Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

53. TRIPOLARIDAD (Rafa Olivares)

Cuando empecé a escribir este relato, en la soledad de mi estudio, tuve la firme certeza de que alguien invisible escrutaba cada letra, cada palabra, cada párrafo que emergía en la pantalla al ritmo de mi tecleo. De que se regodeaba con gestos de desaprobación cuando no de burla. Algo agobiado al sentirme vigilado, me obligué a repensar cada idea antes de transformarla en texto. Ni siquiera la seguridad de que podría retroceder y corregir me procuraba sosiego, porque ello pondría en evidencia mis titubeos y daría al observador una información sobre mí mismo que no me apetecía exhibir. Me ruborizaba, sobre todo, que ese desconocido pudiera acceder a mis pensamientos inconfesables, esos que con frecuencia disfruto escribiendo para luego borrar y nunca publicar.

Después de mucho elucubrar sobre la posible identidad del espía, llegué a la inequívoca conclusión de que se trataba del narrador omnisciente, no podía ser otro.

–No le hagas caso, querido lector, yo te puedo asegurar que ni siquiera me encontraba presente en el momento de los hechos.

52. YA NO ME LO DIGAS MÁS VECES… (Belén Mateos)

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera contando con la interrupción de aquella llamada a destiempo. Creía haberlo entendido a la primera, pero los cardenales en mi cuerpo se aseguraban de que no fuera así, de que no prestaba atención, de que mi mente se confundía en sus palabras, de que sus actos eran sentencia para que yo jamás repitiera aquello que debía haber hecho.

 

Me avergonzaba mi desnudez ante su mirada, de la lluvia en su ropa, el exceso de sal en las comidas, de mi nombre a su sombra, del invierno en primavera. Me avergonzaba del silencio entrecortado por sus gritos, del vuelo de los pájaros en mi cabeza, del infierno en los cristales empañados de lágrimas, de la calma tras cada tormenta, de esas flores en el jarrón de una caja de bombones con sabor a golpe.

 

Era la segunda vez que me lo decía, la tercera en una llamada al 112, mi cuerpo aún caliente, sus manos aferradas a la llaga de mi último suspiro, el pulso en la lejanía de la vida, la mitad de mi existencia, el estigma sellado en la memoria del destino.

 

Era esa mi jaula, una jaula bajo tierra.

51. Mordiscos (Paloma Hidalgo)

Cuando descubre que a María Auxiliadora, allí fue en su último cumpleaños, le han puesto lamparitas eléctricas da media vuelta, sin velas no es lo mismo. Contrariado se encamina hacia otro templo que hay cerca, uno dedicado a San Andrés, más pequeño. Mejor así. Los lampadarios de las iglesias grandes cada vez son más tecnológicos. Al llegar, se sienta frente al altar con más bujías encendidas. Se acuerda de la primera vez que celebró un aniversario solo. De cómo le temblaba todo el cuerpo después de soplar las candelas que los devotos habían encendido. Recuerda el olor de la cera, el tacto de la tenaza, el tintineo del dinero.
Una feligresa se santigua y se va, él verifica que está solo y se levanta. Por un segundo, tras el soplido, vuelve a aquellas celebraciones frente a una tarta enorme, rodeado de una mujer feliz y unos hijos pequeños. Disfruta de ellos hasta que la vergüenza de haberlos perdido le muerde en la boca del estómago, entonces saca el alicate, rompe el cierre de la caja de las limosnas, coge las monedas y se dirige al bar, la tragaperras estaba a punto de caramelo, tragando saliva para espantar a la fiera.

50. Y qué sabrá Platón del amor (montesinadas)

Frota con fuerza todo su cuerpo y deja que el agua caliente le abrase la piel. Es la quinta ducha, una por cada cliente, y no lo hace solo por higiene, que también; el agua hirviendo redime su conciencia como un ceremonial para recuperar la pureza y además le crea una doble capa de escamas que la hacen insensible al tacto áspero de las siguientes manos que la sobarán.
Dos pisos más abajo, en el local, su verdadero y único amor, un chico de su edad, unos veinte años, restriega con fuerza una bayeta empapada en ginebra sobre la barra de zinc, y en su imaginario caudal, arrastra la mugre de pensamientos de los hombres pegajosos, la grasa de sus palabras soeces y el veneno de las perversiones que en su mente no deben superar los cincuenta euros.
En su relación sólo cabe la ternura, los paseos por el río y el cine en los días libres. Para el resto, cuando llega el momento, ella misma paga a una de las chicas nuevas que llegan cada día. Él siempre se pone colorado, se avergüenza, pero al final cede por el bien de su relación y porque está muy enamorado.

 

48. INTUICIÓN (A. BARCELÓ)

Al principio, te parece una idea cojonuda, pero poco a poco te vas dando cuenta que no, que lo que pensabas que iba a ser un puntazo es una estupidez increíble. En el fondo ya lo sabías, algo en lo más recóndito de tu mente te estaba avisando, algo a lo que deberías hacer caso siempre y, sin embargo, desoyes sin parar. Estúpido de ti, que inflado de juventud y osadía te atreves a ignorar eso tan importante: eso que se preocupa a todas horas por ti; eso que te produce un hormigueo en el estómago y un sentimiento de desasosiego en el justo momento en que vas a tomar una decisión que no te conviene; eso que sabe que te arrepentirás más tarde y te lo dice sin decírtelo; eso que te avisó de que te confundías; eso que casi logra detener tu dedo antes de que pulsaras la maldita opción, antes de que esa foto, que ahora te avergüenza, quedara publicada en tus redes sociales.

47. Post mortem (Toti Vollmer)

Hundida en su tristeza, recibía una por una las condolencias de familiares y amigos sin separarse un instante del ataúd que contenía los restos del hombre con el que estuvo casada más de cuarenta años.

–Mi más sentido pésame, señora, nunca conocí un marido más detallista que el suyo.

–Muchas gracias, señor ¿?…

–Pascual, el florista de siempre del difunto. Fue un gran cliente, ¿sabe? No quedan muchos que le envíen una docena de rosas blancas a su mujer todos los jueves sin faltar uno. Usted me dirá qué hago con los tres meses que dejó pagos por adelantado.

Tras un instante de confusión, la viuda tragó amargo y le hizo saber que el jueves iría a por su ramo personalmente. Y a ajustar cuentas.

 

46. VERGÜENZA SIDERAL (Mødes)

Ni poco, ni algo, ni bastante.

No.
Yo era un cabrón integral a tiempo completo. Todo un cabrón pata negra.
Y me pasaba interminables noches de fiesta en Neptuno, o hacía la ruta del Plutón verbenero y canalla.
Y me quemaba con las ardientes hembras de Mercurio, o perdía la noción del espacio-tiempo en los antros más infectos de nuestra galaxia.
Y una maldita noche, mi mujer, harta de padecer la cara oculta de mi luna, me dijo que quería el divorcio.
Entonces, el tejido estelar de estupidez que nublaba mi mente se resquebrajó.
Y sentí una infinita vergüenza por mi comportamiento.
Y quise reconquistarla.
Por eso le regalé el anillo más grande de Saturno, pero ella lo rechazó.
Después creó un agujero negro y, sin molestarse en decirme adiós, desapareció en su interior.
Y yo, al verme solo, empecé a llorar.
Millones de años más tarde, una de mis lágrimas aún vaga errante por el sistema solar.
Los humanos del planeta Tierra la llaman Halley.

45. DOS SEGUNDOS DISTINTOS (IsidroMoreno)

Mi zapatilla se desliza por la acera de forma irremediable. Deseo recomponer el equilibrio pero mi pie y pierna derecha desobedecen, bien como si no me perteneciesen, o bien que ya no quisieran seguir formando parte de mi ser. A cámara lenta diviso a media altura mi babucha rosa despedida que voltea lentamente hacia arriba; mi pie desnudo apunta al cielo; mi cuerpo en el aire y en horizontal; mi holgada falda, al viento; mi vista fija al frente, hacia el infinito, hacia la gente que me mira y a los que se asombran al verme. Ya nada soporta este cuerpo que se desploma. Recuerdo que no llevo bragas. Mis piernas abiertas, mi figura desecha, la dignidad y los huesos por los suelos. Había salido apresuradamente de la ducha para avisar al butanero antes de que se marchase. Oigo la voz de un vecino que grita mi nombre. La gente se arremolina, me miran y yo no sé dónde mirar. Son momentos eternos.

Luego, mi vecino, que ha sido testigo, ha narrado así todo lo ocurrido: Ella salía corriendo por el portal y al llegar a la calle ha resbalado con una cáscara de plátano y ha caído de espaldas.

44. La guerra después de la guerra (Antonio Bolant)

A veces se sorprendía esbozando sonrisas con la misma amargura que usa la madrugada para juguetear con los recuerdos. Durante algún tiempo, esa sensación de agria dulzura le mantuvo confundido hasta que entendió que la vergüenza más cruda se viste de nostalgia cuando intenta ocultar, entre la suavidad del tiempo transcurrido, aquello que nunca debió permitir, o, en su caso, obedecer.

Pero el pasado es obstinado y, finalmente, consiguió rasgarle las vestiduras para exigir respuestas a aquel joven miembro del partido que aceptó germinar en una tierra abonada de pavesas humanas. Ahora, completamente desnudo, su insomnio sólo quiere abandonar el sórdido lecho de los pretextos, y tratar de encontrar un lugar donde las horas no muerdan, donde el silencio no sea tan denso que haga impronunciable el perdón.

42. ¡Señor, llévame contigo!

Me abruma pensar que me han maquillado demasiado, yo que apenas uso maquillaje y el rímel se me seca de no utilizarlo. Tampoco el vestido que llevo me parece el más adecuado para la ocasión. Esta no es la imagen que yo querría dejar de un día tan especial.

Se ha corrido la voz del evento y muchos han querido hacer acto de presencia.

Pronto empezaron a llegar amigos, conocidos, familiares; también acudieron gente no grata, ¡uf me sacan de mis casillas!

Me agobia sentir sobre mi piel sus miradas y hubiera querido huir de este lugar.

Ante tanta gente me siento tan vulnerable, tan expuesta, tan a la vista que esta situación está acabando con el poco espíritu que aún me queda.

Los corrillos, los cuchicheos, me están poniendo de los nervios. Rezo porque todo acabe lo antes posible.

Llegó la hora, se hizo el silencio, algún llanto, algún suspiro y mi alivio cuando pusieron la tapa de la caja.

¡Por fin podré descansar en paz!

41 Hola y Adiós (Rosy val)

Quise irme de allí, de su lado y cariño, a un lugar cualquiera. No era mi momento. De lazadas ni de alianzas. Y tras hacer añicos su corazón le eché un pulso al mío y a mis veintidós primaveras. Cuando embarré bien mis botas y mis faldas se enredaron entre cardos y mil espinos, la melancolía, ávida de sus brazos, me aconsejó retornar a sus besos.

Llamé a su puerta. Me abrió una mujer delicada y serena. Una pitusa alojada en su regazo me trajo su mirada aceituna; un querubín aferrado a su pierna su ensortijado pelo. Pregunté por él pero no necesité respuesta… seis ojos me desvelaban que yo había muerto. Recogí mi turbación del felpudo y el bochorno de mis mejillas y partí de nuevo, pero mi estupidez todavía sigue allí, delante de su puerta.

40. Depravado (Alberto Jesús Vargas)

Le había vuelto a pillar. Esta vez intencionadamente. Se levantó de la cama sin hacer ruido y se acercó sigilosa como una felina dispuesta a cazar a su presa. Sentado frente al ordenador y de espaldas a la puerta no resultaba difícil sorprenderle mirando otra vez las dichosas fotos, con la mano derecha agarrando el ratón mientras que la izquierda la ocupaba en lo que por el movimiento rítmico del brazo se podía deducir. Sintiéndose humillada le llamó baboso, depravado y no reparó incluso en decirle que sentía asco por estar casada con un tipo así. Él, avergonzado, le pidió perdón y le prometió que borraría para siempre esas fotos íntimas en las que ella posaba provocativa y exuberante, solo para él, treinta años atrás.

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