Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

70. LAMENTO MUSICAL (Nani Canovaca)

Ahora entiendo el motivo por el que me alteraba cuando comencé a conocer este género musical. Me afectaba y pareciera que se me clavara en el alma. Como el llanto reprimido y doloroso que siempre descubrí en tu rostro, tus ojos y  que se te prendía a flor de piel.

¡Clavado, no conseguías espantarlo!

Al final comprendí este arte musical, que incluso he llegado a disfrutar, haciéndome intuir. Lo mismo que descubrí aquel dolor que no supiste superar y que terminó apagándote, como la nota final acompasada y callada, cuando el saxofón se queda solo y termina la partitura, dejando prendida una lágrima en la última nota que normalmente cae al suelo, como recuerdo de todo lo que significó su origen.

Hubo un tiempo que me sofocaba no comprender el arte y la pena, unidas.

Hoy, Jazz y sentimiento, van tan unidos a mí, como tu mirada y mi sentir.

69. Laberinto interno -Calamanda Nevado-

Si le  recordaba que antes era una persona centrada, y podría volver a serlo, trataba de convencerme que daría su brazo a torcer. Pronto dejé de creerla. Borraba con una goma  las buenas palabras y los deseos de cambiar.  Nos descolocaban sus atrevimientos; verla  humillarse.  Después de ayudarla profesionales,  aconsejarla y  luchar para que dejara de pedir limosna en la calle,  decidí irme. Me  costó cargar con ese peso,  hubiera  deseado hacer realidad, “hasta que la muerte os separe”.

-No nos encontrará cuando venga a comer,- dije con alivio a nuestros hijos, recién duchados. Seguramente  movido por algún ángel del cielo,  mi vida entonces era confusa y había tocado fondo. Cómo  podíamos   vivir como si nada, rotos de vergüenza, si  ya  no era secreto para  ellos su obsesión por  la bebida y   las apuestas.    A punto estuvo de arrastrarme, y yo de dejarme llevar.

Ahora estrecho a mis hijos contra mi pecho, y el mayor no se deja. Es su viva imagen y se comporta igual. Me siento como un mierda.  Por eso corro tras él  dispuesto a echarle una mano siempre que lo necesite. Toco  este tema  a menudo, y  me dice avergonzado: “Déjame una semana para pensarlo”.

 

68. OREMUS (Javier Puchades)

He seguido el consejo que nos dio la madre superiora a la hora de maitines: «Debéis satisfacer vuestras deudas con el Altísimo para lograr el éxtasis y la salvación. Utilizaréis cualquier instrumento de expiación». Por ello, no entiendo que nos haga ir por el pasillo del convento con las manos juntas en oración. De este modo, no puedo sujetar solo con las piernas este aparato que me he comprado. Así, nunca podré cumplir mi penitencia. Y en la caja lo pone bien claro: «Satisfyer XX, te hará alcanzar el cielo».

67. A COTA CERO (Domingo Jiménez Lacaci)

Jack Bullet, Saturio Palomo en el DNI, recorría los circos con su cañón haciendo de bala humana. Emprendedor incansable, cosió una capa roja al traje y según los vuelos se alargaban, él alargaba la capa por subrayar su majestuosidad de cometa. Lo perfeccionó tanto que recibió el encargo de su vida: la ceremonia olímpica. Encargó una larguísima capa de doce metros, y más focos por si acaso.

Esa noche saludó al Rey, a los cien mil espectadores y al mundo entero tras la cámara. Solo estaban iluminados él y a cien metros, la red. El disparo fue imponente, pero el percutor enganchó la capa y esta el maillot. En solo veinte metros, Saturio ya volaba en cueros. ¡Los focos! ¡Los focos!, gritaba para que los apagaran, pero abajo interpretaron que tenían que encenderlos todos. Hace ya cincuenta años de aquello y la foto aún permanece en la memoria colectiva de toda una generación. Una mecha muy corta para tanta pólvora, tituló un columnista con bastante mala baba. Saturio renegó para siempre de los petardos, las películas con catapultas y su apellido. Ya anciano en una residencia, pidió habitación en planta baja y jamás le vieron subir ni siquiera un peldaño.

66. Así nacen los héroes

Lo miró un instante y observó su cara de terror. Un curioso burbujeo removió su estómago, y notó una sensación de calor ascendiendo desde sus pies hasta las orejas, tan intensa que lo obligó a detener sus pasos.

Sabía que solo tendría una oportunidad antes de que aquel abusón propinara un puñetazo al chico arrinconado del patio. Pero, a veces, en el  fragor de las batallas más nobles cuesta calcular la distancia con el enemigo, y el destino ya había decidido cómo habría de librarse el combate. Antes de que aquel puño en vuelo rasante encontrara su objetivo, se estrelló de lleno en la boca de la barrera humana que nadie vio llegar. A Miguel nunca se le dio bien controlar los tiempos.

La herida sangrante y sus ojos desafiantes fueron suficientes para persuadir al matón, pero lo que realmente le acobardó fue la firme promesa de delatarlo al director.

Con una paleta menos y la férrea decisión de cambiar las cosas, volvió a entrar en el colegio.

A pocos metros, un niño tembloroso, que aún no salía de su asombro, recogía un diente ensangrentado. Lo limpió con mucho cuidado, justo antes de guardarlo en su bolsillo como un tesoro.

65. MALOS TRAGOS (La Marca Amarilla)

Deciden que ya recogerán mañana los platos, ahora lo que les apetece es tomarse un café sentados en el sofá. A la vez que ella lo prepara y acuesta a sus preciosos hijos, él aprovecha para pasear al perro juguetón y pensar un momento en la pelotera que ha tenido hoy en la oficina.

A la vuelta del recorrido acostumbrado, por fin se sientan juntos y, después de un delicioso café, él se toma una buena copa de coñac mientras ven una comedia romántica en la tele. Al poco rato se sirve otra copa, y otra, hasta acabar bebiendo directamente de la botella.

Se despierta con un intenso dolor de cabeza. Está solo en el sofá, sucio, rodeado de latas vacías de cerveza y con un pequeño transistor radiando un programa matutino, su televisor hace ya meses que no funciona.

Se tambalea al levantarse y observa que en la mesa todavía hay un triste plato, una cuchara sucia y un cazo requemado con sobras de días anteriores. Antes de ir al lavabo coge un par de analgésicos y no puede evitar mirar de nuevo la fotografía donde todavía se les ve felices, situada en un lugar preferente del mueble.

64. Nunca más (Pilar Alejos)

Se sintió muy desconcertado cuando, nada más llegar al lugar de la cita, le obligaron a tumbarse en el sofá y le arrancaron la ropa de manera violenta. Después, le ataron las manos a la espalda y le cubrieron los ojos con un pañuelo negro. Su rostro enrojeció por una mezcla de sentimientos de ira y vergüenza. La oscuridad y la incertidumbre acrecentaron su miedo. Suplicó que lo liberaran, pero no se apiadaron de él. Un sudor frío recorrió su piel y su pecho se estremeció al escuchar aquellas voces desagradables a su alrededor. Le repugnó percibir el hedor de su aliento acechando su boca y el humillante roce de múltiples manos invadiendo lo más privado de su cuerpo. Luchó por liberarse de las ataduras que le impedían defenderse. Sin embargo, no tuvo escapatoria.

Cuando todo terminó, juró que nunca más se dejaría engatusar para amenizar una despedida de soltera.

 

63. Trapos sucios (Adrián Pérez Avendaño)

Ayer, paseando por la sección de “Utensilios de cocina y Repostería” de Ikea me llamó la atención un rótulo que señalaba los cajones que había bajo la encimera y decía: “Trapos Sucios”. Al abrir el primer cajón encontré una pila de paños de cocina perfectamente doblados y perfumados, con apariencia de estar recién salidos de la fábrica. Tomé el primero de ellos y lo extendí por completo para comprobar que, en letras bordadas, había algo escrito: “Tuve un lío con mi vecina”. Tras digerir aquello, sentí una enorme curiosidad y cogí el siguiente. Lo desplegué para ver su contenido: “Perdí seis mil euros en las apuestas”. Y luego hice lo propio con otro más: “Guardo una colección de películas porno en el armario”. Así, fui sacando de la cajonera hasta una docena de trapos cuyos mensajes cada vez me desconcertaban más.

–¿Le puedo ayudar? –preguntó de repente alguien a mis espaldas.

–Solo estaba mirando, –respondí sin saber qué decir ni ser consciente de la que había liado a mi alrededor.

Conduciendo de vuelta a casa, seguía sin poder quitarme de la cabeza la absurda idea de que alguien llevaba mucho tiempo espiándome.

62. DILEXSIA

Mi médico me diagnosticó una dislexia por estrés pasajera después de acudir a su consulta, preocupado porque no lograba hacerme entender. Así descubrí que frases equivocando todo estaba tiempo el, cunfondía latres anu y atro vez, trostabaca le odren ed las pabarlas, y por qué a veces, is neiugla aíreuq emreel, abatisecen nu ojepse.

Durante la epata más aduga algunos incidentes también afectaron a mi vida privada, como cuando acabé trabajando en un edifico de oficinas distinto al de mi empresa; o las ocasiones que recogí a la salida del colegio a niños que no eran mis hijos; o todas esas noches que terminé acostándome con mi cuñada. En fin, nada que no pudiera solucionar la devolución de una nómina que no me correspondía, unas disculpas a padres más enfadados que intranquilos y una docena de rosas acompañada de un perdón y una cena romántica.

Poco a poco, como me dijo el doctor, los síntomas empezaron a remitir hasta casi desaparecer. Tan solo me han quedado unas secuelas que, más allá de algún equívoco odalsia y la recaída persistente en los hábitos adquiridos con mi cuñada, incluso sin mediar ataques de dislexia, son prácticametne inaperciables.

 

61. Engaño

Sube el volumen, muy despacio, y gira el dial buscando hallar otra emisora que no sea la que emite en el pueblo. Un día más debe conformarse con escuchar las mismas canciones y la voz engolada del locutor que lo acompaña desde hace décadas. El mismo que hoy vuelve a insinuar que el dictador está a punto de caer, que la oposición cada vez es mayor y solo queda esperar un poco más.

A él ya le da igual. Sus ideales se han ido apagando según lo hacían sus ojos. Lleva demasiado tiempo escondido en el desván y solo quiere disfrutar sin miedo del resto de su vida. Anhela pasear con su mujer, que el sol golpee en su rostro, recordar a qué huele el campo… Nadie sabe cuánto se añoran las cosas más simples cuando tu única compañía son un camastro y una bombilla minúscula.

Quizás sea mejor que nunca sepa que la guerra terminó hace años y que ganaron los suyos. Cómo explicarle con quién pasa las tardes su esposa. Cómo decirle que la voz que mitiga por las mañanas su soledad es la misma que entre risas cómplices le susurra a ella obscenidades al oído.

59. MIRADAS

Romper los espejos no ha servido de nada. Es más, ha empeorado las cosas. La mirada de la persona que nunca quise ser se ha reproducido en cada pedazo de cristal. Uno me trae los ojos del abuelo cargados de tristeza el día que me estrellé con la moto y di positivo en el test de drogas y alcoholemia. También están los ojos de la yaya —mirándome incrédulos— cuando me sorprendió hurtando unos billetes en la cartera de madre. Y la mirada de ella encubriéndome, intentado ahorrarle ese dolor: “coge el dinero que te prometí”, mintió acariciando mi rostro con una manos temblorosas como pájaros desnudos y tan frías que casi me hacen llagas. Y qué decir de la mirada que me espolea y me penetra como ninguna… La de los ojos de padre, cargada de una culpa que no le corresponde, porque él no me enseñó a odiar. Pero la que más me duele es la del animal acorralado por la vergüenza  que, rendido, me empuja hacia al camino sin retorno que se abisma desde la azotea.

58- Dile a Laura que la quiero (Manuel Menéndez)

Por los altavoces Dire Straits nos invitaban a bailar en la piscina. El olor a cloro diluía el recuerdo del curso. El verano se antojaba eterno.

Chapoteábamos y nos empujábamos como niños que éramos. Entonces llegaron ellas. Nos veíamos en clase; a veces, quedábamos los sábados. Pero cuando Julia, Mónica, Pilar y Laura nos saludaron y empezaron a desprenderse de la ropa, el mundo cambió. No recuerdo nada de las otras tres, pero los pechos de Laura…Han pasado más de treinta años y aún los veo: el bikini ajustado, quizás del verano anterior, el lunar justo encima de su pecho izquierdo, las marcas blancas… Y mi Meyba. Mi Meyba en expansión brusca, víctima de un súbito bombeo de sangre adolescente rica en hormonas. Mis amigos salieron del agua. Yo no pude. Para disimular hice un par de largos. Laura me hizo señas. Ocho largos más. Me gritaron, se enfadaron, merendaron y se fueron, llamándome imbécil, mientras yo seguía a remojo, hasta que la noche, el frío y el cansancio obraron el milagro.

Años después me entrevistaron, tras ganar el campeonato nacional de natación de fondo. Por fortuna, tenía una mesa delante cuando me preguntaron en qué pensaba durante la prueba.

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