Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

98. ¡Máscaras!

¡Máscaras!

Siempre me dices lo mismo.

¡Máscaras!

Insistes hasta el tedio.

¡Máscaras a tu medida, máscaras de disimulo, máscaras que cubran la melancolía, máscaras que tapen mi desesperación!

¡Máscaras!

¿Desde cuando soy mi máscara?

¿Hace cuanto tiempo no veo mi verdadero rostro?

¿Quien soy? ¿Quien soy?

¡Quien…! ¿…soy?

Ni yo misma lo sé. Sólo comprendo que soy incapaz de mirar detrás de estas caretas que desde pequeña me enseñaron a vestir.

Ya estoy cansada.

Ya no puedo más.

No puedo seguir con esta farsa.

Quiero volver a vivir desde mi y no desde lo que los demás quieren que sea.

¿No os dais cuenta? -gritando- No puedo ser quien todos queréis.

Soy vuestra marioneta pero ¡se acabó!. Desde ¡ya! voy a buscar mis hilos y voy a cortarlos todos y cada uno de ellos.

¡No quiero ser máscara, no quiero ser marioneta!

Ahora decido yo.

97. Somos mentira

Esta noche, destilo libertad bajo una máscara escarlata. Quisiera saber si acudirás a nuestra cita. Te descubro, al fin, tras tu antifaz, buscándome en medio del bullicio y, cuando tu mirada me alcanza, sonríes. De nuevo juntos, tocándonos con sagrada devoción, como hace justo un año. Cede mi cuerpo a la firmeza de tus brazos mientras bailamos. En medio del gentío puedo escuchar tus palabras, aun siendo un susurro en mi oído. Tiemblo; hace tanto que nadie me hablaba así. Me pregunto dónde estuviste cuando las afiladas garras del tiempo arañaban mis días. Tú silencias mis pensamientos con un beso. Rendida al placer de tus caricias, sigo uno a uno el misterio de tus pasos, hasta llegar al refugio de nuestro último encuentro. Piel con piel, deshacemos en amor tan larga espera, para aguardar después, como ausentes, la despedida.

Al amanecer, descubro nuestras máscaras sobre la almohada. Silenciosa, salgo en tu busca y te encuentro, como siempre, sentado junto a la mesa de la cocina, leyendo el periódico. Saludo, y tú me respondes con desgana, apenas sin mirarme. No importa, me digo mientras me dispongo a prepararte el desayuno. Sólo queda un año para que regrese el Carnaval.

96. Carnaval

Decidieron montar la fiesta en el Castillo de Bran; no se les ocurrió mejor escenario. Mina Harker, ataviada con un espectacular vestido rojo sangre, recibía a sus invitados con una diabólica mirada. Fausto sonrió al verla, pero Heidi dudó mucho antes de entrar. Al lado del ponche, Don Quijote y Gandalf se contaban fantásticas historias, y cerca del ventanal, el Principito planteaba dilemas que ponían en jaque a Sherlock. Cuando dieron las doce, Cenicienta salió corriendo, y todos los demás la siguieron.

En medio de la biblioteca, el Hada Madrina miraba sonriente a aquellos seres que acababan de llegar. Tras un ligero movimiento de su varita, las máscaras cayeron. Con la careta de Fausto aún en la mano, el León Cobarde volvió a entrar en Oz, tras haber conversado con el diablo; Mr. Hyde se unió a Jeckyll, después de haber conocido la inocencia; Huckelberry y Tom regresaron al Missisipi riéndose de sus conversaciones como hombres curtidos; y el aviador y Watson recuperaron sus puestos como secundarios. Solo quedaron Cenicienta y el Hada.

–Tendrías que haber venido, prima. Fue divertido –dijo la joven.

–Quizás el próximo carnaval. Ahora quítate la máscara y coge tus manzanas. Blancanieves se está despertando.

95.The bookman (Montesinadas)

Es ésta, una historia extraña y pocas personas apostarían  por la veracidad o falsedad de los acontecimientos que ocurrieron aquel carnaval en la biblioteca del pueblo. Los pocos testigos presenciales dan testimonios contradictorios. Las autoridades competentes que investigaron el caso,  desbordados  por las circunstancias y el misterio, enviaron el cuerpo a la capital. Ni el propio protagonista, ahora perdido y olvidado entre miles de ejemplares de la Biblioteca Nacional, donde fue enviado para su lectura completa, sería capaz de narrar con claridad lo ocurrido; pero cuentan, que como de costumbre,  Paco Ponce, cronista oficial de la villa, leía un manuscrito medieval y al pasar la mano por una de sus páginas, incomprensiblemente,  las letras quedaron  pegadas a las yemas de sus dedos y treparon por sus brazos, y por más que los agitaba no caía ni una coma de su piel. Las declinaciones gateaban por su pecho, voces pasivas ascendían dejando un rastro de arañazos místicos y decenas de latinajos enigmáticos recubrieron la totalidad de su cuerpo. Los vecinos, maravillados, le hicieron merecedor del primer premio de disfraces de Santa Eugenia, galardón que disfrutó con alborozo hasta que una cascada infinita de puntos suspensivos le cortó la respiración.

94. ¡ Sorpresa !

Por fin, en la intimidad del dormitorio, consiguió quitarle la máscara… que  cayó de sus manos al descubrir que ocultaba el rostro de su marido.

 

93. Licántropos enmascarados

Solía pasar mucho tiempo escondido en aquel cuarto turbio y forrado de temores. Pero tenía dos buenas razones: huía de las burlas despiadadas y buscaba la paz interior.

Mi psicóloga, una mujer singular que, a su vez,visitaba al psiquiatra cada equis tiempo,me recomendó salir al mundo,abandonar mis ambigüedades y encararme con la luz.

Por carnaval decidí hacer una escapada y, con una vela encendida, me uní a la fiesta. Me mezclé en un desfile de comparsas, dancé con un cortejo de antifaces y me embriagué con el vuelo de una capa veneciana. Fueron, en resumen, tres días y tres noches de bullicio y exceso. Después regresé a mi guarida aturdido, y  escoltado por la mismísima diosa Lupa.

No negaré que hubo tensión cuando ella, insinuante, se quitó el disfraz y yo, avivado, me arranqué la máscara.Me pareció tan bella y compleja que un aullido torpe se me escapó sin querer. Me confesó que había venido para quedarse y comprendí que era inevitable el amor entre los dos.

Ahora me acepto como soy y me exhibo con orgullo por las calles de mi pueblo, mas, las noches de luna llena, el miedo me asalta.

92. Rito nocturno

Una vez en el dormitorio, se miró en el espejo. El disfraz había aguantado bien. Decidió que la peluquería podría esperar hasta el fin de semana. Se quitó las lentillas. Luego, se despojó de la camisa y la arrojó sin contemplaciones a la silla. La falda siguió el mismo camino. Se sentó en la cama, se descalzó y se quitó los pantis. Los dobló y los dejó sobre la silla. Se puso los pantalones del pijama. Se deshizo del sostén y terminó de ponerse el pijama.

Entró en el baño. Por la mañana, contra su costumbre, se había echado un poco de brillo en los párpados, que sólo Marta, la de cajas, había notado. Fue el primer sitio por el que se pasó la esponja. Siguió durante un rato, sin parar de mirarse en el espejo. Por fin acabó. Enfrente estaba una persona totalmente distinta. Ella misma. Sin la máscara diaria.

Después de aplicarse la crema nutritiva, regresó al dormitorio. ¡Estaba tan cansada! Y sólo era martes. Después de comprobar el despertador, encendió la tele. Había leído que iba a comenzar una serie nueva. Muy entretenida. Programó el televisor para que se apagara en treinta minutos. Estaría dormida mucho antes.

90. La lágrima de Pierrot, por Rueca de Aurora.

He dedicado más de media vida a la fabricación de piezas con las que taparse el rostro. Ojos deshabitados, piel de esmalte y una decoración artesana para que personas de todas partes del mundo vengan a mí en busca del preciado objeto. Mi triunfo, dicen, reside en el realismo de las mismas y no son pocos los que han intentado averiguar mi secreto.

Desde hace años llevo concentrado en acabar lo que será mi última gran obra la cual pronto verá la luz. Gracias a ti, que sin tú quererlo llevas el ornamento fundamental para finalizarla. Tuve que recorrer callejones y suburbios hasta encontrarte, el poseedor del alma más negra que produjera lágrimas igual de oscuras. Así que deja de aguantar el dolor del estilete. Vamos Pierrot, llora.

89. ¡Sálvame, corazón enmascarado!

A esta fiesta se viene con máscara, pero nadie quiere ocultarse. Todos llevan carísimas venecianas bañadas en plata o incluso oro. Los más pudientes incluso mandan incrustar esmeraldas y otras piedras.

¿Qué paradoja no? Un elemento que cubre el rostro, está siendo utilizado con el fin de ser ostentoso y por supuesto reconocido. Porque los 50 invitados se conocían muy bien. Tantos años trabajando juntos en programas del corazón los habían convertido en hábiles investigadores -de asuntos banales e íntimos sobre todo. Y en arpías claro… Todos saben que ese mundo los vuelve ambiciosos y es difícil decir ¡basta, quiero irme a casa, que nadie sepa de mis affaires!

Entró la invitada más rezagada, muy elegante aunque se notaba que no había pasado tantas horas entre peluquería y maquillaje como el resto. Llevaba una delicada máscara de plata con perlas naturales. De repente encontró en su bolso la máscara que su hijo le hizo para el baile, que por supuesto no pretendía utilizar. Pero según transcurría la noche, y veía en otras colaboradoras como podía acabar, guardó su lujosa careta y se plantó con la de cartulina y pegatinas de su pequeño, orgullosa como nadie y sintiéndose un poco salvada.

88. JUGANDO AL ESCONDITE

Java, mi hermana pequeña, la única que tengo, se asusta cuando me ve aparecer con la máscara. Entonces, mi madre me la quita y la esconde, pero suelo localizarla rápido; conozco bien el laberinto, incluso a oscuras puedo recuperarla. Tiene un pequeño orificio y ya no sirve para nada, sin embargo es mi trofeo. Cubría la cara del hombre con casco que se abalanzó sobre Noa, mi hermana mayor, la que ya no tengo. Eso ocurrió hace un año, el mismo día, que al darme cuenta de que las niñas se habían quedado rezagadas, sin temor a los gases ,salí del refugio y apreté el gatillo de un fusil, mientras seguían sonando las sirenas.

87. La cruzada de Marcelorámix, por Javier Ximens

En el año 2000, toda Hispania estaba ocupada por los cristianos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles toledanos resistía aún al evangelizador, por ello, la jerarquía romana envió al padre Marcelo Rámiz, extremeño, un auténtico templario, para que les sometiera a la Fe Verdadera. Al llegar a aquel pueblo perdido entre los montes tuvo que decidir si exterminaba a los nativos con plagas celestiales o se integraba en sus costumbres paganas y —lobo a oveja— atraía a las bestias al rebaño divino. Don Marcelo vio la oportunidad cuando el cielo les cayó encima y el diluvio se llevó el salón de baile.

Catorce años después no se entiende ningún carnaval sin la fiesta de máscaras organizado en las dependencias parroquiales. Adelanta el tapado de imágenes para que no vean el bautismo de vírgenes, la comunión de nalgas, la confirmación de perversiones sexuales, la consagración de deseos y la resurrección de pasiones jubiladas. Mientras entre los bancos, capillas y confesionarios se festeja la bacanal de la carne, con la pila bautismal rellena con el mejor vino de misa, el cura Marceloramixdesde el púlpito— hace inventario de los ausentes para el informe al obispado de los cristianizados en el ejercicio.

86. En directo

Todas sus amigas (y también sus enemigas) se habían operado. Era la última locura del mundillo de la televisión. Todas se operaban y la animaban para que también lo hiciera.

—Es “supersencillo” tía, no sé por qué no te animas— le había dicho la becaria del programa.

Eso fue lo que la decidió. La becaria, jovencísima, intentaba escalar posiciones y Carla no podía ponérselo más fácil aún. Además era cierto, la operación era muy sencilla, bastaban dos pequeñas incisiones para acortar ligeramente los músculos faciales y fijar para siempre una sonrisa en el rostro. Sonreír era parte del trabajo.

Dos semanas después se produjo la tragedia. La noticia conmocionó al mundo. Los muertos se contaban por cientos y, al ser Navidad, muchos eran niños.

Desde el plató, Carla dio paso a la becaria, que había conseguido un puesto en la unidad móvil, y la vio paseándose entre cadáveres cubiertos con mantas, luciendo aquella sonrisa imborrable. Sus ojos estaban húmedos y sus labios temblaban, pero su boca sonreía dándole una expresión de máscara bipolar.

Cuando le devolvieron la conexión, Carla se cubría el rostro con las manos, avergonzada.

—Publicidad, nos vamos a publicidad— murmuró el regidor.

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