Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

65. Regreso a los orígenes

«Tres, dos, uno… navegas entre selvas, escuchas rugidos, trinos, sientes un viento cálido y húmedo que te recuerda a tu infancia, o a otra infancia más lejana», dice la voz.

«Te miras. Estás casi desnuda, pero no te avergüenzas. Detienes la canoa. En la orilla te reciben otras mujeres como tú. Están alegres, cantan, bailan, y te informan de que ha llegado tu gran día. Jamás perderás tu poder, te dicen, y te llaman por tu nombre».

Renata tiene los ojos cerrados; está tranquila. La voz, la hipnótica voz quizá no esté diciendo todo eso. Puede que incluso no exista, o sea un simple eco del pasado. Pero ella lo escucha, lo siente. Por eso está regresando a ese lugar salvaje que jamás ha visto. Al Gran Río, a su tribu. Y ríe, y baila.

Y todo se nubla.

 

—Mo… montaré a caballo, y… tensaré mi arco —murmura, adormecida aún por la anestesia—. Jamás perderé mi poder.

—¿A caballo? Cariño, primero… debes empezar con la quimio. Pero todo irá bien, ya lo verás —le dice suavemente su marido.

—Lo sé, solo estaba bromeando —responde ella, sonriente. Con ese brillo peculiar que solo poseen las verdaderas amazonas.

64. DE IDA Y VUELTA (Belén Sáenz)

Puse la taza de té sin terminar en el alféizar cuando vi que por fin había dejado de llover. Cogí la correa de Robbie y salimos en busca de un cielo sin nubes que se pareciera al de Madrid. Con la absurda ambición de recobrar a Yolanda. No sé si saltamos por impulso o nos absorbió una corriente de nostalgia en aquel charco calmo que reflejaba un azul casi mediterráneo. Tras un fundido a sepia surgí, como un león, en la plaza de Cibeles. Permití que Robbie guiara el carro de la diosa que nos emparejaba y decidiera entre Gran Vía o Alcalá. A mí me bastaba con reencontrar el pasado. La vida, tal y como me hervía en los genes, se representaba en las calles y no era necesario pagar entrada. Pero cruzábamos la frontera entre el verano y el otoño, y pronto la gente empezó a regresar al abrigo de sus casas. Entonces rememoré aquellos sorbos del té inacabado, la lluvia anglosajona que zarandea las telarañas, la chimenea en el pub de la población circundada por una soñolienta campiña donde había construido mi hogar hacía ya muchos años. Y anhelé regresar sin demora a Amanda.

63. Saudade. 2014

Anónima

Lágrima sobre papel

 

A mi cerebro le gusta abrir los cuartos más oscuros de mi alma en los días lluviosos de otoño. Sin embargo hoy, a pesar de la lluvia, cuando he cogido el viejo álbum de fotos y acariciado sus hojas de papel, ha entrado por la ventana el sol de un día luminoso de verano en el que tres niños corretean por la casa llenando el aire con sus risas. Acaricio sus siluetas y me pregunto por qué renuncié a aquellos momentos, por qué no luché más, por qué me fui. Y de pronto todo se oscurece. ¡Cómo olvidar por qué huí! Pudieron más los gritos, el miedo y las amenazas.

Me sirvo otra copa de vino y pienso que quien inventó los álbumes de fotos modernos con su cubierta de plástico en cada hoja sabía bien del poder destructor de las lágrimas sobre el papel.

62. PRIMER DÍA DE COLEGIO

En el patio hay un árbol nuevo. Es como el trampantojo de la interpretación libre de un árbol. Un ejemplar que tiene un aire desconcertado y que resulta desconcertante. La directora cuando lo vio pensó que era inapropiado porque es desproporcionado, los colores no guardan ninguna coherencia y es imposible saber a qué especie corresponde. Además, dijo entornando los ojos: «¡Este árbol no estaba aquí el año pasado!».

Ante el asombro del equipo directivo el conserje señaló que el día anterior tampoco había árbol y que tanto el personal de limpieza como el de mantenimiento podían corroborarlo.

La jefa de estudios se acercó y acarició el tronco, miró a María y dijo: «es un árbol imaginado, alguno de los chavales nuevos que están en clase y que ha venido de lejos lo ha traído hoy. Seguro que el chico tuvo un ensueño, un recuerdo y aquí está».

-Si continúa podremos montar un jardín botánico –rio el secretario.

La directora muy seria no se lo pensó mucho: «Esto es una locura. Se nos va a llenar el colegio, el parque y medio pueblo si no hacemos nada. Comentadlo entre los compañeros. Mañana lo trataremos en el claustro y buscaremos una solución».

61. El encargado

Cuando los obreros se cambian en la caseta, él  ya está en la obra. Indica a los camioneros que descargan materiales y  distribuye las tareas, aunque los hombres apenas le escuchan con el ruido de la hormigonera.
Atiende a una pareja que viene a ver los pisos.
-Puerta de roble  americano, suelos de caoba de Madagascar y regalamos el microondas -explica orgulloso. Todos van al bar de la esquina, pero él come en un banco cerca de la obra. Acaba un bocadillo con demasiado pan y se sirve otro vaso de vino, maldiciendo el abrefácil del brick. Entonces  recuerda cuando  en su vida todo estaba por construir. Siente el sol calentándole la espalda a través de la camiseta de tirantes, y la ilusión por abrir la fiambrera para descubrir que había puesto la Paca. Siguiendo el hilo del tiempo perdído, encuentra el olor del pelo de los chicos al darles el beso de buenas noches.

La inauguración es un  momento agridulce. El orgullo de ver terminado el edificio se mezcla con una sensación de vacío, de pérdida. Cuando empiezan los discursos el jubilado se aleja arrastrando los pies, buscando otra obra para ocupar su vida los próximos meses.

60. Reencuentro (Jesús Navarro Lahera)

Una tórrida mañana, decidí abandonarlo todo e irme al sur. Mientras había sol caminaba sin detenerme, y de noche me tumbaba al raso para dormir. Con todos los que me crucé se repitió la misma conversación. Primero me preguntaban qué me sucedía, cuál era el motivo de que llorara, y yo respondía que estaba enfermo de una dolencia antigua como el mundo.

Entonces me sugerían acudir a un médico cercano, pero yo me despedía tras asegurarles que era inútil, porque se trataba de una enfermedad sin cura. Luego no hablaba más. De qué les habría servido saber que me dirigía a la playa donde la conocí, ese oasis de palmeras y arena blanca en el que nos comprometimos a estar juntos el resto de nuestras vidas.

Allí, de la mano, contemplamos atardeceres que teñían el horizonte de colores naranjas irreales. También paseamos juntos mientras las olas acariciaban nuestros pies. Porque ese era el sitio en el que, con las últimas luces del día, iba a avanzar hasta que el agua me cubriera por completo, y así, al fin, cumplir el anhelo de reunirme por siempre con ella donde justo un año antes había lanzado sus cenizas al mar.

59. Verum vinum  (fuera de concurso)

Si me invitáis a una copa, os relataré mi aventura en la montaña más alta del mundo, sin oxígeno, sin miedos, sin compañía. Pero tal vez no sea del todo cierto.

Con la segunda, juraré que vi una sirena entre las rocas, con la cola de escamas, su pelo de algas y una sonrisa de espuma. Aunque quizás os estaría mintiendo.

Con la tercera, os contaré aquella vez que me perdí en la jungla y sobreviví comiendo raíces, semillas y larvas. Y probablemente será tan falso como todo lo demás.

A partir de la cuarta, recordaré los viejos tiempos y os hablaré de aquel día en el que fui feliz.

58. LA CHICA DE AYER (Rosalía Guerrero Jordán)

Cierro los ojos y dejo que la música me envuelva en su seda dulce y suave.

Un día cualquiera no sabes qué hora es,

Te acuestas a mi lado sin saber por qué.

Sus manos rodean mi cintura mientras los versos vuelan de sus labios a mi oído.

Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer.

Jugando con las flores en mi jardín.

La cálida brisa de su aliento me acaricia la piel. Mi vello grita, electrizado.

La luz de la mañana entra en la habitación.

Tus cabellos dorados parecen el sol.

Alguien dice mi nombre y abro los ojos.

Canciones que consiguen que te pueda amar.

Abuela, ¿quieres que apague la radio? No, no.

Demasiado tarde para comprender.

¿Por qué lloras, abuela?

Mi cabeza da vueltas persiguiéndote.

Por nada.

57. Manías (Fuera de concurso)

No me gustan los pimientos rellenos, las lentejas ni las alcachofas. Sabores de otra época, cuando dormía en la misma habitación con mi abuela. Rezaba una avemaría antes de acostarse por su hijo, el que se tuvo que ir a trabajar lejos. Cuando este falleció, sin previo aviso, aprendí que las avemarías no servían. Tal vez los padrenuestros hubieran sido más efectivos, le dije mientras la consumía el duelo. Años después enfermó mi tía y siguió mi consejo, pero los padrenuestros tampoco sirvieron y me sentí un impostor. A ella se le quedó el luto en la cara, aunque siempre tenía una sonrisa para mí. El día que se fue, mi vida se volvió gris, como su mirada. Pensé durante un tiempo en marcharme de casa, en huir de los silencios, hasta que leí el fragmento de la magdalena de Proust. Desde entonces como lentejas, alcachofas y pimientos rellenos, sus platos favoritos. También imito sus rutinas. Al levantarme de la cama me calzo primero el pie derecho, me santiguo antes de salir de casa, repito sus dichos, sus sonoras palabrotas, bebo una copita de vino dulce a mediodía, fumo en pipa. Lo que nunca hago es rezar avemarías ni padrenuestros.

56. En busca del tiempo perdido (Josep Maria Arnau)

Entra en la celda. Como había pedido, los buñuelos de viento le esperan encima de la mesa. Mira el reloj y empieza a comérselos. Piensa en su madre, una artista que iluminaba la celebración de Todos los Santos con aquel detalle para los niños. Revive sus abrazos y cómo se reía cuando él, el más pequeño, devoraba el último buñuelo al grito de «¡sin prisioneros!». Sigue hasta que solo le queda uno en el plato y vuelve a mirar el reloj. Sabe que el alguacil y el capellán están a punto de llegar. Se guarda en el bolsillo el solitario buñuelo, quiere acabar con algo que le deje buen sabor de boca.

55. Fado en mi menor

Tiago columbraba el cielo gris de Oporto a través de las ventanas. Las gotas de lluvia en los cristales hacían carreras fusionándose antes de llegar a la meta, o quizás esa fuera su meta. El tiempo se había detenido en aquella tormenta de otoño mientras Tiago podía ver a Amalia entrar del brazo de su padre en la impresionante iglesia de Santa Clara, él la esperaba nervioso delante del altar ante la atenta mirada de su madre, que nerviosa no paraba de mirar la arruga que había aparecido en el pantalón del novio. Oteando un gris horizonte, Tiago también traía a su mente la fantástica luna de miel en el Caribe y la noche que cenaron en aquel restaurante portugués donde se cantaban fados. Y fue mientras Tiago admiraba el aroma a colonia de bebé que transpiraba la habitación de su pequeña Mariza, cuando la voz adusta de Amalia le devolvió a aquel rancio despacho de abogados al socaire de la pertinaz lluvia atlántica:

—Tiago, por favor, debes firmar la demanda de divorcio.

54. PROMESAS, PROMESAS… (Ana María Abad)

Cada año, en nuestro aniversario, viene a visitarme. Y cada año me jura, con la mano en el corazón, que la próxima vez se quedará conmigo de manera permanente. “Pero todavía no puede ser”, me explica, “ahora hay nietos de por medio, los chicos aún me necesitan… el año que viene, seguro”. Su sonrisa es triste, de disculpa, y mientras la veo descender la colina de vuelta al pueblo, su paso se me antoja más vacilante, más fatigoso. Con un suspiro conmovido, me despido de ella agitando la mano, aunque sé que no se girará para mirarme, nunca lo hace.

De nuevo solo, me ocupo en esos pequeños menesteres que me mantienen entretenido: quitar las hojas secas que caen del viejo castaño, hacer ramilletes de margaritas silvestres para el jarrón que ella me regaló, sacar brillo a las letras doradas de mi nombre. Del bolsillo hecho jirones de mi chaqueta saco su fotografía, descolorida y ajada, como yo mismo, y se me vela la mirada ante su rostro, tan joven, tan sonriente.

Recojo la rosa blanca que, como siempre, ha dejado sobre la lápida, y me la pongo en el ojal, hasta el año que viene.

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