas y alejarnos de aquella jauría. Sin mucho esfuerzo le sonsaqué la combinación de la caja fuerte que, fisgoneando, había descubierto detrás del aparador. A la mañana siguiente, el viejo no respiraba. Recoloqué el cojín de damasco en la butaca de orejas y me senté a esperar sin prisa la llegada del doctor.

12. El infarto

 

Miriñaques y polisones fueron convenientemente acomodados en el asiento del taxi. A la vez atusó su peluca de tirabuzones.

Media hora después subía las imponentes escaleras del Casino mientras se ajustaba la máscara.

En el salón de baile, varias parejas danzaban con Strauss de fondo. Esperaba que su amigo Paolo no tardara en llegar. Buscó su móvil, pero se lo había dejado en casa.

Sintió una mano en su hombro y al volverse un elegante caballero le hizo una reverencia. Paolo le pareció irresistiblemente seductor bajo su antifaz. Delicadamente la condujo a la pista central.

Bailaron. Girando y girando, de repente un beso robado, al que siguieron otros consentidos. Por fin se habían decidido.

De madrugada él la acompañó. Se despidieron en el portal, entre besos y jadeos. Al entrar en casa se quitó la máscara y vio el móvil. En un impulso lo cogió para invitarle a subir y poner así la guinda a una noche perfecta.

Había un mensaje de Paolo. Segura de que él quería lo mismo, lo leyó temblando de deseo:

“Niña, lo siento. No puedo ir al baile, mi padre ha tenido un infarto y está jodido en el hospital. Ve tú y diviértete. Hablamos.”

*Asunción Buendía.

11. NOCTURNIDAD Y ALEVOSIA

En el colegio era solista del coro porque cantaba como los ángeles. Nunca pensó que ese talento le serviría para conseguir trabajar cuando cerraron la fábrica. El Cabaret Nocturno le ofreció el puesto de primera figura y no lo desperdició, aunque lo cierto es que no encontró otro trabajo.

Lo peor es el horario. Acaba todos los días a las cinco de la mañana, justo a tiempo para coger el primer autobús y correr a casa a despertar a sus hijas, hacerles el desayuno y llevarlas al colegio. No quiere que su madre madrugue. Ya le ayuda bastante quedándose a dormir todas las noches para vigilarlas.

Todos le aconsejan buscar novia y a él también le gustaría, pero aún no ha superado la muerte prematura de su esposa. Además, prefiere pasar su poco tiempo libre con sus hijas. De todas formas, no seria fácil conocer a alguien. Por la mañana duerme, por la tarde se encarga de las niñas y la casa y por la noche, con el maquillaje y los tacones, la gente cree que es una mujer. Sobre todo los del Cabaret. Y es que, hasta que encuentre otra cosa, Armando no puede perder este trabajo.

10. DESPECHO

 

Un salón de grandes dimensiones me sorprendió al traspasar el umbral, donde se iba a celebrar aquel baile de disfraces, como indicaba la barroca invitación que encontré una  mañana en mi mesa de trabajo. Telas y complementos competían en ostentación con las más variadas máscaras, y grandes lámparas de abalorios, reflejaban suntuosos collares y botonaduras, dando a la pieza la apariencia propia del fasto de un  salón veneciano  abarrotado de personajes célebres. Mi timidez inicial se convertía en  desparpajo, a medida que pasaba la noche entre bailes y copas, siempre bajo el anonimato que nos proporcionaban las máscaras.

En un momento de la fiesta, me vi prácticamente arrastrada por un experto bailarín al centro de la pista,donde bailamos sin descanso buena parte de la noche, hasta que el sátiro creyendo haber ganado confianza y aprovechando un molinete, deslizaba una mano en mi escote mientras  me aferraba una nalga con la otra. La bofetada que le propiné produjo un silencio atronador a nuestro alrededor, que aproveché para abandonar la fiesta.

Al día siguiente ,mi jefe bastante irritado me llamó a su despacho, y sin darme ninguna explicación ,me comunicó que a partir del próximo mes prescindía de mis servicios.

9. Yo

La mujer miró en silencio su rostro reflejado en el espejo, no se reconocía, estaba decidida, cogería las riendas de su cabalgadura emocional. Despacio hizo como si arrancase de su cara una segunda piel, una máscara. «Compañeras no me gusta ir todos los días al gimnasio, vuestra obsesión por el físico no la entiendo. Tampoco comprendo el criticar a la nueva por el simple hecho de serlo». La mujer seguía quitándose máscaras frente al espejo. «Papá, no voy a pedirte nunca más perdón por no haber nacido hombre. Sé que te sientes defraudado pero no es mi culpa». Arrancó otra capa de piel de su rostro. «Cariño, no soporto muchos de tus juegos sexuales, y, a partir de ahora, en nuestra relación vamos a ser tres, tú, yo y la palabra NO». Una tras otra iba quitándose máscaras hasta que reconoció su rostro en el espejo, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Cuando la mujer recibió la invitación para acudir al baile de máscaras, donde estarían compañeros, amigos y familiares, no lo dudó, iría a rostro descubierto, no más caretas.

Aquella noche, decidida, acudió a la fiesta, multitud de máscaras la observaban, nadie la reconoció.

8. Gran Teatro a reventar

-Aforo completo.  Lo lamento señor pero sus acompañantes no pueden entrar.

 

Ciertamente la sala agobiaba al contemplarla desde las puertas.

El alegre espectáculo nos relajó hasta que oímos el estruendo. Nadie quedó sentado.

La densa atmósfera se teñía con los destellos rojos azules y amarillos.

Las máscaras que nos dieron eran lo único real. Nos mantenían con vida.

La cisterna reventó a las puertas del Gran Teatro.

 

7. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo II.

Había pasado una semana desde su huida de casa. Desde entonces no había tenido noticias de su familia y ni quería tenerlas.

Había encontrado una pequeña pensión donde alojarse en aquella ciudad desconocida, pero estaba feliz,  esa era la ciudad donde vivía su amada.

Paseando por las calles vio anunciada la gran fiesta anual de máscaras, en seguida recordó la noche que la conoció, fue en la fiesta de disfraces que se organizaba todos los veranos por los campamentos estivales de la región.  Fue el mejor verano de su vida.

Continuó su paseo en busca de una tienda de disfraces cuando por casualidades del destino se encontró con ella, estaba igual de guapa que aquel verano,  pero aquella muchacha no iba sola, la acompañaba un apuesto joven, de elegante porte y ropa fina. Estaba decida a correr hacía sus brazos, besarla delante de todos, pero algo se lo impidió, quedó paralizada en mitad de la calle cuando vio como aquel joven besaba los labios de la muchacha.

Su corazón quedó destrozado ante aquella traición, pero no estaba dispuesta a darlo todo por perdido, en aquel momento juró luchar por ella aunque en ello le costara la vida.

6. Don Antonio Canseco, relojero de la Corte

Maestro en ruedas dentadas y muelles de relojes de torre, es lo que fue Canseco. Maragato de raza, como mis ancestros los “Botas”, se instaló en Madrid siguiendo la ruta arriera del pescado.

Honrado y tozudo, persiguió durante toda su vida y más allá, una deuda municipal, finalmente centenaria.

El Ayuntamiento granadino de Órgiva ajustó con él la instalación, por 5.450 pesetas de 1887, pagaderas en cuartas partes, de un reloj para la eclesial torre campanario.

El primer cuarto de anticipo y la instalación  se realizaron a satisfacción, pero, sabidos son los usos municipales, los otros tres cuartos quedaron pendientes.

Don Antonio, obstinado, reclamaba públicamente sus derechos, acusando a los munícipes alpujarreños de no tener, de acuerdo  con el signo político de los tiempos, “ni  la real, ni liberal, ni federal, ni socialista, ni absolutista gana de pagar”.

Finalmente  en 1989, ávidos de razones para celebrar mascaradas estivales, un nieto de Don Antonio fue invitado a Órgiva. Allí festivamente se saldó, muy deteriorada por la inflación, la  deuda: 4.087,5 pesetas.

Órgiva siempre será rehén del dicho que propaló el viejo Canseco:

“No te vaya a pasar lo que al reloj de Órgiva, que da las horas pero no los cuartos”.

5. MEMENTO, HOMO

Las farolas empezaban a apagarse a pesar de que aún las calles estaban en penumbra, y tal vez fuera mejor así para no ver el deterioro del disfraz y los desperfectos del peinado. Como lágrimas negras, el rímel surcaba a sus anchas el rostro del apresurado caminante, que aún escuchaba en su cabeza el retumbar de aquella melodía que hablaba de una lluvia de hombres.
Una ducha borró todo resto externo del festejo, pero aquella canción insistía en recordarle sus actos. Llegado al trabajo, suspiró aliviado por ser el primero, de modo que pudo prepararse para una mañana concurrida. Repasó la ceremonia, colocó los bancos, alumbró la sala y se puso la casulla. Nada hacía recordar al que había sido unas horas antes; nada salvo aquella musiquilla pertinaz y traviesa que no lo abandonaba.
Madrugadores y noctámbulos se dieron cita al mismo tiempo para recibir la ceniza de manos del honorable párroco, que a unos les recitaba de corrido el latinajo y a otros el tozudo estribillo bailable. Como ni los unos entendían el latín ni los otros el inglés, la liturgia no desentonó, y así todos decían para sus adentros al final: ¡Aleluya!

3. FÓRCOLA – EPÍFISIS

El Martes de Carnaval, Francesca había  quedado en la piazza de San Marcos con su novio, después de la fiesta de las Marías y bajaba por la escalera del ponte de Rialto y una multitud de máscaras, le impedían el paso.

Entonces, se le acercó un Polichinela y tomándola con fuerza de las manos la obligó a bailar, alejándola del puente. La llevó a un canal lateral y mientras ella gritaba, la arrojó a una góndola, intentó escalar el respaldo de la butaca y la agarró del pie, haciéndola caer y se golpeó contra la fórcola de la góndola.

La arrastró y mientras la sangre se fundía con el terciopelo rojo del asiento, la penetró, al terminar y ver que estaba muerta, la dejó caer en el agua y mientras ella se hundía, la máscara blanca con plumas, la maschera nobile se alejaba de la embarcación.

Mientras, la noche avanzaba y en la piazza ya no quedaba casi nadie, empezó a llover y una niebla trepaba desde los canales, Giovanni se dejó caer, resbalándose en la pared del palacio Ducal y entonces del Campanile, el tañido de una campana pequeña, il maléfico, hizo que estallara en sollozos, tocaban a muerto.

2. PERSONA

Me lavo la cara. Dejo pasar un instante antes de secarme. Necesito que el frescor del agua me confirme que ya estoy despierto. Miro la imagen reflejada en el espejo y rememoro el maldito sueño que me atormenta noche tras noche. Ese en el que me encuentro en un lujoso salón de baile; como los de un palacio veneciano. Todos los asistentes van disfrazados y llevan máscaras. No logro recordar cómo eran, pero sí lo que representaban: al marido, al padre, al adultero, al amigo, al traidor, al poeta, al egoísta, al hipócrita… De repente todos se vuelven hacia mí, se descubren y veo que todos tienen el mismo rostro: el mío.

Entonces siento que me ahogo. Salgo corriendo. Entro en una sala donde hay un gran espejo. Veo mi cara desnuda y una especie de hebra que sobresale bajo el lóbulo de la oreja derecha. Estiro de ella, tratando de arrancarla; pero solo consigo hacerla más grande. Sigo tirando y mi cara se deshace en las hilachas.

Y debajo no hay nada.

Me visto; ya es la hora de ir al trabajo. Pero antes palpo mi cuello, mis pómulos. Todo está bien.

No hay por qué preocuparse.

128. CALLADAS HUELLAS

Observó con disimulo el rubor  esparcido como estrellas rojas  en la nieve de una cara aún adolescente.

Acabó de desnudarse y dejó caer su pelo libre de horquillas y ataduras.

Se sentó sobre la pequeña y limpia cama  y esperó a que él la mirara.

Notó su vergüenza, sus miedos y le dio pena. Lo llamó a su lado, y él se sentó temblando débilmente, con la mirada al borde de la lágrima.

Lo abrazó, lo tendió junto a ella y acariciándole el pelo le susurró una canción. Él aguantó el sollozo y ella aspiró el suyo.

No hubo más. Fuera esperaban los otros: para ellos él había cumplido. No le llamarían nunca más “nenaza”. Ella deseó que él rompiera la cadena de los tabúes, esos que ella aún no había roto y que le impedían, de igual a igual, amar a otra.

 

ANTONIA

 

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