Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

57. Algo había cambiado

Tras una larga ausencia, se sentó a tomar un café en el bar de la plaza del pueblo. Parecía que no hubiera pasado el tiempo: el camarero era el de siempre y la clientela, con más canas y algunas ausencias, la habitual, el sol comenzaba a alumbrar tímidamente la fachada rosa de la casa de enfrente, las farolas aún permanecían encendidas dando un ambiente cálido a la plaza, solo roto por el ruido de algún coche o el ladrido de un perro, y las palomas revoloteaban alrededor de la fuente.

Terminado el café, dejó unas monedas en la mesa, cruzó la plaza entre los naranjos y las cuatro palmeras que delimitaban la zona ajardinada, y se acercó a la esquina, al puestecillo en que de niño compraba chucherías y, pasados los años, el único cigarrillo que la salud y su familia le permitían, y que se fumaba con el anciano quiosquero, mientras mantenía una intrascendente conversación sobre fútbol o el tiempo.

Al llegar a la esquina y ver el quiosco cerrado, notó el profundo silencio de la ausencia, y su desazón se convirtió en añoranza.

56. De vuelta al hogar

«Lo hemos tratado como un hijo más pero…» en esa parte desconecto y pienso en el padre Luis, su vara y su cara de rabia y odio cada vez que me ve de vuelta. Ya es mi quinta casa de acogida y se han portado muy bien conmigo, pero yo sólo quiero estar con mi madre y aguanto lo que haga falta para regresar junto a ella. Sor Inés, que siempre me busca buenas familias, les pide disculpas apenada mientras con disimulo me lanza dolorosas miradas de decepción. Aunque con el paso del tiempo es más bien  miedo lo que veo en sus ojos porque cada vez es más evidente nuestro parecido.

55. Delicias navideñas (María Rojas)

 

La Navidad que pasamos con Claudio fue fenomenal.
Amada asó una pavita que le quedó de rechupete.
Armando hizo el árbol de Navidad, el alto, el que casi llega al techo, el que no sacábamos desde el año en que mamá desapareció de un golpe de calor. Lo decoramos con pastelitos y frutas que nos fuimos comiendo día a día.
El veinticuatro, Claudio nos dio unos regalos increíbles. Bailamos reguetón y él nos cantó rancheras y blues.
Entramos en shock, qué swing, que voz tan espectacular. A las tres de la mañana nos fuimos a la cama. Todos contra Claudio y Claudio con todos.
A las dos de la tarde nos despertamos, pero el problema fue que Claudio no lo hizo. El tatuaje del alacrán de su pene estaba morado y con el aguijón para abajo.
Para que regresara, para no perderlo fue que decidimos meterlo en el arcón de los congelados del sótano, encima de mamá.

 

 

 

54. Precipitaciones (Juana Mª Igarreta)

Y, por fin, regresa la lluvia. En la calle florecen paraguas multicolores. A las ventanas, hasta ahora cerradas bajo el sol como ojos aquejados de ceguera, se asoman chicos y mayores. Con los brazos abiertos y las manos extendidas le dan la bienvenida entre suspiros de alivio y regocijo.

Angélica vuelve presurosa de la peluquería, cubriéndose la cabeza con la bolsa multiusos que siempre lleva cuidadosamente doblada en el bolso. Entra rauda en casa y libera sus manos de enseres varios; abre enérgicamente la ventana de la cocina y, sin medir sus fuerzas, se alza en el banquito con el que se ayuda para llegar a la última de las cuerdas, abalanzándose irremisiblemente sobre el tendedero.

Tomás, desde que fue señalado en la última junta vecinal, ya no fuma puros en el ascensor. Ahora espera y los enciende nada más salir del portal. El último humea tembloroso sobre su labio inferior cuando Angélica, la vecina del primero, aparece como caída del cielo y se lo arrebata de golpe.

53. Sefarad

Sacó de la maleta una llave herrumbrosa, la que debía dar entrada al caserón. Caminó durante horas por las callejuelas que se retorcían del dolor de antaño. Llegó tras perderse una y otra vez, al lugar que le dijera la abuela; de donde salieron espantados los que con tanto pesar tuvieron que huir en otro tiempo. Introdujo el hierro en la cerradura con mano temblorosa y la emoción contenida de siglos que traía en el zurrón se desparramó por el empedrado. Pero la llave bailó en el vacío sin sujetarse, ni encontrar apoyo. No abrió, tampoco cerraba. Salió entre tanto del edificio un hombre de mirada vetusta y recelosa. Masculló desganado que dejara la búsqueda, que allí siempre había vivido cristiano viejo. Los visillos de enfrente cuchicheaban. Las puertas a cal y canto más que nunca. Erró por la judería desierta. Cansada desanduvo sus pasos. Se dirigió al hotel, más tarde al aeropuerto. Dudó solo unos instantes antes de precipitar el óxido antiguo a una papelera boquiabierta, llena de desechos. En el mostrador pidió un billete de ida, sin vuelta. A las tierras del destierro, su casa.

52. PIEL DE GALLINA

La rolliza propietaria del asador de pollos no comprendía a los clientes que, resoplando y muy desmejorados, acudían a su comercio a recoger la sabrosa mercancía y se compadecían de la cocinera que manejaba aquellos espetones con el mismo salero con el que canturreaba una copla popular, como si junto al fuego no notara la infernal temperatura. Eso sí, de vez en cuando hacía una pausa, salía del local y se aventaba la ropa a pleno sol del mediodía ante el asombro de los turistas que huían del tórrido clima anunciado por las autoridades. Tal vez la escena formaba parte del reclamo publicitario, pero ella nunca se ponía a la sombra porque, decía, el contraste de calor y frío podía ser muy malo para los poros de su piel, de modo que pasaba de los 60ºC del interior a quince menos en medio de la plaza, donde la gente, entre incrédula y fascinada, siempre acababa aplaudiendo y comentando la tersura del cutis de la pollera.

51. Renacimiento

Le ruego que tenga paciencia conmigo. Si algo tengo claro esta vez es que deseo elegir mejor. Para empezar, de preposiciones, conjunciones, artículos y demás morralla ponga lo imprescindible. Y tampoco se pase con los adjetivos y los adverbios, que luego ni me acuerdo de ellos. Quiero más que nada verbos, para hacer todo lo que en anteriores ocasiones no pude. Pero vaya echando despacio, de modo que yo pueda verlos. Mire, esos tan feos, por ejemplo, quítelos. O aquellos otros, tan inútiles. Evite sinónimos, hombre. Qué bonito este, ¿verdad? Y ese de ahí, tan provechoso además… Ahora sólo falta completar con los sustantivos que quepan, que las cosas pierden concreción sin palabras que las designen y, una vez reducidas a eso o aquello, acaban confundiéndose en la amalgama de… Discúlpeme, sí, sustantivos comunes, aunque no todos. Verá, quiero este nombre propio, ¿sabe?, y si no lo tuviera aquí, haga el favor de pedirlo. Porque nada de esto tendrá sentido si no es con ella.

50. Fuego

Hemos dejado atrás el coche y caminamos por la carretera pegajosa. Yo intento no pensar, porque temo que el menor pensamiento haga que el cerebro se me funda definitivamente. Él no se calla:

 

—Hace mucho calor.

—¿Queda mucho para la gasolinera?

—Este calor es insoportable.

 

No pasa nadie. Quizás porque ya no quede nadie. Rezo, por este orden, por:

   1.Que se calle.

   2. Que aparezca la gasolinera.

   3. Encontrarnos con alguien, lo que demostraría que el mundo no se ha derretido.

   4. Que se calle de una vez.

   5. Que la puta gasolinera no se haya incendiado espontáneamente.

 

—Qué calor, no puedo más.

 

Hay una tierra de labor abandonada. Alguien, antes de todo esto, dejó una pala entre los surcos. Lo miro. Se me ocurre de pronto que tal vez en lo más profundo de la tierra quedará algo de frescura, el abrazo de un resto de humedad donde las lombrices se refugien de este calor. Me mira. Comprende.

 

Dos horas después, reemprendo el camino, con la única compañía del bidón de gasolina,  vacío, sí, pero silencioso. Ojalá la tierra le haya aliviado por fin del calor. En todo caso, ya nadie oirá sus quejas.

49. El túnel

…y escapar así al destino.

Andreas Taxidiótis, Viaje a Poniente

 

Todo comenzó cuando las ciudades de Florencia y Samarcanda decidieron hermanarse, y la Asociación Histórica de esta última, buscando revivir su mítico y legendario pasado propuso, además, unirlas mediante un fabuloso pasadizo subterráneo.

Se necesitaron remover incontables toneladas de tierra para terminar una obra de ingeniería tan colosal como extraordinaria, aunque mayor fue su sorpresa al emerger por la Piazza della Signoria. La que apareció ante los excavadores era una Florencia incomparable en su esplendor renacentista, quizá la más hermosa de todas las ciudades, incluso imaginadas. Enseguida comprendieron que el esfuerzo de traspasar ambos continentes en sentido contrario a la rotación de la Tierra los había llevado a horadar un túnel en la geografía del espacio. Y ninguno de los que encontró tanta belleza quiso volver atrás.

Fue este hallazgo inesperado lo que les hizo descubrir entonces cómo excavar otro túnel, pero esta vez en la geografía del tiempo, para así poder regresar al primer amor, a los días perdidos de la infancia, a la esperanza de renacer con otra vida, a la posibilidad de no haber existido. Y ninguno de los que lo han atravesado ha querido volver atrás.

48. «SimplificArte» (A. Barceló)

Se dio cuenta de que no podría seguir adelante sin apretar algunas tuercas. Tras rebuscar entre sus herramientas, advirtió que carecía únicamente de la que le hacía falta. Siempre la misma historia, nunca se encuentra lo que se necesita en el momento que se precisa. Podría intentarlo con lo que tenía a mano, pero sabía que no lograría el ajuste perfecto y lo contrario sería arriesgarse a sufrir un fallo crítico.

La Ley de Murphy no es la única que opera en el universo. Cuando menos lo esperaba, apareció alguien a quien poder pedir ayuda en medio de aquel paraje desierto. Hubiera sido demasiado pedir que llevase encima una diez/once, pero a cambio aquel desconocido le ofreció una opción que, hasta entonces, nunca había contemplado: abandonar el DeLorean, dejar en paz el pasado, renunciar a adelantarse al futuro y regresar de una vez por todas al presente.

47. El guardián de la foresta

Delgado, escuálido, sucio y vistiendo unas ropas viejas, esas que estorban en las casas y que iban destinadas a la chimenea, así me representaron a mí. Y yo estaba feliz.

Bajo un sol tórrido, soportando los cuarenta grados de La Mancha, en mitad de un campo lleno de girasoles, que ya no se atreven a mirar al sol, pasaba los días vigilando que la cosecha llegase a ser recogida intacta. Hacía mucho calor, pero yo estaba feliz.

A veces el viento movía mis manos de paja, el mismo viento que movía las aspas de molinos majestuosos que antiguamente molían harinas, el mismo que jugaba con mi sombrero y eso me hacía feliz.

Un día pusieron un artilugio extraño que disparaba simulando una escopeta y yo formé parte del montón de las malas hierbas. Ahí acabó mi felicidad.

Hoy soy pasto de las llamas mientras en el aire suena el disparo que ahuyenta a los pájaros en su afán de comer el grano.

46. ESPERANDO A MANUEL (Rosalía Guerrero Jordán)

Plof, plof, plof, el abanico golpea con fuerza en su pecho mullido, a pesar de que sus brazos son huesos envueltos en carne flácida.

—Manuel tarda mucho en volver —murmura para sí misma, asomada a la ventana. Al otro lado, el asfalto arde y el calor desdibuja las calles.

La anciana se gira y observa asustada al interior de la habitación. Durante unos segundos no recuerda dónde se encuentra, y el abanico se detiene en mitad de un aleteo.

—¿Dónde narices se habrá metido este hombre? — . Vuelve a mirar a la calle y su muñeca retoma su rítmico y ventoso golpeteo. — Le dije que hacía demasiado calor para salir.

—Abuela, vamos a acostarte ya. — Una voz amable la saca de sus cavilaciones.

—Pero tengo que esperar a mi Manuel. No tardará en regresar. Nunca ha dormido fuera de casa.

La joven asiente y se sienta a su lado. No le dice que Manuel no va a regresar, que hace dos inviernos un virus se lo robó. Sabe que pronto su memoria se deshilachará y se olvidará de Manuel. Y que cuando llegue el invierno él no estará a su lado para calentarle los pies en la cama.

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