Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

34 UN ROSA MÁS OSCURO (Carmen Cano Soldevila)

No entiendes cómo has llegado hasta aquí, pero estás decidida.
Fuiste educada para que tu vida fuera de color de rosa, el de tus vestidos y tus lazos. El que elegiste para la tarta de boda y las paredes del dormitorio.
Hace tiempo que te encoges de dolor y maquillas tu rostro para ocultar el tono morado.
Al fin hoy has salido de compras y has regresado con un pequeño revólver en el bolso y una sonrisa nueva en tus labios magenta.
Estamos orgullosos de ti. Nosotros nos encargamos del resto, cariño.

33 De luz y de color (Alberto Jesús Vargas)

A pesar de que en su casa solían pasar estrecheces, se sentía la niña más presumida del arrabal. Soñaba con vestidos airosos, faldas de vuelo y lazos de color rosa, siempre rosa. Le encantaba Marisol, la joven estrella capaz de llenar una pantalla de luz y de color. Cuando daban alguna de sus películas en el cine del barrio se las apañaba para colarse allí cada tarde si, como solía ocurrir, no tenía las diez pesetas que costaba la entrada. Quería ser como ella, bonita, salerosa y sobre todo, querida y admirada por la gente. Delante del espejo imitaba sus gestos y cantaba trocitos de sus canciones: “La vida es una tómbola, tom tom tómbola…”, “Ola ola ola, no vengas sola…” Mamá le reía la gracia y hasta a veces convertía en faralaes algún vestido viejo y le ayudaba a darse un toque de colorete y carmín. Rosa, siempre rosa. Sin embargo, delante de papá, dejaba de ser comprensiva y ni siquiera intervenía cuando él se quitaba el cinturón y descargaba su rabia de perdedor sobre aquel cuerpo indefenso, menudo y frágil, mientras sentenciaba que la peor deshonra para un padre es que un hijo le salga maricón.

32. LAS GAFAS DE LA NOSTALGIA(Mercedes Marín del Valle)

Me las acercó y me invitó a que me las pusiera. Sus gafas de montura y cristales, rosa. Pequeñas y estrechas para mi cráneo. Me llevó hasta la orilla de la mano y nos sentamos muy juntas, esperando que una ola nos trajera espuma y arena a partes iguales. Entre tanto, cantábamos. Miré al horizonte y mis ojos detrás de aquellos cristalitos rosáceos, se impregnaron del vapor de la nostalgia, y vi, nítidamente, que no muy lejos, otros rostros sonrosados, salpicados de vida y de sal, me habían colmado de dicha.
No me hacía falta el espejo para ver que, atravesada por la flecha imparable del tiempo, me dolía de las heridas y las culpas. Pero su voz impaciente y cantarina puso fin al túnel del pasado, anunciándome lo que ambas esperábamos; una ola que nos tambaleó por dentro y por fuera. Las gafas salieron despedidas y las dos miramos como se alejaron para luego volver a la orilla. Como mis recuerdos, como la vida. La tomé en mis brazos y mi beso transcendió el presente. El suyo tenía el sabor de la dicha. Nos miramos y supimos que las conexiones especiales son inmunes a la distancia y al tiempo.

31. Peppa Pig (Luisa Hurtado)

Yo creo que sabía que era demasiado grande como para entretenerme con aquellos estúpidos dibujos animados, pero aún no había encontrado el valor para contarme lo que pasaba en su habitación cuando entraba con aquellos hombres que con suerte deseaban desaparecer de mi vista cuanto antes.
Por mi parte yo tenía mis sospechas pero, ante algunos comentarios de mis amigas, no dudaba en negarlo todo y enfadarme llegado el caso.
Después, al cabo de un tiempo, la puerta del cuarto de mi madre volvía a abrirse y una tímida normalidad comenzaba a instalarse en nuestras vidas. Mamá sonreía mientras apretaba unos billetes en la mano, ellos salían de casa sin decir adiós e intentando no mirarme y yo hacía como que me sumergía en Peppa Pig unos minutos más, odiando a ese dibujo que tenía justo lo que a nosotros nos faltaba: un padre.

30. La mosca (Susana Revuelta)

Podía haber tenido una muerte natural, sin sobresaltos, pero vete a saber cómo se desenredó de la telaraña de detrás del cabecero, no se desplomó en el parqué tras chocarse una y otra vez contra el cristal de la ventana, y logró más tarde esquivar el zapatillazo que la habría espachurrado en la pared.
Ya puestos, habría sido incluso preferible que saliera volando por el balcón para terminar estampada en un parachoques o engullida por una paloma. Cualquier cosa, lo que fuese, antes que caer en aquel plato de caldo humeante y agonizar escaldada entre fideos, trocitos de pollo y zanahoria mientras esperaba que unos labios rosas sorbieran la cuchara.

(Fuera de concurso)

29. EL ENTE

Habían sido 25 años de pésima relación. Un desastre.
Murió joven. Nunca supo por qué.
Le costó reconocerse como un ente. Se fue acostumbrando.
Aunque no le encontraba ninguna explicación a tener que estar junto a ella. Algo invisible le ataba irremediablemente.
Llevaba mal no poder mover objetos. Pero otro vecino etéreo le enseñó. Se divertía volcando tarros de crema y tiestos de geranios.
Se llevó una sorpresa mayúscula al verlo aparecer.
Su mujer abrió la puerta y se echó en sus brazos. Qué pasión. “Por fin”, le decía, mientras lo devoraba a besos.
Pero ¿qué hacía su mejor amigo en su casa con su mujer?.
Entonces lo comprendió.
Cómo le sirvió aquella copa de un extraño licor rosa, con sabor raro, bajo la atenta mirada de ella.
El repentino dolor de estómago. La luz al final del túnel.
A estas alturas ya dominaba manipular objetos. Le resultó fácil encender el mechero y acercarlo a las cortinas mientras en la cama los sudores de ambos se entremezclaban.
Atrancó puerta y ventanas. Imposible salir.
El edificio entero quedó completamente calcinado.
Liberado de sus ataduras, por fin pudo viajar eternamente junto a otros entes divertidos y traviesos.

28. De Color Rosa

Enmudeció el silencio. Las miradas trocaron en objetivos de cámaras fotográficas disparando sin cesar: ahora su sonrisa, luego su  talle, y finalmente sus pies  enfundados en altos tacones que descendían,  para la estupefacción de los invitados a la gala, por los peldaños  con una soltura y seguridad  aplastante.  Sin embargo, la admiración más abrumadora   la consiguió el  vaporoso vestido de cola  rosa fucsia. Sus gasas aleteaban como mariposas mientras descendía por cada uno de aquellos escalones. Como una  cascada de agua, la cola salpicaba brillos de los distintos matices del color rosa  mientras se deslizaba por la ancha escalera. El armonioso porte  había hipnotizado a los allí presentes

Un aplauso. Desconcierto. El presentador habló:

—Tengo el gran honor de presentar al  ganador del “I Certamen literario de novela romántica De Color rosa”, el escritor Juan Torres Cid.

El desconcierto se mezcló con el silencio, todavía dueño del recinto.

—Por favor, les ruego un gran aplauso para el premiado… que se lo merece, no solo por su magnífica novela, también por el sorprendente efecto causado en todos ustedes… ¿Quizás porque el premio se lo lleva esta vez un hombre?, o, ¿por su  acertado atuendo de gala?

Los  aplausos espantaron al silencio.

 

27. A vueltas con Esta Noche Te Cuento

Desde que me propuse participar en un concurso literario que giraba alrededor de los colores, estaba tan obsesionado con el amarillo, que llegué a desarrollar una fobia. Cuando me encontraba un buzón de correos cambiaba de acera, dejé de comer limones, tiré los patitos de mis hijos, e incluso al ver un coche blanco manchado de polvo, me parecía de un gualdo rutilante que me obligaba a huir. Me comencé a preocupar cuando, al cerrar los ojos, los Simpson me hacían partícipe de una orgía sadomasoquista familiar, el lindo Piolín me destrozaba a picotazos, o los Minions me sacaban los ojos y Bob Esponja me absorbía la sangre. Me afectó tanto que un psiquiatra me realizó una agresiva terapia conductista que acabó con mi problema en menos de una semana, justo cuando terminaba el plazo para presentar mi escrito.

Aliviado de mis obsesiones, me preparé para el siguiente reto. Estaba tranquilo, llevaba días sin ensoñaciones, pero una tarde, mientras intentaba concentrarme, se me apareció sobre un campo lleno de emoticonos sangrantes y en descomposición, con un fusil de asalto apuntándome a la frente, la Pantera Rosa.

26. Ahorro en la sangre (Manuel Menéndez)

Aguardamos mientras la chica aplicaba hielo con cuidado sobre los agrietados labios de su madre. Mi compañero resoplaba impaciente, pero me bastaba contemplar aquel cuerpo magullado para no sentir prisa por buscar al desaparecido. La pequeña era apenas una adolescente, marcada por cicatrices que pregonaban que nuestro hombre no usaba los puños tan solo con su esposa.

Cuando pasamos a la cocina, la muchacha repartió polos color rosa entre sus hermanos pequeños antes de contestar a nuestras preguntas. No, no sabía dónde estaba su padre ni le importaba. Después de darle la paliza a su madre se había largado y no habían vuelto a saber de él. Lamiendo su helado, nos dijo que no necesitaban ayuda de los servicios sociales, que tenían lleno el congelador y que mamá podría levantarse en breve. Sonriendo, añadió que su padre solo les había enseñado a esquivar golpes y no despilfarrar comida. Cuando nos levantamos, nos ofreció uno de aquellos helados. No culpo a mi compañero por aceptarlo. Hacía calor y era demasiado joven para percibir la expresión de triunfo en los ojos de la chica, el olor a lejía del fregadero y la certeza de que nunca encontraríamos el cuerpo de aquel miserable.

25. Algodón de azúcar

Su madre salió de casa dando las recomendaciones habituales: no abrir a desconocidos, no acercarse a las ventanas y, sobre todo, no tocar la máquina de algodón de azúcar. Pero esta parecía llamar a los dos pequeños golosos. ¿Por qué no fabricar un nube? Habían visto cientos de veces cómo se usaba en las ferias. Accionaron el hornillo y mientras uno daba vueltas al palo de madera, el otro añadía poco a poco el polvo rosado, cuando de repente el saco de azúcar se le escurrió entre los dedos. Las hebras blancas y rosas comenzaron a crecer descontroladas, desbordando por las ventanas e invadiendo el jardín. Los servicios de emergencia, tras sesudas deliberaciones, decidieron movilizar a todos los niños de la comarca, que comieron durante horas, con risas estridentes y pupilas dilatadas por el dulce. Cuando llegaron hasta los hermanos, estos parecían gusanos de seda en capullos rosas. Los niños, con dedos pegajosos, exhaustos y al borde de la hiperglucemia, les liberaron comiendo hasta la última hebra, menos en el pelo y las cejas, que hubo que cortar al cero. Por suerte, el único efecto permanente fue un ligero olor a azúcar quemado que les acompañó de por vida.

24. Rosa rosae rosam (Manoli VF)

El olor de la rosa turba el sentido de Aurora. Al acercarse a la flor una espina se introduce, cual una fina aguja, en su dedo índice. Los pétalos rosa son ahora de un carmesí intenso, de un rojo sangre que demuestra la metáfora de la sangre azul. Aurora cae desplomada en un sueño de mil años mientras su padre, el rey Bartolo III, sentado frente a un suculento desayuno en la terraza, deja caer la taza sobre el suelo de adobe, sin llegar siquiera a oír el impacto de la fragmentación. Solo Maléfica ríe, sin ver, complacida como está en el éxito de su sortilegio, como su hijo cabalga, desde el ocaso de los tiempos, hacia el bosque impenetrable en el que la durmiente le espera para casarse con él.

23. PRINCESA DE NEÓN

El trabajo en el Pink no empieza hasta las seis, pero hoy Karla se ha levantado a las dos. Las chicas la esperan en el club un rato antes de abrir, ayer encargaron una tarta y brindarán con el cava barato que compra el Richard. Saca un paracetamol del bolso y lo mastica. Maldita resaca, cincuenta años ya y todavía no ha aprendido que no debe beber con los clientes, si acaso un cubata cortito para quitarse el mal sabor de boca.

Los cumpleaños de las putas viejas siempre son tristes. A Karla le recuerdan que el tiempo no pasa en balde, que hay muchas jóvenes que llegan pisando fuerte y que ella solo va quedando para los más tirados, los que regatean el precio de una mamada y encima le piden un cigarrillo al terminar.

Mientras se maquilla con una capa más de sombra, el corrector de ojeras y un pintalabios chillón, echa de menos la época en la que aún se llamaba Clara. Entonces los bailes lentos eran solo eso, los besos sabían a pastel y no a este sucio neón que le envenena hasta el alma.

 

 

 

 

 

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