Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

62. Esta noche (Manuela Mira)

Esta noche, mientras busca sus gafas de miope, no deja de pensar en cómo le horroriza lo que les está pasando. Caminan  hacia el desastre y ninguno de los dos quiere hacer nada para evitarlo. Ella desearía intentarlo de nuevo, pero no tiene el ánimo necesario, y él, sencillamente, no quiere, porque ahora resulta que no tiene voluntad y eso complica las cosas. Qué fatiga.

Recuerda cuando no pasaba nada, solo ensoñaciones y ganas de comer chocolate de madrugada. Recuerda que le gustaba el roce de su pelo y ese turbador aroma de ángel que exhalaba. Era tan cálido y delgado; era perfecto hasta en su frágil levedad. Cuando hacía yoga podía sentarse con las piernas muy abiertas, o en la postura del loto, sin perder su exquisita elegancia.

Pero ahora todo se acabó, rumbo al olvido de lo que nos llega por sorpresa, como la dosis diaria de azúcar que se necesita para quitarse la amarga tristeza de la vida.

Ahora contiene el pánico porque esta noche escucha como él ronca suavemente en su cuarto y ella busca, con su mirada de miope, una señal en las estrellas que le ordene el sacrificio, mientras busca el cuchillo adecuado.

61. Sacrificios

Las dos trabajamos duro para cumplir nuestro sueño y, cuando por fin me asignaron como tripulante de una misión orbital, llegó el mazazo de tu diagnóstico. No paraste hasta que retiré mi renuncia al proyecto. Y aquí estoy meses después, girando a tu alrededor aunque a cientos de kilómetros por encima. Debido a los tratamientos que recibes, no puedes ser tú la doctora que procesa los datos de mis experimentos en el espacio. Eso le resta interés, pero te los cuento en la videollamada diaria. Desde la semana pasada te veo muy desmejorada, y hace tres días que no te conectas. Antes he preguntado por tu estado de salud y mi interlocutora ha intentado ocultar una lágrima que se le escapaba. Creo que me voy a volver loca, sola en esta nave, pensando en que no estarás al regresar. Queríamos formar una familia, yo me iba a quedar embarazada a la vuelta, y ahora… Hoy un equipo del laboratorio sonaba como una de tus tantas resonancias magnéticas de seguimiento. No he podido digerirlo. Esta cápsula espacial será mi ataúd. Orbitará sobre una tierra que ya no es nuestra, pues nos reuniremos más allá de las estrellas.

59. Humilde solicitud

Junto al silencio pregonero del comedor, miro con espanto por la ventana entreabierta ¡Ojalá acabe pronto!, murmuro corrida de escalofríos.  Me ahoga el cielo bajo. Estoy sola, tiemblo y cierro los ojos. Dónde está la luna vestida de blanco. Quiero llorar igual que una niña. La casa llena de suspiros hondos, tan sonoros, desbarata. Pongo las manos sobre mis orejas. Me enfado y gruño a una voluble estrella que alumbra inesperadamente. Se escapa de mi vista, y enseguida aparece sobre el tejado de enfrente.

Un rayo despistado podría estrellarse en mi pequeña estrella, pero vuelve a brillar. De cuando en cuando me mordisqueo la uña del dedo índice. Canturreo encaramada a una silla.  Da espanto la visión verde y blanca de los relámpagos. Huele a pino quemado.

Tomo agua en la cocina, oigo el reloj de cuco y vuelvo a abrir mucho los ojos. La noche es lluvia y carga de piedra, deslumbra su fuerza eléctrica. Mi estrella alumbra fachadas, calles   y picaportes. Y si me muero como los que no tienen quien los quiera. Si supiera subiría a su luz de oro agarrada a las ramas, como cuando cogía piñones. El agua lo tapa todo, menos a mi estrella.

58. MATA-HARI

«Este es el camino a las estrellas y para las estrellas» pensó mientras caminaba con paso ligero por la pequeña y escondida callejuela. La escoltaban  hileras de farolas desconchadas que apenas emitían un leve halo de luz. Sentía que no había flecha que le pudiera hacer daño ni arquero que lo intentase. Su estrecho traje de polipiel negro, brillante, elástico, apretado hasta el extremo… dejaba intuir el surco de la cicatriz del apéndice extraído. Se hallaba a un sólo paso de triunfar. Así, enfundada en su segunda piel y con los tacones rojos palpitando en el suelo de la discoteca se sintió, por única vez, justiciera inmortal y letal al mismo tiempo. Sabía que la pelea iba a ser  dura y descarnada cuando le tocase ir al W.C.

57. ¿Quién mató a Liberty Valance?

En la lista de candidatos, hubo quienes jalearon al matón y quienes se encogían de hombros, ya fuese por miedo o por indiferencia; también aquellos que continuaban con su partida de póker o quienes abandonaron en silencio el saloon. Algunos, los que buscan siempre el fondo del asunto, apostaron, como principal responsable, por el iluso abogado contrario a toda violencia. Lo cierto, si nos ceñimos a la historia, es que solo un hombre apretó el gatillo de un Winchester para salvar la vida del anterior, con la ayuda de un compañero que le lanzó el rifle en la oscuridad y guardó el secreto para siempre.

Pero, ¿no queda nadie que haya pensado en nosotras, en las sombras de una noche cerrada, con todas nuestras estrellas ocultas, de puro terror, tras el inmenso telón de una nube cómplice ?

56. El deseo

Pepa no teme que la muerte la coja con algún retal de su existencia a medio hacer. Mientras llega, se entretiene hurgando entre sus recuerdos. Lo mismo se alegra cuando se le viene a la cabeza el sabor del arroz con leche de su madre que se entristece al sentir el vacío que le dejó. También se acuerda de su hermana. Se asomaba al patio para lanzarle un deseo a las estrellas fugaces: casarse con Damián. Pepa no creía en esas cosas y, aunque hubo boda contra todo pronóstico, atribuyó el mérito del enlace a la Divina Providencia. Ella prefería pedirle a san Cristóbal. Lo perdonó una vez, al quedarse viuda, pero terminó para siempre con el santo el día en que perdió a su hijo; se le apagaron las ganas de vivir y se encerró en su casa a esperar que pasase el tiempo. En sus noches de insomnio, sale al patio y su mirada se queda colgada en el firmamento. Hoy ha visto una estrella fugaz, ha susurrado un deseo y ha cerrado los ojos. Al abrirlos, se ha sentado en su taburete de un salto a comerse el arroz con leche que le ha preparado su madre.

55. Salto generacional (Blanca Oteiza)

Tras el beso de buenas noches, la luz se apaga y se cierra la puerta. Es el momento favorito del día, precisamente cuando las estrellas ya lucen en el cielo. De debajo de la cama saca su lata. No se  cansa de observar una y otra vez el rostro sonriente de esa madre que la mira. Lee a duras penas los recortes de prensa que guarda de ella. El que más triste le pone es el que habla del accidente, aquél que le robó la fama.  A veces sueña con llegar a ser una estrella como su madre, pero le da miedo por si le pasa como a ella y deja huérfanos a sus hijos, porque ellos ya no tendrán abuela.

54. Tú. El Moli (Fuera de concurso)

No olvido tu mirada, tampoco supe que decirte, fueron años donde aprendí a conocerte y amarte, él nunca te quiso, el maltrato era constante y nada podías hacer, mi abrazo te consolaba.
Fueron tiempos difíciles en la propiedad, cada quién se ocupaba solo de su vida, fuimos compañeros de vida y momentos que me parecieron mágicos, sé que no lo podías entender pero lo sentías. Él siempre quiso deshacerse de ti, pero pude retenerte a un alto costo y muchas discusiones.
Hoy preguntó por ti al notar tu ausencia, trató de indagar donde estabas, su hijo quería conocerte, los niños no saben discriminar aun sabiendo que tu salud flaqueaba. Tuve que decirle que habías partido, que su abandono y desidia minaron tu deseo de vivir, hoy ya eras una estrella que titilaba en ese cielo que solíamos contemplar cuando quedábamos solos en la fábrica.
Su hijo le reprochó con la mirada que no lo hayas traído antes cuando te lo pidió porque él quería conocer ese perro del que siempre hablabas. Al niño le conté que estabas en una de esas estrellitas que titilaban, me lo agradeció luego de secarle dos lágrimas que deslizaban furtivas por el rostro…

53. TURNO DE NOCHE

Terminaba su labor apenas asomaban las primeras luces. Al irse dejaba tras de sí el cielo pálido y limpio, y un rastro neblinoso de soledad. Mientras, a ella le amanecía justo al salir para otro día más de trabajo. Se cruzaban en la escalera e intercambiaban tareas por hacer, listas soñolientas de la compra y algún beso manchado de rutina. Luego él entraba en el piso, bajaba las persianas y se apresuraba a dormir en la cama deshecha, antes de que se esfumara la tibieza que su cuerpo dejaba como un recado. Solo a veces, antes de cerrar los ojos, se atrevía a asomarse al saco con el que siempre cargaba. En su fondo brillaban las estrellas que había ido recogiendo toda la noche. Las mismas que le prometió aquella tarde lejana. Las que ahora no tenían tiempo de contemplar juntos.

52. LA COLA DEL COMETA (Juan Manuel Pérez Torres)

Estela miraba las estrellas con admiración y nostalgia recordando aquellas historias que le contaba su abuelo. Siempre decía que las estrellas eran las almas de personas que habían vivido una vida extraordinaria. Estela soñaba con ser una de ellas algún día. Aunque su vida era muy corriente y sencilla. Vivía en un pueblo pequeño y aburrido, donde nunca pasaba nada y era de familia pobre y trabajadora. Por las tardes ayudaba en la panadería preparando la leña del horno. En el colegio donde estudiaba no tenía amigos y Estela se sentía diferente, como si no perteneciera a ese lugar.

Un día, recibió una carta que cambiaría su destino. Era una invitación para participar en un concurso de astronomía a nivel nacional, que se celebraría en la capital. El premio era una beca para estudiar en la mejor universidad del país, donde había un observatorio astronómico de renombre mundial. Era la oportunidad que había estado esperando toda su vida.

Pero nunca llegó a ir. La noche antes de partir, un incendio arrasó su casa y su familia. Estela murió entre las llamas, mirando las estrellas.

Y así se convirtió en una de ellas.

 

51. Anatolia (Josep Maria Arnau)

El montoncito de arena que se está formando a mis pies es una amenaza creciente. No puedo moverme y, con cada réplica, he visto cómo caía ese polvillo desde una viga que había atravesado el techo. No sé lo que aguantará. También he oído voces lejanas y he gritado hasta la afonía. Ahora es de noche, estoy exhausto y cierro los ojos. No sé si duermo, no sé si sueño. Hasta que veo una luz, como dicen que ocurre cuando llega la muerte. Abro los ojos y la luz sigue allí, pegada a un casco que se acerca…

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