Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

83. PREPOSICIONES DE (DES)AMOR

Sobre el verde de los trigales sin madurar entornamos nuestros cuerpos rendidos…

Bajo el azul de un cielo amenazante pero lisonjero en el agrado que producían sus primeras gotas…

Tras el naranja del astro que juega a esconderse para renacer con más fuerza en las postreras horas…

Desde el amarillo de mi atuendo de jornalero culminada la tarea adscrita por el señor…

Hasta el púrpura de tu vestido de cosmopolita hija de aquel señor…

Ante el blanco de tu sonrisa que parecía esconder certezas que mi ignorancia no lograba barruntar…

Hacia el rojo, que dicen se asemeja a la pasión, cuando en un guiño apagaste mis sentidos y me murmuraste:

Entre todos los colores apagados no fui capaz de elegir uno que me significara…

 

¿Y dónde queda el marrón?

En la tierra que cubrió mi cuerpo inerte cuando me susurraste adiós.

82. Verde y rojo

El guerrero se posiciona. Protege su cuerpo con el escudo de bruñido bronce que lleva labrado un gran sol, solo queda al descubierto el penacho de plumas verdes adornando su casco, que por efecto visual parece dividirlo en dos mitades.

Durante la contienda se han cruzado dos veces sus espadas, y el del verde penacho le ha vencido en buena lid, las dos veces ha perdonado su vida. Nada sabe de él y nada ha podido averiguar sobre su procedencia, sus guerreros no lo han visto jamás. Es imponente su porte, y soberbia su actitud frente al enemigo, más propia de una divinidad que de un guerrero. Decide aguardar hasta que haga un movimiento. Ahora él, desde su posición sobre el caballo piensa que quizás esta vez sea él el vencedor. Sujeta la lanza, muestra su bronceado pecho desnudo que brilla como su casco, adornado con filigranas del que cuelgan borlas de hilo teñido en intenso rojo, y comienza la embestida.

Uno se levanta, el otro azuza su caballo. A la carrera uno, al galope el otro. Con espada y lanza en mano se enfrentan. Sucumben dejando bajo sus cuerpos la tierra coloreada de color marrón caoba.

81. Nature morte

A la de tres se abalanzaron casi todos sobre la mesa del profesor de dibujo. Los primeros lápices de colores en desaparecer fueron el bermellón, el rosa y el amarillo, los azules celeste y marino. Dejados de lado, con pocas aspiraciones, se resignaban a la soledad el verduzco botella y un marrón hojarasca. Pasó algún tiempo antes de que la muchacha con cojera llegara al escritorio. Sentía las miradas rastreadoras de los demás niños posadas en la muleta que le permitía caminar. Se dio prisa en introducir en el bolsillo de su atuendo a los dos supervivientes de la criba. A ella no le molestaba porque desde hacía semanas sus láminas eran todas iguales. Y tal vez en esta ocasión, con esos tonos aún se acercaría más al oliva de los uniformes militares y hallaría el cobrizo de las bombas de racimo que cayeron aquel día sobre la aldea ahora tan lejana.

80. El alfarero (Pablo Núñez)

Llegó a nuestro pueblo sin hacer ruido, con un viejo chaleco manchado de barro y un baúl enorme. Compró el local que el difunto Ambrosio había dejado en herencia a sus hijos, en la calle Alfarería. Lo convirtió en su hogar y en su lugar de trabajo a la vez. Observábamos cómo iba llenando una pequeña ventana que usaba a modo de escaparate de todo tipo de utensilios. Pronto se hizo popular por sus obras y rara era la casa que no tenía una de ellas en alguna estantería.
Al tiempo, búcaros, tinajas, barreños y vasijas fueron sustituidos por cuatro bustos cuyas expresiones de agonía nos hicieron creer que se trataba de santos en el momento en el que sufrían alguna tortura; pero un escalofrío recorrió nuestros cuerpos cuando descubrimos que eran las caras de los hermanos Martínez, matones de la comarca que, en noches de borrachera, tras increparlo, le destrozaban el torno donde moldeaba sus figuras. La policía intentó atar cabos y nosotros decidimos desatarlos. A fin de cuentas, si el alfarero tuvo algo que ver con la desaparición de los Martínez, ellos se lo buscaron. Además, desde entonces, sus viudas no necesitan maquillarse y han vuelto a sonreír.

79. NI BLANCO NI NEGRO (Alicia Alguacil)

Mi madre, después de 10 años ausente, volvía al pueblo casada con un negro,  con un niño mestizo  de 6 años y un embarazo de riesgo.

Yo era el único niño negro de la clase, todos me miraban raro, incluso recuerdo como me tocaban a ver si mi color desaparecía. Entonces no entendía de razas.

  • Mi madre decía que no era negro, eres marrón, llevas la mitad de sangre blanca y la otra mitad negra. Y que mis ojos azules son los más bonitos del universo.

Fui creciendo, rodeado de niños blancos. Años más tarde, volvimos a Senegal. Mis padres médicos los dos se habían conocido cuando mi madre llegó de cooperante y allí estaba nuestro hogar.

Así que con 10 años, empecé en otro colegio rodeado de niños negros, y también allí fui el niño diferente, mi piel más clara que la de todos ellos y con unos ojos azules, nada común en esa tierra.

Ahora con treinta años, entiendo de razas, soy  Marrón.

78. Pirotecnia

Lo último que escuché tras la inyección de la anestesia fue “Las manos están muy mal”.

Al despertar en la habitación, aunque dolían, las note al final de mis antebrazos y en un instante supe lo que querría acariciar cuando fuera posible.

Quise verlas, pero al levantar la sábana vi que no estaban y todo se desmoronó.

Mientras me caían las primeras lagrimas fue cuando la percibí a mi lado con esa sonrisa que tantas veces había aplacado mis rabias de la impotencia.

Me leía como un libro abierto, así que se levantó y se puso a horcajadas sobre mí y se levantó la falda. No llevaba nada debajo y mostró su castaña selva rizada. Anduvo de rodillas sobre mí hasta donde era imprescindible y bajó su ropa dejándome a oscuras.

Lo consiguió de nuevo. Esta vez con la humedad y los relieves que me transportaron fuera de los sinsabores del momento.

Mientras se iniciaban los fuegos artificiales, ella los acompañaba con sus jadeantes palabras: No te vas a librar, mi encantador colibrí.

 

77. ¿Estamos aún a tiempo? – Óleo sobre tela (Josep Maria Arnau)

¿Sabes que es el cuadro más visto? Un contenedor marrón que interpela desde una calle oscura casi desierta. Todos me felicitan por el mensaje ecológico. Ahora que el mundo se acaba, la gente necesita recordar que puede hacer algo. Muchos encuentran sugerente el ramo de rosas que dejé asomando por su boca, el último que me regalaste. Yo les digo que todo, incluso lo marchito, puede reciclarse. En cambio, nadie se fija en la figura que se insinúa en la penumbra. Seguro que te reconocerás. Estás de espaldas y con una maleta, como aquel aciago día. Ayer creí verte entre los visitantes de la galería, pero no eras tú. Hoy me he pasado las horas al lado del cuadro, esperándote. Mañana es el último día, cierro la exposición.

76. Los colores del arcoíris

La mujer salía de su piso cuando un alarido angustioso la hizo detenerse. No identificó enseguida el origen del grito, pero supuso que provenía de los nuevos vecinos: tan diferentes, tan callados, de piel marrón, aunque ella siempre tapada de la cabeza a los pies. ¡Cómo odiaba ella ese color desde el colegio de monjas! El segundo chillido desgarrador se sucedió seguido de un montón de improperios ininteligibles y más lamentos. Rápidamente llamó a la policía. “La está matando el marido”, afirmó cuando llegaron. Tiraron la puerta, que cedió fácilmente y encontraron a la joven tirada en el suelo gimiendo de dolor ante la inminencia del parto. Estaba sola y resultaba difícil entenderla, pero sí parecía que algo iba mal. A la vecina nadie la había invitado a entrar, más se buscó la vida para fisgar la vivienda y hubo de sobreponerse a lo que vio y sintió. Hacía mucho frío, olía mal y apenas había comida.

El niño vivió pese a tener el cordón umbilical doblemente enroscado en su cuello. Nació blanco, pero su tono iría cambiando. La vecina, que pasaba a ayudarles a diario, se pregunta todavía porqué le faltan colores al arcoíris

75. De tierra (Patricia Collazo)

Mi abuelo era el último granjero del pueblo. Cuando murió, lo hizo sobre su tractor, ambos se detuvieron al unísono. Papá y yo los encontramos en la finca de los frutales sobre un surco inacabado, el primer fin de semana del otoño. Tenía las manos aferradas al volante y no se las pudimos despegar. Las durezas de sus palmas se habían fusionado con la cinta marrón con que el abuelo lo había enrollado.

Yo recordé la tarde de verano en que le había ayudado a hacerlo. «¿Para qué le pones la cinta?», pregunté. «Para que no se le pegue la tierra», dijo el abuelo. «Pero se le pega a la cinta, ¿no?». «Sí, por eso se la ponemos marrón, para que no se note…».

Ahora la cinta, las manos del abuelo y su tractor eran uno solo. Marrones, ocres, como si todos hubieran madurado a la vez. La carrocería del tractor antes verde, y los ojos del abuelo, antes azules, habían mutado al color de la tierra.

De tanto intentar separarlos, habían empezado a deshacerse en terrones. Hubo que dejarlos allí.

Después de las primeras lluvias, eran apenas un montículo. Y al poco, desaparecieron. En el pueblo, nadie lo notó.

74. COSECHA ENTC

Cosecha ENTC envejece en convocatorias anuales desde el año 2012, manteniendo un carácter fuerte, vanguardista e innovador. De color negro sobre blanco tradicional, o blanco sobre diferentes colores, según la época de cosecha, presenta una excelente intensidad aromática de frutos silvestres —arándanos ecológicos— y manzanas dulces o con diferente nivel de acidez. Se fermenta en clima húmedo y frío animado por una tenue brisa del Cantábrico, en medio de un paisaje montañoso salpicado de maderas nobles (manzanos, nogales y el Árbol de los Deseos). En vista y oído destaca su buena estructura y equilibrio entre el respeto y la ilusión. Gran versatilidad temática y narrativa de elaboración minimalista. Guardado sobre mesilla de noche puede degustarse en pequeñas dosis antes de empezar a soñar. También es ideal como acompañamiento de tardes lluviosas en invierno, de veranos calurosos, o de trayectos cortos realizados en metro o autobús durante cualquier estación del año.
Contiene entusiasmo e imaginación. Producto del norte de España (zona cántabro-galaica) con aportaciones nacionales e internacionales.

Cantidad neta: 1 microrrelato / 200 palabras aprox. – 0,0 % vol.
Edición ilimitada de ENTC con numeración individualizada y exclusiva para:
Sendero del Agua – El Molino de Bonaco – A Curuxa.

N.º: ENTC 11704

73. Chocolate con canela (Blanca Oteiza)

Hace tiempo que dejé de mirarme en los espejos. Mi rostro se desdibujaba bajo las lágrimas que empañaban el reflejo. Náufrago de un amor en ruinas sigo a la deriva.
Me cuentan que ahora se te ve por el barrio cogida de la mano con aquella antigua compañera de piso de tus años de estudio. Que te vistes distinto, que sonríes y que tus ojos brillan como la luna en la noche.
Yo tacho los días en el calendario que ya no estás conmigo. Cerraste la puerta para ir a comprar castañas y ya estamos en primavera.
Sentado en el sofá, en mi refugio, bajo manta y calcetines de lana, paso las horas con la tele encendida, comiendo chocolate, esperando oír la puerta abrirse de nuevo.
Suena el timbre y hago como no escucharlo, pero la insistencia me hace levantarme. Al abrir la puerta encuentro a la vecina de enfrente con una cesta llena de bombones. Sus labios me sonríen y me dice que ya es hora de abrir de nuevo las ventanas, que es primavera y el aire huele a flores frescas. Al final de la tarde, sentados en la terraza compartimos sus bombones con mi chocolate con canela.

72. BUSCA LO MÁS VITAL (Belén Sáenz)

Apenas divisábamos las barcas de pesca y la arena de la playa era canela morena. Papá y yo habíamos desayunado pan frito rebozado en azúcar y bajamos de la mano por la cuesta de Barraña. Recorrimos la orilla desenterrando berberechos que luego comeríamos crudos, forzando un giro hábil en su bisagra con ayuda de otro hermano bivalvo.

Luego papá se tumbó al sol y yo me senté a horcajadas sobre su barriga. Jugamos a Baloo y Mowgli. Nos adentramos en la selva flotando pausadamente y canturreando. Él me iba señalando un paisaje que tenía que ver mucho con la vida. ¡Coge ese coco; ya está maduro! ¡Y ahora atenta, que hay serpientes! Nuestro viaje nos llevaba río abajo, hasta lugares que él conocía o anhelaba y que iba relatando para mí. Estuvimos en los canales de Venecia y en las avenidas de Nueva York. Bailamos en los salones imperiales de San Petersburgo y hasta llegamos a coronar el Everest. Ánimo y adelante era la consigna.

Hoy estoy tarareando a la par con Luz Casal: Voy a tener un día marrón. Amanece otro lunes de invierno y sólo quiero regresar. Volver a ser aquella niña de ojos color café del Brasil.

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