Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

35. YO, PECADOR (Mødes)

Chilló.

 

 

 

Chilló.

 

 

 

Chilló.

 

 

 

Cuando aquella curandera le introdujo en la vagina su aguja de tejer, la adolescente chilló.

Y yo, al otro lado de la puerta, sólo pude rezar por ella.

Y por mí.

Y temblando de miedo, empapé de orina mi vieja sotana.

34. MATERNIDAD

Cuando eras una niña te gustaba disfrazarte la noche de los muertos. La primera vez, aún casi bebé, me pediste ir vestida de calabaza. Recuerdo la tormenta que nos sorprendió en la calle, el fieltro naranja empapado. Unas horas más tarde, los espasmos de la tos sacudiéndote entera, la fiebre que no cedía y mis intentos desesperados de conjurar la enfermedad invocando a la luna.

Los años siguientes las cosas no fueron a mejor: las arañas de mentira cosidas a tu túnica de brujita o cada herida simulada con maquillaje sobre tu piel me hacían consciente de tu fragilidad.

Desde que entraste en la adolescencia, vivo en un Halloween permanente. Las fiestas a las que te invitan son aquelarres satánicos, si me hablas de amigos divertidos yo imagino fieras devorándote las entrañas, sospecho que las discotecas son antros donde te ofrecen las pócimas más letales y las calles de regreso a casa se convierten en laberintos oscuros plagados de peligros.

Pero la peor pesadilla toma cuerpo en mi mente cuando en el desvelo de la madrugada marco temblando el número de tu móvil, que siempre me responde con las mismas terroríficas palabras: «apagado o fuera de cobertura».

 

 

33. MENÚ DE DESGUSTACIÓN (Belén Mateos)

El horno desprende, como cada día, un aroma especial a pan tierno.

Nuestra hambre es voraz.

La soledad busca aquella mesa en la que el nuevo huérfano se ausenta por una indisposición prematura.

La cocina espera el manjar.

El cocinero a su presa.

Nosotros, saborear su exquisito menú.

 

Creo que nunca el orfanato dio en adopción los más suculentos manjares. Creo que se reservaba la buena cosecha para consumo propio.

 

Llevo desde los nueve meses amamantado de su cocina, han pasado dieciséis y sé que la carne vieja no es plato de buen gusto.

 

Me sitúo en la fila para paladear al recién llegado.

 

Siento mareo, desazón, me falta el aire, mis cubiertos están ausentes como mi cuerpo.

 

Suben veinte grados el horno.

 

Hoy los fogones me saben a nuevos padres, a un brindis de pan recién hecho, mientras rellenan el formulario en el que se nos promete una buena compañía y no abandonarnos si nos vamos de viaje o nos mudamos de casa.

 

Creo que mi nombre está en la lista de invitados o, al menos, en el menú para degustar.

 

Hoy es el primer día en el que no tengo miedo.

Por fin la minuta será deliciosa.

 

 

32. La primera vez

No sabe que va a morir, ni siquiera le pasa por la cabeza. Solo se deja llevar, mecido por el traqueteo de la camioneta, obediente —como no podía ser de otra forma—, camino a las afueras de la ciudad.
El recorrido es breve. El vehículo se detiene junto a la cuneta, todos bajan y el oficial le manda que se coloque al lado de sus compañeros, perfectamente alineados. Lo que sucede a continuación le agarra por sorpresa. El grito de «carguen» hace que se ponga a temblar; con la orden de «apunten» se olvida del miedo y en su cabeza se desborda un torrente de pensamientos dispares: asesinato, injusticia, huida. Resignación. Pensamientos que se apagan con la detonación de los fusiles, pues en ese instante ya está muerto.
Pero él aún no lo sabe. Tendrá que esperar unos días, a que la camioneta le lleve de nuevo a las afueras de la ciudad y reciba la orden del oficial de formar un pelotón junto a sus compañeros; a que se oigan los gritos de «carguen, apunten, fuego». Entonces, cuando apriete el gatillo sin pensar en nada, lo sabrá.

30. MACROFICCIÓN (Sara Lew)

Primero fue un grito prolongado emitido desde las entrañas, luego vinieron los vómitos y náuseas sucedidos por un largo lamento entre estertores. Acurrucada en un rincón del laboratorio, reconoció al gigantesco monstruo que acababa de succionar a su padre y que ahora iba a por ella: ocho patas que no paraban de moverse y unas fauces tan repulsivas como aterradoras.

Recordó con nostalgia aquel verano del 85 en Benidorm, cuando tenía cinco años. Apenas puso un pie en la habitación del hotel comenzó a estornudar. Su padre llamó a recepción para que se llevaran enseguida las almohadas de plumas mientras ella no dejaba de preguntar: “¿por qué me pasa esto?”. Al día siguiente, después de un maravilloso día de playa, fueron juntos a comprar su primer microscopio.

29. LA NOVIA

Hacía poco más de un mes que habían comprado esa destartalada casa.  Subían al desván los muebles antiguos para que no se estropearan  hasta terminar la obra.

Eran solo las 6 de la tarde, se habían quedado sin luz, así que  Pepe salió a buscar un electricista. No pasaron ni 10 minutos cuando  el cielo se tornó gris,  se oyó un gran trueno, seguido de una nube de piedra que empezó  a descargar toda su furia sobre la casa. Los rayos de vez en cuando iluminaban la tétrica sala.

María oyó claramente como la llamaban, era una voz dulce de mujer que  decía:

-¿Qué haces María? ¿Por qué has quitado mi espejo? Mira, me he puesto el vestido de novia.

Al volverse, vio un traje de novia, pero sin rostro, vacío, sin alma…

Le tembló todo el cuerpo desmayándose. Todos pensaron que se debía a su embarazo.

Al día siguiente subió al desván y allí estaba el espejo, al acercarse vio horrorizada el reflejo de un vestido de novia, pero esta vez sí tenía rostro, era el suyo. Noto como volaba hacia el balcón y caía. Oyó risas, palmas…

El pueblo murmuraba, la casa maldita se lleva otra novia…

28. Bajo el tictac del miedo (Juana Mª Igarreta)

(Inspirado en la vivencia del pamplonés Enrique Cayuela)

No dejan de buscarme,  aunque mi fiel empleada les diga reiteradamente con voz valiente y decidida que estoy de viaje. Para intentar esquivar a los que me persiguen me he quedado cerca de casa. Insospechadamente cerca.

Escondido en un cubículo de poco más de un metro cuadrado, intento que el tiempo corra a mi favor junto a la maquinaria del reloj de la estación. Pero he de tener cuidado, sumo cuidado, pues la esfera que me oculta durante el día, cuando en la noche ilumina las horas puede también delatar mi presencia.

A veces comparto mi exiguo rincón con otro compañero de huida. Cada vez que escuchamos el impacto de las botas contra las escaleras del edificio, durante las incesantes rondas de registro que efectúan los militares, nuestros angustiados corazones laten como caballos desbocados,  pues el miedo es un jinete que no sabe manejar las riendas.

Entre sobresalto y sobresalto pasan las horas, los días, las semanas… ¿Cuánto tiempo estará la suerte de mi lado? ¿Hasta dónde llegará la lealtad de esos vecinos que, aun no compartiendo mis ideas,  permanecen con sus bocas cerradas?

27. CASA VENCIDA

Como un reloj que marca segundo a segundo el fin de mis días, una gota cae del grifo al fregadero. Las nubes que anuncian tormenta no dejan ver la luna llena, pero sí, esta noche además hay luna llena, y aquí estoy yo, con todo el arsenal de antídotos y supersticiones contra apariciones y fantasmas, esperando conciliar el sueño, aunque mucho me temo que de nuevo la pasaré en vela y volverán las ventanas a abrirse solas, las canicas a rodar por el suelo, las puertas correderas a deslizarse y chocar con el dintel, y en medio de todo ese pavoroso escenario, como si no fuera suficiente, pasos y arañazos viniendo de dentro de los tabiques, seguramente un alma emparedada que quisiera salir de su suplicio.

El obrero, que tenía que haber reparado la dichosa gotita, me advirtió, seguro que para sacarme el dinero, de que la casa se estaba inclinando peligrosamente y que, además, había una plaga de ratas. ¡Bobadas!

Ya empieza, ya están aquí. Brilla el cielo nocturno y se oye un trueno. Oigo pasitos por el falso techo y no tarda en llegar a mí una botella vacía rodando perezosamente por el pasillo.

26. PADRE NUESTRO

Padre nuestro… ¡Por favor, por favor!… que estás en el cielo… ¡Por favor! Que hoy haya bebido tanto que no se le ocurra mirar debajo de la cama… santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu reino… Sé lo que nos espera a mi hermana pequeña y a mí si nos descubre… hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo… Lo mismo que nos ha hecho las otras veces… Danos hoy nuestro pan de cada día… Ella ya está temblando, pero yo tengo que ser valiente por las dos… perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden… Por eso esta noche sigo rezando… no nos dejes caer en la tentación… para poder atreverme a usar este cuchillo… y líbranos del mal… aunque sea nuestro padre. Amén.

25. Las nubes que derrotaron a la imaginación (Antonio Bolant)

Aunque provoque cierta grima en los demás, nunca le importó, se siente muy cómodo estando solo. Sin embargo, su ego sí echaba en falta un merecido reconocimiento a sus imaginativos divertimentos. Un reconocimiento que supo encontrar escrito en el cielo.

Hoy, con mayor esfuerzo que nunca, dirige su mirada hacia arriba, a un manto de nimbostratos que se extienden hasta el horizonte. Le suele ocupar pocos minutos descifrar alguna cómplice alabanza entre las caprichosas formas algodonosas que transmutan a la deriva. Quizás un pulgar en alto, o una sonrisa, o cualquier otra figura que su imaginación interprete como un halago celestial.

Pero esta vez el mensaje no aparece. Lleva varios días mirando fijamente al cielo sin encontrar señal alguna de complicidad. Ni una simple forma, ni un leve signo que elogie su último entretenimiento. Las nubes permanecen compactas porque temen moverse. Horrorizadas, no quieren seguir dando alas involuntarias a ese tipo, no después de semejante atrocidad. Muy despacio, intentan formar una esfera. La posibilidad de cometer un error y ser utilizadas de nuevo les hace sudar, empaparse, ennegrecer, hasta que, finalmente, chasquean toda la ansiedad acumulada en el relámpago más cegador que nunca vio, ni volvería a ver.

24. Sobreviviendo al terror

El miedo se apoderaba de ella cuando se acercaba a los muros de la cárcel. La visita semanal a su hermano se le hacía cada vez más cuesta arriba.
No eran los cacheos íntimos a la que le sometían para comprobar que no era una de las mulas que llevaba estupefacientes a los presos.
Era el temor a no saber disimular, a no poder tranquilizarlo para que no añadiese al terror que sufría, más agobios, pensando en los que estaban fuera.
Por eso inventaba historias graciosas de sus sobrinos para no confesar que su padre estaba ingresado con cáncer y que a mamá le costaba mucho mantener a la familia y pagar su abogado con lo que ganaba en su pequeña tienda.
Se presentaba con una amplia sonrisa, le comentaba noticias familiares y de amigos para que se sintiera conectado con lo que ocurría fuera.
Pero aquel martes lo notó distinto, le delataba un ojo morado y un tono esquivo.
Tras insistirle le comentó que un preso le exigía dinero para salvar su vida.
Aunque sabía que sería un largo chantaje le entregó al funcionario todo el dinero que llevaba: “Tenía que salvarle la vida. Luego intentaría conseguirle un traslado».

23. Sacrificio

El hombre sigue corriendo. Aunque lejanos, todavía escucha los cantos festivos del templo. Huye de sus perseguidores. Sobre la espalda, lleva al niño, su primogénito. El ocaso emborrona las líneas y le impide esquivar las malheridas ramas de las jacarandas —los dioses  les han castigado con inundaciones—. Nota el gusto de la sangre apelmazada en su garganta. Los brazos de su hijo le estrangulan. Y, casi sin aliento, su mente se acelera. Piensa en el gigante de bronce al que idolatran: en sus manos extendidas y receptoras, en la cabeza de carnero con la boca abierta, y en el fuego purificador de su interior. Todas las deidades son vengativas, recapacita. También él, como los demás habitantes del poblado, ha consentido siempre en aplacar la ira divina. Ya no. Mientras activa los recuerdos de ofrendas pasadas, sus piernas se quedan atrás. Están exhaustas. El niño grita. Les han alcanzado. A su alrededor, rostros ocultos tras máscaras de madera. El hombre protege a su hijo con los brazos. Forcejea.  Antes de que se lo arrebaten, descubre en las pupilas infantiles las llamas de la pira. Y, en un último resuello, hunde la hoja de su daga en el pequeño cuerpo.

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