Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

79. El que no corre, vuela (Francisco Javier Igarreta)

Aunque faltaba poco para cumplirse el plazo, se enteraron de que todavía podrían sortear los estrictos controles establecidos por el nuevo sátrapa. Al menos uno de ellos podía llegar a tiempo.

Pese a su aparatosa tara Ladislao confiaba en sus posibilidades. Siempre había sido capaz de abrirse paso con soltura. Con la verdad por delante y muleta en ristre movía a la gente a compasión, de manera que aquel hándicap tan notorio llegaba a convertirse en una ventaja. Más de una vez logró colarse de rondón en situaciones en que una prolongada espera hubiera supuesto cuando menos una exasperante pérdida de tiempo y quién sabe si un riesgo para su vida.

Sabiendo con quién se la jugaba Sebastián iba de sobrado, confiando sobre todo en sus dotes de consumado embaucador. Cuando llegó al último control estaba exhausto y sin argumentos. Un viejo compañero de fatigas reconvertido en policía de fronteras se la tenía guardada. Sabiendo de qué pie cojeaba le preparó una encerrona y tras pillarle en un traspiés lo detuvo. Al ver a Ladislao a salvo, alardeando de su cojera y con la muleta a guisa de trofeo, Sebastián masculló para sus adentros “¡Malditos refranes!”.

78. Siempre a tu vera

Es mentira que Paqui escribiera en una cuartilla «Mi querido Pedro». Si fuese cierto, os revelaría que ocurrió en la consulta de un médico, en una de las pruebas que le hizo para valorar la ausencia de sus recuerdos. También es falso que sepa quién es Pedro y si se casaron la segunda vez que se vieron. Si no se tratase de un cuento, imaginaría entonces que de tanto quererlo se le gastó la memoria. Que hasta que llegó el olvido, vivieron juntos en un pueblo de Badajoz en el que por fin se comunicaron con sus manos. Tampoco es real que coincidieran en un vagón tres años antes, donde sus miradas presagiaron que llevaban siglos esperando ese encuentro. Que se despidieron aquel día pensando que quizá no se volverían a ver, deseando no separarse jamás. Que en el último momento se dieron sus señas y se dijeron por correo lo que sus corazones iban dictando. Que se enviaron más de doscientas cartas… y que más de doscientas veces, desde su pueril juventud, Paqui las comenzaba con un escueto e inolvidable «Mi querido Pedro». Todo esto, no obstante, sería verdad si hiciéramos caso a quienes me tachan de mentiroso.

77. LA MENTIRIJILLA

Todos te escuchaban, te miraban atónitos pensando que solo era la alucinación de una mujer mayor o aún peor,  que te habías vuelto tarumba. Entonando gravemente la voz, les contaste cómo la pasada noche una luz había inundado tu habitación y había iluminado tu cerebro de forma que podías ver con claridad la mentira en los ojos ajenos. Esa luz te había dado poderes sobrenaturales para saber que la mitad de la clase no había estudiado y que la otra mitad no lo había hecho lo suficiente, así que para darles otra oportunidad, el examen se aplazaba para el día siguiente.Todos suspiraron aliviados. Por supuesto, nadie creyó tu historia, pero sonreíste pensando que quizá mañana esa misma luz les haría aprobar a todos.

76. Pesadilla maternal

Todas las madres nos preocupamos cuando los hijos van de viaje. Mi hija tenía un congreso de neurofisiología en Madrid. Pasaría el fin de semana en dicha ciudad, me dejaba más tranquila que iba con compañeras.

Preparó una gran maleta y una mochila, salió de casa con sus vaqueros y tacones; iba a casa de Cristina donde habían quedado para salir juntas y de allí coger el AVE.

Mi hija me escribió por el móvil más o menos a las tres que ya estaban en el hotel. Yo me quedé más tranquila, la echaría de menos.

Por la tarde llamó a la puerta Martín mi vecino, trabajaba en Madrid y todos los días iba a su trabajo también en el AVE. Me preguntó que a dónde iba mi hija tan bien acompañada con un joven fuerte y musculado; ambos con mochilas, botas de montaña, gorro de lana y anoraks de abrigo. Me quedé estupefacta, esa no era la ropa con la que salió de casa mi hija. Le contesté con una evasiva que ya se sabe que los jóvenes de ahora no paran.

Como ya todos intuimos las mentiras a veces salen a flote de las formas más insospechadas.

75. INTENCIONES OCULTAS (Ana María Abad)

Una mañana gélida. Un bosque solitario. Algunos copos revoloteando en el aire inmóvil. El lobo blanco y la niña de la caperuza azul se topan frente a frente, se miden con la mirada, se aproximan. Ella se inclina para enredar sus dedos en la suave pelambrera, lo acaricia, le susurra “tranquilo, no voy a hacerte daño”, mientras calcula mentalmente cuánto le pagarán en el mercado por esa magnífica piel. El animal ronronea, menea el rabo cual dócil perrito, le pone ojos tiernos que prometen mansedumbre y trata de acallar los rugidos de su estómago: no quiere perder el factor sorpresa.

74. PIDE UN DESEO (fuera de concurso)

Él finge que no le importa que su hermana se coma sus yogures favoritos, igual que disimula sus celos rabiosos cuando papá juega con ella lanzándola al aire. O cuando mamá la arrulla entre sus brazos. O cuando las vecinas le dicen que es una niña muy guapa.
Él simula una indiferencia absoluta, pero a veces se enfada, y grita, y rompe cosas. Entonces, como si hubiera dejado de ser invisible, sus padres se fijan en él y, mientras le riñen, se olvidan un rato de esa pequeña intrusa repelente.
Por eso, cuando sopla las velas, desea que un día papá no llegue a tiempo de recogerla en el aire.

73. El momento de la verdad (Toribios)

En casa siempre me enseñaron que era muy feo mentir. Pero a veces llamaban a la puerta, y era el cobrador del Ocaso, y mi madre me decía: “Dile que tus papás no están”. Y a mí me extrañaba aquello, pero obedecía. Cuando hice la primera comunión, el cura me preguntó por mis pecados, y le dije que había pecado contra el octavo porque había dicho a mi hermanito que los Reyes Magos existían. Y es que enseguida había empezado a tener dudas al respecto. Sobre todo cuando al tío Ernesto le pintaron de negro para hacer de paje de Baltasar y se le corrió el tinte con el sudor. Y mis padres venga con que le pidiera los regalos al oído. Por qué ese empeño en la mentira, me preguntaba yo.  Y la cosa empeoró cuando llegué a “la edad de merecer”, que decía la tía Eulalia. Tú no digas que papá es cajero, di que es interventor; y lo de que pasaste el sarampión mejor tampoco. Así hasta que conocí a Alfredo, al hombre indicado.  Y ahora estoy aquí, con toda esta gente endomingada esperando mi respuesta, y el silencio empieza a ser ya enojoso…

72. Tralará

Por el mar corren las liebres, dicen, y todos asienten. Aquí nadie se molesta en parpadear. Ayer vi a un hombre pescando estrellas con un cazo de sopa. Las metía en un cubo oxidado y las vendía a la entrada del pueblo. “Luz fresca, recién pescada”, gritaba. No miraba a nadie a los ojos. El que vendía humo tampoco.

En el monte crecen sardinas en racimos. Hay que cogerlas al alba, antes de que echen a volar. La última vez que fui, volví con las manos vacías y la boca llena de sed. “¿Y el hambre?”, me preguntaron. “Lo perdí por el camino”, mentí. En realidad, siempre va conmigo.

El campanario de la iglesia da las tres y caen avellanas del cielo. No es un milagro. Aquí todo cae: las piedras, las horas, los silencios incómodos. “Es la temporada”, dice el párroco mientras barre. “Ya saben cómo es Dios”. No sé cómo es Dios, pero sé que a veces pisa fuerte y otras veces no pisa.

Ahora que vamos deprisa, nadie cuenta más mentiras. Los árboles dan manzanas de plomo y los perros ladran con voz de hombre. Pero el hambre siempre dice la verdad.

71. De vuelta al hogar

“Ya estoy en casa” se dice esperanzado el soldado Jim Thompson. Con su rostro desfigurado e irreconocible por una granada en Vietnam intenta ensayar un gesto emocionado y repite esa misma frase en un susurro. Pero por experiencia sabe que solo consigue una mueca terrorífica acompañada por el gañido de un grajo moribundo.Ya en la puerta, el felpudo mugriento y ajado no ofrece buenas perspectivas. Antes de tocar el timbre escucha una fuerte discusión entre el señor y la señora Thompson. A escondidas mira por la ventana y ve el espectáculo desolador de una pareja de borrachos tiràndose los trastos a la cabeza. Desilusionado se arranca la placa y la mete en el destartalado buzón de los Thompson. Se aleja y abre el petate. Entre una ristra de chapas identificativas, de las que cada vez quedan menos, coge una al azar. Esta vez probará suerte con la familia del cabo Chester Waterford.

70. ¿Un mundo feliz?

Mientras esperaba para hacerme una limpieza vi el anuncio de Cryospain en una revista. Prometía despertar en una sociedad idílica donde la enfermedad y el dolor habrían sido erradicados.

Desperté en el año 2125. Un robot enfermero me implantó tras la oreja un dispositivo que anticipaba mis deseos: si tenía ganas de ir al baño levantaba la taza del váter de forma automática; si me entraba el bajón me enviaba libros de Paulo Coelho. Salí a la calle con el frío de cien inviernos metido en los huesos. Había roto la cadena del frío de los recuerdos, era un zombie sin pasado, un Ulises sin Ítaca. Enjambres de drones con comida a domicilio zumbaban amenazantes sobre mi cabeza.

Tuve que volver al hospital. Los cuerpos cavernosos de mi pene habían sufrido daños irreparables que imposibilitaban la erección. El médico me tranquilizó, el sexo era una práctica antihigiénica abandonada hacía décadas, como todo lo que implicase un esfuerzo.

La ventana que había olvidado cerrar el robot de limpieza era demasiado tentadora. En la caída de siete plantas recordé cuando de adolescentes saltábamos al mar desde las rocas. Ese recuerdo salvado de la congelación, me hizo feliz.

 

 

69. SIN BARRERAS

Su DNI, por favor. El funcionario me lo solicitó sin mirarme a los ojos, distraída su atención en algo ajeno a mi persona y a todo lo que sobrepasaba la mampara de cristal que había entre nosotros. Pero todo cambió cuando leyó mis datos. Colgó el cartel de “ventanilla temporalmente fuera de uso” y salió para, en un abrazo, acortar toda la distancia que hacía unos instantes parecía una barrera infranqueable.

Salimos del edificio. Con dos cafés para compartir desgranamos, al tiempo que volcábamos el azúcar en las tazas, el resumen de lo acaecido en los años de silencio y distancia.

Perdí tu número. Y yo el tuyo. Me casé. Yo no. Dos hijos. Un perro. Aprobé una oposición. Yo probé con la pintura, pero no me fue bien. Me fui fuera, a Italia. Yo no salí de Madrid. Tengo que volver. Sí, yo también debo irme.

Seguiremos en contacto. Por supuesto. Fue algo pasajero. Un amor de verano. ¿Has sido feliz? Lo he sido.  Por cierto, estás igual, el tiempo no ha pasado por ti. Lo mismo digo.

68. A salvo en la superficie (Aurora Rapún Mombiela)

En el desayuno, masticando la aburrida tostada con cara de deleite y murmullos de satisfacción; en la casa, pasando el aspirador con brío, bailando a ritmo de la banda sonora de Cadena Cien; en el trabajo, sonriendo a compañeros y clientes por igual; en Insta, con la foto más bonita, la pose más estudiada y la felicidad más meditada. 

En el fondo, nada. Nada más que el fondo.

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