Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

54. Precipitaciones (Juana Mª Igarreta)

Y, por fin, regresa la lluvia. En la calle florecen paraguas multicolores. A las ventanas, hasta ahora cerradas bajo el sol como ojos aquejados de ceguera, se asoman chicos y mayores. Con los brazos abiertos y las manos extendidas le dan la bienvenida entre suspiros de alivio y regocijo.

Angélica vuelve presurosa de la peluquería, cubriéndose la cabeza con la bolsa multiusos que siempre lleva cuidadosamente doblada en el bolso. Entra rauda en casa y libera sus manos de enseres varios; abre enérgicamente la ventana de la cocina y, sin medir sus fuerzas, se alza en el banquito con el que se ayuda para llegar a la última de las cuerdas, abalanzándose irremisiblemente sobre el tendedero.

Tomás, desde que fue señalado en la última junta vecinal, ya no fuma puros en el ascensor. Ahora espera y los enciende nada más salir del portal. El último humea tembloroso sobre su labio inferior cuando Angélica, la vecina del primero, aparece como caída del cielo y se lo arrebata de golpe.

53. Sefarad

Sacó de la maleta una llave herrumbrosa, la que debía dar entrada al caserón. Caminó durante horas por las callejuelas que se retorcían del dolor de antaño. Llegó tras perderse una y otra vez, al lugar que le dijera la abuela; de donde salieron espantados los que con tanto pesar tuvieron que huir en otro tiempo. Introdujo el hierro en la cerradura con mano temblorosa y la emoción contenida de siglos que traía en el zurrón se desparramó por el empedrado. Pero la llave bailó en el vacío sin sujetarse, ni encontrar apoyo. No abrió, tampoco cerraba. Salió entre tanto del edificio un hombre de mirada vetusta y recelosa. Masculló desganado que dejara la búsqueda, que allí siempre había vivido cristiano viejo. Los visillos de enfrente cuchicheaban. Las puertas a cal y canto más que nunca. Erró por la judería desierta. Cansada desanduvo sus pasos. Se dirigió al hotel, más tarde al aeropuerto. Dudó solo unos instantes antes de precipitar el óxido antiguo a una papelera boquiabierta, llena de desechos. En el mostrador pidió un billete de ida, sin vuelta. A las tierras del destierro, su casa.

52. PIEL DE GALLINA

La rolliza propietaria del asador de pollos no comprendía a los clientes que, resoplando y muy desmejorados, acudían a su comercio a recoger la sabrosa mercancía y se compadecían de la cocinera que manejaba aquellos espetones con el mismo salero con el que canturreaba una copla popular, como si junto al fuego no notara la infernal temperatura. Eso sí, de vez en cuando hacía una pausa, salía del local y se aventaba la ropa a pleno sol del mediodía ante el asombro de los turistas que huían del tórrido clima anunciado por las autoridades. Tal vez la escena formaba parte del reclamo publicitario, pero ella nunca se ponía a la sombra porque, decía, el contraste de calor y frío podía ser muy malo para los poros de su piel, de modo que pasaba de los 60ºC del interior a quince menos en medio de la plaza, donde la gente, entre incrédula y fascinada, siempre acababa aplaudiendo y comentando la tersura del cutis de la pollera.

51. Renacimiento

Le ruego que tenga paciencia conmigo. Si algo tengo claro esta vez es que deseo elegir mejor. Para empezar, de preposiciones, conjunciones, artículos y demás morralla ponga lo imprescindible. Y tampoco se pase con los adjetivos y los adverbios, que luego ni me acuerdo de ellos. Quiero más que nada verbos, para hacer todo lo que en anteriores ocasiones no pude. Pero vaya echando despacio, de modo que yo pueda verlos. Mire, esos tan feos, por ejemplo, quítelos. O aquellos otros, tan inútiles. Evite sinónimos, hombre. Qué bonito este, ¿verdad? Y ese de ahí, tan provechoso además… Ahora sólo falta completar con los sustantivos que quepan, que las cosas pierden concreción sin palabras que las designen y, una vez reducidas a eso o aquello, acaban confundiéndose en la amalgama de… Discúlpeme, sí, sustantivos comunes, aunque no todos. Verá, quiero este nombre propio, ¿sabe?, y si no lo tuviera aquí, haga el favor de pedirlo. Porque nada de esto tendrá sentido si no es con ella.

50. Fuego

Hemos dejado atrás el coche y caminamos por la carretera pegajosa. Yo intento no pensar, porque temo que el menor pensamiento haga que el cerebro se me funda definitivamente. Él no se calla:

 

—Hace mucho calor.

—¿Queda mucho para la gasolinera?

—Este calor es insoportable.

 

No pasa nadie. Quizás porque ya no quede nadie. Rezo, por este orden, por:

   1.Que se calle.

   2. Que aparezca la gasolinera.

   3. Encontrarnos con alguien, lo que demostraría que el mundo no se ha derretido.

   4. Que se calle de una vez.

   5. Que la puta gasolinera no se haya incendiado espontáneamente.

 

—Qué calor, no puedo más.

 

Hay una tierra de labor abandonada. Alguien, antes de todo esto, dejó una pala entre los surcos. Lo miro. Se me ocurre de pronto que tal vez en lo más profundo de la tierra quedará algo de frescura, el abrazo de un resto de humedad donde las lombrices se refugien de este calor. Me mira. Comprende.

 

Dos horas después, reemprendo el camino, con la única compañía del bidón de gasolina,  vacío, sí, pero silencioso. Ojalá la tierra le haya aliviado por fin del calor. En todo caso, ya nadie oirá sus quejas.

49. El túnel

…y escapar así al destino.

Andreas Taxidiótis, Viaje a Poniente

 

Todo comenzó cuando las ciudades de Florencia y Samarcanda decidieron hermanarse, y la Asociación Histórica de esta última, buscando revivir su mítico y legendario pasado propuso, además, unirlas mediante un fabuloso pasadizo subterráneo.

Se necesitaron remover incontables toneladas de tierra para terminar una obra de ingeniería tan colosal como extraordinaria, aunque mayor fue su sorpresa al emerger por la Piazza della Signoria. La que apareció ante los excavadores era una Florencia incomparable en su esplendor renacentista, quizá la más hermosa de todas las ciudades, incluso imaginadas. Enseguida comprendieron que el esfuerzo de traspasar ambos continentes en sentido contrario a la rotación de la Tierra los había llevado a horadar un túnel en la geografía del espacio. Y ninguno de los que encontró tanta belleza quiso volver atrás.

Fue este hallazgo inesperado lo que les hizo descubrir entonces cómo excavar otro túnel, pero esta vez en la geografía del tiempo, para así poder regresar al primer amor, a los días perdidos de la infancia, a la esperanza de renacer con otra vida, a la posibilidad de no haber existido. Y ninguno de los que lo han atravesado ha querido volver atrás.

48. «SimplificArte» (A. Barceló)

Se dio cuenta de que no podría seguir adelante sin apretar algunas tuercas. Tras rebuscar entre sus herramientas, advirtió que carecía únicamente de la que le hacía falta. Siempre la misma historia, nunca se encuentra lo que se necesita en el momento que se precisa. Podría intentarlo con lo que tenía a mano, pero sabía que no lograría el ajuste perfecto y lo contrario sería arriesgarse a sufrir un fallo crítico.

La Ley de Murphy no es la única que opera en el universo. Cuando menos lo esperaba, apareció alguien a quien poder pedir ayuda en medio de aquel paraje desierto. Hubiera sido demasiado pedir que llevase encima una diez/once, pero a cambio aquel desconocido le ofreció una opción que, hasta entonces, nunca había contemplado: abandonar el DeLorean, dejar en paz el pasado, renunciar a adelantarse al futuro y regresar de una vez por todas al presente.

47. El guardián de la foresta

Delgado, escuálido, sucio y vistiendo unas ropas viejas, esas que estorban en las casas y que iban destinadas a la chimenea, así me representaron a mí. Y yo estaba feliz.

Bajo un sol tórrido, soportando los cuarenta grados de La Mancha, en mitad de un campo lleno de girasoles, que ya no se atreven a mirar al sol, pasaba los días vigilando que la cosecha llegase a ser recogida intacta. Hacía mucho calor, pero yo estaba feliz.

A veces el viento movía mis manos de paja, el mismo viento que movía las aspas de molinos majestuosos que antiguamente molían harinas, el mismo que jugaba con mi sombrero y eso me hacía feliz.

Un día pusieron un artilugio extraño que disparaba simulando una escopeta y yo formé parte del montón de las malas hierbas. Ahí acabó mi felicidad.

Hoy soy pasto de las llamas mientras en el aire suena el disparo que ahuyenta a los pájaros en su afán de comer el grano.

46. ESPERANDO A MANUEL (Rosalía Guerrero Jordán)

Plof, plof, plof, el abanico golpea con fuerza en su pecho mullido, a pesar de que sus brazos son huesos envueltos en carne flácida.

—Manuel tarda mucho en volver —murmura para sí misma, asomada a la ventana. Al otro lado, el asfalto arde y el calor desdibuja las calles.

La anciana se gira y observa asustada al interior de la habitación. Durante unos segundos no recuerda dónde se encuentra, y el abanico se detiene en mitad de un aleteo.

—¿Dónde narices se habrá metido este hombre? — . Vuelve a mirar a la calle y su muñeca retoma su rítmico y ventoso golpeteo. — Le dije que hacía demasiado calor para salir.

—Abuela, vamos a acostarte ya. — Una voz amable la saca de sus cavilaciones.

—Pero tengo que esperar a mi Manuel. No tardará en regresar. Nunca ha dormido fuera de casa.

La joven asiente y se sienta a su lado. No le dice que Manuel no va a regresar, que hace dos inviernos un virus se lo robó. Sabe que pronto su memoria se deshilachará y se olvidará de Manuel. Y que cuando llegue el invierno él no estará a su lado para calentarle los pies en la cama.

45. Extraña situación

En cuanto escuchamos que llegaban sus tropas y que tomarían el pueblo, supe que lo suyo era escapar y abandonar a la familia. Había muchos dedos ya preparados para señalarme.

Me eché al monte, donde ya sabía de mi capacidad para de sobrevivir; mucho de lo que aplacaba el hambre en mi casa venía de allí casi a diario.

Fue pasando el tiempo sin que me atreviera a acercarme a ninguna población, a lo más miraba de muy lejos sin distinguir nada anormal. Me aterraba la muerte.

Me acostumbré a esa vida y no esperaba ya otra, solo seguir respirando.

Pasaron muchas estaciones hasta que un invierno me enfermó en exceso y creía estar en las últimas. Así que, puestos a morir por morir, decidí regresar. Caí ya muy cerca y me desvanecí sin pensar que volvería a despertar.

Lo hice en una confortable cama sintiéndome bastante mejor. Y allí estaba mi mujer, un tanto envejecida, y mis hijos irreconocibles. También unos muchachos más pequeños y Juan el carpintero.

Los míos habían ganado la guerra.

 

44. El caso es quejarse

La cola era interminable. Bajo el sol abrasador de finales de un verano especialmente tórrido, la gente parloteaba sobre el desmesurado bochorno que había marcado sus vacaciones estivales. “Es que esto no es normal”, era la protesta unánime.

Resguardados bajo sombreros de paja o detrás de gafas de sol, agitando con empeño variopintos abanicos, vigilaban el enorme reloj colgado sobre la puerta, exasperados porque el flemático minutero no terminaba de alcanzar la verticalidad. Al fin, el “clic” de la aguja al llegar a las doce fue seguido por el “clic” del pestillo de la puerta al desbloquearse, desatando un suspiro de alivio colectivo.

La cola empezó a avanzar y, por riguroso turno, todos fueron cruzando el umbral en ordenada estampida, huyendo de las elevadas temperaturas exteriores. Desde su trono de piedra, mientras los veía retomar la rutina diaria de la condena asignada a cada uno, Lucifer sonreía, contando los minutos que tardarían en empezar a renegar de sus respectivos fuegos infernales y añorar el denostado calor vacacional.

43. El largo verano (Luisa Hurtado)

Este último verano el calor ha sido infernal. Después tú regresaste a mi lado, volvimos a estar juntos y así, juntos, hemos decidido mantener alejado el frío, abrazarnos todas las noches para conservar la temperatura de nuestros cuerpos, mirarnos a los ojos buscando el fuego en ellos, dejar que el deseo nos abrase y acabar convertidos en saliva y sudor. Ahora ya sabemos, porque lo hemos vivido, que afuera acecha el frío escondido tras unas manos de suave arena y la imagen de una playa perfecta, que allí aunque oculto solo había pies helados y silencios gélidos.
La promesa está hecha; vamos a ser ya para siempre el verano de nuestras vidas, tú mi luz y yo tu sol.

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