Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

133. Aprendizaje (Eduardo Solana)

Llevó a su hija a la feria para animarla, y le compró un pollito recién nacido. Al tomarlo entre las manos ella sonrió después de mucho tiempo, y ya no quiso ni subir a los caballitos. En el coche, volviendo a casa, ella empezó a susurrarle:
—Te voy a cuidar muy bien, ya verás. Te llamarás Pío-pío —y era cierto que el pollito piaba todo el tiempo—. Vivirás en la casita de mi muñeca Lucy. Y te daré miguitas de pan todos los días.
Él estaba al volante y no podía verlo, pero oía piar al pollito cada vez más débilmente mientras la niña lo achuchaba, riéndose cada vez más.
Cuando casi habían llegado, él se dio cuenta de que el coche estaba en silencio. Preguntó:
—Cariño, ¿por qué no se escucha ya al pollito?
—Creo que se ha dormido, papá. Está muy quieto.
Miró por el retrovisor, pero solo vio la cara sonriente de la niña y sus manos cerradas, casi selladas, sobre una bola de plumas amarillas.
Entonces la niña miró al asiento vacío del copiloto.
—Papá, ¿me podré sentar ahora a tu lado?
Él sonrió antes de responder.
—Eres una niña muy, muy lista. Claro que sí.

132. ABUELO

Quedamos abatidos cuando no le quedó ni un sólo recuerdo para rellenarlas, la memoria se los había borrado. Las tardes se le hacían interminables cuando ya nadie llegaba para escucharlas; la última historia que llegó a contar hablaba de futuro, era bien diferente a las anteriores. Aún guardo su álbum de fotos, que suelo abrir cuando en las noches no consigo dormir y el tiempo pasa a duras penas. Hoy me percato del fuerte olor a pasado que desprende, del color amarillo de sus otrora blancas hojas, y me cuestiono también por primera vez acerca de mi destino.

131. Mimacromirada

Bajo el microscopio, se salta, se lucha, se adhiere, se refleja, se colorea y se aprende……viendo bichos detectamos dimensiones. Ellos allí, nosotros aquí y otros allá.

130. Luces de medianoche

Es casi medianoche. Olas de oscuridad van apagando las luces de la calle. Una brisa amable silencia los semáforos. Los edificios recogen sus ventanas, dejando algunas en luz, como la de la chica del segundo. Pasa horas delante de los libros, y se hace bucles rubios en el pelo al leer. A veces atiende su móvil. A veces se duerme bajo el flexo. Más arriba, en el cuarto, la mujer insomne está sentada en su lado del sofá, con los ojos humedecidos por el reflejo del televisor que sujeta su mirada, salvo cuando mira al otro lado. Al lado vacío. El hombre del sexto me saluda afablemente. A veces hablamos de las fases lunares, pero no en luna llena. Cuando la luna llena ronda las azoteas, su ventana echa las cortinas, y tras su luz rugosa se distingue una sombra agitada. Y se escucha un aullido errante. 

La medianoche da una última calada. Su brisa apaga las brasas de la calle. Un sol espera detrás del horizonte. La chica del segundo sigue aprendiendo, quizás a curar la soledad. Y si cierras los ojos, se pueden escuchar los aullidos de los nuevos amantes. 

129. MALDITO VAN GOGH (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

Prueba con un nuevo filtro. Ajusta la saturación del color y guarda el resultado bajo el título “Img-15”. La carpeta se ha llenado de imágenes casi clónicas que no acaban de convencerle. Lo intenta de nuevo y Img-16 pasa a engrosar la lista de archivos que, al finalizar la jornada, enviará directamente a la papelera de reciclaje. Al dar las seis, antes de apagar el ordenador, contesta afirmativamente a la pregunta de si desea eliminar permanentemente los archivos seleccionados. Ni siquiera se permite la licencia de guardar una o dos de esas estampas e intentar editarlas de nuevo al día siguiente, cuando la luz del sol vuelva a parecerle más brillante que nunca y su vida más gris y solitaria.

De regreso a casa, se sienta en el sillón orejero y, mientras contempla el autorretrato del tío de su bisabuelo,  abre un tubo de amarillo cadmio oscuro y lo chupa con fruición.  Desde la otra pared, los malditos girasoles parecen burlarse de él.

128. ¡Brujería!

Mi familia desciende de una casta navarra perseguida durante siglos, acusada de satanismo y brujería. Cuando mi hermana melliza y yo cumplimos los diez años, nuestra madre nos confesó que los agote poseemos un don especial que ambos estábamos a punto de descubrir.

Yo tardé en ser consciente de mi don. Sin embargo, mi hermana lo fue del suyo al soplar las velas de la tarta. En lugar de llamas amarillas sobre cada vela, bailaban dígitos numéricos cual flamencas. Y al apagarlas, las gitanas se desvanecían en el aire.

Mi hermana era, lo que la ciencia moderna llama, una niña sinestésica. Es decir, tenía una percepción cruzada de sentidos, donde el valor numérico marcaba la intensidad del color amarillo. A ojos de mi hermana, las llamas amarillas de las velas mutaban en sietes. “¡Ese don le servirá para indicar la madurez de los plátanos!» me burlaba yo. Pronto la invitaron a participar en estudios sobre la sinestesia. Tuvo suerte, siglos antes la hubieran quemado en la hoguera.

Yo descubrí mi don acercándose nuestro decimoprimer aniversario. Orinando me hallaba cuando mi hermana irrumpió en el baño y, señalando mis aguas menores, gritó «¡99!» Así descubrí mi don.

127. De amarillo sol de verano

Todo comenzó en la arena de la playa, tumbada en la toalla atusaba su pelo…
—¿Cómo explicarte el placer de atusarte?
El bucle se repetía una y otra vez.
—Aunque suenen a infinitos mis besos.
Las caricias traspasaban la piel sudorosa, y los dos estallaban en risas y más risas, pues la novedad les excitaba mucho, y sin poder evitarlo volvieron a reír… y por fin conocieron el éxtasis de su amor, sí, amor, en este paisito amarillo de sol, verde y rojo pasión, y azul cielo de verano.
—Yo te entrego mi yo más yo, mi piel y mi cordura…, puesto que sus almas la habían perdido — me ha costado mucho llegar hasta aquí compañero.
Y toda una vida virgen por delante.
—Prometiéndonos aquí, este paisito amarillo de sol.
En este que es el final del día y del verano.

126. Furtivos

El verano agoniza, ebrio del ámbar de los primeros días del otoño. Brochazos secos de amarillo marchito emborronan los campos de mies. La quietud del paraje retumba en los alcorques de los árboles; un hilillo de agua indeciso se desliza silencioso por un arroyo escondido y coquetea con los guijarros. El beso vespertino de la naturaleza es dulce, sereno aunque un cielo azafranado en el ocaso amenaza con perder las formas al día siguiente. Los ciervos con sus crías se atreven a cruzar los senderos del bosque cercano en busca de alimento. Cornejas, jabalíes, tejones y ratoncillos recurren al menú diario, hierbas, alguna raíz… Solo una manada de lobos parece haber tenido suerte y en un claro, sobre un mullido de hierba seca, hacen corro. Despedazan a dentelladas los cuerpos entrelazados de los amantes. Se reparten el festín no sin trifulcas. A un lado, algunos jirones del vestido de ella, a otro, las piernas del pantalón de hombre. Los cánidos desechan con hastío los huesos y las partes duras, pero no se librarán de ingerir el plomo de dos balas.

125. ¿Sonreía?

Mi color preferido siempre fue el amarillo. Lo elegí antes que mi hermano, aunque mamá y él me acusaron de ser un copión. Estaban juntos a todas horas, intercambiaban sonrisas. A mí eso me daba igual. Se enfadaron cuando me compré una gorra amarilla. También el día en que traje a casa aquel canario. Papá me obligó a devolvérselo a Carlitos. Nadie entendió que intentara pintar las paredes del cuarto con mi color favorito. No estaban quedando bonitas, pero es que no me dejaron terminar. Me castigaron a no salir. Fue entonces cuando quise dejar claro que el amarillo era mío. Por eso empecé a dedicar largos ratos a contemplar el sol en la terraza.

Durante un tiempo, sentí a mamá más cerca que nunca, sobretodo en el hospital. Pero no llegué a saber si sonreía. Cuando me concentro, eso sí, aún puedo ver el amarillo. Sólo dentro de mi cabeza.

124. Escribir mientras los astros

Te sigo por la calle y el sonido de los pasos reproducen un ritmo repetido. Sales de la tienda, con un objeto dentro de una bolsa, y te metes en el portal de tu casa , cuando ya encienden las farolas. Tras las cortinas, tu silueta escribe delante de una pantalla y esta pone un brillo lunar a tu cara; yo enciendo un cigarrillo para que veas bien -de una vez por todas- la mía.

 Quizás me mandes subir, abrir la puerta en silencio, tomar la pistola de la bolsa y apuntarte a la cabeza. Después, gozoso de cumplir tu método de escritor maniático, te arrimarás a la cocina para prepararme  café, y dirás que el tiempo está cambiando. Supongo que tus palabras, papá, son como estrellas milenarias cuyas luces no existen: se resumen en la punta de mi cigarrillo, un aerolito que espanta el vacío sideral de la calle. Ahora que estás muerto, en la conjunción de las farolas y las estelas de las ventanas,  intuyo una verdad que ilumina a los otros en medio de un sol que deslumbra, y me siento igual que cuando entraba en la órbita de tus ficciones, como un satélite, siempre detrás de ti sin alcanzarte.

123. Amarillo

Hay pocas cosas que perduren, que no cambien.

Creo que apenas una:

El oro.

El oro es amarillo, no cambia, no envejece, perdura inalterable. Tambien tiene un gran valor y lo ha tenido siempre.

Imagino que de eso viene lo de “corazón de oro”.

Los corazones de oro al estar dentro del pecho son invisibles, por eso no podemos saber, al conocer a las personas si (con suerte) nos hemos topado con un corazón de oro.

Pero, a veces, la vida es muy agradecida y encontramos gente portadora de latidos de oro.

No importa su cara, su altura, su color; solo con el tiempo los conocemos por como han estado en los malos momentos.

El amarillo del sol y de esos corazones hacen que todo fluya.

Tu pecho tiene un brillo amarillo, yo he conseguido verlo.

Si, tu eres un corazón de oro.

122. Un bicho raro

Era totalmente diferente a nosotros. Su forma de pensar chocaba de manera frontal con todas nuestras tradiciones. Se empeñó en acabar con el orden establecido. Cada vez tenía más seguidores y empezaba a convertirse en un verdadero problema. Yo fui el primero en darme cuenta. Por eso le denuncié. La despiadada maquinaria se puso en marcha y fue implacable. Salí totalmente abatido del juicio en el que se le condenó a muerte. No era eso lo que yo quería.

 

Como denunciante, la ley me obligaba a estar frente a él durante su ejecución. Llegó el día señalado y me quedé mirándole fijamente a los ojos intentando pedirle perdón. Le inclinaron la cabeza y el hacha del verdugo seccionó, de un certero tajo, su cuello. Atónito contemplé cómo brotaba a borbotones sangre… ¡amarilla! De pronto, al verla, todo sentimiento de culpa se esfumó.

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