Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

76. Anticipo (Toti Vollmer… with a little help from my friends)

A Cato, quien me abrió su corazón sin conocerme.

 

Desde siempre limpiaba con esmero y adornaba el sepulcro de sus ancestros. Cada día le preocupaba más quién lo sucedería: los jóvenes se iban del pueblo y los viejos se hacían cada vez más. Cuando se presentó la oportunidad, compró un lotecito humilde en la octava fila del panteón, con sombra, para que duraran más las flores. Años después empeñó su medalla de bautizo y mandó hacer el hueco. Remató con una lápida de granito que hizo grabar.

Este día de muertos tenía planes: tras terminar el ritual de sus difuntos llevaría ofrenda, velas, música, tamales y unos cuántos chupitos de aguardiente para estrenar por todo lo alto su propia tumba.

75. Como lágrimas en la lluvia

Al cabo, nada os debo. Me debéis vosotros cuanto he escrito. Que hicierais vuestras las vivencias que os regalé en mis libros no os da derecho a poner en duda mis propios recuerdos. El de aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo. O el de la mañana en que, al despertarme, me vi convertido en un monstruoso insecto. Y ahora os atrevéis a discutirlos. Incluso miráis con sospecha el torrente que desató en mi alma una simple magdalena mojada en soma-cola. 

Produzco tantas emociones como ganancias. En cada feria planetaria firmo millones de ejemplares. Soy un autor admirado por mi imaginación desbordante. Pero habéis desenterrado esa vieja palabra y me la arrojáis a la cara: plagio. Decís que mis recuerdos no son originales. Que en una antigua biblioteca que sobrevivió a la quema de lo analógico han encontrado las fuentes de donde brotaron. Como si yo no hubiera vivido lo que cuento. Como si no fueran reales las aventuras con mi escudero, dando lanzazos frente a gigantes. Y son tan reales como la realidad que creéis vivir. En vuestra inocencia, ignoráis que toda la vida es sueño y los sueños, algoritmos.

74. Biónica

Desde que mi mujer volvió de la operación comenzó a comportarse de forma extraña: repetía una y otra vez la misma frase, sin inmutarse ni levantar siquiera una ceja. Entonces reparé en nuevos detalles, como lo de encerrarse con pestillo en nuestro dormitorio, media hora, tres veces al día. O los extraños calambres que sentía al acariciarla mientras duraba la tormenta, las continuas interferencias de la conexión a internet y esa facilidad para las cuentas que antes lograba resolver con los dedos de las manos.    

     Ahora, revisando la factura de la luz, ya no tengo dudas. 

73. Mecánica popular

El nuevo Nexus P3Z22 parece perfecto. Bajo su piel sintética apenas se aprecian los circuitos. Posee tal fuerza, que es capaz de abrir un botellín con las cuencas de sus ojos o de aplastar, con el aire que genera el simple chasquido de sus dedos, una mosca contra el cristal. Es tan veloz que mientras decides qué calzado ponerte, él ya se ha abrochado los cordones. Tan inteligente que puede terminar un sudoku muy difícil, un damero maldito o una mesa de relojero en lo que tardas en abrir tu diario favorito. Puede leer a Kapuscinski en polaco, a Cartarescu en rumano o silbar La muerte tenía un precio con una mueca inapreciable de sus labios. En sus recuerdos impostados figura un abuelo de barba hirsuta y blanca en un trigal, una chica de ojos grandes con la que iba a la Universidad, un coche azul de segunda mano y algunos amigos con los que se emborrachaba los fines de semana. Sin embargo, cada noche, al cerrar los ojos ocupan su memoria el pitido de un tren de juguete o la voz metálica de una muñeca que dice «mamá», cuando alguien tira de la anilla que nace de su espalda.

72. ¿Qué queda de nuestros ancestros?

Se dirige hacia el aeropuerto. Ha sido una decisión difícil, se va para no volver. No viajará solo, pues le acompañarán los recuerdos de su familia. Siempre tendrá presentes las nanas que le cantaba su madre de niño, los aplausos del abuelo en sus partidos de la adolescencia, las cómplices miradas de la abuela cuando él le hablaba de sus novias, los consejos de su padre que tanto sabía escucharle… Su mitad más oscura pudo con él. En la maleta, dentro de unos frascos con formol, subirán al avión los labios de mamá, las manos del abu, los ojos de la yaya y las orejas de papá.

71. MONTBLANC

Escaló la montana con la mochila cargada de esperanza. Le habían dicho que por allí, en alguna de las grietas. Le preguntaría tantas cosas o quizá solo que si de recien nacido lo quiso. En la hondonada, entre pared y pared un cuerpo. Una capa de hielo desde el siglo pasado lo retenía. Anorak y botas, una pierna parecía rota. La cara sin arrugas, el semblante de un crío. El hijo decepcionado dio enseguida marcha atrás a desandar el camino. Se arrepintió de querer decirle nada a un padre tan joven que parecía un niño.

70. IMITACIÓN

Fuimos unos ignorantes al pensar que los avances cibernéticos eran muy pocos. En la oscuridad, científicos de toda clase trabajaban con el respaldo de cantidades inimaginables de dólares. En el colmo del oscurantismo, cada familia pagó para mejorarlos y, aunque parezca increíble, algunos fueron tratados como parientes.

Llegaron a parecerse tanto a nosotros, que presionaron para lograr la promulgación de leyes que los protegieran. La verdad es que tratamos mal a los que intervinieron en esos movimientos. Con desprecio, los llamábamos “Mecanismos” y, con el tiempo, se insubordinaron y buscaron la manera de acabar con los humanos, inventores de su propia destrucción.

Formados con disciplina y con la capacidad de evitar cualquier distracción, nos dieron pocas oportunidades para vencerlos. Desarrollaron armas y técnicas de combate jamás vistas. Batallar contra ellos se convirtió en el período más terrorífico y sangriento de la historia. Pocos conservaron la vida, escaparon y se refugiaron en las sombras.

Ahora habito en una sociedad dominada por robots, doy cada paso con temor. Los papeles se han invertido, sobreviviré mientras les haga creer que soy uno de ellos.

69. En la misma piedra

Hemos viajado cien mil milenios hasta llegar a ese inhóspito lugar. El tercer planeta de un recóndito sistema solar en el brazo exterior de la galaxia. Ni rastro de los cielos azules, los interminables bosques o las aguas cristalinas impresas en nuestras memorias. Todo está tiznado de un antiguo marrón ceniza, inmerso en un interminable diluvio. Incluso las tormentas son oscuras y el aire enrarecido hace retumbar el sonido seco de los truenos en nuestros sensores, como si quebraran mil tornillos oxidados al unísono. Cuesta avanzar con las baterías agotadas y nos crujen las juntas de tanto reciclar el mismo aceite, aunque ya nada nos detiene; tan solo la cordillera de los estratovolcanes nos separa del salar. Es ahora o nunca. No podemos fallarles. Pero tememos por la suerte del pequeño Quantum. No sabemos si su armadura resistirá el calor o si los vapores ácidos terminarán de consumirle. Esperemos que no. Le hace mucha ilusión cumplir nuestra promesa. Somos los últimos y se lo debemos todo a ellos. Cuando por fin lleguemos al lago abriremos la Urna del Primer Día y liberaremos el coctel de aminoácidos. Nunca sabremos si tendremos éxito o fracasaremos, como hicieron nuestros añorados y destructivos creadores.

68. El hombre perfecto

Se puso de moda hacerse con un hombre perfecto. Como se servían debidamente tuneados según las preferencias de cada clienta, la buena de Matilde encargó el suyo. Fue muy exhaustiva a la hora de enumerar todas las virtudes que debía reunir su androide. Además tuvo el capricho y así lo hizo constar en el apartado “peticiones especiales”, de que llevase su nombre, el de ella, tatuado en el hombro izquierdo con una rosa encarnada sustituyendo al punto de la i.

Al principio se sintió la mujer más feliz del mundo con su nueva adquisición y disfrutó entusiasmada de una luna de miel repleta de pasión y atenciones junto a su chulazo a medida, pero programado para complacerla en todo sin disentir en nada, pasado no mucho tiempo le resultó tan previsible como empalagoso y optó por desconectarlo y arrumbarlo en el trastero. Fue entonces cuando sintió la necesidad de volver a los garitos de la noche en busca de algún hombre imperfecto de esos de los que tanto había renegado, sin saber que, debido a la gran demanda producida en las últimas semanas, ya no quedaba ninguno disponible.

67. EL CEMENTERIO DE LOS TORNILLOS PERDIDOS (La Marca Amarilla)

Abro la puerta del mausoleo, un trastero que alquilé hace ya unos años, y busco un sitio para depositar los restos de Manolito, así se llamaba mi último robot aspirador. Lo reparé un par de veces pero ayer dejó de funcionar definitivamente. Mi gata Simba ya no podrá jugar más con él.

Aprovecho ahora para quitarles el polvo y recordar a los electrodomésticos que aquí yacen.

Me acuerdo con muchísimo cariño de todos, pero sin duda Paquito, mi primer transistor, es quién más me emociona, siempre se me escapa una lagrimita cuando lo vuelvo a ver. También están mis televisores con culo, mis planchas todas ordenadas, mis reproductores de VHS, el doble pletina que me permitía grabar cassettes ¡Todas mis consolas de videojuegos, cuántos buenos momentos hemos pasado juntos!… En aquella estantería veo a Johnny, mi primer walkman, Pepe, mi primer teléfono móvil ¡Era una pasada! Marga, la última nevera, está impecable, pero ya no se fabrican los electrodomésticos como antes; por ejemplo Ofelia, la lavadora, duró 30 años sin casi ningún achaque.

Su esperanza de vida ha bajado mucho y me estoy quedando sin sitio para que repose mi familia electrodoméstica. Debo ir pensando en alquilar otro trastero.

66. El precio del Paraíso

Del filo de nuestras espadas resbalan ríos de sangre y la intolerancia de los enemigos hasta empapar la tierra. Oigo los gritos de júbilo con los que mis compañeros celebran la victoria. Dios nos protege. Dios está con nosotros. Somos invencibles. La lluvia, que ahora empieza a caer con fuerza, lava los cadáveres junto con sus pecados y parece justificar así la razón de nuestro triunfo.

Es entonces cuando abro los ojos. El vaho que exhalo al respirar se confunde con la niebla, espesa como un banco de cenizas, que nos rodea y me devuelve a la realidad en medio del caos. Ni siquiera la luz del sol consigue atravesarla y creo que ya nunca lo va a hacer. Es entonces, con los ojos bien abiertos, cuando pienso que nadie debería pagar ese precio por la promesa de entrar en un Paraíso, y que ahora la sangre derramada por cada adversario abonará lentamente, quizá durante siglos, el odio sembrado en sus campos. Ese odio que acabará cosechado por sus descendientes y nuestros propios pecados, cuando ya nada importe, cuando todos nos pudramos en nuestras tumbas.

 

65. El mismo

Tantas horas de doloroso parto borradas de golpe al tener al bebé al fin entre sus brazos. Siente que todo ha merecido la pena, incluso romper con el padre por no estar de acuerdo en traerlo al mundo, como cuando la convenció la otra vez. Después de aquello, fue casi feliz a su lado, pero nunca dejó de soñar con aquel que podría haber tenido los ojos verdes de su abuelo, la nariz respingona de su tía Manuela o, tal vez, los dedos largos y delgados como los de su madre. 

Ahora, a solas en la habitación del hospital, lo observa embelesada dormir sobre su pecho y no piensa en nada más. Acerca el rostro a su cabecita e inspira hasta embriagarse. Podría pasar el resto de su vida en ese momento.

De pronto, al fin abre los ojos. ¡Sí! Son iguales que los del abuelo. Aunque el bebé la mira de una manera extraña que la incomoda, reconociéndola durante eternos segundos, hasta que rompe a llorar lo de toda una vida perdida de una sola vez.

 

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