Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
5
horas
0
7
minutos
3
6
Segundos
0
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

59 El incorrecto

Los ancianos, que nunca asisten a la ceremonia, han entregado el sobre con el nombre al alcalde. Nadie recuerda quién fue el primero. Solo que, cada año, se elige al incorrecto entre los habitantes del pueblo. Dicen que no es por un crimen, porque eso sería asunto de la justicia, pero no se sabe con certeza qué implica la incorrección. Solo corren rumores sobre lo que podría ser: una pregunta incómoda, hablar con forasteros, incluso vestir algo inadecuado. Lo único en lo que coinciden todos es en que no acudir significa arriesgarse a ser el próximo en aparecer en el sobre.

Las campanas suenan tres veces y la plaza se va llenando. Al llegar, cada persona anota su nombre en un libro. Nadie habla. Algunos consultan el reloj, inquietos; otros, de reojo, miran el sobre. El alcalde lo abre y, con voz temblorosa, pronuncia el nombre en voz alta. El elegido no se resiste. El castigo se ejecuta sin que nadie lo cuestione ni aparte la mirada. Temen que hacerlo sea también una incorrección.

Al terminar, el alcalde entrega el libro de asistentes a los ancianos, quienes eligen al incorrecto del año siguiente.

Solo entre quienes figuran en el libro.

58 ERRORES DE ORO (VALDESUEI)

Cada día mi abuela cruzaba la ciudad para visitar al abuelo. Lo hacía justo después comer, arruinándole la cabezadita de sobremesa que tanto le gustaba. Por eso, él se vengaba convirtiéndose en brisa para despeinarla o, si le llevaba unos crisantemos, zumbando entre ellos como un nervioso moscardón al que tenía que espantar a manotazos si quería enjugarse las lágrimas tranquila.

Con tanto tira y afloja, muchas veces acababan discutiendo para sorpresa de los otros visitantes, que observaban estupefactos a la solitaria mujercita haciendo aspavientos frente a una lápida mientras renegaba:

— ¡Los chicos dicen que es un error venir todos los días con este calor! Que llego a casa muerta…

Ante tal argumento, mi abuelo hacía un sencillo ejercicio de empatía y se disculpaba.

Con el ocaso llegaba la nueva despedida. Camuflado entre las alargadas sombras de los cipreses acompañaba a la abuela hasta la invisible puerta que separaba ambos mundos. Desde allí soplaba como huracanado viento contra su espalda, ayudándola a subir la empinada cuesta del cementerio para regresar al que había sido su hogar.

Mañana volvería a visitarle. Volverían a enfadarse, y volvería a cometer el mismo error, porque era lo que daba sentido a sus últimos días.

 

57. EFECTO INVERNADERO (Edita)

Viudo y sin herederos, Jesús despide a los trabajadores, abandona los cultivos y se retira a consumir salud y capital. Camila, una de las jornaleras perjudicadas, algo más joven que las otras, deja su casucha alquilada y se arriesga a cambiar de aires. Después de largos meses malviviendo en la ciudad, retorna a la misma aldea con la intención de buscar cualquier empleo por la zona y ocupar con discreción un invernadero del antiguo amo. Escoge el mejor: es de vidrio, se ve menos deteriorado que los de plástico y está alejado de las viviendas. No será un palacio, pero en sitios peores ha dormido. Camila sabe por experiencia que disponer de un techo fijo donde cobijarse resulta fundamental en las entrevistas laborales. Amuebla su nuevo habitáculo con una hamaca vieja, la maleta medio vacía, un cubo… Por suerte, el grifo de riego sigue funcionando. También perduran unas cuantas hortalizas todavía comestibles, además de bastante hierba que arrancar. En días sucesivos, agrega algunos alimentos básicos y un hornillo portátil. De noche, pasa frío; cuando luce el sol, como no hay habitantes cerca, se va desnudando poco a poco hasta quedar en cueros, para no achicharrarse. Jesús compra unos prismáticos caros.

 

56 Impedimentos

Imaginar realidades en las que su amigo Luis no estuviera. Eso sí que lo había hecho Nicanor infinidad de veces. Mundos en los que no existiesen impedimentos entre él y Azucena. Algo muy distinto era desear que desapareciera. Ni siquiera le gusta pensar en ello ahora, con él de cuerpo presente. Aunque no por eso deja de mirar a su viuda —con ese discreto jersey de pico y esa falda por las rodillas que no consiguen disimular la hermosura que esconden—, de despojar con los ojos sus deseadas carnes de ese luto que tan bien les sienta. Se ha puesto de pie al verlo acercarse y lo ha abrazado con ternura. Está deshecha de dolor, y al escuchar sus palabras de pésame, rompe a llorar desconsoladamente, gimiendo de pena, expulsando el aliento en su oreja y chorreándole lágrimas y hasta alguna moquita por el cuello, balbuceando entre sollozos los detalles de la prematura muerte. Y Nicanor le mantiene el prolongado abrazo aparentando escucharla, aunque en realidad está repasando la lista de los reyes godos, las paradas de la línea siete del Metro, la biodiversidad de una charca de agua dulce, la inmensa gama de esencias florales usadas en perfumería.

55 Jaque mate

La sangre se mezclaba con la lluvia en el asfalto. Claudia apretó los dientes y contempló al hombre por última vez. El topo estaba muerto. Todo había terminado.

Una hora antes la espía se había derrumbado en silencio. Lo impensable había sucedido y lo que no podía ser había sido.

Un sobre, unas fotos, una evidencia.

«¡Si lograra hacer retroceder el tiempo!», suspiró frente al cadáver.

La noche anterior todo era perfecto. Acurrucada en su pecho, sonreía feliz. Lo amaba y solo eso importaba.

No sabía que las ruedas del destino ya giraban contra ella.

Tres días atrás había recibido una nota en clave: «El topo está en tu equipo. Identifica y elimina», eran las instrucciones.

«¡Imposible!», fue su primer pensamiento.

Y sin embargo…

─ ¿Estás segura de querer dirigir esta operación?, había insistido su jefe de unidad la semana  anterior.

─ Por completo. Conozco al equipo. Confío en ellos.

¡Maldita respuesta! ¡Siempre tratando de hacer lo correcto!

54. MILAGRO EN NAVIDAD

Un 22 de diciembre, de cuyo año no quiero acordarme, el tutor nos dio el boletín con las notas del primer trimestre para que lo entregáramos en casa.

Adiós a beber con los peces en el río, a la noche de paz, a los ricos mazapanes, a la Navidad, Navidad, dulce Navidad y, sobre todo, a los regalos de los Reyes Magos. Aprobar solo música y gimnasia suponía encierro, regañina y alguna que otra colleja. Negros días los que se aproximaban. Tan solo un milagro podría dar un giro a aquella situación. Y ocurrió. Ocurrió como ocurren en la vida las cosas milagrosas. No daré demasiados detalles, pero la mirada de mi padre y la mía se encontraron, cuando al salir del colegio cruzaba yo un semáforo y el coche en el que él viajaba, acompañado de una mujer que no era mi madre, ni hacía cosas con mi padre que mi madre hiciera habitualmente con él, se detuvo ante el disco en rojo.

Aprendí en el corto trayecto hasta mi casa lo que significaba el chantaje, antes de saber que hubiera una palabra que lo definía. Ni que decir tiene que esas fueron las mejores navidades de mi vida.

53. ESPACIO VITAL

Pobre…sólo quería consolarme.

“¡Yo quiero dormir cuando YO quiera, no cuando ella duerma, porque además no puedo!”

Ese fue mi grito desesperado después de pasar una noche entera a expensas de las ocurrencias de mi bebé que, por lo visto, ésa como tantas otras veces no había encontrado a Morfeo. Creo que mi instinto maternal no flaqueó nunca pero sí mis energías y claro, mi respuesta a cualquier comentario era una salida de tono a la altura de mi agotamiento y mi sparring era el papá de la criatura al que yo cerraba la puerta del dormitorio para que pudiera descansar y cumpliera en el trabajo al día siguiente. Esto ocurrió hace más de treinta años.

Hoy es sábado y nos hemos levantado con la idea de dar un paseo por la ciudad, sin prisas, sin plan preestablecido. Suena el teléfono…

“¿Mamá qué pasa?”

“No hija, no, es que como no has venido…y vienes todos los días…”

¿En serio?  ¿Estoy casi en la edad de jubilarme y tengo que dar más explicaciones que cuando era una adolescente?

Tal vez suene algo exagerado y hasta incorrecto pero el hartazgo a veces me supera.

52. La jerga de los gatopardos

No era suficiente aquel giro de poder para abandonar. Mi ausencia en la jefatura de los gatos implicaba un hecho político diferencial: un golpe de estado para trastocar la vigilancia de las farolas y la cópula de las hembras con la retórica de la renovación. Pronto intenté diluir responsabilidades de mi gobierno en los tejados de la noche, porque las ciudades, liberales de día, en la oscuridad se llenan de brisas lunáticas y ladridos de conspiración. Es ahí donde pululan otros felinos advenedizos para aprovechar una coyuntura, cultivar una cultura de entendimiento, una cultura política, una cultura de aceptación. Por consiguiente, tras un ejercicio de competencia, un ejercicio de prudencia, un ejercicio de humildad, me arrimaré al poder; mi feudo es una monarquía amenazada, pero mantengo mis micciones territoriales y la variedad de mis maullidos. Es el momento de saber esperar: no habrá restauración, ni gobierno bipartito, ni reforma, ni ley revolucionaria desprotegida del exceso verbal. Todos cambiaremos para mantenernos igual.

51. ¿Remordimiento?

La mujer se desmayó, cayó al suelo y de su mano se desprendió un pequeño y precioso  abanico de nácar, que quedó inerte, como ella. Me apresuré a socorrerla y grité  pidiendo ayuda. Acudió gente que intentó reanimarla y mientras yo me marchaba llegó una ambulancia. No supe más de aquella mujer; no se quién sería, qué mal le aquejaba, si aquello  fue un vahído, una bajada de tensión, un infarto o qué, si seguirá viva o murió aquella mañana. Solo espero que me perdone, no creo que tenga tanta importancia… siempre la tengo en el recuerdo, cómo olvidarla, si cada día veo su abanico decorando un rincón de mi casa.

50. Arroz en agua fría (A. Parada)

Fue un honor cuando mi mejor amigo, hermano por elección, me pidió actuar en su celebración más importante. El repertorio, compuesto de canciones de rumba de pueblo recomendadas por amigos y familiares, concluía con una canción lenta para dar a los recién casados su momento especial. “Sorpréndeme” me dijo él.

En un suspiro, el sol ya no era visible. Encendieron las luces del salón y acabé la penúltima canción. Despedí a toda la banda salvo al pianista y me propuse empezar.

Miré a la novia, se había puesto un vestido blanco, brillante, con una cola preciosa de la que se había desprendido al salir de la iglesia, siempre tan práctica y despreocupada. Su pelo largo, negro, ondeaba sutilmente a la brisa del verano. Se abrazó con dulzura a su ahora esposo y me miró esperando la entrada. Aquellos ojos verdes terminaron de traicionar mi razón. Giré y pedí a mi compañero cambiar la última.

Empecé a cantar nuestra canción, nadie pareció percatarse excepto ella. Mi amigo había empezado a bailar cuando se dio cuenta, ella no se dejaba llevar. Casi pareció comprender lo que pasaba y aflojó su agarre, cambiando su expresión. Fue entonces que ella aprovechó, para salir llorando.

49. TIEMPOS MODERNOS (Toribios)

El escritor maduro se puso ante el ordenador. Hasta entonces se había resistido a lo digital y seguía escribiendo con pluma en folios usados, que destruía una vez le pasaban el manuscrito a máquina. Recordaba aún los tachones del censor en rojo, con comentarios como: “Demasiado explícito”, o exigencias como: “Sustituir desnudó por desvistió”. También la necesidad de sugerir ciertas palabras con puntos suspensivos: “Es una p… desgracia”, por ejemplo.

Pero ahora están las redes sociales, le habían dicho en la editorial. Ahí puedes expresarte libremente y llegar a todo el mundo en instantes. Conviene a un escritor tener seguidores, o lo que es lo mismo clientes potenciales.

Así es que se puso. El primer día escribió sobre la guerra. Dijo cosas como “asesinos”, “genocidio”, “militarismo”. Se refirió a los “rusos”, a los “judíos”, a los “imperialistas”. Y resultó que “la red”, ese ser inconcreto, le vetó. Y el editor le dijo: “Pero, hombre, cómo se te ocurre, provocar al algoritmo”. Tienes que poner “g.e2ra” y “xu.ios”.

El escritor maduro puso los ojos como platos y se acordó de un refrán de su abuelo sobre un viaje y la necesidad o no de alforjas.

48. Secreto confiado

La madre sabía que fisgonear la bolsa de deporte del hijo era incorrecto. Aun así, lo hizo.

《¿Qué puede esconder una bolsa de deporte de un concejal cuarentón? 》, se preguntó.

《Nada raro》, se contestó mientras abría la cremallera con el cuidado de una artificiera.

En efecto, encontró lo habitual que suele llevarse al gimnasio. Bueno, y lo extraordinario que ya intuía.

《Quien más, quien menos tiene un secretillo 》, se repitió durante días tratando de disipar el remordimiento. O la decepción. O las dos cosas.

Pero no conseguía olvidarse del asunto. Decidió acercarse a la iglesia, solía ir en busca de alivio, y terminó confesándoselo al cura. El párroco, que dudaba de su fe y seguía una terapia de apoyo, se desahogó contándoselo a la psicóloga. La doctora, que no entendía de ayuntamientos, se lo comentó a su hermano, el del doble grado en derecho y contabilidad. El abogado, por abrir conversación durante la cena, se lo explicó a su pareja, una periodista de opinión que, esperando el ascensor, se lo relató a la vecina del quinto. Una vecina de toda la vida, que guardó el secreto de la madre del concejal.

 

 

 

Nuestras publicaciones