Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

52. De olvido y desmemoria

Hace tiempo que el mundo se olvidó de ellos. Los hombres ya no los veneran como heraldos de buenas noticias ni pintan el delicado fulgor de sus auras en lienzos exquisitos. Ni siquiera los niños los invocan a la hora de dormir.

Languidecen ausentes mientras se despiojan las alas, como aprendieron de las palomas, siempre tan afines a ellos. Los sábados de noche patrullan por viaductos herrumbrosos en busca de suicidas que salvar o se acurrucan en callejones helados a la espera de algún mendigo borracho a quien librar de la hipotermia. A veces, una de sus lágrimas le arranca una flor anémica a un secarral o su vuelo espanta las moscas que se ceban en los ancianos con pañales, y esas victorias exiguas vuelven a hacerles sentir los orgullosos custodios de la humanidad que un día fueron. Pero pronto caen de nuevo en el desánimo, lamentándose porque ya no son capaces de detener una guerra o mitigar una hambruna.

Como si acaso Yo alguna vez les hubiese otorgado ese poder.

51- EL REGRESO (Manuel Menéndez)

Siempre estuvo a mi lado, desde muy pequeño. Le rezaba con mi madre al acostarme: “Ángel de la Guarda, dulce compañía…”. Yo le llamaba Adriel. Nunca le veía, pero sentía su presencia cuidándome, consolándome, guiándome. Hablaba con él; era quien mejor me comprendía. En el colegio, llamaron a mi madre para decirle que tenía un amigo imaginario. Ella solo me pidió discreción. El mundo nunca me entendería.

Con los años Adriel se fue difuminando. Mi madre culpaba a las malas compañías que empecé a frecuentar. Quizás tenía razón. También me fui alejando de ella, adentrándome por caminos cada vez más tenebrosos.

Han pasado muchos años. Hoy he regresado a casa para su entierro. Ha muerto sola y amargada, pero no puedo dar marcha atrás al tiempo. Percibo el rencor de la familia. Tras el funeral me abandonan. Recorro con tristeza lo que fue mi hogar. Me sobresalta un movimiento fugaz en el espejo. Me giro; no hay nadie, aunque noto su presencia. Más tarde veo su reflejo en el pomo de la puerta, en la vitrina. Su sombra se superpone a la mía en el pasillo. Adriel ha vuelto. Pero ahora tiene cuernos y su risa me hiela la sangre.

50. JUANITO

Juanito, con su mente de niño en un cuerpo de casi dos metros de altura, se metió a monaguillo cuando se enteró de que, después de misa, el cura convidaba con café con leche, una ensaimada y un chocolatín.

Nunca lo acompañó la fe, pero la ensaimada fue más fuerte que su timidez y se sintió feliz yendo y viniendo ante el altar, dale que dale con la campanilla, cubriendo con el retintín las voces de sus tripas que clamaban por café con leche.

Un verano, una joven llegó al pueblo con sus pinceles y sus óleos, para pintar escenas en la capilla, y Juanito se pasó los días mirándola trabajar sin acercársele, inhibido por la belleza de la chica, fascinado al percibir algo mágico en los ángeles que ella creaba.

Acabada su obra, la joven se marchó sin que el monaguillo nunca osara hablarle.

Los años han pasado y Juanito no se cansa de admirar a los ángeles, especialmente en los días de verano, cuando el sol pega directamente en las figuras aladas y un leve perfume a óleos y a trementina vuelve a flotar en la capilla trayendo consigo la dulce nostalgia de lo que no fue.

49. Anunciación

El ángel del Señor… Pero antes de que él hablase, la joven se fijó en los cálidos ojos azules de aquel cuerpo celeste, en sus pómulos ardiendo como rosas salvajes, en la curva perfecta de sus labios dispuestos a abrirse con la divina noticia. Y bajo la saya cristalina que lo cubría, imaginó su vientre de mármol rompiéndose sobre las púberes ingles doradas de aquel ser astral. De solo mirarlo fue suficiente… Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. 

48. Alas Prestadas

Un estremecimiento contrajo mi cuerpo dejándolo dispuesto a batir las alas desde la quietud del sueño. Con suavidad, para que el despertar no rompiera la magia, me eleve bailando con la fresca brisa azul de la madrugada hacia la gigante nube gris guardiana del arco iris, que consciente de su custodia, lo protegía tejiendo una red rosa y dorada con los tempranos rayos de sol con que despertaba la mañana.

Ascendí hasta su plomiza y algodonosa muralla haciendo cabriolas de alegría, buscando provocar su risa cómplice. Mi aleteo juguetón cosquilleaba sus muros que, divertidos, abrían caminos provocados  por su lluvia de sonrisas placidas, y caían trasformadas en agua fresca, cantarina…, regaban la madrugada.

La nube gigante gris acompañaba mi vuelo y danzaba al ritmo de la coreografía que susurraba el viento; se estiraba, hacia volutas que se deshilachaban formando pequeñas nubecillas blancas, rosas y doradas desde las que se asomó el arco iris, que curioso, me abrazo con sus colores y yo le acaricie con mis alas.

Después descendí, acunada por la brisa de esa lluvia tornasolada.

Termino mi vuelo, termino mi sueño, y le devolví al ángel sus alas prestadas.

 

 

46. INMOLACIÓN (Mødes)

No soporto verla sufrir.
Por eso he hecho un pacto con Dios.
Y ahora el calvo sin alas soy yo.
Y, mientras agonizo, miro a la niña y sonrío.
Está preciosa con su flamante cabello de ángel.

45. Términos y condiciones

Debí sospechar de aquella aplicación que prometía éxito y felicidad instantáneos, pero acostumbrado desde niño a la inmediatez digital, la descargué sin dudarlo. Los cambios no tardaron en llegar. Sin el peso de las cadenas de la moral por fin pude caminar erguido. Me recosté en verdes praderas y bebí de todas las fuentes, pero no elegí senderos justos. Fui un lobo para el hombre, una fiera en la cima de la cadena trófica del placer. Mis amigos me evitaban, ¡cómo odiaba sus vidas grises sin más emoción que el chequeo anual de próstata! Llegué donde pocos se atreven a llegar, hasta el abismo más tenebroso, el que está dentro de cada uno. Qué difícil ser bueno cuando sabes que tus actos no tendrán consecuencias. El tiempo se me escapaba como agua entre las manos, tan rápido como aquel todoterreno sin luces que de un golpe seco alteró las cláusulas del contrato. Vi pasar mi vida en un instante, una sucesión de pecados a prueba de indulgencia plenaria.
Ahora tengo una deuda pendiente y una eternidad para saldarla. Me había dejado engañar por el mayor embaucador de todos los tiempos, el Angel caído. Siempre hay que leer la letra pequeña.

44. Experimento con gigantes

Considerados tradicionalmente rudos, hostiles y desalmados, estos seres escapaban al estereotipo de la felicidad, el amor y la belleza, de ahí que constituyeran mi mayor reto.
Esta vez, yo había puesto la mira en Polifemo, así que fui observándolo y tomando notas discretamente.
Al principio me ignoró. Resoplaba mientras descargaba su agresividad haciendo trazos sin sentido en un lienzo.
Al tercer día me miró de soslayo. Los rayajos coloridos del lienzo iban resultando conocidos y él parecía menos furioso.
El quinto día fue definitivo. La ira había desaparecido y su rostro tenía una expresión placentera. El entusiasmo que ponía en los trazos de lo que resultó ser una mujer era tal, que el lienzo parecía vivo y por primera vez se comunicó conmigo, pidiéndome con elegancia y lucidez que me acercara a contemplar la belleza de su amada.
Mientras iba retocándola, observé que su ojo desprendía el mismo éxtasis que yo había visto en el Rey Salomón por la Reina de Saba o en Julio César por Cleopatra: una pasión torrencial.
Esa evidencia para mí fue concluyente. Por eso, antes de volar en busca de los Hecatónquiros hice una última anotación: “la flecha es efectiva también en los gigantes”.

43. Divina burocracia (Nuria Rodríguez)

Había oído hablar tanto de lo maravilloso del paraíso que tenia altas expectativas del más allá, pero al final resultó, que tanto allí como aquí, todo era la misma mierda.

En su primera misión, le asignaron un adolescente. Ni que decir tiene que tuvo que emplearse a fondo, hacer horas extras y echar mano de su sexto sentido, el cual mantenía intacto a pesar de haber pasado a “mejor vida”. La tarea resultó tan extenuante, que tuvo que recurrir al supremo para suplicarle una adecuación de puesto. Fueron meses de trámites y papeleos, y lo único que consiguió fue, un cambio de protegido.

Durante años, pasó de un usuario a otro. Ancianos con Alzheimer, bebés y algún que otro deportista de riesgo.

Ahora, agotada física y mentalmente, cada día se arrepiente más de no haber marcado la casilla de reencarnación en vez de la de ángel de la guarda al rellenar el formulario A-672 en la cola del purgatorio.

42. DESTINADOS (Belén Sáenz)

Cuando aún son huérfanos de padre eterno. Mucho antes de ascender a los frescos de salones palaciegos, mofletudos y casi en cueros, y tener que aprender a base de chichones que el cielo limita por el norte con mortero de cal. Incapaces de imaginar que quienes se dicen artistas pretendan eternizar su piel incorpórea en madera tallada para luego arrinconarla en una polvorienta sacristía. Con licencia para soñar que vuelan en el azul Patinir, jugar a la peonza con Saturno, dejar desatendida la esquinita de mi cama. Sin jerarquías ni encomiendas, buscando acomodo en nubes recién tejidas, aferrados al vértigo de la estela de las cometas que roba el viento.

Todo esto les sucede a los ángeles niños cuando apenas asoma una leve pelusa blanca entre sus omóplatos, cuando no sospechan todavía que unos serán salvos y otros serán caídos.

41. VESTIDITO DE AZUL Y AMARILLO (J.A. Iglesias)

Las yemas de sus dedos, paseaban por mi rostro de forma diferente, lentas y temblorosas.

Esta vez me vestían mi abuela y mi tía, en silencio circunspecto, con la chaquetita de lana azul y mayas y patucos amarillos. Como siempre, me llamaban angelito mío, pero sus voces sonaban lánguidas y entrecortadas.

Me alzaron con delicadeza entre sus manos y me dejaron sobre los brazos de mi madre, que estaba tendida e inmóvil sobre su cama. Me sentí infinitamente más tranquilo, eternamente tranquilo.

Nos enterraron en jardín, detrás de la casa medio destruida, alcanzada por un misil la noche anterior, lanzado por un gigante sátrapa.

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