Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

72. LAS LLAVES (Nani Canovaca)

No me explico como he podido olvidar el pago del último trimestre del IVA. Solo me quedan de plazo un par de horas. Cojo el coche para llegar a tiempo. Aparco en un lugar un poco estrecho, pero lo consigo. Al cerrar el coche, las llaves se me escapan de las manos y caen sobre la rejilla de la alcantarilla que hay bajo mis pies. Se quedan enganchadas y me agacho para cogerlas. Como me cuesta (el espacio es muy escaso), me arrodillo como puedo y meto mis dedos. Las agarro con dificultad, pero noto que algo me roza. El escalofrío que siento, me hace dar un respingo y se me escapan de nuevo. Intento serenarme, creo que la imaginación me está jugando una mala pasada. Vuelvo a intentar cogerlas, siguen medianamente a la vista y un aliento empalagoso me absorbe. Siento como me cuelo por las rendijas. Tengo la sensación de que ya no pagaré más impuestos, pero lo que me duele, es saber que he dejado unas criaturas en el colegio esperando que a la salida les recoja. Tengo mucho miedo, quiero pedir ayuda pero mi boca no responde. Estoy paralizada, quiero gritar pero no puedo.

71. Desamparados

Mamá no duerme. Un chacal en su ventana vigila cada noche. Cuando cierra los ojos, el chacal levanta el hocico hacia la luna y aúlla sin parar. Entonces mamá da la luz de la mesilla, perfila los labios como cuando nos besaba después de rezar el padre nuestro y hace un gesto con la mano para que alcance al animal. A veces cuenta las arañas que corren alarmadas por el fulgor de la bombilla a refugiarse en sus rincones.

Por las mañanas mamá no se levanta. Fran y yo hacemos nuestras camas, preparamos el desayuno, nos vestimos y salimos corriendo hacia el colegio, pero antes visitamos a mamá en su desvelo y besamos sus mejillas. Al volver, algunos días, vamos al mercado, cocinamos el almuerzo y, cuando hemos terminado los deberes, entramos en su cuarto. Nos gusta verla suplicar algo de comida o cómo hace pucheros para pedir que la soltemos. Le contamos un cuento para aumentar el peso de sus párpados, solo por el placer de oír el aullido del chacal. A su lado papá no dice nada, hace días que dejó de respirar; las arañas terminaron su mortaja y esperan impacientes que el chacal regrese a su cubil.

70. El discurso del miedo (Alberto BF)

Madrid, Noviembre de 2021.

Hace tiempo que no salgo de casa. Ni siquiera, a por el pan. Cómo voy a salir.
Tengo miedo, no hago más que escuchar en los medios que en cuanto pise la calle, ocuparán mi piso.

Y que lo ocupen no será lo peor; no hay duda que lo hará una pandilla de inmigrantes, de esos que vienen a quitarnos nuestros trabajos y violar a nuestras mujeres.
De pensarlo me dan los siete males.

Afortunadamente, puedo hacer la compra por internet y así evito, además, tener que esquivar a vagabundos dispuestos a robarme si me acerco a las tiendas del barrio.
Y si enfermo, me atenderá el médico por videollamada, gracias a mi seguro de salud privado. Qué tranquilidad.

Eso sí, mataría por unas cañas. Fútbol, misa y toros también se echan en falta, aunque menos. Los puedo ver en televisión.
Pero unas cañitas, así, fresquitas, en una terracita… son tan imbatibles como un chuletón al punto.

Creo que al final contrataré la alarma. Dicen en la radio que la seguridad es fundamental. Y sentirme libre, más.

Aunque hay algo que me angustia: ¿me dará tiempo a contratarla antes del gran apagón mundial?

69. Miedo (Aurora Rapún Mombiela)

Empecé a sentirlo el día en que encontré a mi mujer muerta en el salón. Los síntomas, que se repiten desde entonces, suelen ser siempre los mismos: escozor en la garganta, lagrimeo, opresión en el estómago y dolor de cabeza. Puede durar segundos o días. Hubo una ocasión en que el ataque fue especialmente virulento, cuando detuvieron al asesino y lo reconocí. La impresión fue tan fuerte que todavía me asalta y me deja sin resuello. Sobre todo cuando vuelvo a reencontrarme con su mirada extraviada, las pocas veces en que me atrevo a mirarme en un espejo. 

68. Miedo a la oscuridad de sus ojos (Salvador Esteve)

De niño la amaba en silencio, un sentimiento que el tiempo no supo aplacar.  En la distancia fue una constante en mi vida, una punzada en mi memoria. Nadie pudo salvar la comparación con su sonrisa, el careo con sus ojos. La he buscado, la he encontrado y la he dejado escapar muchas veces.  En su ausencia rumiaba su imagen, mas su presencia paralizaba mi ánimo. Nunca perdonaré mi miedo,  mi dañina cobardía.  He navegado por el desierto con la soledad del vencido.

 

Ahora, recluido en esta residencia, cuando la existencia cansada ya quiere reposar, deambulo ausente intentando retener mis recuerdos.  Cuando, de repente, como un regalo del destino, tan solo a unos metros la veo.  Ella, tan hermosa como siempre, observa el atardecer desde la ventana, su rostro refleja la paz que siempre anhelé.  Es mi última oportunidad, ya nada tengo que perder, un no de sus labios tan solo precipitaría mi muerte.  Arrío la bandera del temor, pues ya no puedo ni quiero huir.  Me acerco y con el coraje que nunca tuve cojo su mano.  En un instante se desvanece y, temblando, comprendo horrorizado que siempre fue una ilusión, un espejismo de mi sed de amor.

67. ¿Por qué le llaman temor cuándo quieren decir eso? (La Marca Amarilla)

Alfredo, temeroso hipocondríaco, vivía solo con su gato Placebo cuando sobrevino la terrible pandemia.

Durante el confinamiento pasó verdadero pánico, por eso permanecía en casa todo el día, y cuando salía a tramitar algún asunto esencial tomaba todas las medidas recomendadas y muchas más. Sentía pavor, por ejemplo, cuando el repartidor del súper le entregaba la compra. Y siempre desinfectaba todo, Placebo pasó a ser el gato más limpio de toda la comarca.

Pronto -demasiado- aparecieron las primeras vacunas, Alfredo albergó alguna esperanza de que por fin pasara toda aquella pesadilla vírica, pero, ay ¿Y los efectos secundarios de un medicamento casi experimental? Las dudas comenzaron a provocarle ansiedad, y le convencieron para no vacunarse. Estaba seguro de que después del pinchazo de eficacia prometida una malformación o enfermedad crónica le sobrevendría (nunca pensaba en morir, porque moría de miedo)

Al cabo de los años se erradicó la pandemia, y Alfredo pudo respirar, no así Placebo, que se ahogaba debido a los productos desinfectantes que le aplicó su dueño. El veterinario solo pudo inyectarle una vacuna eutanásica como remedio ante tal sufrimiento. Fue entonces cuando un saludable Alfredo perdió el miedo a la muerte y feneció de pena y remordimiento.

66. LA ESCALOFRIANTE HABITACIÓN

Llegué sin reserva porque para eso soy cliente habitual, pero no quisieron darme la única habitación que les quedaba. A regañadientes me entregaron la llave y se ofrecieron a buscarme una suite en otro hotel de la cadena, pero yo estaba muy cansado aquel día y subí sin más.

La decoración no era la misma de las otras habitaciones: las paredes estaban llenas de cuadros de personas muertas y los espejos apenas reflejaban mis movimientos. Recién tumbado en la cama reparé en la pintura del techo: un Cristo viejo y enfermo que me miraba fijamente. Me dormí con la inexplicable sensación de sentirme vigilado.

Una oleada de frío me despertó, y junto a la cama, una mujer de niebla me dijo con tristeza infinita:

<<¿por qué has sido tan imprudente? Ahora quedas tú>>.

Desde entonces sigo esperando que venga otro, para despertarlo con mis dedos de hielo y poder dormir de una vez.

65. Cuentas pendientes

Me dieron el soplo en «La Casa Nostra» , el bar de la calle 45 donde solía abrevarme. Luca Falce salía de la cárcel y había jurado hacerme una visita. Había huido de Sicilia por un lío de faldas, le hizo tragar una de tubo a un policía. En América alcanzó sus mayores logros profesionales, incluso llegó a ser gangster del mes. Su prestigio en el sector era enorme, un miembro de la banda rival al que acababa de liquidar, le felicitó antes de morir por su buen asesinato. No tardó en cumplir su palabra y presentarse en mi casa. Con movimientos lentos de animal peligroso puso sobre la mesa una desgastada Biblia. La cicatriz de su cara parecía viva con las luces del sex- shop de la calle de enfrente.
– He cambiado, – me dijo-.
-No pienso volver a la sombra, sólo quiero encontrar a mi mujer. Saqué una botella de whisky y llené dos vasos. Cuando se fue guardé el revolver en el cajón, mejor ser precavido que lucir el traje sin espalda que te ponen en la funeraria.

Su mujer salió de mi habitación vestida con mi camisa hawaiana. Aún temblaba cuando se sirvió un whisky doble.

64. «Umbilicalitis»

Ya son las siete y mi dulce bebé se vuelve tremendamente irascible a medida que cae la tarde, su cabecita ya ha interiorizado la rutina:  baño, cena, a la cama y……………….al colegio. Su papá se levanta a las seis de la mañana y entonces  ella hunde la cara en la almohada sollozando ante la inminencia de lo que se avecina, su angustia es infinita, y es tan buena que se deja vestir sin rebelarse aunque rogando aterrada  entre lágrimas que por favor no la lleve al cole.

Llegamos a la puerta de la clase,  su seño me la arranca de los brazos,  la dejo “esmorecía”  y dándole la espalda me voy con su llanto clavado en el alma, pero firme en mi decisión.

Después de mes y medio se acercan las vacaciones de Navidad, me asusta pensar que tenemos que volver a empezar……

Cumplió los tres añitos el día de Nochevieja y  de nuevo volvimos a las clases. Esta semana  ha ido de excursión a una granja escuela ( el cordón umbilical ya se ha alargado), regresó a las cinco de la tarde, casi dormida en el autobús pero FELIZ  y en sus manitas una manualidad para su mamá.

63. De vuelta (Patricia Collazo)

Espero hasta el último momento para apretar el botón de próxima parada. Si alguien se pusiera en pie para bajar detrás de mí, me echaría a temblar y no me atrevería a hacerlo. Pero por suerte soy la única que abandono el autobús.

Cuando mi pie toca el bordillo de la acera se inicia la carrera.

La calle se convierte en un bosque impenetrable. Un bosque cuyas ramas ocultan la luz de las farolas, cuyos cientos de ojos acechan mis pasos, cuyas pisadas furtivas, murmullos socarrones, croares y chillidos me erizan la piel.

Los pies se me enredaban en las abultadas raíces. Tropiezo, caigo y me levanto a la vez. Una trampa a la que el bosque me somete siempre que cojo el Búho. Y, aun sabiéndolo, soy incapaz de caminar, necesito correr. Sé que el bosque me echará a las fauces de una jauría en cuanto me detenga. Que los lobos hambrientos me devorarán sin piedad. Y que, como si los depredadores no fueran ellos, por la mañana todos me culparán a mí por haberlo permitido, por no haber gritado lo suficiente, y porque las niñas buenas no cruzan el bosque pasada la medianoche, y menos aun llevando minifalda.

61. Amor ciego

Aún tiembla al cerrar la habitación del hotel. Se quita la ropa y evita el espejo del armario. Sabe que él todavía la busca. Se deshace de su melena a tijeretazos. Los mechones cortados se le pegan en los pies cuando se da la vuelta para mirarse. Se estremece al recordar sus manos dibujando el mapa de lunares de su pecho. Uno a uno, los arranca, hasta que la sangre se une al pelo formando una masa viscosa. Ahora no podrá reconocerme, piensa. Hasta que el espejo le devuelve el verde de sus ojos.

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