Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

26. CRECIMIENTO INSOSTENIBLE

Me gusta coleccionar bichos. En el laboratorio, analizaba una muestra de ácido cuando descubrí algo que se movía. Me quedé atónito. Estaba vivo, lo observé bajo los binoculares. Como lo había encontrado en ácido anestérico, hasta ahora considerado incompatible con la vida, lo llamé ananestérico. Observé sus movimientos. De alguna manera, ello logró comunicarme que quería compañía, me inoculó el deseo de una nueva colección. Traté sin éxito de encontrar otro ejemplar en otras muestras del ácido. Luego volví a la original para seguir observando mi descubrimiento y me llevé otra sorpresa. El microbio ya no estaba solo. Había 4 ejemplares. Se estiraban. Se bipartían y ya eran 8 y pronto 16. Al día siguiente, ya no quedaba ácido en la muestra, estaba llena de ananestéricos moribundos, más de un millar. Me pedían, me exigían su soporte líquido. Eché tres gotitas que rebotaron contra el vidrio. Me salpicaron la mano. En la piel me apareció un puntito rojo. Sentí un cosquilleo, y supe que ya navegaban por mi torrente sanguíneo y que seguirían clonándose hasta agotar mi cuerpo. Pero no me importó. Estaba feliz, era el portador de la más insólita colección de microorganismos que pudiera existir.

25. AFICIONES ARRIESGADAS (A. BARCELÓ)

Las metalizadas de Alexandra, las de lentejuelas de Jennifer, las de plumas de Samantha, las de cuero rojo de Irina… Recuerda el día que las descubrió, entró en aquella sala de fiestas para intentar despistar a unos tipos que le seguían. Allí comenzó su historia de amor con ellas. Desde entonces, no ha parado de buscar la siguiente. Hoy, sin ir más lejos, ha vuelto a ponerse en peligro para conseguirlas. No importa, ha merecido la pena, ahora, posee las de piedrecitas brillantes de la exuberante Tina.

Tina, una diva, o eso cree él. Tina es Thomas, un agente secreto que pertenece a la sección especial de la CIA que le persigue. Por fin, le atraparán. Cuando regrese al fondo de la fosa de las Marianas con este nuevo par y las coloque junto al resto de su colección, se habrá delatado a sí mismo. El localizador oculto en ellas marcará la posición exacta de su nave. Esperarán a que vuelva a salir para atraparle, le conducirán al Área 51 y correrá la misma suerte que sus preciadas botas de drag queen, acabar metido en una vitrina, expuesto junto a otros ejemplares como él, únicos en su especie.

24. Álbum de remedios

Resfriados, eccemas, lumbagos, virus intestinales. Todos me visitan regularmente, sumándose unos a otros, multiplicando sus efectos, menguándome el ánimo. Vacunas: las tengo todas. Mis bolsillos, farmacias ambulantes. Podría recitar el vademécum mejor que el padrenuestro. La suerte me esquiva, las amistades me saludan a distancia. Logré un puesto de teletrabajo (nadie se habría arriesgado a dejarme compartir oficina) que me permitió adquirir productos homeopáticos: glóbulos, gotas, polvos orales… Esto último suena fuerte, disculpen, pero ahí no acaba: puesto a complementar la ciencia, me apoyé en la santería, encomendándome a Babalú Avé, Yemayé y Eleguá. Los resultados fueron francamente deprimentes, de modo que volví a los brazos de la ciencia entregándome al Prozac. En un foro de salud conocí a Higía, una chica fenomenal, una fuera de serie que padece enclaustrada en su rancho de Texas, al menos, siete enfermedades crónicas. Hoy me ha enviado su foto. Estoy a un clic de abrirla, me rasco sin compasión, la dermatitis nerviosa me altera, la hiperhidrosis (exceso de sudoración) convierte al ratón del ordenador en anfibio. No espero gran cosa de su imagen, en realidad, lo que temo es que el retrato que le acabo de enviar no le haga justicia.

23. Para cuando tenga tiempo (Javier Igarreta)

Aquel día vino el agente del Círculo de Lectores y una vez más le pilló sin rellenar el pedido. Mientras buscaba la revista, miró de soslayo su nutrida biblioteca y de pronto le asaltó el pensamiento de que tal vez ya iba siendo hora de frenar su afán acumulativo. Las estanterías crujían bajo el peso de las lecturas aplazadas “ad calendas graecas” y más de un libro asomaba el lomo, ofreciendo sus páginas a la insidiosa curiosidad de las arañas. Y es que aparte del Círculo, él siempre fue un asiduo merodeador de librerías y rara vez salía de vacío, ya fuera por el autor, por el tema, o por razones más extravagantes. Tampoco sería justo pasar por alto su atracción fetichista por los libros. Ahora que tenía ante sus ojos apenas una pequeña parte de ellos, creyó sentir su acuciante reclamo. Quizás sabedores como él de que el tiempo invertido hasta tener tiempo, casi siempre se recupera a destiempo. Además ya no estaba su amigo “Mochales”, recientemente muerto a causa del amianto y lector empedernido de sus libros. Jamás olvidaría sus resúmenes, tan sesudos como atinados. Gracias a él podía presumir de leído.

22. Mi mejor amiga

En cuanto apareció la mariposa, abandoné la terraza y volví a la sala de espera. Me dan pavor. Dentro olía a desinfectante. Acerqué el fular de Bego a mi nariz y su inconfundible aroma a frambuesas me tranquilizó. Cuando salió, estaba demacrada. No podía dejarla así. Germán se mostró reacio. Que ella se lo había buscado por liarse con un tío que ya tenía su propia familia. Al final, la instalamos en el cuarto de Claudia. Dudé si sería lo mejor dadas las circunstancias. Pero la niña y ella siempre se han llevado estupendamente.

 

Una tarde, al entrar en casa, escuché las risas de los tres. Claudia corrió hacia mí con una cajita. “Mira, mamá, me la ha regalado Bego. La primera de mi colección”.  Detrás de la tapa de cristal había una mariposa disecada. Grité. O quizás no porque nadie pareció escucharme. La colección siguió aumentando hasta la marcha de Bego. Poco después, viajó Germán a Frankfurt. La noche de su regreso vomité. ¡Dios! Cómo olía a frambuesas.

 

Hoy le he pedido a Claudia que se lleve las mariposas a casa de su padre. Me ha dicho que no. Que ahora necesitan más espacio para cuando nazca el bebé.

21, NI CROMOS, NI SELLOS, NI MARIPOSAS

Cuando naces pobre y asumes que lo serás durante toda tu vida apenas encuentras qué coleccionar. De pequeño, mientras otros niños intercambiaban cromos de futbolistas o de Vida y Color, iba de corrillo en corrillo y observaba su sonrisa hasta hacer mía la ilusión que sentían al conseguir un cromo nuevo. Por eso decidí coleccionar sonrisas.

Después de tanto tiempo sospecho que nadie posee una colección como la mía, incluso conservo algunas repetidas, las tengo sinceras, amables, desinteresadas, compasivas, fraternales, espontáneas, hipócritas, y un montón de indiferentes.

Pero la que conseguí hace tiempo, mientras pedía limosna en la boca del metro, justo cuando ella depositó una moneda a mis pies, aquella mueca cautivadora que ni siquiera perduró un aliento enseguida se convirtió en el tesoro más valioso de la colección.

20. EL CABALLITO DEL DIABLO (Toribios)

Dicen que desear lo imposible es decepción segura. No sé. El caso es que había llegado el triste momento de deshacer la casa. Muertos mis padres, había que vender, y mi hermano y yo tuvimos que viajar hasta la ciudad donde había transcurrido nuestra infancia. Habida cuenta del afán coleccionista de mi padre, la cosa se presentaba complicada. Miles de libros descansaban en los estantes polvorientos, y en los cajones se confundían sus preciados sellos, con la lupa, las pinzas y cientos de monedas muy diversas. Tras varios días vaciando las habitaciones, solo nos quedaba el desván. Me acordé entonces de mi álbum de cromos. Aquel de animales y plantas que soñé durante años terminar y que lo estaba a falta de uno solo. El cromo que nunca salía en los sobres, ese cuya existencia era un mito entre la chiquillería, hasta el punto de dudar de si alguna vez fue impreso. Apareció en una de las cajas. Fui directo a la página de los insectos voladores. El corazón me latió con fuerza mientras recordaba mis  fervorosas oraciones de antaño. El hueco infamante ya no estaba. En su lugar desplegaba sus alas orgulloso el innombrable.

19. El Músico

Colecciona canciones. Momentos. Historias. Sensaciones.

Colecciona recuerdos, propios y de otros.  De él con otros. Estelas musicadas.

Siempre había deseado componer, cantar, escribir para sí mismo y para otros. Escondido en su cuarto, bajo las sábanas de su cama, con la compañía de una linterna, un cuaderno y un bolígrafo, escribía frases centradas en busca de una canción, de un algo musical. No conseguía nada.

Nada. Salvo las miradas extrañas de sus familiares.

Intentó con los instrumentos, con la escala musical, con la parte orquestal de toda canción. Pero algo había en su interior que le impedía crear una melodía, un ritmo que permitiera soñar a otros o a sí mismo. Una sensación que no sólo encadenara rabia y soledad.

Rabia y soledad. Y burlas.

Desde entonces, colecciona canciones. Las atrapa y las convierte en suyas. En su propia historia o la de otros. En recuerdos de otros momentos. En estelas musicadas de gente que ya no está. De personas que formaron parte de una lista que, poco a poco, tiende a ser más pequeña. De un inventario que, tras cada canción atrapada, mira, tacha y observa al siguiente nombre.

La siguiente víctima.

El último de esa lista, ÉL.

18.- EL COLECCIONISTA DE SUEÑOS (Jesús García Caurel)

Tengo un cometido muy entretenido. Me dedico a coleccionar sueños.

Los colecciono de todo tipo:

Sueños de acción, en los que siempre escapo de la catástrofe en el último momento.

Sueños románticos, en los que mi amada entra volando por la ventana.

Comedias, en las que se suceden situaciones disparatadas unas detrás de otras.

Mis favoritos, los sueños absurdos, en los que el guión no tiene pies ni cabeza y las historias acaban siempre de forma rocambolesca.

Pero hay algo que me preocupa sobremanera…

Últimamente, los sueños que más colecciono son pesadillas… :(.

17. DIOSES

Los tenía casi todos. Utilicé diversas artimañas para conseguirlos. A unos ofrecí más poder, más seguidores a otros, a la mayoría conocer a muchos compañeros. Los fui introduciendo en tarros herméticos individuales revestidos de ciencia. Escapar era imposible. En la gran sala los agrupé por especialidades. Las Diosas de la Luna en las estanterías bajas de la derecha. Me observaban intrigadas Aglibol, Artemisa, Amm, Hual, Chía, Chan´E. Encima de ellas los del Sol: Sua, Hisakitaimisi, Gung Sang, Malakbel, Apolo. Los orgullosos Dioses de la Guerra estaban a la izquierda: Marte, Ares, Alqaum, Huitzilopotchli. A su lado los del Amor: Venus, Angus, Tlatzoteotl, Wadd, Samshin. Afrodita disfrutaba de un pedestal propio, al igual que Zeus. El conocimiento ocupaba las alturas: Odín, Minerva, Atenea, Sint Holo, Dagda. Los Dioses creadores atestaban las baldas del fondo: Júpiter, Yod-Hei-Vav-Hei, Juno, Allah, Lochid, Lathir, Dôn, Pangu. La pared de la entrada era variada: Brigitt, Neptuno, Osiris, Apolo, Isis, Belenus, Poseidon. Una salita adjunta estaba reservada al inframundo y lo oscuro: Nasna, Ifrit, Ghoul, Jijang, Hades, Morrigan.
Y muchos otros.
Disfrutaba paseando lentamente entre ellos, escrutándolos. Miraban exigiendo liberación.
Una noche de luna llena abrí los recipientes.
Lo que sucedió a continuación es otra historia.

16. Contando los días

‘Tienes mucha suerte’, me dicen a veces, ‘otros no pueden contarlo’.

Y yo cuento y recuento cada momento de cada día desde que mi cuerpo dejó de ser mío.

Ahora, tumbado en una cama, que tampoco es mía, atesoro aquellos momentos de mi vida. Tan lejana ya que, a modo de postales descoloridas, de esas que nos mandábamos los amigos en nuestros viajes de adolescencia, me llegan a la mente y al corazón. Como un álbum que me atormenta a cada página que paso.

Me cuento a mí mismo cuando me saqué el carnet de moto y me creí Ángel Nieto, cuando María me besó por primera vez, cuando me dijo ‘sí, quiero’, tan preciosa, sus ojos en mis ojos, cuando los gemelos salieron al fin de la incubadora, arrugaditos y diminutos.

Y repaso el año de mis cuarenta. Año que pensé sería redondo, perfecto, sin aristas. Pero en el que mi moto me falló. Y mi ángel me abandonó y me quedé solo, tumbado en esta cama.

Y desde entonces colecciono esos recuerdos. Y cuento y recuento cada hora, cada minuto, y cada segundo, esperando a que me llegue el último. Y mi álbum, por fin, se termine.

15. COLECCIONISTAS DE EMOCIONES (Amparo Martínez)

Salí del ascensor. Eran unas oficinas limpias y luminosas. Me sentí cómodo en aquel traje (nunca imaginé que algo así resultara tan agradable como un chándal o un mono). Caminé erguido, sin arrastrar los pies. Pensé que Lola se sentiría orgullosa. Me recibió mi secretaria. Era rubia y llevaba un conjunto rojo, a juego con sus labios. Me acompañó hasta mi despacho, cerró la puerta y me besó. Sabía a macedonia con cava. “No temas, cielo, es indeleble”, susurró. Parecía conocer mis gustos. Lentamente, demostró que su pintalabios no manchaba mi cuello erizado ni los lóbulos de mis orejas. Se retocó la melena y abrió la puerta. La seguí hasta la sala de juntas. Todos me saludaron. Presidí la reunión. Se aprobaron mis propuestas, aplaudieron mis comentarios y rieron mis chistes. Saqué el móvil. Busqué la carpeta de mi colección de ascensores. En el de hoy, escribí: “Ideal para momentos bajos”. Y, aunque al almuerzo lo llamaron brunch (tentempié sin pinchos de tortilla) —demasiado “frugal” para mi gusto, pero que me sirvió para estrenar ese adjetivo—, finalizada la jornada caminé satisfecho hacia el ascensor… Estaba seguro de que, esta vez, mi ascensor ganaría a la puerta giratoria de Lola.

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