Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

17. «TREE-HUGGERS»

                                                                                                                                                                                                                                                                                            A Gloria M.

 

En las tardes más calurosas del verano, paseamos por el bosquecito de los alrededores. Caminamos sin parar hasta encontrarnos con aquel anciano alcornoque; cada vez, su cuerpo está más retorcido; lo abrazamos emocionadas,  pensando que aliviamos su tortura y él nos ofrece todo el frescor de sus lustrosas hojas. 

 Pronto, nos sentimos fuertemente conectadas a nuestro pequeño mundo natural, continuamos por la vereda sin fijarnos por dónde nos llevan nuestros pies sueltos y  libres. Respiramos, conversamos, contemplamos…

Fácilmente acabamos perdidas; entonces, la única solución es volver al inmortal chaparro (yo juraría que se alegraba de volver a vernos), pedimos permiso y subimos a lo alto de su poderoso  tronco para mirar desde arriba y descubrir que,  aunque todos los caminos nos parecían iguales, sólo uno, nos llevaría a nuestro inicio. Justo allí, queríamos acabar.

16. Atajo (Susana Revuelta)

Lo que dura un eructo de los largos ha tardado John en decidir que no va a salir al rellano de la tercera planta del hotel a esperar al ascensor ni atravesar a hurtadillas el hall para llegar a la piscina y darse un chapuzón. Para qué va a arriesgarse a que le paren a estas horas en recepción, con lo que le apetece bañarse, se pregunta el joven mientras mira hipnotizado desde el balcón el reflejo del agua iluminada.

Lanza entonces con pésima puntería una lata de cerveza que acaba de arrugar entre sus dedos a la papelera del salón, donde se acumulan unas cuantas más, que vaya calor que hace y eso que son las tres de la mañana y no consigue quitarse con nada esta sed, sino al revés: la sangría de la cena, los combinados de naranja y vodka de después y las cervezas de antes de acostarse cada vez le dan más ganas de beber. Y en vez de refrescarse en la ducha, beber agua fría y dormirse en el sofá frente al ventilador de aspas, como su compañero de habitación, suelta otro eructo, masculla un fuck off y se apoya tambaleante en la barandilla.

15. Alicia

Y de esta manera, observando y tratando de imitar los juegos del conejo blanco, caí por el agujero. Descubrí un mundo nuevo atiborrado de color, ruido y afeites, en el que me ofrecieron botellas y pasteles para espantar el miedo. Mi cuerpo crecía y menguaba a gusto del consumidor. La reina de corazones amenazaba mi cabeza cada vez que intentaba dejarlo.

Y entonces yo comía otra vez. Y crecía.

Me exprimían y torturaban. Y menguaba.

Creé un mar de lágrimas para escapar nadando. Me empapé y di vueltas en círculo para secarme. Una y otra vez; y otra; y otra más ante la atenta mirada del gato.

No sé muy bien cómo conseguí trepar por el agujero de la madriguera en un tortuoso viaje de vuelta. ¡Qué infierno de ascensión oscura! Arrastrándome, despellejándome manos y rodillas, aullando, sola…

Y volví al punto de partida, a la casilla de salida.

En su merienda de locos los ancianos de la plaza murmuraban a mi paso: esa es Alicia, la niña más bonita del pueblo.

Pero yo ya no creo en golosinas ni en reinas.

Ya no confío en los naipes.

Fue un espantoso viaje.

Fue un camino de mierda.

 

14. El comienzo de un cambio dietético (Rosy Val)

Aquel verano del 75 significó para Rosalía, una niña de doce años y de calles enlosadas, un cambio importante en su vida. Despertarse con el sol en la cara; trepar por las higueras; recoger huevos; jugar con Copito; ver a sus abuelos trajinar con las cabras, gallinas, cerdos… llegaba a su fin. Lo entendió al ver el Chrysler 180 aparcado bajo el gran olivo. Su padre le pareció menos alto y su madre, con su Chanel Nº 5 rivalizando con el olor a tierra, brevas maduras y caca de vaca, algo más delgada. 

Partirían después de comer y quiso despedirse de Copito. Lo encontró en el establo. Sus orejas pendían de las manos de su abuelo. Sus patitas bailaban el aire y bruscamente su cuerpo se paralizó. Después, unas palabras sonrientes que no acertó a digerir…

«¡Hoy comida especial, que han venido los papás!».

Apareció sobre la mesa envuelto en granos de arroz. El dolor, prisionero en un porqué infinito, clausuró su estómago. Con el martilleo de los tenedores contra los platos aumentaron sus náuseas. Cuando la rabia se transformó en congoja y sus ojos consiguieron escupir sus lágrimas, tomó una decisión. 

 

Para Ernesto Ortega

13. En el amor todo vale

Desde entonces, desde aquella madrugada fatídica del accidente, lo he intentado todo buscando la forma de estar contigo aunque solo fuera por unos instantes: Un beso, tu mano entre mis cabellos. Tu aliento cerca de mí… Al principio pensé que quizás podríamos encontrarnos en el sueño, pero es difícil que tu mundo y el mío lleguen a coincidir. Miro tus fotos, escucho tus últimos audios, y lloro, porque nada de eso me consuela. Hasta he probado con el Ouija y ni así logré sentirte a mi lado. Así que, al final no tuve más alternativa. Y aunque sé que no es lo correcto, he movido hilos, he tirado de contactos y ahora… aquí estás: La misma carretera, la lluvia. y tú, que siempre entras las curvas demasiado deprisa. Pero tranquila, cariño. Te prometo que no sufrirás.

12 ¡Qué a gusto me he quedado!

 

Cuando nací, Pepito Grillo ya se había instalado en mi cerebro y desde el principio guio mis pasos hacia el camino correcto: obediente, responsable, sin salirme ni un ápice de las normas establecidas, un ejemplo de alumna, de hija, de amiga, de compañera de trabajo…

Estoy a punto de jubilarme y si hago una retrospectiva, la verdad es que ni tan mal, si la felicidad son instantes, sinceramente creo que yo he tenido una muy buena cantidad de ellos.

Hoy me han invitado a una boda, podría haber dado una excusa, pero…. esta vez voy a salirme de la senda para coger un atajo, no me apetece y punto.

Creo que fue Aristóteles quien dijo que fatiga menos caminar sobre terreno accidentado que sobre terreno llano, es el momento de probar suerte y olvidar los “compromisos”.

En la modernísima invitación digital había un formulario con toda clase de preguntas y la primera era la confirmación de asistencia, puse que no y me ahorré el resto del cuestionario y de paso los gastos de semejante bodorrio.

Escoger el sí o el no sin vericuetos, sin explicaciones ni excusas…acabo de encontrar mi ruta perfecta, será divertido sortear los baches.

11. GRIS, CASI NEGRO

Desde hace unas noches, y de manera recurrente, sueño que paseo con mi madre por una
vereda arbolada que motea el camino con los rayos del último sol de la tarde.
Ella me va contando que la recuerda de color ceniza, con los árboles quemados, cuerpos
muertos por todas partes y el cielo cruzado por ruidosos aviones.
No sabe muy bien si la vió de verdad porque, a veces, le cuesta recordar su nombre y el
mío, pero siempre me acaba diciendo que si esa vereda volviera a ser gris, debemos
iluminarla de nuevo llenándola de árboles y flores, y que no permitamos que el horror y la
negrura la destruyan para siempre.
Anoche, mi sueño terminó en pesadilla. El paseo era ahora como de ceniza, y yo no
sujetaba la mano de mi madre. Ella ya no estaba. Sólo su ruego retumbaba, una y otra vez,
dentro de mi cabeza: «Hija, si esta vereda volviera a ser gris, hacedla revivir. Si amáis la
belleza y la luz, huid del horror y la negrura…Huid del horror y la…Huid del horror…»

10. RECURSOS DE ESCRITOR (Paloma Casado)

Hasta el día que marchó de viaje para no volver, el autor de novelas de aventuras nunca había abandonado su ciudad. Dotado de una poderosa imaginación inventaba expediciones a islas ocultas, selvas intratables e incluso galaxias ignotas. Para dar mayor verisimilitud a las historias, trazaba cartografías ficticias en las que no faltaba detalle. Afianzaba así la llamada “suspensión de la incredulidad” en sus lectores.

Tiempo después se encontró un papel deteriorado en su escritorio. Alguien con letra temblorosa había escrito:

Estimado señor:

Como el tiempo apremia evitaré narrarle los pormenores de mi viaje, espero poder hacerlo algún día en persona. Solo le diré que conseguí dar con la ruta marcada en su tercera novela hasta llegar a la “isla perdida”. Debido a mi afición por la botánica, me interesaba estudiar las plantas desconocidas que Vd. describía. Pronto descubrí con horror que sus siniestros moradores no eran solo un recurso para dotar de intriga el argumento. Como sabe, esos homínidos involucionados practican sin restricciones la antropofagia. Enviaré este mensaje en una botella a su nombre en cuanto pueda salir de mi escondite. Le ruego atienda mi petición de socorro. Nadie mejor que Vd. sabrá encontrarme.

09 Pista libre

Yo era feliz en campo abierto, en el prao con mis compañeras. Subiendo y bajando por las brañas, siguiendo veredas y majadas a placer, comiendo el pasto que nos apetecía. Tumbadas al sol, de vez en cuando, espantábamos moscas con el rabo, relamiéndonos de gusto con la hierba fresca…

Ahora es otra cosa. No todo el monte es orégano, como proclaman esos que caminan con dos patas y nos dan gritos, como si estuviéramos sordas, para que entremos en la manga ganadera. Todas ahí apretujadas, pisándonos el morro y oliendo el culo de la que te toque de través. Y el pinchazo mortal en las posaderas no te lo quita nadie. Por nuestro bien siempre, explican. Que luego te sube una mala leche… que ni tu propio ternero se te acerca.

Lo peor es el invento ese del paso canadiense. Cuando te topas con la maldita barrera tu cerebro se paraliza y tus patas se quedan ahí, tiesas, como raíces pegadas a la tierra. No hay manera. Ni hacia adelante ni hacia atrás.

Y desearías que se cumpliera eso tan imposible que cuentan los que te gritan y te pinchan: Ver a una vaca volando.

08 Nuestra causa amarilla

Nuestro uniforme es amarillo; el de ellos, sin embargo, es de un amarillo distinto. De ahí el conflicto. Y el uniforme del hombre que apareció entre nuestra línea y la enemiga, era de otro tono de amarillo. En cuanto lo divisamos, se generó el caos. Buscamos respuesta en los posos del café (que determinaron que se avecinaba una borrasca) y cuando consultamos qué hacer con el centro de mando, nos conminaron a mantener la moral alta. También auguraron un rápido final para la guerra.

A veces, por pura diversión, el otro bando disparaba al desconocido y entonces él huía hacia nosotros. Luego nosotros hacíamos lo mismo. Aquello no resolvía el misterio y el hombre de amarillo —su amarillo— mostraba síntomas de fatiga. Nuestro traductor (que en realidad es un muchacho con buen oído) aseguraba que el hombre decía venir en son de paz. Quería «dialogar». Para estos casos una bandera blanca nunca está de más. La que el hombre agitaba sin cesar podría haber sido blanca de no estar manchada de tierra. Finalmente conseguimos desenmascararlo cuando su uniforme se tiñó de rojo, aunque nos quedó la duda de si lo habría enviado un tercer bando para hacernos malgastar munición.

7. Camino sin retorno (Marisa Martínez Arce)

 

Ya veo que en diez años no ha cambiado nada en esta casa. Vuelvo y te encuentro sentado en el mismo sillón y que me sigues mirando con la misma cara de desprecio. Soy yo, sí. Te he defraudado, lo sé, pero sabes qué te digo: prefiero ser como soy, a convertirme en alguien como tú. Nunca nos quisiste, ni a mí ni a mamá, la culpabas de que fuera así. «Rarito». Eso es lo que pensabas, que era un «rarito» y un enfermo. Demasiados mimos, le decías, culpándola de lo que para ti era un fracaso.

Tanto sufrimiento la mató. Ella me quería como soy y no pudo superar mi más que forzada marcha. Aunque seguíamos en contacto, no era lo mismo; cuando hablábamos lloraba mi ausencia y me informaba de tus continuos reproches. Ella, por desgracia, ya no está. Su corazón no aguantó más. Yo he encontrado mi camino, soy quien siempre quise ser. ¡Ah!  una cosa, a partir de ahora llámame Carmen.

 

06. Escarceos de artista (Javier Igarreta)

El nuevo inquilino, un presuntuoso artista en ciernes, sintió un repelús cuando al abrir el armario ropero se encontró ante una chirriante vulgaridad. ¿Qué diablos pintaba una percha de plástico entre la sensual calidez de las de madera? Incapaz de tolerar semejante atentado contra la estética, arrojó aquella birria a la basura. Pero al verla en el contenedor, descontextualizada y privada de su función, vislumbró en su aparente abandono ocultas sugerencias. Sin dudarlo la rescató. Al fin y al cabo los senderos del arte son harto caprichosos y conviene estar a la que salta. Enfrentado al “objet trouvé”, lo transformó mediante instintivos plegamientos y torsiones. Extrañada en su reciente otredad, la escultura resultante no acababa de decir nada.

Al caer la noche, salió de ronda el factor aleatorio. La oscuridad descubrió los puntos débiles de la forzada composición. La temperatura bajó progresivamente, incidiendo con frialdad en su precario equilibrio interno. Bastó una pequeña vibración para que la obra, surgida de una ocasional veleidad creativa, saltara por los aires. Rota su precaria coherencia, tendió a recuperar su forma primigenia. Aunque magullado, el resabiado utensilio volvió a su ser. Momentáneamente derrotado, el artista siguió colgado de la percha.

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