Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

44. BICHOS RAROS

Ellos, piel oscura de sol y desierto. Atávica estirpe de titanes y dioses. Antiguo legado inmutable más allá del espacio y el tiempo.

Nosotros, forasteros. Extraños y pálidos. Tan quebradizos. Tan inconsistentes. Notas exiliadas en acordes ajenos.

Nos miran como a bichos raros.

Cruzamos el oscuro mar huyendo de la Muerte, la Guerra y el Hambre, balbuceamos. No tenemos nada. Sólo traemos a cuestas nuestros míseros retales de vida y la poca dignidad que nos queda.

Ceños fruncidos. Nos observan taciturnos. Desafiantes. Desconfiados.

No nos devolváis al mar, imploramos. Acabaremos devorados y regurgitados por las horrendas criaturas abisales que ahora pueblan nuestras tierras. Sólo queremos un pedazo de paz y respirar de nuevo.

Una marabunta de voces tronando. Miradas de fuego y acero encienden la noche. Hogueras de furia. De miedo. No nos quieren aquí. Nuestros pies mancillan su sagrado suelo.

Una lágrima nuestra se posa en la arena dorada y caliente. Del suelo brota un manantial de rosas blancas y pensamientos. Esto es lo que podemos ofreceros.

Silencio. El anciano se acerca. Invoca a los ancestros. Dos estrellas fugaces surcan el cielo. Una es el corazón de nuestro pueblo. La otra, nuestros hombros siempre que necesitéis consuelo.

43. En la residencia de papá (Rosy Val)

Antes era distinto. Me presentaba sin avisar y lo encontraba en la sala haciendo corrillo con sus compañeros. Salíamos a pasear por el amplio pasillo saludando a diestro y siniestro como si nos halláramos de mañana dominguera por la calle más concurrida del pueblo. Nos acercábamos hasta la biblioteca, donde curiosamente triunfaban los juegos de mesa y cada género por su lado —por esas manías que da la edad o porque eso de la paridad ya les quedaba muy a destiempo—, se afanaba por ganar al cinquillo, al burro o al dominó. Acabábamos en la cafetería, asumiendo que quizá tocaba esperar a que quedase alguna mesa vacía.

Ahora sus vistas cansadas luchan por adivinar quién se esconde tras cada mascarilla. Sus caras palidecen privadas de sol, besos y sonrisas. En la capilla, como en la cola del médico, se agobian tratando de averiguar la distancia que hay en un metro y medio. Y mientras las zonas comunes agonizan, el miedo al bicho —una batallita más que añadir a sus mochilas—, lo sufren solos en su habitación, echando horas a una tele atiborrada de conjeturas, bajas y estadísticas. 

41. CONTINUIDAD DE LOS CÓMICS (Rosalía Guerrero Jordán)

Sentado en la alfombra verde de su habitación Juanito ojea los cómics prohibidos de su hermano mayor, apurando los últimos rayos de luz que entran por el balcón. Imágenes espeluznantes le asaltan desde el papel y, aunque siente un terror helado invadiéndole, no puede despegar las pupilas de ellas.

En las viñetas, millones de insectos surgen de las entrañas de la tierra y avanzan por doquier, devorando a cualquier animal que encuentran a su paso. Manifiestan una especial predilección por los seres humanos.

Mientras Juanito atina a entender el porqué de la prohibición, un amasijo de patas y caparazones negros avanza por la calle desierta bajo la luz del ocaso, trepan por las paredes, y oscurecen el vidrio de un balcón tras el que un niño sentado en una alfombra verde ojea los cómics prohibidos de su hermano mayor.

40. Las mil y una

Es desde el balcón que, cansada de repetir el mismo guion por tiempos inmemoriales, decide cortarse la trenza y anudarla en la baranda para usarla a modo de cuerda. Se le ocurre ser capitana y dedicar media docena de vidas a cazar a la ballena blanca, con ese fin se embarca y pelea durante siglos con el arpón y la ballena hasta que se acuerda del Titánic al ver pasar un trasatlántico de lujo pero, no sabe cómo, acaba en el castillo del conde Drácula. Ante la ausencia de luz del sótano echa de menos su antigua torre y, en la soledad de la noche, se pregunta si volverá a crecerle la trenza para emular a la Ligeia de Poe.

39. Bichos raros

Nos gusta coleccionar todo tipo de bichos. Nuestros padres nos enseñan cómo recogerlos y nos dejan sus congeladores para disecarlos. Un gran bote de cristal, un poco de acetona y a enfriarlo bien para luego pincharlo en la pizarra. Al principio nos conformábamos con los más pequeños, ahora ya vamos a por los grandes. Para ello hay que tener técnica y un cierto valor, porque suelen enfadarse bastante. Ante todo, no deben vernos. Ni siquiera sospecharnos. Por eso nos escondemos detrás de las montañas más altas. Es difícil para un cíclope no ser visto, pero lo logramos. Y cuando vemos a uno de esos, lo atrapamos con mucho cuidado. Hay que intentar no separarle las dos piernas del cuerpo. O uno de sus brazos, que entonces no cuenta para colección. Y así pasamos los días en esta parte del mundo: aumentando nuestro bestiario con esos seres de dos ojos y caminar extraño. Bichos raros.

37. OSTE

El tratamiento ha sido intenso, devastador algunas veces, pero ha merecido la pena. Después de tres años de terapia, hoy abandono OSTE. Tomo un taxi por prescripción facultativa. Es necesario establecer un contacto paulatino con el resto de la gente, de lo contrario podría recaer. Las calles, sin embargo, aún están vacías. Así que lo dejo sin recelo y sigo caminando. Al instante me siento vigilada. Examino las fachadas de los edificios y descubro a los balcones acechándome. Balcones con macetas-ataúdes de plantas secas, típico de personas despreocupadas. Balcones tendederos con minúscula lencería femenina, para chicas impetuosas y libres. Balcones llenos de triciclos, muñecos y pelotas donde las parejas desprecian los anticonceptivos. Balcones cubiertos de cascos de cervezas tan vacíos como sus  jóvenes inquilinos. Balcones con telescopios para personas que buscan las ilusiones perdidas. Balcones enrejados porque sus ocupantes sienten pánico. Yo no. Ya no temo a  mi adicción. Antes mi único deseo era indagar en la vida de los otros; una obsesión que anuló mi propia realidad. Yo misma decidí internarme en un centro de Observa Solo Tu Existencia. Ahora sé que no prestaré atención a los demás, sino a sus balcones. Tienen tanto que contar.

36. Desencuentro (Alberto Jesús Vargas)

Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.

35. AL FIN SOLA

 

Juan la vio subir por la barandilla del balcón, de espaldas a aquel precioso mirador. También la vió crear su propia telaraña con largos hilos de seda.

Cada día, al volver del trabajo,  observaba cómo  atrapaba su presa y la desmenuzaba con sus dientes y garras, observaba cómo la desmembraba antes de llevársela a su estómago. No se atrevía a contárselo a nadie, pero la verdad es que estaba orgulloso de ella, le demostró ser una  buena cazadora.

Bela, así la llamó, era hermosa. Tenía el cuerpo redondeado y bien abultado, de color negro, con unos pequeños lunares rojos de los que presumía a diario mientras restauraba su fino telar. Crecía apresuradamente, feliz.

Aquel día, como siempre, la buscó y la llamó para ofrecerle su bicho favorito. Bela apareció por detrás, sin dejarse ver y con sus picos encorvados le mordió en el cuello para dormirlo. Poco a poco lo despedazó y lo digirió.

 

34. LAS TRAMPAS DE LA MENTE (Mercedes Marín del Valle)

Siempre soñé con tener una casa con jardín, a ser posible con hierba de verdad y flores silvestres, pero como no había dinero me consolé pensando que se llenaría de bichos con alas y sin ellas, así que me conformé con un pisito con balcón, uno de esos de losas rojas que tan bien se friegan. Aquí tengo mi sillita de enea y el cesto con los ovillos, y, aguja de croché en mano, mientras miro a la calle, hago círculos circunscritos en cuadrados, todos muy coloridos. Los estoy juntando en una bolsita a ver qué hago luego con ellos.

Ahí va la Juana, ¡qué gorda se ha puesto!

  • ¡Juana! ¿Es que estás coja?
  • Sí hija, sí. Me caí la otra tarde en el jardín.
  • ¿Te has roto algo?
  • No, que se me enredó la zapatilla en la hierba y me fui de narices contra el suelo, solo el golpe.
  • ¡Vaya por Dios! Qué mala suerte, mujer.

 

No puedo menos que reírme, pero no es por la Juana, es por mis pensamientos, ya me gustaría a mí caerme sobre la hierba y que revoloteasen los bichos a mi alrededor porque aquí, en mi balcón, solo hay moscas cojoneras.

 

 

 

 

33. El testigo (María José Escudero)

Fue un coche rojo el que se llevó a la niña. Insisto, rojo. Ella volvía feliz del colegio con la mochila de Disney y la llave colgada al cuello. Su mamá le había dejado la merienda sobre la mesa de la cocina, junto a una nota cariñosa. Así lo hacía siempre que tenía turno de tarde.

Antes de llevársela, el hombre me observó desde la distancia con un rencor desafiante. Pude verlo muy bien porque tengo unas vistas privilegiadas desde aquí. Luego, arrancó con premura y emprendieron juntos un paseo del que sólo él retornaría.

Era rojo. Ya lo he repetido muchas veces. Rojo como los ojos mortificados de su madre que, asomada al antepecho, rezaba por verla de nuevo aparecer entre la gente que transitaba la calle. Como ese chándal de gimnasia que danzó durante días olvidado en el tendal. Rojo como la sangre hallada en la sima. Como las hormigas que tantearon sus restos. Como los geranios que crecen enredados a mi barandilla. Era rojo el coche en el que el padre invitó a subir a su hija, la que fuera fruto del amor y su vivo retrato. Si yo pudiera hablar, lo contaría.

32. Pupa

El hijo de la portera es un bicho – escucha decirle mamá a papá durante la comida. Y no puede evitar imaginarlo con repulsivas antenas y enormes ojos. Es tal el pavor que siente ante la posibilidad de cruzarse con él en las escaleras que finge estar enfermo para no tener que salir de casa. Así, pasa los días metido en la cama, arrebujado entre las sábanas, sin probar bocado. La madre, preocupada, se asoma a la puerta preguntándose cuando saldrá de la habitación.

Pronto – le tranquiliza el padre – Ya se le adivinan las alas.

 

31. Visitas asfixiantes (Juana Mª Igarreta)

Cómo vas a esperar que alguien envuelto en sombra y sigilo irrumpa en tu casa una noche de verano; y que tú, paralizado por la sorpresa y el miedo, seas incapaz de emitir siquiera un grito mientras sus manos te oprimen el cuello con fuerte determinación; y que ese cielo cuajado de infinitos puntos luminosos, que observabas hace unos momentos a través del balcón entreabierto, sufra un repentino apagón.

No ver nada, no oír nada, no sentir siquiera dolor, hace que te preguntes si todavía estás vivo; y si en caso de no estarlo sería posible recordar que lo estuviste.

Sumido en esa nada ensordecedora donde el tiempo y el espacio se desvanecen,  percibes, de pronto, el ingrávido roce de unas minúsculas patitas sobre tus labios; una cosquilleante certeza de vida que agradeces con emoción inconmensurable. Alegría que desaparece en segundos cuando tomas conciencia de que, preso en un cuerpo inmóvil, no puedes impedir que el bichito se afane en explorar el interior de tu boca, muy a tu pesar, abierta.

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