Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

79. Hotel Hollywood

 

El todoterreno negro de la mujer del jefe era inconfundible. Me coloqué detrás de ella en el semáforo preguntándome que hacía en este barrio de las afueras, donde solo había tiendas de muebles y centros comerciales. La seguí por la antigua carretera nacional, aunque el jefe me había dicho que quería en su mesa el informe de congelados Mauricio e hijos antes de las 12 . Se detuvo en un hotel de carretera casi invisible, de los que pasar una noche entera es una estancia de larga duración. La puerta estaba abierta. La recepcionista debía estar acostumbrada al trasiego de amores clandestinos; me hizo una rápida valoración y enarcó levemente una ceja antes de volver a su teléfono. El ruido de sus tacones me guió por el pasillo. Me sentía el doble de acción de mi propia vida, rodando una escena que jamás me atrevería a protagonizar. Cada habitación tenía una estrella en la puerta con el nombre de una actriz de la época dorada del cine. Avancé por aquel paseo de la fama de extrarradio sintiendo celuloide en las rodillas. La vi entrar en la de Jane Mansfield, tal vez por lo de perder la cabeza. Y la perdimos.

78. FUROR AMORIS (La Marca Amarilla)

Aquel era un pueblo gris en medio de una comarca triste, donde ya no quedaban perros ni gatos. Tan sólo lo habitaban unos cuántos viejos, algunos hijos y pocos nietos, había también una parroquia donde Don Francisco, el cura, ni siquiera residía.

En las afueras vivía Margarita, la solterona, la persona del pueblo que se llevaba todos los comentarios y las burlas porque bailaba descalza en la plaza del pueblo las tardes de lluvia, cantaba a la luna las noches que no había nubes, y hablaba con los cerdos que criaba; a todos les ponía nombre y nunca comía su carne.

Decían que Margarita nunca se había casado porque enloqueció siendo una niña. Se enamoró de Javier, un joven que no le correspondía y que murió en un insólito accidente cerca de las porquerizas. Su afligida familia terminó marchando a la ciudad y todos en el pueblo creían que eran ellos los que protegían su nicho con flores.

Pero quien más conocía a Margarita era Don Francisco, que cada semana traía a escondidas las flores que ella le pedía, y que prudente guardaba la frase que un día le confesó: “Si puedes morir de amor, también puedes matar por amor”.

77. Fulguración

El amor nos llegó tarde y mal. Quizá, de habernos llegado a tiempo, hubiera sido atemperado, digno de admiración. Pero nuestro amor no pudo ser así.

Sufríamos una febril atracción mutua desde que nos presentaron en su fiesta de compromiso con mi hermano. Intercambiamos largas miradas, besos caídos, roce de antebrazos. Luego, años de encuentros furtivos en una cocina, de fingir el azar en una cafetería. Encuentros llenos de deseo y autocontrol, solo por mirarnos sin testigos, por admirar nuestro fuego.

Cuando mi hermano murió, hubo un tiempo de respeto. Hasta que una furia incontrolable nos arrasó.

Ocurrió unos años después, durante el funeral de nuestro amigo David. La muerte siempre regala enseñanzas a los que continuamos la partida. Nos empuja, como diciendo: «Eh, gilipollas, espabila. Se acaba el tiempo».

Ese mensaje cristalizó en la sacristía, bajo una enorme mesa de caoba. Y ya no pudimos parar. Nos amamos en el coche patrulla, en el calabozo de la comisaría, en nuestros dormitorios, en el juzgado. Y nos amamos sabiendo que alguien moriría…

Y murió el amor. Se agotó como la luz de una bengala.

Ahora a veces quedamos, un rato. Solo por mirarnos como se mira cuando no hay testigos.

 

76. EL AMOR de los números POR LA PROPIEDAD ASOCIATIVA

Estoy sentado junto a la ventana. Una mujer, que por su figura convencería hasta los que son felices en su matrimonio, hace de camarera.

La cuchara se marea mientras da vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj.

Empiezo a pensar cómo sería la posibilidad de que un número «uno» tuviese una relación con un número «dos» que no fuese el suyo. Qué pasaría si dos números «unos» se sintiesen atraídos a espaldas de sus números «dos». Como tengo pinta de «dos», me ánimo a pensar si habrá alguna regla que impidiese a que dos números «dos» tuviesen una relación clandestina a expensas de sus números «uno».

Cuando levanto mis pensamientos veo que la camarera ha dejado un postre: arroz con leche (como en la «Comanda” de Maria Gil).

La distancia se ha empequeñecido ahora sus labios sujetan los míos, mientras su lengua humedece del deseo… al oido susurra…

—No me importaría ser un «uno» o un «dos» siempre y cuando seamos tres.

Retiro la cuchara del café. En el cristal de la ventana de mi piso veo reflejada a mi pareja: los dos teletrabajando, aburridos de tanto número.

75. Rarezas

Bajo la ducha cálida, rememoraba, una y otra vez, el placer que le proporcionaba esa extraña pasión que sufría, tan irrefrenable que le dejaba sin aliento. Y se le erizó la piel.

Durante años, había soñado con tener una pareja muy peculiar. Sabía que no sería fácil, pero de todas las rarezas que anhelaba encontrar, aquella era la más extraordinaria. Cuando aquel domingo la vio por primera vez en el paseo, supo que debía actuar con cautela. Respiró hondo, disimulando así sus ansias de poseerla. Temía que, si se precipitaba, podía cometer algún error y no debía arriesgarse. Necesitaba desplegar todas sus estrategias de seducción para no desaprovechar semejante oportunidad. En cuanto la hizo suya, supo que cumplía todas sus expectativas. Su búsqueda había terminado.

Y se estremeció, tanto como la primera vez, al contemplar en sus manos la belleza excepcional de aquellos ojos de mirada bicolor.

74. Mi reflejo está en tu espejo (Mercedes Marín del Valle)

Ella era pragmática, realista y suficiente. Él era filántropo, iluso y entregado.

Se conocieron en una librería.

Él palpitaba leyendo poesía, a ella le apasionaba la neurociencia.

Sus móviles vibraron a un tiempo y a la vez salieron para coger sus llamadas. Volvieron a entrar juntos y, sincronizados, pidieron información al librero.

La misma tarde se encontraron en un bar, tomaban idéntica bebida y degustaban la misma tapa.

Ella abandonó su mesa y, copa en mano, se sentó frente a él y le dijo su nombre. Él, con el ruido de fondo no pudo escucharla, ella tampoco oyó el de él.

Salieron de la mano y, sin preguntar ni explicar, acabaron en la misma cama.

Él deseaba no irse nunca y ella aceptó que se quedara, de la observación y el análisis de su comportamiento aprendería todo lo que necesitaba saber.

Él, al escucharla, se sintió grande al sentir que toda la poesía que quería aprender estaba en ella, en sus ojos y en sus labios, los mismos que nunca paraban de hacerle preguntas.

Ella terminó su trabajo y él se pasó a la prosa y, cuando se despidieron, ambos sintieron que hacia mucho que ya no estaban allí.

73. El hombre menguante

Mi preciosa hija se convirtió en mujer de un día para otro. O quizá es que yo me di cuenta al ver cómo miraba a ese afamado marinero cuando le dedicó un guiño. Me juré que no sería una de sus sirenas varadas en tierra y lo amenacé de muerte si no desaparecía rumbo a nuevos destinos.

-No, mujer, no llores -trataba de consolarla.- No hay hombre que merezca tanto penar.

Pero el mal ya estaba hecho pues, por dentro, esos ojos azules sin puerto le retenían la vida. Semanas pasó esperando avistar su barco. Una mañana, descalza, mi niña se fue a la mar en busca de ese ladrón de almas y se quedó danzando con las mareas. Y yo, me encojo cada día un poco, y otro poco más, con el peso de la culpa por su falta que nunca sabré llevar sin una botella por compañera.

72. Amor brujo

No comprendía cómo la llave del apartamento de su ex seguía en su bolsillo. Juraría haberla tirado al contenedor de la esquina cuando decidió abandonarla. Pero al llegar a su nuevo piso la descubrió enganchada al llavero, sucia, con cierto olor a podrido. Al día siguiente, recordaba haberla arrojado a las vías del metro, aunque ahí seguía, esta vez en interior de la cazadora, doblada como un clavo inútil. Decidido, la lanzó al Manzanares y grabó con su móvil la caída. Hecho y comprobado. Entró a celebrarlo en el primer bar. Saboreaba un buen trago cuando sonó aquella canción:I’ll be watching you… Oh, cant you see... You belong to me”. Esa melodía que ella le canturreaba al oído la noche en la que se empeñó en practicar aquel ridículo amarre de amor. Nervioso, rebuscó la cartera en la mochila, palpó algo espeso, frío, recubierto de lodo viscoso. 

71. Amor platónico (Salvador Esteve)

Dios se tomó su tiempo para cincelar ese rostro tan perfecto. Lo observo con amor desmedido, y siempre avergonzado, pues mis ojos invariablemente claudican ante los suyos. Sé que es un imposible, sé que no tengo esperanzas, pero tan solo las miradas furtivas llenan mi vida.

El tiempo, celoso y miserable, va cuarteando su piel, y con tristeza infinita siento que mi amor se diluye, se resquebraja. Día tras día mi corazón muere un poco más, hasta que el dolor se vuelve insoportable.

 

Con una tela oscura tapo el espejo; ahora vivo en soledad.

70. Calor o bochorno

Aquel caluroso día decidió tumbarse a tomar el sol en la hamaca del jardín de su casa. Su alta autoestima a la par que el bronceador de coco impregnaban todo su cuerpo. Se sentía tan poderosa y creativa que decidió enviale una insinuante fotografía a su férvido mancebo.

Buscó en su teléfono de forma agitada la oculta aplicación. Asistida por la inquietud y la excitación, envió la foto. Esbozó en solitario una pícara sonrisa esperando la respuesta.

El sonido de la notificación la despertó del letargo solar. Acalorada, abrió el mensaje.

-Mamá, ¿qué haces enviándome una foto desnuda?.

69. Una charca amorosa

Ya se presentaba el atardecer en el pequeño estanque del palacio y el sapo, inquieto, no dejaba de moverse y de dar saltos sin control. ¿Por qué no llegaba su amada? Había sufrido mucho los primeros años; no encajaba en ese mundo, pero ahora había encontrado a su alma gemela. Por fin apareció el ser objeto de sus anhelos, una rana vestida de tonos verdes, marrones y algún amarillo sutil, cuya profunda mirada lo volvía loco. Tenía planeado esa noche en su nenúfar favorito, donde se conocieron, croar con ella hasta el amanecer declarándole así su amor incondicional. Pareciera que ella lo había intuido, ya que se había engalanado como nunca.

De pronto y mientras ambos se cortejaban con sus prominentes ojos, apareció una sombra gigantesca que hizo dar un fuerte respingo a la rana saltando a esconderse detrás de los juncos.

— Príncipe querido, voy a besarte para romper el hechizo y que podamos casarnos.

A toda velocidad, el sapo se apartó de la trayectoria de aquellos enormes labios que se cernían sobre él, «¡ni muerto cambio yo tu chillona presencia por el dulce cantar de esta ranita!».

68. Sudorosos y diferentes -Calamanda Nevado-

Necesitábamos reposar. Habíamos caminado, más de la cuenta, confiando en la generosidad del gentío. Lo sabía, aun así, insistió. “Quiero olvidarme por unas horas de la cruz de las limosnas y del sol. Dejar tranquilo el hombro, harto de extender la mano. Necesito volar sobre el fuego, y después ver las estrellas a tu lado”. Nos fundimos en un abrazo. Mi pobre corazón, mellado por una espina seca, lo dejó ir con un escalofrió infinito.

Poco después nos reencontramos cerca de la orilla, temblaba. Apenas le quedaban fuerzas, y la sangre se avivaba en sus múltiples heridas. El dolor le brotaba en la cara. No podía verme con claridad. Ni al mar   con su senda nácar. Me sentí perdida sin su cercanía. Unos chicos, que jugaban al futbol, parecían pendientes de nosotros.

Me fascinó la oportunidad que podían traernos. Avisarían a las urgencias. Les grité ayuda prisionera del miedo. De pronto, me chutaron en la espalda con fuerza; no la había sentido nunca, y caí sobre su cuerpo sangrante. Asaetado por las quemaduras, sus ahogadas quejas gemían entre las risas de los muchachos

Corrieron para alejarse. Permanecimos en silencio con la respiración breve, hasta comprender que no nos levantaríamos más.

 

 

 

 

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