Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
0
horas
1
5
minutos
0
7
Segundos
2
0
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

17. El tejo de Lebeña (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Triste está Doña Justa. El conde de Liébana, su esposo Don Alfonso, lo sabe y como aquel califa que cubrió de almendros Medina Azahara para curar el alma de su amada norteña, mandó traer la más hermosa de las olivas de Lucena para plantarla junto al camino de pasos y rezos del templo.
El Tejo, dueño del lugar, harto de herboleras que para conjurar bienes o males le sacaban sus untos, quedó admirado cuando aquel primer mayo descubrió la belleza de su nueva vecina. Él que nunca tuvo flores la vio vestida como una novia envuelta en su mantilla de encajes de floridas rapas blanquecinas y quedó prendado. Amoroso la protegió de vientos, nieves y celliscas y lanzó sus raíces, con la parsimonia propia de su raza, hacia las de su amada. Cuántos nudos tejerían juntos bajo tierra. Y pasaron siglos de romance hasta que el tejo sucumbió en la peor tormenta del milenio. El lugar es santo y propicio para resurrecciones. Solo una rama, replantada, se recupera lentamente y la oliva, por San Miguel, continuará regando con sus aceitunas el camino y su renacido compañero mostrará sus arilos de colorines que solo los pájaros negros saben comer sin daño.

16 El joven que gritaba a sus testículos (Antonio Bolant)

«…de modo que ya lo sabéis. No pienso volver a quedar como un salido por vuestra culpa, ¡par de tarugos!

Sólo os importa el deseo. Me he pasado toda la adolescencia en volandas sobre vuestros chutes de hormonas, con dosis extra si se acercaba una falda o me sonreían unos ojos bonitos. Me habéis dopado el corazón y alienado el cerebro, secuestrándome el criterio entre entrepiernas repletas de relaciones vacías. No tenéis ni pajolera idea de amor, sólo conocéis la pasión en unidosis, ¡putos camellos!

Os lo repetiré por última vez; esta noche he quedado con una chica muy especial, no he sentido nada igual por nadie, nunca. Creo que tengo posibilidades y sé que a ella le gusta ir despacio, así que procurad no espantármela o ateneros a las consecuencias. ¡Estáis avisados!»

— ¡Puff! ¡Menudo cabreo se ha pillado! Sinceramente, derecho, la amenaza de hacerse eunuco ha logrado acojonarme. Deberíamos abortar la distribución de testosterona.

— Ni de coña, pequeño; va de farol, seguro.

15 Entre el deseo y el miedo (Gemma Llauradó)

Acercándose a ella, la tomó por la cintura y sus manos recorrieron su espalda, bajando seguidamente hacia los muslos y posándolas en sus nalgas que apretó con ambas manos.

Se besaron y él llevó una de sus manos hacia su cuello, la deslizó por el escote de su blusa, avanzando un par de dedos por debajo del sujetador hasta que su mano alcanzó uno de sus pezones. Ambos sentían un deseo irrefrenable.

Ella se estremeció y era evidente que estaba excitada, pero entonces una imagen y un recuerdo no lejano en el tiempo la abordó. Se dio cuenta que no estaba aún preparada. No todavía. La agresión sufrida meses antes, seguía latente en su mente.

Ajeno a sus pensamientos, él la tomó por las muñecas y la llevó al filo de la cama. Ella cayó de espaldas sobre el colchón.

Sus manos, soltaron las muñecas para posarse sobre sus pechos nuevamente. Luego sus dedos desabrocharon su blusa. Sus músculos se tensaron y él empezó a deslizarse hacia abajo. Todo el deseo desapareció y se convirtió en angustia cuando supo a dónde iba el roce húmedo de su boca. Sintió miedo. Entonces ella lo apartó violentamente de su lado.

14 VEHEMENTE CALMA (Juan Manuel Pérez Torres)

Como un cuerpo desnudo que reposa agotado de amor, el camisón de Leo se abre a sus ojos y en su espejo se contempla. Cuando lo recoge de la cama lo acaricia, lo huele, cuidadosamente lo dobla, lo coloca en la mesita, junto al joyero. Despliega el edredón y las sábanas con delicada atención evocadora. Le gusta rememorar las horas pasadas, devolverlas a esta luz cuya caricia le infunde gozo, limpiar no sé qué máculas.

Cabe toda la mañana en estos gestos por cuyos bordes se escapan a diario sus maduras deidades y esta dulce batalla le aniquila nuevamente (o, cabe decir, esta nueva batalla le aniquila dulcemente) lo mismo que este amanecer en que la luz parece vacilar y, no obstante, con dulzura se impone a las sombras caducas. Y, como llevado por un viento oscuro que en la mañana de pronto su ira desata, mirando a lo invisible  –quien yo amo, quien a mi vida sentido da, vibración y llama, no está-  lanza su queja que es memoria en carne viva –o sí que está, pero sin estar, inútilmente.

Cuánto amor mana de su pecho estando solo, ella no lo sabrá.

 

13. Sabiduría popular

«Guzmán, todo lo que sube baja», repetía incansable mi abuelo cuando hacíamos volar la cometa. Descubrí el valor de aquella frase al trasladarla a campos diferentes al aéreo, cuando la adolescencia pujaba por mi cuerpo inflamado de deseo y dejaba tras de sí pasiones caudalosas que iban a dar a la nada, que era su albo morir. Años después hube de recordar el famoso dicho. Todo empezó cuando mi mujer, hecha una amazona a horcajadas sobre mí, me recriminó: «Guzmán, esto no va como antes». Yo era su media naranja, pero por mucho que exprimiera, aquel zumo no resultaría. Temiendo no estar a la altura de sus pretensiones, la noche siguiente probé el milagro azul. Resultó. Ella se quedó dormida, satisfecha, sonriente, regando la almohada con un hilito de baba. Entonces comprobé horrorizado que la frase de mi abuelo ya no tenía aplicación en mi cuerpo. Porque algo en mí apuntaba hacia cotas bien altas, testarudo, contradiciendo la ley de la gravedad, la caída de una manzana del árbol, el orden natural de las cosas, el reposo del guerrero. Esperé y desesperé. Finalmente, un pantalón holgado y un taxi a urgencias devolvieron la razón a mi abuelo.

12. Desescalada (MaríaJosé Escudero)

Se conocieron sin querer cuando enloqueció marzo y, poco antes de asomar la nueva normalidad, se enfrió su frágil concordancia. Al principio, la incertidumbre del confinamiento les hizo aferrarse a una ilusión y se miraban de soslayo.Cada tarde, tras los aplausos agradecidos y entusiastas,cantaban juntos «Resisitiré» y mientras se saludaban, se imaginaban. Poco después, presos de una insensata euforia, se hacían señas más explicitas e, incluso, llegaron a lanzarse besos en el aire.Pero en el momento que los días clarearon y vislumbraron su verdadera silueta, ella no dudó en dibujar un corazón verde en el cristal de su ventana y él no tardó en colocar una bandera en el balcón. Luego, atendiendo a consignas enfrentadas, él decidió aporrear cacerolas y ella optó por aumentar la distancia de seguridad. A día de hoy, ambos siguen cultivando prejuicios y también tele-trabajando y, aunque suelen encontrarse en la cola del supermercado y tropezarse por los jardines de la urbanización, parapetados detrás de la mascarilla, ella ni siquiera lo mira y él hace como que no la ve.

11. LA MARCA DEL AMOR (Mariángeles Abelli Bonardi)

Siempre he sido de buenos sentimientos, porque a todos me doy sin reservas: la sombra de mi copa, mis ramas para el nido, el sutil perfume de mis flores. Lamento confesar, sin embargo, que la edad me ha puesto quisquilloso, y más ahora en primavera, cuando el gordito alado, arco en mano, empieza a hacer de las suyas: los trinos, arrumacos y besos nunca han sido un problema, los cobijo con gusto, pero esta moda del tatuaje no va conmigo. Me preparo, tomo aire, soporto el punzón en mi corteza: rodeados por un nuevo corazón se leen sus nombres, «Iris y Rosendo».

10 Sentimientos encontrados (Javier Igarreta)

Elena se detuvo en el estante de lencería del chino y eligió un tanga negro, rechazando unas bragas de color carne más recatadas. Apostada junto a la balda de ferretería una chica con aspecto andrógino la miraba de reojo, esbozando una sonrisa cómplice. Coincidieron en la caja. Ella acariciaba una llave inglesa con insinuante afectación. Elena se hizo la despistada, pero no pudo permanecer insensible a la calidez de su gesto.

Días después, escuchó atónita una noticia escalofriante. El dueño de una cercana tienda de revistas había sido asesinado. Un individuo taciturno y un tanto mirón. Junto a la víctima, encontraron una llave inglesa cuidadosamente impoluta. A Elena se le erizó el vello cuando halló en su buzón un escueto anónimo: “tenemos el mismo gusto”.

Atrapada en aquel juego, sus noches se tornaron convulsas. Sus más vehementes deseos afloraban en la trama de recurrentes pesadillas.

El fatídico día, Elena creyó vislumbrar su magnética mirada al fondo de un metro abarrotado. Al llegar a la parada se oyeron gritos y disparos. Entró en casa con el corazón en un puño y sintió que se lo arrancaban cuando, horas más tarde, vio en la pantalla aquellos ojos fríos y sin vida.

09. Preliminares

Casi nada de lo que proponía la revista para preparar una velada romántica convencía a Flori. Las velas las descartó; si a Mauricio le olía a cera se ponía muy pesado preguntando que dónde era el funeral. Los pétalos de rosa sobre la colcha, ni hablar; bastante tenía ella con barrer los pelos de Bola. El champagne, tampoco; a Mauricio no le sacabas del vino con casera. Y lo de las ostras, el foie y los dips con salsa de yogur, vaya moderneces más tontas; unos huevos con chorizo y era el hombre más feliz del mundo. Al final se volvió de los recados con el carrito medio vacío.
Pero cenaron muy a gusto. En la cocina, para no sacar la vajilla buena. Y mientras estaba todo entretenido pasando la lengua por el plato, Flori se levantó a por las fresas, encendió la música y comenzó a sonar el «Despacito» al tiempo que dejaba caer al suelo la bata de franela. Debajo llevaba únicamente un delantal rojo diminuto, tan apretado que se le salían las tetas fuera.

Mogisss —susurró con aquel acento francés que tan cachondo le ponía, contoneándose y untándose de nata los pezones— el postre aquí, mmmon chéri

 

08. Desenfreno programado  (Diego Cano-Lasso Pintos)

Mientras desayunaba vi en el almanaque que era catorce de febrero. Y pensé:

Esta noche sexo desenfrenado, me da igual que sea San Valentín.

Tengo que concentrar energía.

Me puse a ver fotos recordando nuestra pasión de juventud. ¿Qué quedó de aquello? Solo incomunicación, rutina de días y años marchitos. ¡De hoy no pasa!

Comí ordenadamente y dormí placentera siesta. Salí a pasear con mi mujer y merendé en el parque madalenas con chocolate, que dicen que da mucha energía.

Llegamos a casa anocheciendo y le insinué:

–Podemos hacer…

–El qué –interrumpió– voy a preparar la cena.

–Está bien, voy a ducharme.

Quizá me haya precipitado. Una ducha calentita deja como nuevo.

Los pensamientos y el agua recorriendo mi cuerpo me cargaron de deseo.

Salí del baño oliendo a limpio.

Antes de llegar al salón, donde había previsto el evento, ya oí en el pasillo su voz desde la cocina:

–Tienes la sopa caliente en el plato y ahora frio las salchichas.

–Vale –contesté.

Aumentaré fuerzas, pensé.

Cenamos hablando de intrascendencias y después de recoger vi que se había hecho tarde; no me pareció oportuno insistir.

Llevamos así veinte años, arrancando la hoja del almanaque estéril. Mañana será otro día.

 

07. En barbecho

Mamá dice que ser dueña de una granja es como tener un tesoro, que ya lo entenderé cuando sea mayor, aunque no la veo muy contenta, porque se encarga de arar, regar y sembrar la tierra ella sola. Siempre se queja de que yo le diera miedo a papá y decidiese abandonarnos antes de que naciera, en el momento que más lo necesitaba para cuidar la cosecha, y que por eso nadie habla con nosotras ni nos dejan ir a la iglesia los domingos, que es lo que hacen otras mamás y papás con sus hijos.
Yo no entiendo cómo mi papá pudo asustarse sin ni siquiera haberme visto, y entonces pienso que debo ser muy fea y me pongo triste, igual que a veces parece sentirse mamá. Todas las que sé que no me quiere mucho y me grita enfadada. O las que empieza a beber de la botella que guarda en su habitación, y se abraza ella sola para darse calor. O cuando se acuerda del campo que sigue en barbecho sin aprovechar sus mejores años para cultivarlo porque no encuentra ningún hombre que quiera ocuparse de él. Y me mira como si yo tuviese la culpa.

06. VIAJES DE PLACER (Ángel Saiz Mora)

Sus ojos rebosaban deseo, nada que no hubiese visto antes, pero había más en esa mirada; supe leerlo, aunque fuese analfabeta, obligada a prostituirme al final de una guerra perdida. Me arrojaron como entretenimiento a su celda de condenado, para humillarnos a los dos.
En lugar de quitarme la ropa, me susurró que simulásemos con respiración entrecortada y sonidos lo que aquel carcelero quería oír. El guardián pronto puso fin a la visita, con una sonrisa maliciosa. Mientras escudriñaba mi escote, el reo lo sorprendió con un banquetazo. Se puso su uniforme y logramos cruzar la frontera.
Días complejos. Noches gozosas. Nunca habíamos salido del pueblo.
Aprendí las letras en el país de acogida, de donde no nos movimos durante años, aunque transitamos todos los caminos que es posible dibujar en la piel. El apasionamiento dejó una estela de siete hijos.
Pese a la formación tardía, mis poemas, de marcada sensualidad, han llegado a los cinco continentes.
Actualmente, ya octogenarios, cumplimos el sueño de recorrer el mundo; como todo lo que hacemos, de forma intensa. Lo más excitante son los hoteles, además del rastro de denuncias en comisarías por escándalo público.
Juramos que los jadeos nunca más serían fingidos.

Nuestras publicaciones