Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

03. DESDE EL INFIERNO

Regresó de su voluntario exilio interior y decidió enfrentarse a sus demonios de una vez por todas.

La bondad no tiene buena prensa y estar siempre del lado de los tontos, como le decían, había acabado agotándolo.

Entonces, se alzó desde lo más profundo del infierno y se convirtió en el gigante que nunca quiso ser.

Y el recién nacido ángel vengador exterminó a sus enemigos,  expulsándolos, definitivamente, de su vida.

Una gloriosa mañana se asomó al amanecer y, por fin, sonrió al sol.

Y el sol hizo brillar su nuevo par de amenazantes colmillos.

02. ESTIRPE (Ángel Saiz Mora)

Alonso Burillo era el mejor cantero de la catedral. También destacaba por su considerable estatura. Tan hábil como despistado, una mañana puso sus pies en el vacío. Aseguraron los testigos que una fuerza invisible volvió a colocarle sobre el andamio. Convencido del milagro, el obispo encargó al maestro que esculpiese sus propios rasgos en el rostro de un santo mártir.
Rodrigo Burillo, descendiente del artesano, formó parte de los defensores de la ciudad durante un ataque. Había quedado solo frente al enemigo por descuido. La lluvia de flechas ni siquiera le rozó a pesar de su elevada talla. Fue interpretado como una señal desfavorable por los asaltantes, que emprendieron la retirada.
Fernando Burillo entró en la catedral ocho siglos más tarde, ensimismado con sus cálculos mentales. Bajo una escultura de facciones semejantes a las suyas se le ocurrió cierta combinación química, que terminaría por ser efectiva como tratamiento contra muchos tipos de cáncer.
Salió absorto con su metro noventa de altura, sin mirar la calzada. Solo pensaba en iniciar los ensayos clínicos. Una inexplicable avería detuvo a un camión a punto de arrollarle.
Nadie llegó a ver las plumas de unas alas que disipaba el viento, tampoco esta vez.

01. LA BANDADA

Benigno criaba canarios hasta que se le empezó a morir la gente que quería. Liberó a los más viejos y limpió sus jaulas para acoger allí a los ángeles que encontraba en la terraza, cuando salía a echar el pitillito y ver encenderse el faro del puerto.

Todo comenzó cuando falleció su amigo Miguel. Apareció por allí un ángel con su misma cara de muñeco irlandés: pelirrojo, flaco, con orejas de soplillo. Como Miguel, prefería escuchar que dar discursos, y le gustaba silbar a las jovencitas de la academia de enfrente.

Un mes después del accidente de su hijo, encontró a Víctor. Lo llamó igual, claro. También era simpático, ocurrente… “una fiesta con alas”. Los domingos, Benigno encendía la radio para que Víctor escuchara el fútbol. Era del Madrid también, lo que le permitía hacer bromas con su “uniforme”… tan blanco.

Al que recogió cuando una embolia acabó con Remedios le gustaba cantar, como a ella. Tarareaba la discografía de Raphael al completo… “Como los ángeles”, bromeaba Víctor.

A Benigno le ha vuelto a pellizcar ese dolor del pecho. Ha abierto las jaulas, las ventanas y la terraza, y les ha comunicado que anda planeando darse un garbeo hasta el faro.

73. Primeras vacaciones sin ti

Hoy vamos a estrenar la autocaravana que planeábamos comprar juntos. Las niñas ya están sentadas en sus asientos. Paula se ha traído a su muñeca y Elena lleva tu oso. El pobre peluche está muy viejo ya pero no consigo cambiárselo por uno nuevo. “¡Vamos, chicas, la playa nos espera!”, les digo. Y enciendo el motor. Las dos sonríen muy nerviosas y se ríen y hablan fuerte. Pongo la nueva lista de canciones para cantar que hemos preparado para el viaje. Entrando en la autopista un rayo de sol asoma tímido entre las nubes y sale el arcoíris. La abuela les dijo a las chicas que el arcoíris eras tú, sonriéndolas desde el cielo. Elena se ha dado cuenta y se ha puesto a chillar. Los tres te mandamos un beso y, después de este ritual nuevo, estamos más tranquilos. Nos quedan muchos kilómetros; también mucha vida. Sin decírnoslo, los tres lo sabemos: nuestro primer día es hoy.

72. JURADO CON RECURSOS (Domingo J. Lacaci)

En estos seis meses desde mi graduación cum laude en Informática sigo sin salir mucho y apenas tengo amigos. Lo de siempre. Me aburren mucho las series, así que una noche me siento al teclado, jaqueo Tráfico, y le pongo una multa al matón que me amargó el instituto riéndose de mis gafas. Al día siguiente no puedo dormir por el calor, entro en una web de flores y hago que le envíen cuarenta rosas anónimas a la monada del 5º C.  El jueves, trasteando en una emisora, accedo al servidor de su concurso de microrrelatos y encuentro allí los seiscientos de esa semana. Todos empiezan por “De repente”, y se me ocurre borrarlos todos, por entretenerme.

“De repente, Marisa.”, escribo en el de una tal Marisa Pérez y lo guardo de nuevo.

“De repente, Julián.”, en el de un Julián López.

Así todos, hasta el último: “De repente, Paula”, pero olvido teclear el punto final.

Semana muy igualada, dictamina el jurado ese lunes, pero nos quedamos con Paula y su atractiva propuesta de final abierto.

71. Mi primera lectura de enjundia

En la casa que erigieron mis bisabuelos había candelas por si se iba la luz, aunque ya hacía muchos años que eso no sucedía.

A mí me gustaba prender una cuando me acostaba. Así instauraba un clima especial antes de aferrar entre mis manos esa osadía en papel que encontré rebuscando por la habitación, la que fuera de mi padre.

Tenía ya mis páginas preferidas e iba de unas a otras en la secuencia que había comprobado más efectiva. Mi mano izquierda era solo de sujeción y la derecha de ritmo.

Faltando poco para la explosión, se abrió la puerta sin previo aviso. Era el abuelo. Se le había ocurrido darme las buenas noches. Así, sin más.

Supe que mis mejillas se desplazaban a un rojo intenso, pero quise suponer que la poca luminosidad ambiente conseguiría que no se percatara, aunque no pude evitar que mi entretenimiento cayera sobre la colcha con la portada hacia el techo.

Me dijo, con circunspecto semblante, que no creía que eso fuera adecuado para mi edad. Luego me dio un beso en la frente antes de que se le escapara esa orgullosa sonrisa porque su nieto ya tuviera interés por leer a Nabókov.

 

 

 

70. Autopsia María Rojas

En su barriga fofa, atrincherados, unos versos, lamidos por los jugos gástricos, recitaban nocturnos al ritmo de su Smith & Wesson.
Fue un poeta estreñido y enamoradizo como suelen ser los de por acá, los de estos pueblos helados.

69. Deshielo

Con los primeros silencios llegó un frío inusual que empañó todos los espejos de la casa. Y, aunque ya no consigue ver su propio rostro reflejado en ellos, aún puede seguir la estela de vaho que dejan las palabras de él por el salón. La indiferencia hace crecer cada mañana una gruesa capa de nieve sobre la que es difícil caminar al despertar. Pero ella, que mantiene encendido su fuego interior, va abriendo caminos que le permiten alcanzarle al llegar la noche.

Hoy las caricias se han helado sobre sus cuerpos, abriendo grietas en la piel y anunciando nuevas tormentas. Y, mientras él asegura que puede vivir en ese iglú que han fabricado, ella derrite con rabia las últimas lágrimas escarchadas.

68. Amigo de temporada

Que el invierno es muy duro ya lo sabe. Que cuanto más tiempo pasa sola es peor. Hoy le ha puesto otra bufanda, sobre lo que podrían ser los hombros, por encima, como un chal, porque para la ventisca que hace le parece que no está lo suficientemente abrigado; pero no lo cubre del todo, este año no le ha puesto el chaquetón, ni le ha invitado a pasar adentro, que así al menos tiene a quien saludar por las mañanas durante un período más largo, que en la aldea no hay nadie casi todo el invierno, que las gallinas no la escuchan cuando habla, y todo el mundo sabe lo que pasa cuando un muñeco de nieve entra en calor.

67. Manuela o Manuel

Una lágrima, lenta y torpe, me brota con esfuerzo en cuanto sostengo en brazos a mi bebé. Ha sido un largo camino. Y es que, a los cincuenta, no tengo sólo los ojos más secos, sino que las entrañas tampoco son precisamente un vergel. Pero ahora estoy feliz. Tengo un bebé. Y, así mismo, con él aún arrebujado en la pequeña sábana del hospital, me escabullo entre la gente, desde neonatos hasta el aparcamiento, deseando llegar a casa para desenvolver mi delicado regalo.

66. Apodado «El Hibernante» (Pablo Cavero)

Incluso los científicos le tildaban como un ser y no como un niño. Todos dudaban de su naturaleza humana, tras su hallazgo en una pequeña cueva tapada por el hielo y la nieve en uno de los parajes más gélidos del planeta,  sin agua ni comida. Había hibernado durante tres meses desde su desaparición del orfanato. Algo propio de algunos animales. Empezaron a atribuirle leyendas muy peculiares: heredero del dios del frío o de la diosa de las nieves con genes de oso polar, incluso extraterrestre o fruto de experimentos con humanoides.

El joven, harto de crecer aislado como un bicho raro al que todos esquivaban, se trasladó a otro país. Allí consiguió un trabajo y comenzó a hacer amigos. Poco después se enamoró e inició su vida en pareja. La nueva existencia se truncó cuando le acusaron de un delito que no cometió, le despidieron, los amigos se esfumaron y su novia también. Acabó en una fría y solitaria celda de la cárcel donde la escarcha se enquistó en su corazón y ese invierno interior dejó su alma gélida. Entonces hibernó de nuevo.

65. Revolución

 

El soldado raso Oliveira nunca olvidaría el día que, sin quererlo, derribó la dictadura. Las órdenes eran vigilar calles y edificios principales y controlar cualquier actividad subversiva. En una plaza casi desierta la vio. Era una mulata de pelo ensortijado y mirada de café que atendía un improvisado puesto de tabaco. Compró una cajetilla sintiéndose torpe, con un hierro colgado a la espalda y sus botas del 45 que olvidó limpiar . Ella colocó un clavel en el cañón de su fusil.
-Así sé que no lo usarás – le dijo con el inconfundible acento de las colonias. Todo parecía a la espera de algo. Se rozaron un instante y empezó la lluvia de claveles. Era un chaparrón tibio que tapizó las calles de rojo y atascó Jeeps y blindados, llenando el aire de aroma a flores tiernas. Tras días conteniendo el aliento la gente salió de sus casas a respirar el aire nuevo, y comenzó un movimiento imparable que tomó las calles, devolvió a los militares a sus cuarteles y acabó, sin un solo disparo, con la tiranía. Desde entonces el día de la Fiesta Nacional no se ven banderas, las puertas, balcones y ventanas se llenan de flores.

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