Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

67. Locos de amor (Nuria Rodríguez)

Los primeros síntomas llegaron en la adolescencia y arrasaron con todo.

Si ya era insoportable ella solita, el tener que bregar con sus otras tres personalidades, fue devastador.  Además, las tres eran totalmente contrarias, y el convivir con “ellas” se convirtió en un auténtico infierno.

A sus padres no les quedó otra alternativa, era consciente de ello, como lo era de que el nombre de “sanatorio” era sólo un disfraz de la cruda realidad: estaba como una cabra y la ingresaban en un psiquiátrico.

El diagnóstico fue claro y conciso: trastorno de  identidad disociativo, teniendo, la identidad predominante un claro trastorno depresivo; era una auténtica bomba de relojería.

Los primeros días fueron muy duros, todas sus identidades estaban hundidas, tristes y desubicadas.

Entonces, ingresó él.

Habitación 230, esquizofrenia paranoide y la sonrisa más encantadora que había visto jamás.

Fue un flechazo y todas sus identidades por fin coincidieron en algo, se enamoraron perdidamente de él.

Él, al verla, sintió lo mismo, era sin ninguna duda la mujer que había estado esperando toda la vida y, por una vez, estuvo de acuerdo con las voces que, desde niño, taladraban su cabeza; la amaría locamente el resto de su vida.

 

66. Amores carnívoros

Víctor Ternera, aprendiz del oficio, vivía en el barrio de los matarifes; allí  eran expertos en descuartizar con arte la presa más difícil.

Mi sobrina se enamoró con locura de este aprendiz. Desde que se acercaba a su calle, el olor a matadero le abría el apetito. Se citaban a eso de las doce del mediodía, cuando él andaba en plena faena. Se escondían en el armario refrigerado y ella, muerta de amor y de frío, lamía sus manos. El ácido sabor a sangre agitaba su fogosidad.

––Soy una mujer afortunada, una entre miles, que ha encontrado el voraz trinchar de la pasión ––le susurraba.

––Draculita, te quiero ––contestaba él, mientras le mordía con buenos modales los cachetes.

Todo se volvió un desbarajuste la mañana en que el deseo se le arrebató.

El amante resultó ser un Bocatto Di Cardinale, demasiado jugoso, demasiado provocativo.

El comisario le miró los dedos de los pies, manchados de sangre y, autoritario, le preguntó:

––Hay unos «rojillos» por aquí que están suculentos. ¿Quiere usted, señorita, colaborar con la justicia?

 

 

65 A la vejez, vivencias (Alberto BF)

Cada mañana se le alegraba el alma cuando veía su cara.

Ella tan bonita, recién peinada, sentada en el patio en su silla de ruedas. Con esa sonrisa que detenía el tiempo mientras tomaba el sol con los ojos cerrados. Ay, sus ojos. Con solo abrirse iluminaban el cielo y daban sentido a todo.

Él, que hasta hace poco estuvo cansado de la vida, harto de fracasos prolongados y éxitos efímeros, había vuelto a nacer en el momento en que cruzó con ella su primera mirada. Ya tenía un motivo para levantarse cuando los madrugadores rayos del sol acariciaban su ventana.

Hace pocos días se atrevió a decírselo, al salir del comedor. Albergaba algún temor de no ser correspondido, pero la confirmación llegó con un dulce y tierno beso.

¡Qué felicidad! Nunca pensó que en la residencia volvería a encontrar el amor. Fue duro el ingreso, pero la vida a veces regala sorpresas inesperadas.

Sentía que flotaba en el aire, pero había un pequeño detalle que empañaba su dicha completa: a ver cómo explicaba esto a su mujer y a sus hijos en la próxima visita.

64. PRIMER AMOR (Nieves Torres)

La quería con ese amor ciego y obstinado que solo se siente a los dieciséis. No había nadie más fuera de su alcance que ella, pero aún así se acercaba cada día a su toalla a preguntarle la hora o a pedirle un cigarrillo.

Al año siguiente le confesó su amor y durante tres meses se amaron en la playa cada fin de semana con un amor intenso, clandestino y sin futuro. Nunca fue tan feliz como ese verano. Nunca tan desgraciado como ese septiembre.

Después, como esperaban, ella se fue Madrid. La universidad, el máster y un buen puesto en la empresa familiar, que dirige con éxito desde que su padre se jubiló.

Hoy ella, al leer el nombre de él en los papeles que están sobre la mesa, no puede evitar cierta nostalgia. Su última locura ha sido encadenarse a una grúa en aquella misma playa y paralizar los cimientos de la urbanización. Él sigue siendo un loco romántico. Ella necesitará pensarlo un minuto, pero al final estampará su firma y cursará la denuncia.

63. Frenesí (Juana María Igarreta)

¿Quién puede esperar que en el mínimo espacio del botón de un ascensor germine la semilla de una pasión desaforada?

La casualidad hizo que dos índices chocaran al pulsar aquella pequeña esfera luminosa. Pegados a esos dedos estaban Arturo y Germán. Tras sendas disculpas intercambiaron miradas. Arturo, al observar a Germán, deseó quedarse a vivir en él; sus musculosos brazos se le antojaron firmes muros en los que guarecerse. Germán no pudo evitar ruborizarse ante aquellos escrutadores ojos negros.

Presos de esa pulsión propiciaron sus encuentros un día tras otro, descubriendo los recovecos más insospechados de aquel inmenso edificio de oficinas. Encapsulados en una suerte de escafandra de amor irracional se olvidaban de quiénes eran y dónde estaban; su estado civil, posición social y demás etiquetas convencionales se disolvían como pastillas efervescentes en medio de aquel frenesí.

Recobrada la calma, regresaban a sus puestos de trabajo que compartían en la misma empresa multinacional. Arturo era un alto directivo que gozaba de un enriquecedor presente; Germán, un becario que, bajo las órdenes de muchos Arturos, trataba de esquivar un empobrecedor futuro.

62. Vuelco al corazón

Cada vez que atendía un servicio se desdoblaba. Ya no era Rosario, la chica que trabajaba para pagarse los estudios y ayudar en casa, sino Gigi, la domadora de bestias. Destilaba sexo y poder con aquella ropa mínima y botas de látex que daban vértigo. Mantener ambas fachadas era un juego excitante que la hacía sentir viva, le aceleraba el pulso… hasta el día en que llegó a la habitación del hotel y quien le abrió la puerta fue su padre.

61. Enamorados en bronce

Mientras sonaban los últimos acordes de la orquesta, las farolas de la plaza se rendían al horizonte recién estrenado. La penúltima copa endulzaba el aire fresco. Entonces, te tomé de la mano y acerqué tu cuerpo al mío.  Te susurré al oído que me gustabas y nos miramos hasta rozarnos el alma. Tan feliz estaba que, inocente, pedí un deseo. El universo, borracho de magia, me lo concedió.

 

60 Amor del bueno (Rosy Val)

«Esta vez lo celebraremos por todo lo alto», pensaba Ramiro mientras salía de casa con su colección de sellos —hobby que convirtió en pasión cuando le despacharon de la fábrica y decía amar casi tanto como a Tomasa—. A ella, lejos de enojarle, le encantaba verlo con su álbum, pasando sus hojas y las horas, menos cuando centraba su mirada en unos huecos de la tercera y quinta fila de la décima página. Huecos que, animada por la celebración de sus cuarenta años de casados, pensaba llenar. Aunque tuviera que buscar debajo de las piedras. 

Hallarlos, descubrir que no le alcanzaba para adquirirlos y acordarse de su colección de Samsonites… la que aguardaba en el desván y que nunca pudieron estrenar a causa de incontables biberones y pañales; extraescolares de matemáticas, francés y judo; madre y suegra que enviudaron con un mes de diferencia y una operación de rodilla y dos de cadera; fue todo uno.

Cuando llegó el día del intercambio, Ramiro, con ojos conmovidos, admiraba esos diminutos cuadraditos que llevaba media vida buscando. Tomasa, con los suyos como platos, sostenía en sus manos un colorido folleto del crucero que llevaba media vida deseando.

59. Sin remedio (Josep Maria Arnau)

La mujer que deseaba se le resistía. Se llamaba Roxanne, era romántica y culta. Vivía rodeada de libros. Él estaba desorientado y, siguiendo el consejo de sus amigos, empezó a mandarle cartas con sus anhelos más íntimos. Todos sus intentos quedaron sin respuesta. Aunque los libros no eran lo suyo, buscó en ellos hasta que encontró una historia inspiradora.

Después de darle muchas vueltas, tomo una decisión y acudió a la consulta de cirugía plástica. Al conocer sus motivos, el especialista desaconsejó la intervención. Decepcionado, recorrió numerosas clínicas con idéntico resultado. Cuando ya estaba a punto de rendirse, encontró a un cirujano que accedió a su extraña petición sin preguntar el porqué.

El día que le sacaron el vendaje había una gran expectación en la clínica. Él se miró en el espejo y comprobó satisfecho que ya tenía su gran nariz. Pidió papel, cogió el bolígrafo y empezó a escribir ante los atónitos ojos del equipo. Era la enésima carta de amor para Roxanne. La enfermera accedió a leerla y se sonrojó; después mencionó aquella devastadora palabra: «ortografía».

58. Amor loco

Dicen que mi locura es la del niño, la del hombre que mira las cosas con la inocencia primera. Lo muestra mi boca, propensa siempre a babear de contento, y lo cuentan mis gestos desmedidos, como de párvulo en el recreo. Nono dice que mis padres me encerraron aquí por eso, porque se me nota mucho que no estoy bien. Para Clara, en cambio, el motivo está en mis ojos, inquisidores a su modo, por su mirar impávido y escrutador. A mí me hace gracia eso de impávido, y me río hasta caerme del asiento cada vez que lo dice. Aunque eso ocurría antes, cuando ella podía hablar.

 

No pienso en otra cosa mientras oigo los gritos y ladridos de mis perseguidores. Dejo caer un blíster vacío al voltear la colina y sigo corriendo. Tomo aliento al iniciar el descenso. Rebusco en mis bolsillos y suelto un botón dorado. Aún me quedan varias tizas de colores y una concha de nácar; suficiente para alargar el juego un poco más, para llegar hasta la vieja higuera y recibirlos a pedradas bajo su sombra.

 

Quizá mañana, cuando a mí también me hayan trepanado la sien, Clara pueda mirarme de frente sin avergonzarse.

57. ¿Podrás perdonarme?

¿Cuerdo, loco?, ¿dónde está el límite que los separa?, ¿quién puede juzgar si las razones por las que estoy aquí son buenas o malas?, ¿acaso no están peor los que dirigen el planeta?, ¿sabes cuántas veces he pasado a tu lado?, ¿sabes cuántas me has ignorado?, ¿lo sabes?

¿Ya es la hora?, ¿has dejado de grabar a sesión?, ¿puedo acercarme a que te cuente un secreto? ¿Hay mayor locura que la que se comete por amor?

56. FRENTE A FRENTE

Nos juramos hace mucho tiempo que, llegado el caso, sabríamos estar en nuestro sitio, sin derrumbarnos ante lo irremediable, pero esas eran promesas de enamorados y no palabras meditadas. Llevamos juntos tantos años que apenas recuerdo cuándo nos casamos, éramos tan jóvenes que seguramente estábamos aún solteros. Por entonces, aunque se intuía, la guerra era una idea absurda que no llegaría a enfrentar a nuestras familias. Hoy, tantos años después, estamos ante ese juramento de lealtad, frente a nosotros mismos y nuestros fatuos juramentos.

El alba llega y puedo sentirla aún fresca y oliendo a su jabón de heno. La noche se me pasó como en un parpadeo, y ahora, al amanecer, el primer pelotón entra encabezado por la carcelera, tras la que vienen las condenadas, todas tristes, salvo mi amada, a la que veo sonreír serenamente en el extremo del cañón. Ella, que aún puede sonreír, me indica con la mirada que se siente en paz. Qué menos habríamos podido desear en ese trance.

Con el ojo puesto en su corazón, me despido de ella sin una lágrima, como ella me hizo prometer muchos años antes.

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