Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

54 Viaje a la luna

Selene era alguien muy especial para mí. Demasiado real para compartirla con alguien más. Por eso decidí cobijarla en un cobertizo que encontré en la ladera del monte y lo acondicioné para que viviera cómoda. Le llevaba la comida todos los días y pasamos juntos muchas horas, la mayor parte de ellas amándonos. Cuando yo no estaba con ella, se dedicaba a leer, a escribir, a inventar historias de hadas y duendes. Me contaba cuentos magníficos y creo que de vez en cuando no distinguía la realidad de la ficción.

Me dejó un día de primavera al atardecer. Llevaba días confeccionándose un vestido con las plumas que había encontrado en el bosque, y en el pelo se había pegado con la resina de los árboles mariposas de todos lo colores. Estaba bellísima, pero me entró un miedo horrible cuando miré dentro de sus ojos. Entonces sin decir ni una palabra aleteó las pestañas y comenzó a elevarse, las alas y el plumaje hicieron lo demás.

53 DESTELLOS (Belén Sáenz – Fuera de concurso)

Pocas cosas logran entretener a Trini desde la última vez que salió del hospital, pero hoy se le van los ojos detrás del brillibrilli que hay en los escaparates: Lentejuelas, swarovskis y estampados en purpurina. Su madre le dice que siempre ha tenido buen gusto. Que si le acompañara un poco la figura ninguna le haría sombra sobre las pasarelas de moda. Cuando encuentran el conjunto perfecto en alguna tienda, la guía cogiéndola de los hombros. Le hinca los dedos como pinzas de la ropa para que se acerque o se aleje unos pasos en la acera, hasta hacer coincidir perfectamente el reflejo de su contorno con el de la maniquí que está al otro lado del cristal. Sólo así se decide a entrar a comprar, sin pasar por el probador, a condición de que esté disponible la talla expuesta. Ya en casa, su madre se encargará de ajustarle las prendas. Subida en un taburete, de espaldas al espejo, Trini deja mansamente que recorte la tela que sobra y remeta las costuras, encandilada por el centelleo de los alfileres y del filo de las tijeras que robará del costurero. Para cuando termine de vomitar.

52 De punta en blanco (María Rojas)

Luz Dary le pidió a su padre como regalo de quince años una fiesta, al estilo de las de «Sissi Emperatriz».
El padre, que nada le negaba a su hija, decidió que el próximo golpe de contrabando iría destinado a pagar la fiesta de su retoño.
Los vestidos los confeccionó la acreditada costurera madame Crepy en tules de colores pálidos. Las zapatillas iban forradas en raso.
Los sacolevas y pajarillas de los hombres fueron traídos de una famosa casa de moda italiana.
Los tocados, velos y flores los elaboraron las hermanas Maya, fiel copia de las revistas europeas de la época.
Por fin la noche esperada.
La celebración, más que una fiesta palaciega, parecía un trastocado carnaval caribeño, donde los invitados se ahogaban en trajes impuestos para la ridícula parodia.
La entrada de la orquestina vienesa causó una desquiciada euforia que se propagó por el salón.
Resonaron tiros y madrazos.
La madre de la quinceañera, presintiendo una catástrofe, cambió la música.
La fiesta se vino arriba.
El Barón del Contrabando se quitó la faja, se dejó de pendejadas y, feliz, se lanzó a bailar amacizado a su hembra, una pachanga revuelta con charanga.

51 El traje negro

Las cosas de mi padre cabían en una caja. El chico de la residencia me las entregó junto a un traje negro.

—No quiso deshacerse de él —me contó—. Se ponía serio y decía: «Nunca hagas el ridículo en un funeral».

Yo asentí, callado. Me irritaba ese conocimiento suyo del que yo carecía.

Ya en casa, colgué el traje y lo olvidé.

Un día, buscando algo de licor, volví a encontrarlo. Telefoneé a la sastrería donde lo confeccionaron. Arreglarlo no era barato, pero podía permitírmelo. Un día me tomaron medidas y otro afinaron los ajustes. El tejido era magnifico, apenas rozado.

Quedó tan elegante que me costaba imaginar a mi padre vistiéndolo. Al devolverlo al armario, lo acaricié y deseé poder usarlo pronto. Pero pasó un tiempo y nada.

Comencé a impacientarme y a ojear las esquelas. Preguntaba a mis amigos por sus padres. Idioteces así. Siguieron pasando años y solo lo había usado cinco veces. Cada vez me quedaba peor, pero ya no parecía rentable retocarlo.

Al envejecer, me he ido desprendiendo de casi todo. Solo conservo algunos recuerdos y mi traje negro. Me queda horrible, muy holgado, pero no soportaría hacer el ridículo, y menos en un funeral.

50. Hábitos culturales (Rosy Val)

 Alika fantasea con su muñeca y juega a ponerle ropitas con los trapos que encuentra. Su mamá de vez en cuando se le acerca y le cuenta que… 

«En nada crecerás y no podrás seguir jugando con ella. Después te enamorarás de algún chico de la aldea, pero tendrás que arrancártelo de la cabeza porque de tu corazón no eres la dueña. Cuando menos te lo esperes cubrirán tu cuerpo con un vestido infinito, como el que llevo ahora, holgado, de tela firme, que no marque las curvaturas de tu figura. Un pañuelo también oscuro, tapará tu cabello, ocultará tu talento y tus ideas. Para entonces ya podrás fabricar hijos. Yacerás con quien no has elegido porque de tu piel no eres la dueña. Y esa sonrisa tan bonita no se mostrará en la vanidad de ningún espejo, tu boca será invisible, sin opinión y sin lengua, tus manos desconocerán la textura de un libro y tus ojos morirán huérfanos de narraciones y leyendas…».

Alika es aún muy pequeña para saber de lo que habla su mamá, también para entender por qué insiste en adelantarle una a una las piedras que ella debió encontrarse en su destino.

47. Blancanieves siempre gana

Ya lo has intentado todo. Casual y clásico, el bandó, el chantillí, el zapato alto y el zapato bajo, con tacón y sin tacón, abierto o con bouché, con y sin escote, los mitones, el chal, lo chic, lo cool, lo british, lo naíf y lo glam. Has puesto cara de sorprendida, de mala, de ingenua, de dura, de melancólica… Has agotado, en fin, todas, absolutamente todas las combinaciones posibles ¿Y todo para qué? Para terminar preguntándole al espejito que quien es la más guapa y que nunca pronuncie tu nombre. Al final, la guapa siempre es otra. Y creo, mujer, que ya deberías saberlo, porque el cuento es siempre el mismo.: mismo planteamiento, mismo nudo y mismo desenlace. Lo único que cambia es la voz de quien lo lee. Lo demás, es siempre igual. A estas alturas, ya deberías saber que Blancanieves siempre gana.

46 ERA TODO TAN HUMANO

La modista  acaparaba la atención, de forma paritaria, de las mujeres más bellas y de los hombres más elegantes. La vanidad lograba abducir al ser humano sin discriminación. Sus creaciones eran imitadas hasta la saciedad y cada temporada era el centro de todas las miradas. Tanto de furiosos que criticaban el derroche oculto tras la fachada de la industria textil (una simple camiseta de algodón requería consumir 2.700 litros de agua y adormecer las explotadas manos infantiles), como de esos enamorados de desfiles de alfombra roja.

Extenuada por infinitos diseños, al atardecer, se dejó abrazar por un sopor dulzón. Su mente se despejó  como si se abriese el Mar Rojo y elucubró sustituir esos tafetanes pálidos por tejidos confeccionados con angostas tiras de papel arrancadas de páginas de  novelas que se amontonaban en su biblioteca. Aprovecharía esos libros que la gente relegaba, por esa moda de leer en pantallas digitales. Así, evitaría los furibundos reproches de los activistas. Además, los mimos que simulaban ser estatuas pedigüeñas en tantas plazas turísticas, se convertirían  en sus maniquíes y expondría en escaparates al aire libre. Las bibliotecas quedarían desnudas.

Al día siguiente, despertó decidida a diseñar un vestido original: comenzó deshojando a Stephen King.

 

45. Reencuentros

 

Fonsito Peláez conservaba las gruesas gafas de miope y su aire desvalido. Habían pasado muchos años, pero le reconocí en el acto. Era el único en el metro que leía en papel, algo sobre unos números primos solitarios. Nos pasamos un año riéndonos de él, de su atuendo fúnebre siempre de negro riguroso, y de su palidez cadavérica. Como se me daba bien escribir compuse unas rimas que coreaba toda clase. Nunca le dejamos jugar con nosotros, en los recreos se sentaba a leer en una esquina procurando ser invisible. A veces le escondíamos el libro; cuando al fin lo encontraba comprobaba que estaba ileso con ternura de amante. Un día desapareció, cambió de instituto y nunca más supimos de él.
Había olvidado ese encuentro hasta que descubrí el miedo en los ojos de mi hijo. No era un miedo tierno e infantil, era su primer miedo de verdad, de los que sabes que no se irán escondiéndote bajo las sábanas; de los que te acompañan para siempre cobrándose un peaje por cada sueño. Una rabia viscosa y amarga se instaló en mi garganta. Había entendido treinta años después como se sentía Fonsito Peláez.

44. El taburete y la palmera

—¡Barbilla levantada y sin moverte! Tengo que dar más holgura al escote y no quiero cortar este bonito cuello!

La modista se ríe. Tiene un lunar muy gordo adornado con pelos en forma de palmera en un lado de la nariz. Cuando habla la palmera se agita como si hiciese viento. Mi hermana obedece. Está ridícula de pie en el taburete, con la barbilla levantada y esa mueca de miedo al sentir las tijeras en su cuello. Por el rabillo del ojo derecho veo que intenta mirarme para asegurarse de que no me estoy burlando de ella. Entonces, con el dedo índice, hago que jugueteo con un lunar invisible y su palmera, y consigo que no pueda reprimir una oleada de risa floja.

—¡Pero estás loca o qué, casi te corto!

Aunque hubiese preferido un cortecito de verdad me conformo con la reprimenda.

Yo nunca me he subido al taburete de las pruebas para niñas que estrenan vestidos. Siempre heredo los de la tonta que ahora me acusa de hacerla reír.

—Qué te hace tanta gracia —me pregunta la mujer.

—La palmera junto a tu nariz.

Aún no sé nada de mentiras piadosas.

 

43. ACTRIZ ENAMORADA (IsidroMoreno)

Soy coqueta y sofisticada. Lo sé y no lo quiero evitar. Sólo tengo cuatro cosas importantes en la vida: Yo, mis vestidos, él y yo. Ya sé que me incluyo dos veces, pero es que así me estimaré como la mitad de mis importancias. Es la vanidad de las actrices.

Vivo y duermo confinada entre mis trajes que necesito para trabajar y ganarme, día a día, su cariño. No me importa que se me note que estoy enamorada.

Él me convirtió en actriz y, en cada papel, en cada función, pone sus palabras en mí, me presta su voz, su aliento y su alma. Sé que también me quiere.

Momentos antes de salir a escena, y como en un mágico ritual, me viste despacio, me alisa mi dorada melena, me habla con susurros para relajarme y a continuación, introduce su mano bajo mis sayas. Es entonces cuando creo que se me humedecen de emoción mis ojos.

Ambos sabemos que nuestro arte nace cuando me presta sus palabras; en sus movimientos de mano y sus dedos dentro de mí. Y el clímax de mi existencia comienza en el instante en que me asoma al escenario de este pequeño teatro de guiñol.

42. Ella busca pareja (Carmen Cano)

Era la tercera vez que se preparaba para su primera cita. Entró en el vestidor con suficiente antelación para arreglarse con esmero y apareció en el restaurante con el chándal todavía puesto. Un cliente, de cuidada americana gris y camisa blanca, esperaba ya con una rosa amarilla sobre la mesa.
En la primera ocasión él vestía una sudadera verde y unos pantalones de camuflaje incompatibles con su vestido rojo vaporoso. Para la segunda rebajó sus expectativas indumentarias y se presentó con una camiseta marinera y unos tejanos, pero él estaba enfundado en un pulcro traje azul de raya diplomática.
Hoy no podía fallar. Salió corriendo a una tienda de moda y eligió un vestido negro ajustado y unos zapatos de salón. Al entrar en el probador, se vio de nuevo en el vestidor de su casa. Miró el reloj. Aún no se había maquillado. Estaba claro que no llegaría a tiempo.

41 Escaparate (Miguel Á. Moreno)

Recuerdo el reflejo de su silueta a través del escaparate. Su esbelto cuerpo, elegante y sensual, que cualquier diseñador de moda hubiera elegido para la temporada primavera-verano. Su melena cobriza desparramada por el cuello, larga como un ciprés, armoniosa como la brisa del mar en una tarde de estío. Los ojos enormes, invitando a mirarlos aun a riesgo de perderte en sus profundidades.

Día tras día, me inventaba cualquier excusa para contemplarla. Y allí mismo, frente a la tienda, echaba a volar la imaginación, me dejaba ir y dibujaba escenas placenteras. Recorría sus rotundos pechos con mis dedos temblorosos, sintiendo en sus pezones la excitación del adolescente primerizo. Me sumergía entre sus muslos de piel canela y percibía la humedad que abarrotaba de deseo nuestros cuerpos destinados al amor. Su aroma penetraba en mí con la intensidad de un romance adolescente. Acariciaba sus caderas una y otra vez, en busca del tesoro que recompensara mis desvelos. Era una relación tan apasionada que traspasaba los límites de la realidad, pues al fin y al cabo no era más que un maniquí.

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