Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

21. Sanctasanctórum (fuera de concurso)

Los galgos ahorcados hieden a azufre. Un roble furtivo crece en medio del ábside como un cristo renacido. Algunas urracas elevan sus plegarias sobre los sillares semiderruidos, otras picotean la carne reseca de los perros. En el suelo del claustro se mezclan escombros clandestinos con el mampuesto caído de los arcos, con las tejas que cubrieron la techumbre, con la madera carcomida de las puertas que sellaron las celdas de los frailes. El musgo pone cara a la humedad que desarma piedra a piedra el esqueleto de la fe y derriba las columnas que soportaron su esplendor. Al anochecer el silencio se extiende como un voto. Las ratas caminan de puntillas para evitar que se rompa la promesa y un castigo divino condene los restos del viejo monasterio. A veces, más allá de las completas, unos faros descubren fugazmente las sombras que allí habitan y el ruido del motor ahuyenta a las lechuzas que andan a la caza. Si se apagan las luces, dos amantes anónimos saciarán su deseo a toda prisa en tan discreto como lúgubre escenario. Si no, se abrirán las puertas del infierno y William Randolph Hearst abrazará, por un momento, los cráneos descarnados de los canes.

20. Cazador de sombras (Javier Igarreta)

Llevaba tiempo tras su rastro y aquel atardecer otoñal la encontró en un claro del bosque. Como una consumada bailarina de ballet, ejecutaba sus insinuantes cabriolas en medio de un tapiz multicolor. Apostado tras un matorral y subyugado por aquellas poses tan cautivadoras, el cazador, asumiendo el papel de improvisado voyeur olvidó casi por completo la querencia de su arco. La incidencia oblicua de los rayos solares prolongaba en dramáticas sombras las evoluciones de la gacela. Mientras contemplaba extasiado aquella magnética escena, el cazador se removió en su puesto de observación, provocando un crepitar de ramas que resonó en la quietud del bosque. Sintiéndose sorprendida en su grácil danza, la gacela miró en derredor y oteando la amenaza adoptó una actitud huidiza. A punto de perder su sombra inició un vigoroso trote que excitó el instinto del cazador. Viéndola a tiro, tensó el arco, apuntó a su silueta evanescente y conteniendo la respiración disparó. La flecha se incrustó en el ocaso. Sobre la hojarasca solo quedó un remolino de hojas secas.

19. Catarsis

Ella amaba el mar. No este, sino el de antes. El mar azul y limpio que olía a sal, el de espuma blanca y lleno de vida plateada. El que escocía en los ojos y restregaba el alma hasta pulirla.

A veces lo pintaba para mí, mezclando índigos y esmeraldas con ojos soñadores. Cuando perdía vitalidad y empezaba a hacerse transparente, mi padre la llevaba a sus orillas para que se impregnara de energía.

Ella me enseñó a amarlo. Por eso me apuñalan su hedor a cadáver, su gris desvaído, sus olas cobardes, esa costra impura que devora las playas y sedimenta en las rocas como un sarro nauseabundo.

La cofradía alberga una incineradora  incansable, los pesqueros descargan basura en la antigua lonja  entre el silencio de las gaviotas. Desde el espigón, unos niños hambrientos lanzan sus anzuelos. Rescatan tesoros extraños que luego venderán. De vez en cuando sacan un mújol verdoso.  Expectantes, lo destripan para ver qué contiene y tiran al agua el pescado contaminado. El último había ingerido un smartphone de los años veinte lleno de valiosos elementos reciclables.

Y al fin surgen: las deseadas lágrimas de nostalgia, las que saben a aquel mar. El que ella amaba.

18. LIBROS A ESCOTE (Belén Mateos)

Las estanterías rebosan historias, el escaparate es un canto a la palabra, la caja registradora espera a sus lectores y los libros se acomodan al margen de lo prohibido.

Aurelio, cada día, desempolva sus páginas; con sumo cuidado las depura de la versión equivocada y abre las puertas a la vecindad.

La librería tiene cierto encanto, no porque esté situada en ese lado norte de la ciudad que presume de sus calles, de la ostentación al consumo, sino porque está en una encrucijada bajo la luz de una tímida farola junto a un supermercado con sabor a costumbre.

Su acera siempre huele a novedad, al pescado de Ambrosio, la ternera de Carmen o a la fruta temprana de Eloísa y sus carnes prietas de juventud, a la avidez de consumo de los vecinos que no dejan letra sin ojear ni alimento que degustar.

En su imaginación ha abierto una nueva librería en la avenida Sur, cuyas alcantarillas rezuman arraigo local y enfoque cosmopolita.

Parece que el ilusorio vecindario se amolda a la lectura, él al escote de Eloísa y la vidriera a la versión deseada en su última plegaria.

17. CUENTO DE HADAS (Mariángeles Abelli Bonardi)

Tras unas Cumbres Borrascosas, en El Palacio de la Luna, vive La Emperatriz de los Etéreos. Cada noche, baja de La Torre de Papel, atraviesa el Bosque de Ojos y allí, en El Jardín Secreto, lee Cuentos de la Selva. Mientras lee, percibe el aroma y piensa: «Nada hay como el perfume de Mi Planta de Naranja-Lima», esa que El Caballero de la Armadura Oxidada le trajera, en prenda de amor, de La Ciudad sin Nombre. Alejada la temida Temporada de Fantasmas, ya no es La Loca de la Casa. El Templo de las Ilusiones que es ahora su corazón le da, por fin, a su vida, Otra Vuelta de Tuerca.

16. Un secreto enterrado

Aquella calurosa tarde, un arbusto de pitiminí que había en medio de las vides fue el origen de su discusión. Ninguno de los dos sabía que estaba allí para controlar las plagas, así que pasaron horas decidiendo si lo dejaban o lo quitaban. En vistas de que no llegaban a un acuerdo, pensaron que lo mejor era dejarlo donde estaba. Y ellos, cansados de discutir, optaron por cortar por lo sano y separarse. El rosal intruso, como ellos le llamaban, marcaría una imaginaria línea divisoria a lo largo del viñedo. Ella eligió las tierras en la zona norte y él se quedó con las que miraban al sur.

No volvieron a hablarse hasta la siguiente cosecha cuando el embrujo de la vendimia propició una reconciliación. Y lo celebraron como siempre, ella brindó con vino tinto y él con un rosado.

Afortunadamente, las rosas que originaron todo el fregado continuaron creciendo sin complejo entre las parras. Y al final les cogieron cariño, su color carmesí servía de inspiración para los poemas de amor que escribía Bonnie mientras Clyde se dedicaba a regarlas y abonarlas. Sabían que nadie encontraría el cadáver del bodeguero que enterraron bajo el rosal, aquella calurosa tarde.

 

15. TRANSFERENCIAS

La contemplación de una bandada de estorninos atravesando el parque supuso la inspiración. Se le ocurrió mostrar una perspectiva simbiótica entre paisajes urbanos y distintos tipos de aves que habían hecho de la ciudad su hábitat natural.

Todo empezó a sucederle con la primera fotografía: una tórtola turca posada sobre el luminoso de un pub. Se pasó la noche escuchándose respirar entre sueños “cucu-cu”. Le siguió la del gorrión haciendo equilibrismo sobre un cable que colgaba entre dos bloques de edificios al principio de la avenida central. Al día siguiente, amaneció con una especie de corbata negra tatuada en el cuello. Con la del mirlo atravesando el quiosco de música se le afilaron y enrojecieron los labios. Pero la alarma definitiva saltó con la de la paloma despegando desde la fuente. Descubrió, mientras se duchaba, que empezaban a crecerle algunas plumas blancas. Se asustó tanto que resolvió abandonar.

Poco tiempo después, no supo resistirse a la imagen poética de un grupo de vencejos comunes acariciando el aire por encima de las azoteas. Desde entonces, no ha parado de volar.

 

14. Lumifax Destacamento PAP

Amadísimos chupópteros:

Este universo es fascinante. La víspera de la nueva eternidad, los chirifundios, esos duendecillos que pedalean sin cesar y son responsables de su expansión, interrumpieron su quehacer para recargar baterías. Como consecuencia del desbarajuste espaciotemporal provocado aterrizó una criatura que transitaba en ese momento por un agujero de gusano. Presa del pánico, agitaba sin cesar sus once tentáculos y lanzaba chorros de tinta de colores.

No tardamos en congeniar. La endecápoda era el primer ser realmente inteligente que conocía desde que invadimos este planeta. Ilustraba cuanto yo le narraba —historias de los libros que me había zampado—, tapizando con delicadeza hasta la línea del horizonte con sus coloridos chorretones. Un delirio para las probóscides.

Un día imprimió una bellísima nebulosa verde pistacho, su hogar. Al contemplarla derramó una lagrimita y me pasó tres tentáculos por encima del hombro. Yo le acaricié el cabezón. Ella me chorreó… Acabamos enrejados y tuvimos trillizas. Sus ecografías todavía están impresas en roca basáltica, con tinta blanca. Es lo único que conservo de ellas y de sus ilustraciones. Tenía hambre.

Sin más. Gloria al Gran Borrón, nuestro venerado proveedor.

PD: Envíen víveres a Punto Azul Pálido. Ya no quedan libros.

 

 

13. Pañuelo amarillo (Salvador Esteve)

En la dehesa éramos conscientes de nuestro destino.  Veíamos salir a nuestros mayores en grupos de seis, jamás regresaban.  Solo Flamiro, una leyenda en la manada, volvió.  Mientras mis hermanos pacían y correteaban, yo, bajo una encina, le escuchaba y me empapaba de su conocimiento.  Mi plan iba tomando forma.

 

Ahora estoy aquí, esperando en los corrales.  Escucho la alegre música, un réquiem para nosotros, mas el recuerdo de la dehesa me da ánimos, me fui sin mirar atrás porque sé que volveré; lo voy a conseguir.  La tarde asoma rápido, y pronto será mi turno.  En los tendidos he escuchado más abucheos que aplausos, siento lástima por mis hermanos.  Pero yo acallaré las protestas.  Salgo al albero con alegría y arremeto contra los burladeros hasta sacarles astillas del alma.  La pareja que me ha tocado en suerte es un joven torero, Manuel, el Peinao.  Lo veo nervioso, con querencia a salir corriendo.  Podría empitonarlo con facilidad, pero eso no está en el guión, tengo que llegar hasta el final impoluto, sin antecedentes de sangre, la faena tiene que ser perfecta.  Después de tres bufidos respiro hondo y empiezo a embestir; «no me falles, Peinao».

12 DE COMPRAS EN EL PUEBLO

Hoy no nos atiende Margarita.

—La tuvieron que vaciar —murmura su sustituta al oído de mi madre.

Sé que no debo preguntar, que los cuchicheos son escondites de secretos para mayores. Prohibido pasar. Solo me queda la imaginación. La mía se parece a la tienda de Margarita en la que cuelgan chorizos al lado de paraguas y bastones, y rebusco en sus estanterías si entre niñas traviesas, lobos buenos, bellos durmientes, burros que vuelan y pájaros que rebuznas, no habrá una mujer vacía. Pero por mucho que digan que me deje de tantos disparates, tonterías, locuras…, en ella no encuentro nada tan… tan horrible como una mujer vacía.

—¡Vamos, ayúdame con la compra!

—¿Margarita está muerta? —pregunto.

—¿Pero qué dices? Por supuesto que no.

De noche en la cama no puedo dormirme. ¿Margarita como una caja de galletas vacía?, ¿como un globo deshinchado? Me entran arcadas y ganas de llorar. Entonces en la estantería más cómoda de mi imaginación dejo a Margarita junto a un cisne con un ala rota y a una mujer con bata de cirujana. Puedo leer mi nombre escrito en azul en su pechera.

—Espérame, Margarita —murmuro en la casa dormida.

11 ALICIA

Yo crucé el espejo. Pero no desde el anverso amable que refleja imágenes para adentrarme en lo desconocido, sino desde su oscuro reverso, como en un extraño retorno, hacia una realidad que mi psiquiatra elogia con ardua convicción.

Y aquí estoy ahora, ya curada según él, con una vida normal y envidiable. Tengo un trabajo, una pareja y hasta un hijo que en verdad no sé de dónde han salido. Me voy acostumbrando a mi regreso lentamente, aunque todos dicen que nunca me fui.

Lo que peor llevo son los ratos de ocio, libres de obligaciones, porque es entonces cuando mi cerebro se empeña en traerme imágenes de armas blancas, pastillas y callejones que no conozco.

Pero ellos me sonríen y dicen que estoy muy bien.

10. Pórfida, la inalterable

Todo en Pórfida está pensado para permanecer, desde los profundos cimientos que la sustentan hasta las columnas de basas macizas, los arquitrabes y los frontones de sus casas, construidas con los mármoles, calizas y granitos más densos y resistentes. Sus habitantes se mueven de forma cadenciosa, como si en cualquier momento un escultor fuera a cincelarlos en mármol.  Suelen permanecer en silencio, cuando tienen necesidad de comunicarse lo hacen de forma breve, en sentencias que bien pudieran grabarse en letras de oro sobre lápidas de basalto. Solo al morir, enterrados bajo estelas funerarias que recuerdan sus nombres y enumeran sus actos, por nimios que fueran, abandonan su batalla contra la desmemoria. Es por esto que entre los muros de los cementerios de Pórfida hay un resonar de cancioncillas de moda, un ir y venir de cotilleos intrascendentes, un murmullo de risas provocadas por chistes y chascarrillos. Libres del decoro que constriñó sus vidas, los difuntos disfrutan así de la banalidad que les concede la muerte.

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