Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

20. Un brindis valiente (Rosy Val)

«Brindemos». Te dijo alzando la copa de vino al tiempo que los acordes de un anacrónico Julio Iglesias —su cantante favorito—, acompañaban sus buenos deseos. 

«Para que estés siempre conmigo». 

Y como el costado derecho aún te dolía, alzaste la tuya con la mano izquierda, por su distrito, sus preceptos, sus advertencias… por el portazo que desataría tu melena y tus tobillos, por recuperar tus pies, el carmín en tus labios, las palabras de tu boca…

«Brindemos». Repetiste mientras lavabas minuciosamente su copa y «Lo mejor de tu vida» llegaba a su fin.

19. VERISMO

Su timbre preferido era uno limpio y sin disonancias, con tono grave, incluso tenebroso, pero dulce y ágil en los agudos; no era ni el favorito de la multitud, que aplaudía los intrépidos falsetes de los tenorillos, ni por desgracia el más frecuente entre las voces que escuchaba a diario, con las que se despachaba sin la menor indulgencia.

—Vaya, otro verdiano, se lamentaba frecuentemente, aunque ya sin rencor.

El suyo, el escaso barítono noble, se hacía desear, y eso, lejos de desanimarlo a base de fracasos, lo estimulaba por si un día le daba la sorpresa.

—Caramba, este sí, a veces elogiaba una nota distinguida y bien calibrada.

Y así, repasando entre hachazo y hachazo el catálogo de registros vocales transcurría la jornada del verdugo.

18. ¡Elemental, querido Chopin! (Salvador Esteve)

El detective Hipólito Laguardia observaba el cuerpo sin vida de la directora del Conservatorio. Sentada en el sillón de su despacho, su cabeza, con los ojos sanguinolentos, pendía hacia atrás.  La vieja profesora podía impulsar o truncar el acceso a la prestigiosa beca Juilliard School, ese podía ser el móvil.

Reunió a los alumnos en la sala de audiciones y les rogó que, uno tras otro,   interpretaran la sonata nº. 2 para piano de Chopin. Escuchó la pieza  embelesado, Hipólito tenía tres pasiones: su trabajo, los jovencitos de ojos claros y la música. Cuando terminaron, hizo llamar al penúltimo, un pelirrojo con cara de bonachón, y, tras mandar detenerle,  se dispuso a exponer la  evidencia de los hechos.

—La víctima fue estrangulada con una fuerza desmesurada. Todos los dedos están marcados excepto uno, el anular de  la mano derecha. Quizá debido a una disfunción del nervio, o tal vez por una contractura, el motivo en sí es irrelevante.  Los pianistas memorizan la partitura, cada dedo digitaliza una nota, pero cada tecla que pulsaba el dedo anular derecho del arrestado esgrimía, casi imperceptiblemente, menos intensidad de sonido.  Esto extrapolado al cuello de la víctima nos indica que es la mano ejecutora.

17. ASÍ EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA (Fernando Antolín Morales)

Entiendo que usted es una buena persona. De verdad que lo entiendo. No hace falta que insista más con eso porque lo tengo muy claro. He leído y releído toda la información a mi alcance y es indiscutible, su vida ha sido ejemplar. Así que lo siento mucho, con toda mi alma, pero es que no se trata solo de eso. Es que verá, perdone mi franqueza, pero es que usted desentona. ¿Cómo va a unirse a nuestro coro celestial cada vez que se obre un milagro? Imagínese cómo quedaría el momento con un gallo de por medio. No puede ser. Le voy a dar un consejo. Practique unos siglos en el purgatorio y ya veremos después si se puede hacer algo.

16. Música de playa

De vez en cuando acaricia la chapa identificativa y aparecen reflejos metálicos en la luz, que se cuela por la persiana a medio bajar.

Esos reflejos se mantienen, quizá algo desvaídos, y evocan un hospital de campaña perdido en mitad de Vietnam. Entonces no sabía ubicarlo en el mapa. Ahora tampoco.

La chapa parece brillar más y entonces él vuelve a su vida. Ataviado con su bañador rojo, subido en su silla de socorrista; desde donde oteaba el horizonte y vigilaba para que los ratos de playa fueran tranquilos. Sin ruidos de rotores de helicópteros que hacían que el reflejo de la guerra les devolviera a su cruda realidad. Haciéndoles cambiar el traje de baño por batas verdes de quirófano.

Su pelo se ha vuelto gris, sus manos ya no son ágiles. Tampoco su mente es lo que fue, mordaz y brillante como pocas. Los recuerdos están distorsionados, como la luz que entra por la persiana.

La vida con él, esos tiempos felices a pesar de la guerra y sus continuas discusiones, las canciones de las chicas en el club, solo son reflejos desgastados, que se deshacen como la arena de aquella playa entre sus manos temblorosas.

15. LAS CAÑAS SE TORNARON LANZAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Segundo de bachiller. Dirige el ensayo el hermano Felipe, el rechoncho fraile de tercero. El coro infantil a tres voces y tres filas canta con disciplina:

─Mi abuelito tenía un reloj…

─Parad, mal, mal, muy mal. De nuevo.

─Mi abuelito tenía… Mientras cantábamos lo del abuelito y el reloj, el fraile con el ceño fruncido agudizó el oído abocinándolo con la palma de su mano y fue recorriendo con atención las filas de cantores.

Yo me jactaba de tener buena voz. Mi abuela lo corroboraba. Me encantaba cantar a lo barítono en la ducha. Incluso un vecino músico me animaba a entrar en el coro de la parroquia.

Y un dedo índice, gordo con la uña cuadrada y limpia, se paró en la punta de mi nariz.

─ ¡Tú! ¡Fuera!

Rojo de vergüenza recogí mi voz y salí de la fila, del aula y del colegio, cabizbajo, como para entrar en un vagón destino a Mauthausen.

Camino de casa, rabioso, no dejé de tirar piedras al lecho vacío del canal de Deusto. No dije nada a mis padres. En mi época, esas cosas no se compartían y mis amigos del coro tampoco se chivaron.

Es que mis trinos se tornaron gallos.

14. Música de fondo (Javier Igarreta)

Al padre de Klaus, tan exacerbado en su melomanía como en otros asuntos menos defendibles, le hubiera gustado tener a su hijo de su lado. Klaus, duro de oído y poco amigo de los cantos de sirena, nunca llegaría a comulgar con sus ideas. Excepto con aquel empeño suyo de que escuchara el rumor del bosque y el latido de la tierra. La música de la naturaleza, que decía él.

A Klaus, la tragedia le pilló fuera. Intentó mantener una calculada tibieza, pero finalmente tuvo que asumir su cuota de riesgo. Entretanto, su padre, tras cumplir celosamente con su deber, había muerto solo. Bueno, con su inseparable Wagner.

Klaus se estableció de nuevo en el pueblo para ordenar su vida. Volvió al viejo robledal y encontró la clave para sus enigmáticas tallas, aquella musicalidad que tanto alabaría la crítica. Hasta pudo esculpir en aquella roca del alto, un sueño acariciado casi desde niño. En realidad, un secreto homenaje a su padre.

A veces, se acerca con pena hasta su deteriorada escultura. Cada cual ve lo que proyecta, aunque muchos se encogen de hombros. Klaus mira lloroso, intentando descubrir entre los graffitis, su “Cabalgata de las Walkirias”.

13. BALADA TRISTE DE REALIDAD

La vida languidece para un compositor cuyos dedos se retuercen como ramas de parra por culpa de la artrosis. Escuchar obras grabadas no es consuelo cuando uno ha conseguido interpretar al piano piezas capaces de acariciar los oídos de los melómanos más exigentes en los mejores auditorios del mundo. Pulsa el botón off y busca un buen poemario, versos y estrofas que con su cadencia y musicalidad consigan acompasar los arrítmicos latidos de su cansado corazón. De fondo, se filtra por la ventana entreabierta una interpretación magistral de su aria favorita.

─Mercedes ─grita a su ama de llaves─, hay alguien cantando en el salón.

─¿Le molesta? Es la nueva chica de la limpieza.

─Dígale que venga, por favor, quisiera conocerla.

Todo en ella es armonía: el pelo, rubias cuerdas de arpa; los dientes, blancas teclas de piano; la silueta de violín y la voz…

─¿Cómo te llamas?

─Elisa ─miente, a sabiendas de que él es devoto de Beethoven.

Los ojos del músico se iluminan. Su plan funciona, acaba de obtener una audición imposible. Ella tiene la formación y el talento necesarios, pero eso no es suficiente para triunfar. Ahora, tendrá que convencerlo para que se convierta en su mentor.

12. Play, again

Play, again.

Play, para que ese violín, una vez más, me acompañe mientras juego con su imagen adentrándose con cautela en la bañera. Otorgándole a su cuerpo los minutos precisos de adaptación a un agua, quizá, demasiado caliente. Hasta que alcanza, por fin, esa inmersión total. Cabeza bajo la espuma, ecos de antiguos silencios intrauterinos.

Su espacio amniótico de libertad.

Play, again.

La misma música, el mismo violín, las mismas notas repetidas. Sigo jugando con la mecánica inconsciente de su mano hacia las sales de baño. Agua impura que será teñida de verde esmeralda sobre un mágico lago sin tiempo. Cierro los ojos.

También ella los tiene cerrados. Solo que yo buceo por esta hipnótica canción y ella flota por su hipnótico baño.

Play, again.

Y lloro. Lloro porque todo está roto. Porque ya solo me queda esta maldita melodía para recomponer, una y otra vez, el falso puzle de mis recuerdos. Porque ella se fue.

Se fue. Y ya no existe espuma que inunde mi desasosiego.

Play, again.

 

 

Leer mientras suena:

Shigeru Umebayashi – Yumeji’s Theme (In The Mood for Love)

11. Nuevos tiempos (Marisa Martínez Arce)

 

Mis primeros recuerdos se remontan a la melodía que tarareaba mi madre meciendo mi cuna, cuando lloraba sin consuelo. Desde entonces la vida me ha puesto muchas zancadillas, como una grave enfermedad que pude superar. A todos, antes o después nos sucede lo mismo, solo que con algunos, como fue mi caso, se cebó con ganas. En casa la música lo presidia todo. Hijo de una concertista de piano y de un director y compositor de prestigio como era mi padre, no podía ser de otra manera. Pese a todo, no fui un niño rebelde que harto de esta profesión decide hacerse profesor de matemáticas. No, seguí la tradición familiar, pues también lo era todo para mí. Había crecido con Brahms, Chopin, Rachmanínoff… Cursé el grado superior en el conservatorio y me gradué en percusión. A mis padres esta elección les molestó un poco, ellos eran más clásicos, pero me apoyaron. Acudieron emocionados a mi primer concierto. Salí al escenario y anunciaron: «Señoras, señores con ustedes RG el mejor beatboxing del país». Desde allí pude ver su cara de sorpresa, pero también, como aplaudían orgullosos tras mi actuación comentando con unos y otros «es nuestro hijo»

09. Don´t worry

Estoy cansada del sonido del despertador. Del tintineo de la cucharilla al remover el azúcar con el café. Del ruido que hacen las gotas de agua al caer en la ducha. De la sinfonía de bocinas y el runrún de motores en los atascos de tráfico. De los teléfonos sonando cuando entro en la oficina. Del estallido de voces de los compañeros. Incluso del susurro efervescente que hace el paracetamol al disolverse. Estoy harta del bullicio del bar a mediodía. Del silbido del hervidor para el té de las cinco. No soporto el crujido del ascensor cuando vuelvo a casa. Ni el chirrido de la puerta al abrirse. Pero disfruto con el retintín melódico que hacen los cubitos de hielo al agitar la ginebra con la tónica. Y no me canso de escuchar nuestra canción preferida. Tampoco de volver a leer la nota que me dejaste, donde decías ¨nos vemos en el otro lado, sé feliz¨.

08. ASESINATO EN DO BEMOL

Odiaba la música, odiaba la alegría y, por encima de todo, odiaba a sus alumnos.
“Hay tres cosas que jamás debéis olvidar”, les vociferaba. La música es el mayor veneno que existe, Beethoven era un sordo depravado y como oiga a alguien silbar lo expulso para siempre de la clase.
En secreto, los jóvenes se reunían con otros más mayores en una habitación escondida del colegio donde disfrutaban de las delicias del barroco, del contrapunto, de la ópera, cantatas y sinfonías.
Pero se enteró. Los pilló en plena reunión. Armó la de San Quintín. Los amenazó con el dedo enhiesto, la barba vibrante, gritos estentóreos.
Huyeron todos. Se quedó solo vociferando.
De pronto, de las partituras surgieron varios pentagramas que cerraron puerta y ventanas. Dos claves de sol se lanzaron sobre su cuello apretándolo. Innumerables corcheas, fusas y semifusas le sujetaron brazos y piernas, tumbándolo. Los silencios le taparon los ojos mientras un par de compases tres por cuatro y varios sostenidos le cortaban la respiración.
Cuando el do bemol se introdujo por su boca y rasgó sus cuerdas vocales surgió un fino alarido precursor de su último estertor.
Las Cuatro Estaciones de Vivaldi envolvían la definitiva escena.

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