Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

23. NOCHE DE TERCIOPELO

Anochece tras los cristales. Matilde se levanta, enciende la luz y se acerca al viejo aparador cuyos goznes chirrían. Para ellos es la señal, como lo sería la sombra del gavilán en cielo abierto. Se encogen, asustados, a pesar del cuidado con el que la mujer despliega ahora la tela que acaba de sacar del mueble —un género bueno que ribeteó con una cadeneta hecha a ganchillo— y de la ráfaga de besitos que les envía tras los barrotillos. «Hasta mañana», les dice, antes de cubrir la jaula para apagarles el día y, por unas horas, cerrarles el pico.

22. UNA HISTORIA IRLANDESA (Paloma Casado)

W.G. practicaba un humor negro con el que no conseguía llenar los pubs en donde actuaba. Sus honorarios consistían en las “pintas” gratuitas por parte de los propietarios y en las escasas propinas del público. Unas y otras (el exceso de alcohol y la escasez de dinero) mermaron su salud. Antes de un previsible y fatal desenlace, encargó su pequeño monumento funerario a un escultor compañero de borracheras. Ambos disfrutaron imaginando la mano de bronce que emergería de la tumba y las palabras: ESTOY VIVO escritas en la lápida. El cementerio escogido fue el de Glasnevin donde descansan irlandeses ilustres. Como habían previsto, no fueron pocas las personas que corrieron despavoridas al avistar su sepultura entre la niebla. Sin embargo, gracias a las guías turísticas, curiosos de todo el mundo -bien por su pasión hacia lo gótico, bien por celebrar la broma macabra- acuden a visitarlo y depositar unas monedas para su mantenimiento.

Pero hay quien, al visitar el camposanto en alguna noche etílica, asegura haber visto al fantasma de W.G. recoger el dinero y celebrar con una reverencia el éxito de su último espectáculo.

 

 

20 La risa tonta

A mi hermano siempre le gustó mi amiga Nicole. Sí, él nunca me lo dijo, pero yo lo sabía. Lo vi en cuanto se conocieron, bueno en cuanto los presenté. Claro que yo tampoco le dije nada. Oye, se nota que estás por Nicole, ¿a ti qué te pasa? Si eres un mocoso. No. Esas cosas no se dicen, se ven y se callan. Y se intentan olvidar. Un hermano mayor lo ve. Y yo lo veía, sobre todo, en la risa tonta que le daba a mi hermano con tan solo oír el nombre de Nicole. Era una risa delatora. Pegajosa, se te metía en los oídos y reptaba por el tímpano hasta llegar al cerebro. Era una risa descontrolada. Absurda. Ñoña. Una risa muy tonta. Una risa que molestaba, que me ponía de mal humor. Por eso decidí que lo mejor era no invitar a Nicole a casa. Mi hermano no volvería a verla y yo no volvería a escuchar su risa tonta. Y funcionó. Se acabó la risa tonta. Hasta la otra tarde cuando paseando con Nicole nos encontramos a mi hermano. Fue insoportable escuchar la risa tonta de Nicole al saludar a hermano.

 

19 LAS CUOTAS DE LA LECHE (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

─Aquí se lo traigo de nuevo doctor, nos tiene desesperados, ha perdido más de 8 kilos y se pasa todo el día sentado a la puerta de la cuadra con esa penosa cara. Ahora le ha dado por lo de las cuotas de la leche. Dice que nos van a arruinar, que qué va a ser de sus hijos.

─Miguel, ─el doctor mirándolo─, a sus setenta años usted ha pasado por muchas crisis, como las que ha sufrido todo el sector ganadero y de todas ellas ha salido adelante. Mire, acompáñeme. Le voy a explicar lo que le pasa.

El médico cogió por el brazo a Miguel, le ayudó a levantarse de la silla y lo llevó hasta el secreter donde guardaba ordenadas alfabéticamente las fichas de sus pacientes.

─Vea lo que a usted le pasa, mire las de la letra “L”. Todas estas ─el siquiatra señaló un buen trozo de cartulinas abriendo en palmo sus dedos─, corresponden a su apellido. Ustedes los pasiegos son muy proclives a la depresión.

─Vamos a cambiarle el tratamiento. A partir de ahora, señora, que tome una pastilla de Prozac diaria.

─No olvide su medicación y no se preocupe del futuro. “Carpe diem”, señor Lavín.

18. Riesgos laborales (Susana Revuelta)

No olvida la primera vez que un espectador, arrellanado en su butaca, se puso a vocear y lanzarle tomates y él, como un profesional, continuó representando imperturbable su papel hasta que por fin terminó la función.

Han pasado los años y cada vez detesta más a ese personaje que interpreta. Sale cada día al escenario con una sonrisa pintarrajeada e inicia su actuación, siempre con la misma frase, «buenos días, mi nombre es Edgar, dígame…». Con tanto texto que tiene que decir enseguida se le seca la garganta, y de aguantar las peroratas de los demás le arden las orejas. A veces, por el cansancio, tropieza con el decorado, cae de bruces ante la primera fila de asientos y se da buenos tortazos.

Es entonces cuando el público se viene arriba, le insulta y abuchea, y él se imagina escondido tras el telón, acurrucado donde nadie le vea; quisiera desaparecer, que se lo tragara la tierra, pero sabe que tiene que aguantar las ocho horas, las facturas no se pagan solas, y a su edad, dónde van a contratarlo. Así que se recompone rápidamente, se coloca bien los auriculares, pulsa la tecla de contestar, resopla y atiende la siguiente queja.

17. La posteridad

El concierto comenzó.

Había luchado tanto por llegar hasta ahí, que un estremecimiento angustioso le recorría el esófago inquietante como un áspid… El aforo completo, las autoridades, la prensa, todo aquel barullo de pensamientos se arremolinaban batallando por su atención. No obstante, los años de entrenamiento y conservatorio, los múltiples sacrificios, dedos y espalda agarrotados, los miles de recitales, su profesionalidad al fin y al cabo, actuaban de catalizador de todo aquel marasmo de sensaciones. Además, el pianista, tenía un talismán en el bolsillo que acariciaba distraído mientras los vientos iban terminando y preparando su gran, única y esperada entrada.

Y así daría la vuelta al mundo con ese endiablado solo al que muy pocos osaban enfrentar.

Y todo aquello habría valido la pena.

Inspiró profundamente y soltó el aire despacio. Algunas toses salpicaron el teatro, pero de pronto se formó un pesado silencio de apenas dos corcheas precediendo el subsiguiente apogeo.

Justo en ese instante la insidiosa melodía de un móvil llenó de estupor la sala.

La orquesta contuvo el aliento cuando el músico se levantó y apuntó con matemática precisión, (perfecta coordinación viso-motriz), su arma contra aquel zafio.

El intérprete obtuvo entonces los ansiados titulares.

16. Hasta el apuntador (Montesinadas)

Cuando los vemos acercarse posamos panza arriba o bostezamos con las fauces muy abiertas. Nos esforzamos en parecer sumisos, indefensos. Algo sobreactuados lanzamos algún que otro rugido para que puedan hacerse una ligera idea de la fiereza de la manada o agitamos las melenas bajo el sol abrasador de la sabana con la elegancia de los reyes. Llegado el momento, ellos comparten sus imágenes, sus videos. Es cuando aprovechamos para rodearlos y cubrir las posibles rutas de fuga. Localizamos a las criaturas más débiles. Simulamos que nos gustan los trozos de carne que nos lanzan, que peleamos por esa ración de carne putrefacta y sin darse cuenta, ya nos tienen encima. Sólo nos queda esperar a que el guía eche a correr con las llaves del Jeep entre las manos. Esa es la señal acordada.

15. Jubilosa

Me veo crecer cinco canas más redactando un, ya quisiera, último informe de cuentas. Una cae en el teclado. Bizqueo. Dan las tres.

Camino a casa, con el culo pegado al asiento de un tren que no se ha cambiado en decenios, cuento las horas, minutos, segundos, que podría haber empleado en tareas más satisfactorias.

Entro al súper y, desorientada, doy mil vueltas por los pasillos. Llego a la cola. En la caja rápida mi mente reorganiza caramelos por colores, sabores y formas. Mientras, mis piernas cansadas avisan de futura flebitis. La celulitis ya está aquí. Ya nos conocemos y sabe que nunca seremos amigas.

Vuelta al trabajo. Iniciando sesión. Me da tiempo a que el café se enfríe. El sistema está en mantenimiento. Intento escribir una nota a mano para acompañar los bombones que compré ayer, y que dispararán la glucosa colectiva. Pero el ataque de artrosis me deja los dedos agarrotados durante buena parte de la mañana. Hago un borrón tras otro.

Para cuando quiero darme cuenta, los informáticos han migrado el servidor y la hora de volver ha llegado. Suelto el boli.

Reparto los bombones, tirando besos al aire, por si los virus.

Cerrando sesión.

14 Desatino y destino (Javier Igarreta)

Cuántas veces, Don Julián, el profesor de Tecnología le repitió aquello de: “nunca llegarás a nada en la vida”. Bernardo ya era por entonces un muchacho engreído y pagado de sí mismo. Se tenía por muy listo y pensaba que, a nada que se dejara acariciar por la suerte, todo jugaría a su favor. Por simple inercia.

El paso del tiempo le fue consagrando como un cualificado don nadie, eso sí, con una gran capacidad para la amargura. Y, faltaría más, con un escogido elenco de culpables de su frustrado apogeo. Un día, súbitamente atacado por una sobredosis de sinceridad, ya no fue capaz de seguir alimentando su propia farsa. Inmune a cualquier sentimiento de autocompasión, sucumbió a un fatal impulso. Se encaramó al alféizar de la ventana, cerró los ojos y… “se acabó”, acertó a mascullar mientras caía.

Unos pisos más abajo, un edredón con aroma a lavanda se secaba al sol sobre el tendedero. Su providencial intercesión amortiguó la caída acogiendo en su cálida espuma un súbito amago de arrepentimiento. Pese a todo, el batacazo fue de órdago. Entre dentelladas de dolor y un difuso ramalazo, Bernardo apenas pudo albergar el estupor de sentirse vivo.

13. ME VOY CONTIGO (A. Sánchez)

Llevaba tiempo pensando que esto ocurriría, es lógico, es la vida, es la puta vida. Pero en todo ese tiempo no he tomado cartas en el asunto, no he sido capaz, era demasiado duro y quizá después, llegado el momento, tampoco me serviría de nada. En realidad era imposible anticipar cómo iba a reaccionar, cómo iba a enfrentarlo, cómo iba a asimilarlo. La partida definitiva de un amor, de mi único y más grande y puro amor, no es algo que se pueda prever, preparar, ni apenas controlar. Y así hemos llegado hasta aquí, al día de hoy, en el que juntos, abrazados, bañados los dos en mi llanto infinito, soy incapaz de separarme de ti, se va un trozo de mí misma, aunque eso no me importa, me quiero ir contigo, pero toda entera, si me rompen, si me quedo aquí aunque sea un poquito no voy a poder vivir, lo sé, lo saben todos, tú también, que no quieres separarte de mí porque somos uno, siempre lo fuimos. Hiciste que deseara convertirme en animal no humano, como tú, y permanecer en el presente, ya sea éste la vida o sea la muerte, para cruzar contigo, hoy, el arcoíris.

12. ADIÓS

«Se acabó. No aguanto más. Tantas peleas, tanta infelicidad, tanto rencor. Me largo.» La decisión la tomó así, abruptamente, una mañana cualquiera, mientras desayunaba unas medias lunas que le supieron a gloria. Y dicho y hecho. Recogió sus cosas. Se arregló un poco los largos cabellos. Cambió el ajado vestido por unos vaqueros y una camiseta azul celeste… y se esfumó. Su rastro se perdió para siempre, dejando tras de sí regueros de ira, de decepción, de miedo, de tristeza… Sin embargo, poco a poco, el caos dio paso al olvido y aunque es verdad que todavía ahora, algunos dicen su nombre como una invocación inconsciente, también aquellas expresiones de «Ayúdame Dios mío» o «Por el amor de Dios» han empezado a caer en desuso.

11. OJALÁ

Hoy, por fin, me siento con fuerzas para decirte algo que he guardado dentro mucho, mucho tiempo, porque el dolor paraliza y enmudece hasta crear una sanadora distancia que, a
veces, se parece al olvido. Al, aún más doloroso, olvido.
En este momento extraño, como si se hubiera abierto un pesado telón, siento la urgente necesidad de confesarte lo más hermoso que aprendí de tí, porque soy tu resultado.
Sin palabras, sólo con hechos, me enseñaste a dejar para mañana aquello que no importa que se quede sin hacer. A centrarme en lo esencial, en lo que de verdad deseo o en lo que me proporciona algo parecido a la felicidad, ese espejismo casi siempre tan fugaz.
Tú te fuiste dejando muchas cosas por hacer y muchos sueños por cumplir, pero la sonrisa que me brindaste en nuestro último adiós, la quisiera para mí cuando me vaya, habiendo tenido una vida más fácil que la tuya.
Ojalá mi rostro se parezca en algo a aquel, tan sereno, con el que tú te despediste, mamá.
Ojalá.

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