Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

47. RESERVADO

Salió de la clínica sonriendo y dando grandes zancadas en dirección al metro, que a esas horas debería de estar atestado de gente, pero qué le importaba a ella. Tras unas cuantas llamadas a los suyos, ahora se aprestaba a poner algo de intriga en un mensaje escueto y misterioso: «Hola, guapo, luego te mando una foto. Espero que te guste.»

En el andén procuraba no recibir empujones de los hastiados pasajeros de la hora punta, y casi lo consigue salvo por un mochilazo de un descuidado adolescente:

—Perdone, no la he visto.

Ya en el vagón, se dirigió al joven de la mochila, que, sin prestar atención, como minutos antes, ocupaba indebidamente el codiciado asiento que casi nadie cede. Ella, que nunca antes osó sentarse allí, le mostró el letrero con un gesto dulce pero firme, y el muchacho se lo cedió, recibiendo a cambio una mirada de maternal agradecimiento.

— Perdone de nuevo, no sabía que…

Tras observarla con las manos en el vientre, le dio la enhorabuena.

— ¿Te importaría hacerme una foto en la que se vea el cartel de reservado? Es para mi novio.

46. Reincidencia

Con un ramo de orquídeas y un manojo de nervios entra en la capilla. La precede el corazón dando brincos a lo largo del pasillo. Lleva la felicidad desparramada por el vestido y los zapatos blancos de charol anegados de dicha. El órgano se desata en marcha nupcial. Las miradas expectantes desde las bancadas. Él párroco presto a la bendición. El prometido duda. No recordaba que el tul fuera rosado. La novia se acerca sin padre ni damas de honor. Camina con paso firme, victoriosa. A pocos pasos del altar se amontonan los murmullos. Desencajada irrumpe en el templo una segunda novia. De pronto es alboroto, hay trajín y torneo furioso de velos. Frente a la iglesia espera un furgón del sanatorio cercano. Dos hombres de blanco, curtidos en la materia se llevan en volandas a la mujer rosácea.

45. Rímel

Ha extraído, del primer cajón, aquellas braguitas negras con encajes que la hacen sentir tan sexi. Ha decidido que no se pondría sujetador. Cubriría el torso con la blusa de blonda negra, la que casi deja ver, insinuante, los pezones. Ha abierto el armario y ha escogido la falda corta que tiene un corte en el muslo.

—Parezco una prostituta— ha dicho a la imagen del espejo —con esos ojos y los labios tan pintados. Ha depositado, bajo cada lóbulo, unas gotas de perfume con aroma de madera seca y ha adornado el cuello con tres vueltas de diminutas perlas de río. Ha abierto el bolso para comprobar que no faltara nada: el espejo, el pintalabios, las gafas de sol (por si la sorprende la mañana), el billete de cincuenta, el tabaco (para después) y la piedra azul que le trae suerte. Ha dejado sobre la cama el móvil, la vergüenza, los tiques de la compra, la tarjeta del metro y la carta del banco. Se ha calzado los zapatos de punta fina y talón alto, ha colgado el bolso del hombro y ha salido a comerse el mundo. O al primer hombre que se le ponga a tiro.

44 Fermento (Paqui Barbero)

Desde hace unos meses no espera a su marido para hacer la masa. Abre la panadería ella sola y vende los panes y las hogazas mientras los clientes entran uno tras otro. «¡Qué bien huele a pan recién hecho, Ana!». Bollos de maíz, barras de Viena, panecillos de leche… Cada vez que suena la campanilla de la puerta le da un vuelco el corazón. El hijo del herrero enciende el fuego del horno con solo mirarla. Debe ser por el calor de la fragua. Amasa los molletes y tamiza la harina mientras piensa cómo serán los músculos de su espalda.  Ni levadura necesita para que crezca la masa.

Mientras, el marido la observa en silencio y calla. Desde hace unos meses también él hace bizcochos de textura fina y delicada, cada vez que el hijo del herrero sale de la tahona y pasa por la casa.

 

43. MÍO (Belén Sáenz)

Fue sencillo enredarle en la telaraña de una deuda inabarcable y permitir que las fechas para saldarla se le escurrieran entre los dedos. Bien sabía yo que no podría ofrecerme una reparación ni tenía amigos o familiares que respondieran por su honor, así que conforme a nuestra lex el pretor le impuso la pena de convertirse en mi esclavo. En posesión plena. Era justo lo que pretendía desde que lo vi apoyado en una columna, en el foro, comiendo una naranja que había abierto con las dos manos, sin siquiera pelarla. El jugo le resbalaba desde los antebrazos hasta las muñecas, y yo me quedé mirándole con la boca seca y el corazón galopante de deseo. Corrí, le perseguí desde el cardo hasta el decumano y le busqué en las termas, pero se alejaba de mí con miedo, o asco. Si no hay convencimiento, me prometí a mí mismo, habrá vencimiento. Ahora le espero en el patio de mi domus, donde sombrea la tarde y ya florece el azahar.

42. Quiteriano ganador (Aurora Rapún)

Se sentó en primera fila para no molestar cuando se tuviera que levantar. Era una de esas entregas de premios a las que deben asistir los finalistas para saber si han ganado o no. Quiteriano era un tipo optimista y, a pesar de haber pasado media vida presentándose a concursos y no haber ganado ninguno, seguía manteniendo la esperanza de lograrlo en cada ocasión. Antes de escribir un nuevo poema, sentía un cosquilleo y saboreaba la miel de la victoria. En cuanto recibió el correo en el que se le notificaba que era finalista, empezó a imaginar cómo iría vestido y qué palabras pronunciaría al recibir el premio. 

El momento había llegado y el poeta intentaba contener los nervios, mientras visualizaba cómo ofrecería la mano a la alcaldesa cuando esta le entregara el diploma. 

Cuando la periodista que conducía el acto pronunció su nombre, este compuso una sonrisa comedida y comenzó a levantarse. Se detuvo al escuchar el apellido, sorprendido por el error que desentonaba en un concurso tan bien organizado. Afortunadamente, el otro Quiteriano fue lo suficientemente rápido para llegar junto a la alcaldesa antes de que él pudiera hacer nada, justo a tiempo de evitarle el bochorno.

41. CELESTE

Celeste escudriña las miradas. No percibe nada extraño y se atreve. Se suma a los juegos: “al pasar la barca, me dijo el barquero…” Salta mientras la comba vuela de sus pies a su cabeza. Se deja llevar. Mientras se eleva, olvida que es diferente, que ha mentido cuando ha dicho que no tiene ningún secreto.

Camino de casa, se ilusiona. Piensa que tal vez todo ha pasado y podrá ensartar complicidad y juegos con ellas. Pero llega la noche y la realidad se impone. Intenta ignorar las visiones, mantener los objetos quietos. Le gustaría desconocer que las nanas que canturrea Candela en la cocina, mientras trocea verduras y pasa la mano por su vientre, pronto serán un nudo en su garganta. Daría lo que fuera por ignorar que este año la cosecha de los campos de su padre se perderá por la inminente sequía…

Una más, sólo quiere ser una de ellas y meter en la mochila, entre los libros que esperan una jornada más en el colegio, la certeza de cargar únicamente ese peso.

 

40. La pasión según un ángel caído (Antonio Bolant)

Fue su ángel de la guarda, pero se había convertido en mucho más que una dulce compañía. Intangible e inmortal, moría por tocarla, por llenar de sangre la neutral transparencia y deshacer las costuras de lo etéreo en la antesala de su vientre.

Ella hacía mucho tiempo que dejó de preguntarse por qué mordía los labios al aire, qué bendita sacudida le hacía arañar la espalda a la oscuridad; esa sensación de húmeda plenitud cubría cualquier desconcierto.

Los versos libres no caben en las bienaventuradas leyes celestiales, y el ángel acabó condenado a un ostracismo sin derecho a vuelo. Ella, en sus lánguidas noches secas, aún sigue rezando a las cuatro esquinitas de su cama para que aquellas sensuales sensaciones regresen al amparo de sus caderas.

En un universo hueco y olvidado, entre el barro de la materia oscura, sin tener donde caerse vivo, el ángel se limita a sobrevivir de los despojos de la esperanza. Cada juramento, cada embestida a los soportes del cielo, ha ido conformando un rosario de siniestras alianzas. Hoy, finalmente, todo está dispuesto para una resurrección desde los infiernos a cambio de un alma eternamente rota sin ella.

39. ÉREBO CONSULTING

Hoy tienes que andarte con cuidado porque el jefe está cabreado. Una condición que viene con el cargo, sin duda, y que además adorna como una virtud la carta fundacional de esta gran compañía.

Ya sabes, «en los detalles habita el diablo». Es su frase. Esa y la de «a la puta calle» que pronuncia con una claridad prístina, una entonación precisa y un énfasis tan medido y dramático que al escucharlo uno sólo puede estremecerse. Y es que fuera hace mucho calor.

Te cuento compañero. Resulta que él andaba revisando el macro proyecto en el que está enfrascado el departamento desde hace tiempo. Siguiendo su pasión por el detalle revisaba cada paso dado, analizaba cada dato y medía el resultado conforme objetivos. Imaginaba feliz el momento en que el proyecto se cerrase con éxito. Se le veía satisfecho hasta que apareció el lacayo. Entonces, tras una breve discusión, se desató toda su cólera.

«¡Tantas décadas trabajando para que ahora un imbécil diga que no queda tiempo, que la competencia nos pisa los talones!» -berreó haciendo aspavientos con el rostro inflamado- «¡El gran señor quiere resultados inmediatos!» -rio enloquecido- «¡Adiós al planning!». «¡Pretenden que pongamos en marcha ya el apocalipsis!».

38. Un lobo de mar (Toribios)

Al niño le dijeron que iba a ver el mar. Y un puente colgante por donde pasaban la ría los coches y la gente. El niño contaba los días con impaciencia. Porque del mar tenía una ligera idea por las películas, y el puente lo había visto en una postal que mandaron sus tíos. Pero no es lo mismo. En el cine no se nota la brisa, y en la postal no se ve como se mece la barquilla, ni se oye el crujido urgente del acero. Así que el niño subió al tren de madera y empezó ya a sentir todo aquello, mientras se asomaba por las ventanillas crepitantes y se estremecía con el pitido profundo de la locomotora.

El primer día no pudo ver el mar porque un médico tenía que mirarle con un aparato que estaba muy frío. El segundo día llovió e hizo viento. El tercer día tuvo fiebre.

Pero le compraron un barquito. Uno de plástico, con el casco azul y las velas amarillas. Navegó con él todos los mares. Aún lo tiene. Lo acaba de encontrar cuando vaciaba el trastero de casa de sus padres.

37. Emoción colectiva

Compré las entradas desde el primer día que las pusieron en venta. Era el estreno más esperado del verano, llegaba la secuela del filme que destrozó los récords de Avatar. Tres años de espera llegaron a su fin y la gente esperaba impaciente fuera de las salas.

La expectativa unía al público, que llenó rápidamente el recinto. Todo indicaba que se podía confiar en las actuaciones, la cinematografía, los efectos especiales y la dirección. Transcurrieron veinte minutos, algunos expresaron la monotonía así: «Tranquilos, ya se va a acomodar la cosa». Ya cerca de la hora, los espectadores se manifestaron con silbidos y gritos. Otros pedían el retorno de su dinero. Mi prometida no me devolvía la mirada.

Transcurrida la hora, algunos abandonaron el lugar. Yo me quedé hasta el final, lo peor es que fueron más de dos horas. Cuando llegué a casa empecé a leer las secciones de espectáculos. Los críticos auguraban un fracaso para la película y, por lo general, habían escrito que no estaría a la altura de la primera.

Ahora decidiría entre rescatar clásicos antiguos para ver en casa o aguardar otros estrenos. ¡Ah!, y lo más importante, debía alegrar la vida de una novia enojada.

36. El Dorado

Mi padre encendía un Jean con deliberada parsimonia antes de leer las cartas del tío Toni. Dirigía una cadena de restaurantes en Venezuela. Con él todo era posible. Unas vacaciones colocó a los quince primos en un Seiscientos y nos llevó a comprar helados. En su última carta contaba que había preparado el catering para la visita del presidente Nixon. Me había enviado una foto con su coche, un espectacular Cadillac El Dorado rojo nunca visto en España. En la parte de atrás decía que el día menos pensado metía el carro en un barco y volvía a casa para enseñarme a conducir.
Mi madre protestó con la mirada cuando llegó aquella carta con remitente desconocido.
-Así se hace un hombre -zanjó mi padre.
Un amigo del tío decía que había tenido un entierro de caridad. Lo había acogido en su casa cuando le echaron por impago de la pensión. Recuerdo que salí al balcón, abrumado por un silencio que entonces no entendía. A la luz amarillenta de las farolas vi a un joven y sonriente tío Toni diciéndome adios desde el Seiscientos. Esta vez no llevaba a los primos. Con él se iba, sin ceremonias, mi niñez.

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