Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

01. HARPAXOFOBIA *

Ha vuelto a notarlo. Al salir de la cocina ha intuido el salto de esa figura apenas imperceptible entrando en su cuarto. Ha decidido no ir a comprobarlo. No necesita comprobarlo. Lo ha visto cruzar el pasillo de un salto como otras tantas veces. Y sabe que cuando vaya al salón todo seguirá igual que siempre. Todo estará en su sitio. Pero en unos días volverá a darse cuenta de que falta alguno de los libros de la estantería de Julio, una foto de la repisa o una macetita de las suculentas. Todo su temor es imaginar donde va a parar todo lo que le quita: cucharillas de café, ceniceros, el mantel de flores, el candelabro de la tía Bea. El gato. Pobre Chispas. Aquella noche pudo escuchar uno de sus habituales bufidos de advertencia a quien se le acercaba más de la cuenta, y a la mañana siguiente se había esfumado para siempre. También su marido, Julio. En unos días hará ya casi un año. «Volveré tarde», dijo.

*Harpaxofobia; miedo a ser robado

93. RE-CREACIÓN

Sobre la gran peña del centro del bosque, la asamblea de los más ancianos está debatiendo sobre el castigo que nos corresponde. Estamos acusados de atentar contra la madre naturaleza.

Los grandes carnívoros presiden la reunión. El oso asegura que nos ha visto ahogar en el río a una camada de zorros por la codicia de disfrutar de sus pieles para abrigarnos. Una comisión de ciervos afirma que cazamos por placer y que entrenamos a nuestros cachorros en perseguir a los más débiles hasta la extenuación. Las aves declaran que talamos árboles para calentarnos con su leña y que quemamos el bosque para despejar una zona donde construir nuestras chozas.

Los escuchamos desde nuestras jaulas, agitándonos furiosos contra nuestro dios.

Cuando lo llaman a declarar, le gritamos que nos engañó diciéndonos que éramos los amos de la creación. Él alega que el sexto día cometió un grave error, pero que está dispuesto a subsanarlo condenándonos a cadena perpetua hasta que nuestra especie sea la primera de todo el reino animal en extinguirse.

92. La lista del general

El olor de la uva madura le recordaba a otros tiempos, cuando  sus huesos no podían predecir la lluvia. El general presumía de tener la mejor bodega  de Alemania. Defendía la superioridad del vino ario sobre el resto de vinos europeos, en especial el francés, que le parecía orín de asno. Afirmaba que caballeros teutónicos llevaron el vino alemán a Tierra Santa, y que fue elegido por Cristo para la Última Cena. Ante la escasez de mano de obra, un amigo que dirigía un campo cercano le prestaba un lote de mujeres y niños judíos en buen estado.
-Mis uvas solo las tocan manos delicadas – se jactaba ante sus oficiales. Acabada la vendimia,  lobos vestidos de gris cargaban a unos corderos asustados con un tatuaje en el brazo  en un tren. El mismo que llevaba toda la producción de la bodega  camino del puerto de Hamburgo.

Semanas después el general recibió una llamada en el club de oficiales. Le confirmaban que un carguero con bandera uruguaya acababa  de zarpar.
En las bodegas, entre barricas de auténtico roble de la Selva Negra, viajaban los judíos camino  de la tierra prometida. Entonces alzó su copa  y brindó por la salud del Fürer.

91. Érase una vez

Cuando empecé a escribir, yo era un oso pequeño, casi de peluche, que inventaba historias de dragones y princesas, que asesinaba lobos en algún bosque tenebroso y comía perdices, contagiado por la felicidad de los protagonistas, para celebrar un final satisfactorio. Al alcanzar la adolescencia, sentí la necesidad de salvar el mundo. Fui un perro callejero que hacía poesía para reivindicar la paz y encadenar amores. Dependía del cánnabis y el alcohol, me alimentaba de emblemas y consignas y nunca fui capaz de mejorar nada, ni siquiera a mí. Autodestruido y famélico, aproveché mi cercanía al infierno para convertirme en un lagarto. Desde aquel suelo caliente, observé la deriva de las cosas, el devenir de los planetas, la inteligencia furtiva del amor. Concebí así, desde mi pedernal atávico, cuentos desquiciados que reptaban entre la yerba marchita, que cambiaban de camisa y se amamantaban con la proteína que ofrecían los insectos. Fue aquel un tiempo placentero en el que aprendí a vivir con los pies en el barro y la cabeza siempre dando vueltas. Ahora, cansado y algo viejo, asumo esta última metamorfosis. La placidez ficticia de planear entre corrientes, de afinar la vista para encontrar, antes que otros, la carroña.

90. Gatoterapia

Los primeros maullidos son tímidos, pero pronto nos lamemos, vagueamos panza arriba. Nos hartamos de delicias gourmet. Con la tripa llena buscamos un lugar cómodo. Nos acurrucamos. No pensamos. Tampoco juzgamos ni criticamos. Sencillamente, contemplamos. No tardamos en percibir lo invisible: la vibración de los rayos solares, el latido de las plantas, la melodía del viento y el aura de cada ser vivo. Justo al borde de alcanzar la iluminación el reloj marca las doce: se nos cae el pelo a matojos dejándonos la piel calva, el grácil cuerpo gatuno adquiere de nuevo dimensiones humanas, torpes de artrosis y lumbalgias, y avanzamos desnudas hasta sumergirnos en nuestra realidad de atascos, envidias, lágrimas, sudores y esfuerzos. 

89. La fabulosa fábula de los amantes entregados

Ronroneamos y lamemos el pelaje del otro con cariño. Tigre, yo. Pantera, ella. Vacíos por lo entregado. Henchidos por lo recibido. El sopor nos mece, saciados, complacidos y aún complacientes mientras apuramos el amor que compartimos. Y así nos entregamos al sueño con la tranquilidad que nos da la confianza. En mitad de la madrugada me desvelo y desvelado queda lo que tardo en entender unos segundos. Me quedo helado. La belleza felina que dormía a mi lado ahora está agazapada detrás de mi mesilla. Sin perder la elegancia, la sigilosa pantera escruta mi móvil. Yo: rugido interrogante. Ella: mirada mordiente. Depredadores enfrentados, a cuál más presa. Una certeza me sacude ferozmente el hocico: Podemos olvidarnos de las perdices para el desayuno.

88. Plenilunio

Fidel es un hombre lobo. Celebra esta noche su cincuenta cumpleaños. Siete años, en edad perruna: el ecuador de la vida. Anda deprimido porque su existencia es más la de un perro doméstico que la de un cánido salvaje.

Cenarán en el salón, con mantel y cubiertos. Abrirán vino y elogiarán el punto que da su mujer al conejo. El abuelo contará de nuevo lo de cuando esquivó aquella bala de plata. Los cachorros protestarán porque prefieren la carne más cruda. Y la abuela rezongará porque, con la dentadura como la tiene, ya no puede masticar bien las vértebras del cuello.

En las noches de plenilunio, Fidel busca un claro del bosque, hincha el pecho y aúlla hacia la luna. Puede ser animal hasta el lubricán y se siente indestructible. Corre, salta, escarba. Pega zarpazos al aire y desmiembra conejos entre sus fauces. Luego, cuando amanece, recupera la ropa y regresa a casa extenuado. Entra por la ventana entreabierta y deja en la ducha un rastro telúrico y herrumbroso.

Hoy su jefe ridiculizó a Fidel por las ventas y su carácter apocado. Mientras, él se sacaba un resto de pellejo de entre los dientes y sonreía.
Mañana hay luna llena.

87. PECES

Cuando baja la marea, la playa se llena de charcas donde los peces atrapados nadan en tristes círculos, y los chiquillos intentan capturarlos con cubos y redes de juguete. El niño de ojos rabiosos, pescador consumado, introduce a sus víctimas en un vaso de plástico encontrado en la basura. Los peces se hacinan en posición vertical, absorbiendo apenas el oxígeno restante en el agua. La gente le recrimina, le ruegan que los devuelva al mar, pero él los mira desdeñoso y continua implacable su cacería.

Cuando la marea sube y el agua devora las charcas, el niño de ojos rabiosos arroja su vaso al mar y regresa a la orilla, dejando tras de sí una hilera de cadáveres. Después camina arrastrando los pies hacia el Edén de las Sirenas.

Allí esperará en un recibidor oscuro que huele a cangrejo muerto a que, uno tras otro, salgan de la habitación distintos hombres a medio vestir, sudorosos, sonrientes y ya, por último, su madre. Avanza con premeditada lentitud, mientras se imagina a aquellos hombres como peces atrapados en las charcas, a los que mañana intentará capturar uno tras otro y los retendrá en su vaso hasta que al fin dejen de moverse.

86. REPOBLACIÓN

Las cigüeñas ya tenían sus nidos en las torres desde hace tiempo. La de la iglesia, la del ayuntamiento y la fábrica vieja. Llegaron después los mirlos, rabilargos y también abubillas. No las habíamos vuelto a ver desde el verano del ochenta y dos.
Los zorros convivían bien con los jabalíes y peor con algún roedor que apresaban para comer, si no se los arrebataban antes los halcones y milanos.
Ya solo quedábamos tres vecinos en el pueblo. Queta, Goyo y yo. Comíamos sobre todo verduras y legumbres que seguíamos cultivando. Aunque ya no cazábamos, alguna vez asábamos conejos al ajillo que nos regalaban las rapaces.
Desde que los animales empezaron a convivir con nosotros, la plaza y la antigua carretera nacional están más animadas que nunca.
Ahora es temporada de cría para los gatos y son buenos depredadores, así que igual cataremos perdices esta semana.
Y en un mes bajarán los oseznos, con sus madres, a cazar salmones en el río que baja caudaloso. Siempre nos dejan varios por la orilla.
Nunca habíamos sido tantos habitantes por aquí.

85. DAÑOS COLATERALES (ENCARNA RUIZ)

En su afán de innovar algunos números circenses, a Paquito, el domador, se le ocurrió entrenar a una pareja de chimpancés para que simularan beber una copa de vino ante el público. Después les ordenaba subirse a una pequeña bicicleta y, como si fuera improvisado, los simios fingían un tambaleo etílico y acababan cayendo, haciendo que el público se tronchara de risa. Solo Paquito sabía las horas que estaba dedicando a enseñarles el numerito.

Hasta que un día, en plena función, los chimpancés se subieron encima de Paquito y, entre aplausos de un público enardecido, iniciaron un cortejo amoroso que terminó con el domador en el suelo y los monos copulando sobre él.

84. IMITANDO A LOS MAMÍFEROS

Tengo un galgo que se cree que es un gato, y siempre anda persiguiendo a mi gato Pumby, que a su vez piensa que es un pájaro, incluso ensaya el vuelo cuando intenta dar caza al gorrión de las 11 de la mañana que acude a su cita en la terraza. Desde mi silla de escribir observo la escena repetida de la persecución en cadena cuando de repente, el pájaro se detiene, se gira, y lanza un bufido de amenaza a Pumby, erizando sus plumas y mostrando las uñas. Desconcertados, ambos perseguidores se quedan inmóviles, la escena se congela y ese instante lo aprovecha el gorrión, un día más, para escapar corriendo como un galgo.

83. Kira (Salvador Esteve)

Siento la cuerda apretando mi cuello; el peso de mi cuerpo me hace anhelar el aire. Pataleo con desesperación mientras mis ojos suplicantes buscan su rostro.

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