Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

10. Los dedos de mi abuelo (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

La toma de Santander por los Nacionales, seguro que, como decía Sancho a su señor, cualquier reprochador de voquibles a la moda corregiría mis palabras por las de la invasión de Santander por el Ejército Sublevado, le pilló a mi abuelo Dionisio reunido con otros compañeros maestros del Frente Popular en Somo. La desesperación se apoderó de ellos. Cada uno buscó su refugio. La noche él y otro compañero la pasaron escondidos dentro de unos tubos de cemento y al alba pasaron  la ría de Cubas, con el agua al cuello, hacia Pedreña. Las familias de los caseríos al borde de la carretera que conduce a Orejo, siempre tan agradecidas, al reconocerlo empapado y suplicante, le cerraban sus puertas.

En Bilbao el juicio sumarísimo lo sentenció con la prohibición de ejercer como maestro. Uno más de los miles de maestros represaliados. Sus opiniones eran públicas y publicadas; fue alcalde republicano; fue Secretario de la Institución Libre de Enseñanza de Santander. Creo que le salvó de una pena mayor la candidez de un alumno suyo que ante el juez solo pudo acusarlo de fumar mucho.

Abuelo, nunca olvidaré tus dedos de tiza y tinta, largos y delgados, siempre amarillos de nicotina.

9. A MI NIETO…

El pescador se adormecía cada tarde mirando el ardiente crepúsculo.

Cierro los ojos y sigo viendo a ese niño, sentado sobre el bordillo desdentado, abrazando un viejo libro con tapas de cuero. Lentamente repite un acostumbrado ritual y, casi con temor, lo abre con cuidado y acaricia sus hojas, gastadas y frágiles, teñidas de amarillo por el uso y las humedades del tiempo.

Lee una página, siempre la misma y, con la mirada perdida en un imaginario horizonte, cierra amorosamente el tomo y desliza sus dedos por el título: “A mi nieto, que amará los colores del mundo”.

Sólo pudo describir el color amarillo, antes de perderse en algún remoto mar, pero el niño se afana en memorizar las palabras y sus mágicos sonidos.

“Amarillo. Es el color de la envidia, esa que muerde y no come. El de las enfermedades antiguas, el de la luz de las luciérnagas estrenando la noche, el del preciado oro, el de la esquiva suerte, el del misterioso fuego y el del sol que cada día muere frente a los dorados ojos de los felinos.

Quizá sea también el color de la locura…».

8. CUANDO EL DOLOR PESA MÁS QUE TUS ALAS (Modes)

Disfrazada de Piolín. Así murió mi hermana.

Durante la función de fin de curso, un golpe de calor detuvo su corazón y nuestras vidas.

Desde entonces, mamá se aisló en una jaula de silencio y empezó a comer como un pequeño jilguero.

Y asumió que de nada sirve lamerse las heridas, cuando el dolor tatúa interrogantes en el alma.

Por eso anoche salió al balcón y, lanzando un trino desgarrador, por fin voló.

7. Estrella

No recuerda su nombre. Cuando le preguntan cómo se llama, ella responde ‘die kleine’, ‘la nena’.

Con sus ojos grandes, llenos de hambre, mira alrededor, a ese mar de estrellas amarillas, sucias y deshilachadas, que espera obediente y resignado, su final.

Sus padres también llevaban una, cosidas en las solapas de sus chaquetas. Al igual que sus hermanos. Eran dos, un chico y una chica, mayores que ella. En una riada de miles de estrellas perdió sus manos. Perdió a su familia.

Y ahora camina sola. Mirando su estrella amarilla. Esquivando a esos que no las llevan y que bajo sus brillantes gorras negras lucen un mirar oblicuo y casi amarillo, lleno de ira. Vigilando a tantas estrellas amarillas que van y vienen dentro del campo alambrado.

Quizá sus ojos y sus manos vuelvan a encontrarse con los de su familia. Cuando ya no hagan falta todas esas estrellas amarillas.

6. Había llegado el día (Gemma Llauradó)

Había llegado el día. Hoy tenía que despedirme definitivamente de mis padres. Hoy era el día en que tenía que aceptar, que no volvería a verlos, que no oiría más nunca su risa, ni vería más sus sonrisas, ni sus ojos, ni podría volverlos a abrazar, y tampoco volvería a escuchar sus voces… No estarían el día de mi boda, y nunca podrían verme convertirme en la mujer que siempre soñaron que yo sería. No aguantaba el dolor que me embarga en el alma, en mi pecho, y entre mis pensamientos, no soportaba, haberles perdido, mis aliados en esta vida, las únicas personas que con certeza sabía que nunca me hubieran dado la espalda. Cómo continuar un día tras otro, sin ellos nunca hubiera existido mi vida. Necesitaba que alguien me explicara cómo podía seguir, respirar, continuar la vida, cuando alguien que te ha dado la vida, que te ha cuidado, que te ha enseñado el valor de la vida, la valía de las personas, se han ido para siempre, como regresar en el tiempo… Imposible. Ese tiempo no regresaría jamás.

5. FIEBRE AMARILLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Bajo el río, a la luz del sol, relucen las pepitas de oro. El hombre no las ve, ocupado como está en su pintura; pintura que es su obsesión y obsesión que es clara señal de peligro, porque no hay mayor peligro que la locura; locura que corre en sus venas y sale a presión por la oreja cercenada… El balazo cercena la vida pero no los sueños, que lucen su fama diferida en los quince girasoles del cuadro.

4. Croquetas de limón

Siempre había detestado cocinar pero, tras la boda, lo asumió como un deber. Muy pronto empezaron a quedarse las cenas frías y Remedios, adalid de las limonadas, después de maquillarlas, fotografiarlas y colgarlas en las redes sociales, las repartía entre sus mascotas.

El día que murió el último gato no se desanimó, y decidió fomentar el veganismo  nocturno. Con su espíritu de reciclaje intacto, exploró ingredientes atractivos para inventar nuevas recetas. Descubrió que con cualquier hierbajo y dientes de león podía fingir preciosas ensaladas, perpetrar trampantojos de porrusaldas con las hojas caídas del parque o aparentar bizcochos de plátano con serrín y mostaza. Ya no existía la necesidad de que, además, fueran comestibles.

Todo ello impulsó rápidamente y a bajo coste su éxito como influencer y dio alas a sus planes para huir de los fogones. Cuando, hasta en China, se puso de moda cenar sus bolitas de cítricos con pipas de girasol (vistosos y originales trozos de gomaespuma rebozada en arena gruesa), consiguió culminar su sueño.

Como último gesto de responsabilidad conyugal compró un robot de cocina y lo dejó sobre el lecho antes de largarse para siempre. Estaba convencida de que su marido tampoco notaría la diferencia.

3. LA TRILLA – EPI

Aquel verano iba a ser aburrido, mi padre, me llevaba a su pueblo en la Extremadura más tórrida.
Al día siguiente durante la siesta, estaba yo echado sobre la cama antigua de los abuelos, leyendo al capitán trueno y hazañas bélicas cuando entró mi madre y me dijo mira, tú prima, jugar y no hagáis mucho ruido.
Me quedé con la boca abierta, era su cara, pero había desarrollado. Me besó y se subió con naturalidad, parecía que no habían pasado cuatro años. Merendamos unos bocadillos de elgorriaga con mantequilla y quedamos para coger higos por la mañana temprano.
Me pilló mirándola cuando estaba subida a la higuera y me sonrió.
Por la tarde me llevó a la era, el sol incidía sobre la parva que refulgía como si fuera un cuadro de Van Gogh. Estábamos solos e hicimos carreras, al poco rato sofocados, nos tumbamos sobre la paja apilada.
Puso mi mano sobre su pecho y sentí su corazón y luego, la llevó hacia sus muslos.
Me bajó el pantalón corto y comprobé que es mejor acompañado que ser un Onán cualquiera.
Aquel verano entendí lo que es el aventado, separar el grano de la paja.

1. Síndrome del nido vacío (Jesús Garabato)

 

¿Otra vez atosigándolo con tus llamadas? Por favor, María, si solo lleva una semana fuera. Aunque sé que lo extrañas mucho, intenta no perder el decoro con tantos ruegos y sollozos, ni con ofrecimientos que no podrás cumplir. Que decida él. La próxima vez, prométele que todas las noches le  harás una  tortilla para cenar. Mientras, yo seguiré con mis mantras y mis velas.

 

123. Oymyakon

Vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon. Un manto blanco cubre todo el pueblo. En Oymyakon, si te paras en mitad de la calle, el frío te entra por los poros de la piel y la sangre se congela. Del corazón te empiezan a crecer carámbanos y te conviertes en estatua de hielo. Por eso, en Oymyakon, la vida nunca se detiene. Abrigados con sus gorros y sus anoraks, los pocos niños que logran sobrevivir al parto se pasan las horas tirando piedras a los manules que corretean por los tejados, bajo el continuo ladrido de los huskies, mientras sus madres recalientan la sopa con la que se desentumecen los huesos. Los viernes todo el mundo hace el amor y el calor que desprenden los cuerpos mantiene caldeados los hogares durante el fin de semana. A veces deja de nevar. Es entonces cuando los habitantes de Oymyakon miran esperanzados al cielo, buscando una gaviota, una golondrina, un mísero pájaro que anuncie la llegada de la primavera, pero solo encuentran la sonrisa maliciosa del niño que agita la bola de cristal de nuevo. Y enseguida vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon.

122. La verdad metida en una caja de blanco sepulcral

 

Era Isolda una jirafa inocente, de ojos seductores con pestañas de abanicos de viuda y cuernos de piel de gamuza. El cuello largo, casi tanto como sus piernas  temblorosas a punto de perder el equilibrio. Cuando llegó a la civilización, les pareció tan bella, que la metieron en una caja de día y de noche bajo una luz blanca. Todo el mundo podría verla.

Su cuello se dobló, sus orejas se aplastaron y sus rayas se esfumaron. Cuando las pestañas comenzaron a caerse y sus cuernos dejaron de brillar,  hicieron una réplica en un museo nuevo con el doble de visitantes  —¿Quiénes? No se sabe—

La verdadera y bella Isolda la metieron en una cámara herméticamente cerrada, con los más avanzados cuidados de la técnica. Hicieron camisetas, la subieron a las redes sociales. Miles de seguidores de  todo el mundo querían una foto con ella.

Con el paso del tiempo, nadie sabe que ha sido de Isolda, ni siquiera se sabe si es una jirafa.

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