Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
8
horas
0
4
minutos
0
4
Segundos
1
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

04. DEMASIADO TARDE (María José Viz)

 

Tenía mucha prisa por llegar. Pisó el acelerador al máximo. Enrique nunca acudía tarde a sus citas y tampoco pensaba hacerlo entonces. No se detenía ni en semáforos en rojo ni en pasos de cebra. Cada minuto, cada segundo era vital para él.

A pesar de sus esfuerzos, no llegó a tiempo de ver el traslado de su ataúd al cementerio. Lo único que pudo observar era que su madre y sus hermanas, abrazadas, se deshacían en llanto. Sin embargo, su tío Javier no disimulaba un gesto de satisfacción en su rostro. Nunca se habían llevado bien. Enrique hubiese preferido que el muerto fuera él. Pero no pudo ser. Impotente, estaba siendo testigo mudo de cómo familia y curiosos se alejaban, despacio, del camposanto. Había llegado demasiado tarde, por primera y última vez.

03. LA GUERRA DE LOS JUGUETES

Con el vaso en la mano se sentó a escuchar las noticias. El locutor hablaba con urgencia para prevenir a la población. “Tenía que pasar, –decía alguien– hemos dejado a los niños mucho tiempo a solas con ellos sin entender las alertas. Ahora es demasiado tarde”. Por lo que siguió a continuación, Roberto comprendió que los juguetes se habían rebelado contra sus dueños e iniciado una guerra de liberación.

Se levantó nervioso a mirar por la ventana. Menos mal que su hija ya era mayor. Vio pasar un ejército de soldaditos verdes y un mono tocando los platillos antes de que un coche de cuerda aparcara frente a su casa. Una rubia pizpireta se apeó de él para dirigirse al portal. Enseguida escuchó el ruido de unas llaves seguido de una voz familiar:

–Ya estoy aquí

–Vete de mi casa, Barbie asquerosa –gritó a la rubia.

–¿Otra vez has mezclado las pastillas con el alcohol? Tranquilízate, por favor. Échate en el sofá y respira hondo, voy a llamar al médico.

Con los ojos cerrados, Roberto escuchó la sirena de una ambulancia Playmobil que se acercaba.

 

 

02. VISIONARIOS (Ángel Saiz Mora)

Hice un hueco entre reuniones para atender a dos jóvenes estudiantes, con gafas de pasta anacrónicas y aspecto de no haber besado a una chica, que buscaban financiación para su proyecto.
Me hablaron de un combustible que habían elaborado en un garaje, a partir de algo tan barato como la avena, aplicable a cualquier vehículo sin apenas modificaciones. Por toda emisión, un vapor inofensivo y no contaminante. Me mostraron planos y fórmulas.
Como presidente del consejo de administración de una multinacional, supe que su idea era viable. Esa fuente de energía sin competencia volvería prehistórico el motor de combustión y hasta el eléctrico. El fin radical de las grandes petroleras y de la riqueza privilegiada de los países exportadores iba camino de ser un hecho, algo capaz de alterar el equilibrio del mundo y sus estatus.
Prometí darles una respuesta y se marcharon en un viejo utilitario azul, adaptado a su carburante. Después ordené un encargo por teléfono.
Ellos, el coche y todos sus proyectos terminaron carbonizados tras caer por un precipicio e incendiarse. Un trabajo eficaz y discreto, como de costumbre.
El mundo no está para revoluciones, pensé mientras me ajustaba la corbata, camino de la siguiente reunión.

01. Dos hombres y un destino (Jesús Garabato)

Su madre era la única que parecía entenderlo. Desde que ella le  falta, cada tarde, tras  salir de clase, Rubén recorre sin destino  las callejas de su pueblo, retrasando el reencuentro con su padre y con los restos de una vida que nunca ha considerado completamente suya. Pero hoy, tras escuchar en la acera contraria el límpido chasquido  de una puerta al abrirse, siente que  unos ojos se desvían hacia él. Ante el temor de perder la infructuosa  protección que le da su soledad, apura el paso. Aun así, tuerce la cara y decide, él también, mirar. Sus ojos ya se encuentran. Y le desarma la dulzura  de la voz  del forastero que, amigable,  le pregunta ¿dónde vas?, ¿te llevo?

 

88. Tregua de Cronos (Vicente Fernández Almazán)

Para cuando hayas notado los primeros cinco minutos de tic-tac, ya sabrás balbucear «mamá» y, a y cuarto, te besarán en el cine. Tú, corre. Cásate si quieres, pero sin discutir ni el peinado que vas a llevar; aunque más vale que lo hagas antes de que sean y veinticinco, cuando uno de los dos pida el divorcio. Sigue progresando. Recuerda que, a menos cuarto, cuando las tardes enarbolen sus largos faldones, acabarás en una residencia de ancianos, y antes de que falten dos minutos, llegará él (tan puntual) y te susurrará: «¡Feliz no-cumpleaños!». Y se acabó. Serás como un «replicante» ansiando resetearse. Fin. Él es así; un perfecto usurero. Nunca dejará de voltear sus dos bracitos disimétricos como ganchos de carnicería. Sólo podrás soñar con ser Superman, dando marcha atrás a la arena que cae. ¿Qué si no? Amar, tomar el sol, comer con cubiertos… ¿qué importa ese sinsentido? Quizá no valga el avance (piensas), o quizás sí. Lo que desde luego no merece la pena es preguntarse, una vez al año, de qué sirve escamotearle una hora en el cambio de horario invernal, si siempre va a ganar él. ¿Es una tregua, o un chiste?

87. Asesinato Exprés

Cerró los ojos y la locomotora escupió violentamente su último suspiro. Una nube de vapor se precipitó en el aire, un grito en el horizonte… y volvió la calma, el orden, el ritmo. La sombra de la catenaria quiso saltar a la comba en la cuneta. El convoy comenzó a cantar:

«A ver, mamá:

con cuántos añitos me voy a casar,

con uno, con dos, con tres…»

Había subido al tren espléndida y petulante como un pétalo en primavera.

«…Con cuatro, con cinco, con seis…»

Una estación más tarde ya se había convertido en una insoportable tormenta de verano. Los vagones siguieron saltando.

«…Con siete, con ocho…»

No tenía necesidad de alterar el apacible otoño de su vida ni escuchar promesas imposibles para terminar luego en un inevitable invierno de soledad, de frío y de cansancio. Por eso tuvo que matarla. El traqueteo acompasaba los espasmos del ferrocarril:

«…Con nueve, con diez…»

Con once vasos de bourbon, con el tren en marcha… con frialdad… con luna llena… con un punzante carámbano de hielo que rebosaba en su paciencia. Tuvo que matarla sin piedad… sin amor… sin querer…

Porque no podía querer.

86. Los estados de la nada

La nube de aerosol no hace enrojecer los ojos, no daña la capa de ozono, carece de propiedades que aumenten la resistencia del peinado frente a un vendaval; no contamina las conversaciones de la peluquería, ni la mirada perdida de una clienta. Desconoce el gesto que levanta su barbilla con el índice, no escucha el «mira qué guapa estás». La nube no existe todavía. No podría ser olvido si se lo propusiera, ni la idea que ahora mismo está formándose en el fondo de un vaso de vodka. Sigue en el bote, a un toque de boquilla, a un chsssssstt de expandirse, como un discurso aprendido que aún serpentea en los pulmones. Inútil. Trescientos gramos de fijador pausado mientras, en la calle, el viento sopla con fuerza y dibuja remolinos moteados. Se cree una canica construida de hojas y polvo, aunque no lo sea. Tampoco caminará trastabillado y con las manos en los bolsillos y destruirá, a su paso, reflejos de farola en los charcos. Le resultaría imposible agarrar la manecilla de la puerta de la peluquería y tratar de girarla para finalmente abrirse paso de una patada; hacer que todas las mujeres se vuelvan de golpe. Todas menos una.

85. Falda de tubo

De lunes a viernes, el infierno. Llego tan agotada que la mayoría de las veces me voy a la cama a tripa hueca, y las otras, un yogur mientras meo antes de acostarme.

Los sábados tengo la primera hora en la peluquería. Les doy la última fotografía de mi madre y ya saben que hacer. Cierro los ojos, espero a que acaben y la veo mientras me miro.

Cuando llego, él está siempre en el banco bajo la acacia. Se ilumina, sin ningún atisbo de sorpresa por mi juventud, nada más verme.

Nos abrazamos y le beso en la boca para después limpiarle el carmín tras mojarme el índice en la lengua como hacía ella. Luego, entre mimos y carantoñas, pasamos la jornada hablando de sus historias juntos.

A la despedida, suele ser cuando pregunta por qué no he ido yo también. Y ahí, es cuando le cojo de un moflete y le digo con sorna que parece que esté perdiendo la memoria, que ya le he dicho muchas veces que la niña va muy atareada y solo puede los domingos.

Cuando me alejo, percibo complacida como me mira, le mira, el culo. Para eso me la pongo.

84. Desiguales

Hace tiempo que nos convertimos en unidades útiles para producir eficientemente. Y así ganamos dinero. También somos consumidores. Y así gastamos nuestro dinero. Consumimos lo que producimos y lo disfrutamos. Vivimos con proporción.

También hemos aprendido cómo hablar. No discutimos, sabemos qué es lo correcto y qué no lo es, nunca pasamos la vergüenza de decir algo que mueva a controversia.

Comemos lo mismo, estamos sanos. Vestimos uniforme, somos elegantes.

Somos iguales y eso es justo.

Solo nos faltaba vernos en los otros, hermanados como millones de gemelos. El pulverizador ha sido la solución. No es más que un ratito, sin bisturís. Te rocían el rostro y notas que las facciones se ablandan. Luego, con calma, esperas unos minutos bajo la mantilla protectora y ya está. Ahora somos todos igualmente bellos también por fuera. Y sin embargo hay quien se cubre la cara cuando comienza el cambio. Se tapan con la manos y, por eso, se ablandan algunas partes y otras no. Acaban feos, más feos que antes. Y así no pueden quedarse.

Dicen que en las villas de los distintos no se vive mal. Pobrecillos. Es justo también que nos preocupemos de ellos.

83. Bonnie & Claire

Bonnie siempre dispara a matar. Por eso cuando la veo acercarse, cierro los ojos y me dejo llevar. Si empuña el mando de la tele, sé que veremos una de John Huston en versión original. Si me provoca con su exagerado contoneo, si se relame descarada, si me apunta con su índice hasta que llega a mi lado y me rodea con sus brazos, sé que acabaremos en la cama, que nos lameremos como gatas sedientas de leche tibia, que nuestras sábanas acabarán convertidas en un mar azotado por la tormenta. Si me amenaza con el aerosol de laca, sé que nos arreglaremos el peinado, que nos pondremos nuestros vestidos más provocadores, que rescataremos del tocador las pinturas de guerra y los zapatos de tacón del fondo del armario. Sé que volveremos a salir de cacería. Nunca nos ha costado atraer presas hasta nuestra ratonera; tenemos el cebo perfecto para seducirles. Son como niños, si les enseñas un dulce piensan que podrán comérselo gratis. Cuando Bonnie me ve flaquear, su mirada de pantera me recuerda cuanto daño nos han hecho. Entonces pongo música y, mientras las notas del Put the blame on Mame amortiguan el tiroteo, cierro los ojos.

82. Un acabado perfecto (Juana Mª Igarreta)

Laura recuerda el día que Olga le confesó, con su carita de niña buena, que estaba dispuesta a casarse con Mario. Como si nada. Como si de pronto se hubiera olvidado de todo.
No entiende porqué para un día tan especial, en lugar de acudir a un salón de prestigio, Olga ha elegido su humilde peluquería de barrio. Eso sí, es algo que debe permanecer en secreto entre ambas. No lo sabe ni Mario. Como en los viejos tiempos. Pero algunos secretos pueden tener insospechadas consecuencias.
La ha citado muy pronto. Conseguir un acabado perfecto, conlleva un trabajo muy minucioso.

Apenas quedan diez minutos para las doce. Laura, luciendo un sugestivo traje rojo, llega al atrio de la iglesia. Con paso decidido se cuela en el enjambre de invitados, sumándose al protocolo de saludos y cumplidos.
Cuando la exultante cara de Mario se tense presa de impaciencia y desconcierto, Laura se acercará a él y, con un estudiado ritual de gestos cálidos y palabras calmantes, tratará de apaciguarlo. Como si nada. Como si de pronto se hubiera olvidado de todo.

81. BODA A CIEGAS

Confía en mí, he peinado a muchas novias y estoy acostumbrada a estos nervios de última hora. Es normal, ya verás como cuando llegue el momento se te pasan. Cierra los ojos y piensa que estás cumpliendo la voluntad de tus padres.

Cuando termine de arreglarte parecerás una mujer y le gustarás en cuanto te conozca. Esta noche recuerda que es mejor no enfurecerle y dejarte hacer desde el principio.

Y, si no sale bien, siempre puedes volver mañana. Ni te imaginas lo que es capaz de ocultar un buen maquillaje en la cara de una niña asustada.

 

 

Nuestras publicaciones