Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

03. SONRISAS DE REPERTORIO(Mercedes Marín del Valle)

Escuché un murmullo que procedía del salón de reuniones. No creía que hubiera nadie, de hecho tendría que haberme marchado a las tres, pero un trabajo que entró en el último momento me lo impidió. Llamé Helena para decirle que no me esperara para comer. Aceptó entre comprensiva y resignada pues hacía ya un tiempo que el trabajo me absorbía tanto que, aunque al principio pataleó en el intento de mantener nuestras horas cómplices, acabó por tirar la toalla o, adaptarse, como le decía a sus amigas mientras le mostraba la sonrisa más amplia que tenía en su repertorio.

Sigilosamente me acerqué y, cuando intrigado asomé la cabeza, un coro de voces, unas más afinadas que otras, entonaron el cumpleaños feliz como si no hubiera un mañana.

Tuve una sensación de agobio infinito al verme rodeado por todas aquellas personas que gritaban mi nombre acompañado de hurras,  pero no fue eso lo que me provocó la risa nerviosa e incontrolada; en el centro de la habitación, una gran tarta con tapadera de chocolate y velas de mentira comenzaba a mostrar su sorpresa. Helena, mi mujer, salía del interior ligera de ropa mientras el confeti se pegaba sobre mi cabeza desnuda.

02. A DÍA DE HOY

Rebasado, hace ya bastantes años, el codo del siglo, mi mayor alegría en este momento de mi vida, es lograr realizar la hazaña de llegar a disfrutar de un nuevo día.

Despertar de un sueño ya discontinuo y poco profundo y, arrastrando las múltiples goteras que lastran mi carcasa y mis entresijos, asomarme a la terraza para poder admirar otro amanecer espléndido.

Y, pasado un buen rato, ya saciados mis ojos de belleza, tomarme una tostada con fruta y café, poner una buena música y darme una ducha mientras voy decidiendo en qué emplear el día.

Y a la hora del búho, ya bien entrada la madrugada, irme a dormir con una sonrisa de felicidad por haber conseguido recorrer otras veinticuatro horas más, con este maltrecho cuerpo, y sin haber hecho daño a nadie. Creo.

01. LA OXITOCINA Y OTROS EFLUVIOS DE EFECTO INVERNADERO

La plataforma ha sido revisada completamente. Se ha comprobado el funcionamiento correcto de la maquinaria, desde la manguera de inyección del perforador hasta la última bomba de lodos. Se han esterilizado las dependencias y todas las zona auxiliares. Después de examinar las condiciones ambientales dominantes en la planta y las exploraciones médicas de todos los operarios, el equipo de científicos que llegó la semana pasada ha presentado su informe. Al parecer, no se han obtenido resultados que parezcan muy esclarecedores.

Yo solo soy un simple técnico de instalaciones, pero podría asegurar que no habrá epidemias. Dudo de esos “síntomas causados por el metano desprendido en el dragado de la placa oceánica” y desconfío de “los efectos de la presencia de sustancias volátiles en la extracción del crudo” como diagnóstico. Admito que ocurren hechos sorprendentes. Es cierto que Carlos López camina sobre las aguas cada atardecer mientras recita a Machado, y que Matías, el bombero de emergencias, puede alcanzar la cubierta 4 de un vuelo en cuanto se lo propone. Pero yo sé, a ciencia cierta, que lo único que les ocurre a ambos es que pasan mucho tiempo juntos. Mucho.

81. Mi pomo

De no ser por el tenue brillo, reflejo de la claridad filtrada por la persiana, apenas se vería. Pero está ahí, con su silueta ondulada sobre la negra puerta. Cada pomo es como una salida del camino, un giro de consecuencias imprevisibles.

Nunca duermo, aunque me acuestan temprano. Me pongo el pijama, me arropo en la cama y observo la manija. Mientras, analizo los sonidos de la casa. El cacharreo en la cocina, el murmullo de la televisión, alguna conversación lejana. Luego, solo silencio. En el silencio, la quietud. Y en la quietud la espera. Una tortura que no quiero que acabe, porque solo hay dos cosas que le ponen fin. Una es el amanecer. Otra, unas pisadas a deshora sobre la escalera demasiado gastada.

Llegué a pensar que hoy amanecería, pero ahí está. Su sonido me estremece. Aguzo el oído. Miro el pomo. Algo cruje al otro lado. Analizo la manija. Creo verla rotar, pero aún no se ha movido. Intuyo una respiración profunda al otro lado, que espera el momento. Su mano gira el pomo y la puerta se abre hacia dentro. En silencio. Entonces, descubro su silueta una vez más. Una sombra familiar en la negrura.

80. Temores

Tras la alentadora charla con su padre, se lanza decidido a la piscina, aprovechando que, a esas horas, está solo y nadie puede reírse de su miedo a las malditas líneas de carril dibujadas en el fondo. Salta con la seguridad que le da la burbuja de su espalda; esa que impide que se hunda y acabe en sus garras. Nunca vio a ninguna línea llevarse a un niño, aunque imagina que pueda pasar. Pero, cuando supera la mitad de la piscina, algo le agarra de un pie. Intenta escapar. Se mueve con energía para zafarse, formando un remolino de salpicaduras que no le deja ver nada a su alrededor. Hasta que, agotado, se da por vencido y mira atrás, donde su padre lo sostiene por el pie, aterrorizado al verlo avanzar sin su burbuja.

79. Insomnio

Al oír la llamada, el sudor se acumulaba en la parte inferior de mi espalda. Nunca hay buenas noticias si el teléfono suena de madrugada. En mi cabeza se repetía en bucle el día que vi el asesinato. No me importaba cómo habías escapado, pero sí cuándo vendrías. Sin esperar a que amaneciera, cogí un taxi y me subí en el primer avión al extranjero. Lejos de Sicilia, sin móvil ni identidad, gasté todos mis ahorros en el mejor cirujano plástico.

Aunque ya han pasado veinte años, uno no sabe lo paciente que puede llegar a ser la venganza. Tras el cristal, siento tu presencia en la oscuridad de los alrededores. La lluvia parece querer devorarlo todo, cuando un relámpago hace que casi me estalle el corazón al verme reflejado. Con el dedo en el gatillo desde el apartamento de protección de testigos, sigo despierto esperando que llames a la puerta.

78. LAS FORMAS DEL MIEDO

Los niños se asustan de cualquier tontería. Mi hija le tiene miedo a las formas. Ella llama así a las siluetas que, por la noche, habitan la penumbra. Las formas, dice. A mí solo me preocupa que se sienta segura y suelo dejar ligeramente entreabierta la puerta para que las tinieblas no se adueñen de la totalidad de su cuarto. Así una chaqueta apoyada en el respaldo de una silla, por ejemplo, se convierte en la figura de un enano y el traje que cuelga de detrás de una puerta es, qué inocente, un hombre sin cabeza. Y si del armario sobresale la manga de una camisa, la pobre piensa que se trata de la mano del monstruo que habita dentro, mientras que la ropa amontonada en el suelo es un animal salvaje. Yo lo único que quiero es que sepa que siempre estaré a su lado para cuidarla. Por eso, cada noche, antes de apagar la luz, coloco la chaqueta en la silla, cuelgo el traje de la percha, amontono su ropa a los pies de la cama y dejo que una manga sobresalga del armario. Luego entrecierro la puerta y espero. Tarde o temprano acaba pidiéndome que vaya.

77. El piso de arriba

Toda mi vida he oído unos pasos correteando por los pisos de arriba. Cuando era un niño, a pesar del terror que me hacían sentir esos malditos repiqueteos, siempre intentaba descubrir qué los producía. Subía y abría armarios, cajones, revolvía baúles, levantaba colchones. Mis padres no tardaron en internarme en un psiquiátrico. Por fortuna con el tiempo aprendí a controlarme cuando sentía el acoso de esas pisadas sobre mi cabeza, sobre todo porque siempre elegía para vivir casas de una sola planta. Hasta que me casé. Nos compramos un dúplex y he vuelto a las andadas. Hoy por fin se lo he confesado a mi mujer porque ya no soportaba más vivir en nuestra casa y estaba viendo que esa locura estaba pasando factura a nuestra relación. Me sentía muy culpable cuando veía su cara de miedo. Creía que también había empezado a tener verdadero pavor de subir al piso de arriba, nunca la veía allí. Cuando he acabado me ha mirado con recelo. Me ha contado cómo desde niña cada vez que está en un piso de arriba de repente se abren las puertas de los armarios, los cajones salen volando, los baúles se vacían y los colchones levitan.

76. Días nublados (Blanca Oteiza)

Tengo miedo de las siluetas que se perfilan frente a mis ojos y no logro ya reconocerlas. Tengo miedo de que las sombras sean cada vez más alargadas. La voz de mi hijo me susurra, en un intento de tranquilizarme, pero mi angustia crece imaginando monstruos en la oscuridad. Estoy cansada de las visitas continúas al hospital, de los médicos que ya no saben qué responder y de las tinieblas que me rodean.

Mi hijo me coge fuerte la mano, me anima a que siga caminando. Me presentan a mi nuevo amigo labrador, los ojos que verán en esta niebla espesa que me abraza sin piedad desde hace un tiempo.

75. Sesiones

Convendremos en que el miedo es necesario, sugiere hoy el médico. Hace como que repasa sus notas, pero en realidad me observa de reojo. Mi gesto de asentimiento debe resultarle insuficiente. Háblame de tu miedo, me dice. Si te apetece. Y yo lo miro en silencio como si él fuera mi miedo. Como si en los pelos amarillentos de su bigote residieran mis temores. Mi miedo, le digo al rato, ya lo conoce. Y es él entonces, por su mirada, quien parece haber hallado en mí algo suyo. La pared, quizá, en la que golpear con la mano y gritar “casa”. Verá, doctor, añado mirando el poto sediento del alféizar, hay veces en que siento que no puedo aguantar más, pero al final resulta que sí puedo, y debe de haber pocas cosas peores que eso. Él detiene ahora sus apuntes y me mira con gesto neutro. Suspira disimuladamente. Mañana tenemos que racionalizar esto último, dice. Acaba la sesión insistiendo en la conveniencia de relativizar cualquier estímulo negativo. Yo le digo que trabajo en ello, que lo intento a cada momento y con todas mis fuerzas, pero que toda mi capacidad de perspectiva escapa siempre disparada por el punto de fuga. 

74. Cuenta atrás (Pablo Cavero)

Los sicarios se acercan. He escuchado los motores. Veo como se detienen dos camionetas inconfundibles. No hay tiempo que perder. Bajamos raudos al sótano. Mi máquina del tiempo no está testada, pero es nuestra única oportunidad. Activo los parámetros. Nos acomodamos. Diez segundos y nos disiparemos. La cuenta atrás ha comenzado. Arriba se oyen estruendos en puertas y ventanas. Nueve. ¿Dónde se han metido? Ocho. Varias pisadas recorren las estancias. Siete. ¡Vamos inútiles, cogedlos! Seis. Tienen que estar en la casa. Cinco. Una voz grita: “¡Abajo!”. Cuatro. Papi nos han descubierto, tengo mucho miedo. Tres. Pasos en la escalera. Dos. Los esfínteres de mi hijo han sido presa del pánico. Uno. Chasquidos de armas. Cero. Ya somos invisibles, pero les veo trastear en el teclado. ¡Mierda, también se han esfumado!

73. Salta

Un agujero negro circunda mi cama como si de un foso de cocodrilos se tratara. Hace unos días intenté salir, me pareció haber dejado de escuchar el rugir de su profundidad ilimitada. Pero cuando me asomé, unos ojos clavaron su  mirada en los míos y, aterrado, me escondí bajo el edredón. Tapé mis oídos, pero seguía escuchando su risa maléfica, así que canté fuerte, muy fuerte, por aquello de espantar el mal.

Se ha movido, ahora está en la puerta de la habitación, nadie puede entrar. Cuando lo intentan les grito que ni se les ocurra o caerán al infinito, se perderán para siempre. Lloran, supongo que a ellos también les aterra.

Creo que nos hemos hecho amigos, es lo que tiene la convivencia. Hay días en los que me permite caminar sobre él como levitando. A cambio, yo le dejo arroparme por las noches. Es entonces cuando me susurra al oído que todo va a ir bien, que puedo volar, que lo intente. Siempre deja la ventana abierta y yo miro las estrellas, quizás tenga razón, quizás huir de todo sea tan fácil como saltar a ese otro vacío del que sí veo el final.

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