Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

59. La caja de los secretos inconfesables

Ayer llegó una caja envuelta en papel de estraza a la oficina. Solo indicaba la dirección de destino, no había destinatario ni remitente. El conserje la dejó en la mesa del jefe y se marchó. La caja se convirtió en el centro de todas las miradas. Solo bastaron un par de horas y varios chocolates de máquina para que Peláez, el de finanzas, se convenciera de que contenía pruebas incriminatorias contra él por desviar fondos de la compañía. A Bermúdez, el de ventas, con el primer café le dio la corazonada de que esa caja iba a dejar al descubierto sus trapicheos con la competencia y al tercer café ya no le quedaban uñas que morder. López, que estaba liado con la mujer del jefe, maquinaba como deshacerse del marrón, caso de haber sido pillado “in fraganti” e inmortalizado en una caja sin remite. Por fin llegó el jefe, que se ruborizó cuando la vio en su mesa. La abrió nervioso y sintiéndose observado, dejó caer la tapa, pero no pudo evitar que un tanga de cuero y una fusta quedaran a la vista. Desde la puerta del ascensor, el conserje le hacía ojitos.

58. El Hombre de la Barra (David García Pérez)

El pequeño pub de muebles de madera y luces cálidas esta lleno, pero hay algo que hace que no pueda dejar de mirar a este hombre. Unos 50 años, el pelo canoso y una chupa de cuero aún mojada por la lluvia. No levanta la cabeza de la barra más que para terminar, de un trago, el vaso de whisky que descansa en su mano derecha, y con un pequeño sonido con los hielos, el camarero entiende que lo tiene que recargar. Tiene la mirada perdida y aunque parece calmado, algo me dice que está huyendo ¿Pero de qué?¿Qué puede hacer que un hombre así huya?
De repente el hombre comienza a sonreír poco a poco y me mira de reojo.
-¿Es qué nadie te ha dicho que la curiosidad mató al gato?

57. ¿Por qué no regalamos sonrisas? (Gemma Llauradó)

Una sonrisa siempre ha sido un buen antídoto para ponerse de pie y hacer frente a cualquier reto. Ella lo sabe bien. Nació con el síndrome de Turner, una rara afección que implica solamente a las personas de sexo femenino, y se produce cuando falta un cromosoma X de forma total o parcial. Ella es la joven de la habitación 405. Es pequeñita y necesita atención médica de varios especialistas, pero cuando la miras, y profundizas en sus ojos marrones, observas que estos también sonríen, no ves la enfermedad que la acompañará toda su vida, ves a una luchadora innata. Jamás pierde esa cálida sonrisa que muestra a diario, porque sonreír pone al descubierto lo mejor de ella y la acerca a los demás. Ella es cercana, amable, educada, atenta… Me regaló un bolígrafo con una pluma tan cálida como su mirada. Pero el mejor regalo que me ha dado es su sonrisa cada noche que trabajo, cada noche que comparto con ella unos minutos mientras le administro su medicación, esos instantes que sólo son nuestros. Hay miles de cosas bonitas en esos minutos, en esa mirada, en su sonrisa…

Dedicado a VC

56. LA RUTINA

Qué envidia nos daba aquel muchacho que siempre recibía una propina de crema mientras que nosotros teníamos que conformarnos con un cucurucho para dos. Cuando nos hacían esperar turno para el baño semanal en la palangana grande, él pasaba a un cuarto distinto con su toalla y una pastilla de jabón de olor. Entraba con una naturalidad propia de elegidos, como si se tratara de una rutina tras la que, bien lavadito, volvía a aparecer con un cuenco de crema de castañas y una cuchara.
—Vayan terminando, chicos —decía el fraile colocándose el hábito marrón y peinando con ternura el flequillo de nuestro compañero.
Pensábamos que de tanto comer castañas había dejado de apreciarlas, por eso casi nunca terminaba su ración. Tal vez también por eso tenía semejante color de ojos y de pelo, y su mirada tenía esa otoñal melancolía.
Un día supimos que el fraile se había ahorcado en un castaño, pero tras el revuelo, todo volvió a la normalidad. Todo salvo la presencia del elegido en la fila del baño, que nos dijo con voz monótona, rutinaria:
—El que quiera que le dé jabón de olor ya sabe lo que tiene que hacer.

55. OTOÑAL

Ya ha llegado el Otoño, el Otoño está pintado de marrón. Él se fue envuelto
en ese color.Marrón oscuro, marrón claro.
De los árboles caen las hojas, las aceras están llenas de ellas, no dejan
de caer. El personal del Ayuntamiento, pasa esos aspiradores barriéndolas.
(Ensuciando más). Las ramas de los árboles se han vuelto marrones, los troncos
también. El Otoño es marrón, aunque la climatología está cambiante. !Hace
demasiado calor! Aún estoy yendo a bañarme a la playa. La arena es de color
marrón claro, pero cuando la baña el mar cambia de marrón. El verano pone ese
color en mi piel. Hace poco que falleció mi padre, su ataúd era de color marrón
y a mi de vez en cuando me vienen nubarrones de color marrón al recordarlo.

54. IN MEMORIAM (Pilar Alejos)

Me estremezco al dar el primer paso. Bajo mis pies, cruje la vieja senda de madera ajada por el salitre. Se difumina su final entre las brumas del tiempo. Ochenta años son demasiados. Nuestra vida se detuvo en un suspiro cuando mi padre tuvo que huir. Necesito saber qué sucedió para honrar su memoria. Entro descalza en el laberinto de su ausencia. Un viento otoñal azota mi espalda y me empuja hacia la orilla mientras desordena mis cabellos canos, que ya han perdido ese castaño como el suyo. Las olas se embravecen y su rumor rompe el silencio.

Tiembla entre mis manos lo único que nos devolvieron de él: su poemario. Sus tapas de color tabaco parecen heridas de muerte. Antes de abrirlo, inspiro. Entonces, se espuman mis pulmones de la libertad de sus palabras. Mis ojos se arrasan de mar. La playa pierde su desnudez y se cubre de aquellas alambradas que intentaron arrebatarle su dignidad. Me hundo en su agujero, excavado en la sucia arena como refugio contra el gélido invierno. No huele a canela ni a café, sino a hambre, heces y miseria.

La sangre derramada por tantos refugiados tiñe de óxido el Campo de Argelès-sur-Mer.

53. Aromas (María Rojas)

La abuela cuenta que nosotros estamos en este mundo gracias al café. Hace cincuenta años un hombre al otro lado del río cargaba la escopeta para matarse. Ella colaba café. El viento llevó la fragancia marrón por las ondulaciones del paisaje. El hombre aspiró vida. Atravesó el puente colgante, y llegó hasta el aroma. Ese hombre es mi abuelo.

52. PRÁCTICAS PELIGROSAS (A. BARCELÓ)

Flota en el aire la mítica versión de Righteus Brothers del tema Unchained Melody. Mis manos moldean con pericia una pieza de alfarería. Empiezo a encontrarme muy a gusto. Cierro los ojos para disfrutar más del resto de los sentidos y noto un hormigueo especial y un calor intenso que me recorre de cabo a rabo. Él entra en escena y dice algo, tiene una voz dulce, aunque el tono es potente y viril. Se aproxima por detrás, me rodea con los brazos y posa sus manos sobre las mías. Abro los ojos para observarlas, el barro marrón nos conecta. Imagino que no lleva camiseta y siento un escalofrío de puro placer. De pronto, todo se desmorona. Al girarme, pensaba encontrar un atractivo y fornido galán de película semidesnudo, en su lugar, hallo un tipo feo y enclenque que solo lleva puesto un horrendo braslip blanco con un rodal color tabaco claro junto a la bragueta y calcetines negros hasta la rodilla. Saco de cuajo el aparato de realidad virtual sujeto a mi cabeza y lo lanzo con todas mis fuerzas contra la pared de enfrente de la cama. ¡Maldita sea!, esto me pasa por bajar software pirata.

51. EL ABRIGO DEL ABUELO (Javier Puchades)

Me impresiona entrar y verlo colgado en el recibidor. Cuando lo abrazo siento ese olor a picadura que siempre lo acompañaba. Igual que hace dos días, mientras lo sujetaba al cortar la cuerda de la que pendía del techo. He vuelto a su casa, ya que papá me ha encargado recoger el viejo abrigo marrón del abuelo. Siempre deseó que lo amortajaran con él. Ahora que ya no lo cubre, lo observo vacío y descubro algún zurcido, varios botones deshilachados y cierto matiz otoñal en el cuello y las mangas. Parece como si el abrigo hubiese muerto también. Eran inseparables. Jamás quiso desprenderse de él. Decía que de hacerlo sería como abandonar a un amigo. Que formaba parte de su vida desde que se lo entregó su padre antes de morir. Pero nunca contó más.

Registro los bolsillos para no dejar olvidado nada de valor. Recuerdo la cantidad de veces que de su interior sacaba cosas para mí. Entonces, en una costura del forro de seda beis encuentro una abertura. De dentro, extraigo la respuesta al misterio que mantuvo oculto durante tanto tiempo: un ajado y sucio pedazo de paño, y cosida sobre él una estrella amarilla.

50. El casorio (Susana Revuelta)

Parecía que todo aquel revuelo no fuese con ella, y eso que era la novia. No paraba de repetírselo su madre, mientras le daba instrucciones precisas de cómo posar para la foto: que si ponte así que si ponte asá, que si no te apoyes en la chimenea, que si qué poca gracia has tenido siempre, hija.

Inés obedecía, pero con la mirada ausente. Del vestido se habían encargado las tías solteronas.

—Largo hasta los pies, abotonado por detrás y marrón, que seguro que se tira encima la copa de vino y así no se ven las manchas.

Sus dos abuelas, mano a mano, habían decidido el menú, no sin antes discutirlo mucho y cambiar varias veces de idea.

—Entremeses y jamón. Consomé, langostinos, lechazo y merluza rellena. De postre, tarta de hojaldre.

Entre los más de doscientos invitados no figuraba ningún amigo de Inés.

Estaba ya lista, frente a la cámara, cuando disparó el fotógrafo. ¡FUUM! Entonces se oyó una explosión y se formó una espesa humareda. Cuando se diluyó la nube se quedaron todos mudos al ver el vestido almidonado ahí, todo tieso junto a la chimenea. Pero sin ella dentro.

Del fotógrafo tampoco volvió a saberse nada.

(Fuera de concurso)

 

49. LOS PUPILAS MARRONES (Petra Acero)

Cuento hasta tres. Abro los ojos. Nada. Seguro que funciona si lo digo más alto. ¡A la una, a las dos y a las… tresss! Miro mi colcha de flores, la mochila, la alfombra. ¡Mierda! Todo sigue igual que ayer. Me doy media vuelta. Por la ventana, el alba comienza a clarear el marrón oscuro de la noche. Mamá dice que puedo soñar despierta, pero manteniendo los pies en nuestra tierra. Y se entristece cuando busco colores extraños que no existen… El olor a café y tostadas me anima. También son marrones, pero me gustan. El café huele a besos de papá. Las tostadas, a carreras y risas. Nely y yo tomamos chocolate. Los churretes que corren por la barbilla de Nely dibujan una barba como la de Papá Noel: espesa y marrón. Toby ladra y mueve el rabo pidiendo su desayuno. Hoy será un día marrón clarito, dice mamá; seguro que Toby correrá por la nieve. Toby es nuestro perro friolero. Es un cachorro precioso: blanco con manchitas grises y el morro rosa. Aunque, ¡nadie me cree! Esta noche, volveré a pedir a los dioses un arcoíris en nuestros ojos marrones. Entonces, todos verán lo bonito que es Toby.

48. Superstición

Superstición

Tras meses de preparación, física y mental, me embarco en el velero de mi amigo,
– experto en el arte de la navegación-.
El día es espléndido, y contemplar el borde de la costa desde la mar en calma, relaja mi extraviada mente.
Pedro es tranquilo, resolutivo y alegre.
En cambio yo, me siento frecuentemente agredido por absurdas obsesiones paranoicas.
Una manada de delfines acompaña la navegación e impregna su relajante magia a los minutos marineros que disfrutamos alejados de la cotidiana vulgaridad.
De repente, un giro brusco del velero inclina la cubierta hasta rozar mi piel la superficie del agua, y temeroso, aprieto con fuerza los blancos guijarros recogidos en la playa, que porto en el bolsillo del pantalón.
El contacto me da seguridad porque creo que cada piedra, purificada por la sal del mar y cargada, con el paso de los años, de positivas vibraciones, desprenden armónicas energías de protección.
Abro la pequeña bolsa de esparto para tranquilizar mis nervios. Entre la blancura inmaculada de las piedras descansa, por error, un diminuto canto marrón.
-¡Horror!
Presiento, tembloroso, que algo turbio sucederá.
En el horizonte bailan unos negros nubarrones y las olas comienzan a despertar de su letargo.

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