Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

81 Mi vecina (Pablo Cavero)

Míster Mártin, así me llamaba siempre mi vecina, con su inconfundible deje británico y colocando el acento tónico en la vocal equivocada de mi apellido. Una anciana con una educación exquisita, forjada desde pequeña en la cultura de las estrictas normas de la nobleza inglesa. Peripecias que fue relatándome poco a poco con un brillo especial en su rostro, acrecentado cuando hablaba de un gran amor oculto. Carecía de familia en la ciudad y quizá por eso agradecía tanto los ratos de mi compañía. Creo que me trataba como a ese hijo que nunca tuvo.

Cuando los médicos determinaron que su vida tenía una fecha de caducidad no muy lejana, decidió regresar a su tierra natal. En su despedida me dio una caja con varios diarios de su juventud. Tras leerlos durante varias semanas, la primicia que encabezada todas las noticias internacionales no me extrañó.

“Institutriz de origen español pudo haberle dado un hijo secreto al entonces príncipe heredero y hoy rey octogenario aquejado de una grave enfermedad”.

80. Todo el mar

Ahora incluso me hace gracia, pero cuando Juanito me dijo que el ratón Pérez no existía muchas cosas perdieron sentido para mí. Fue como retirar un naipe del castillo de la fantasía, uno equiparable a una viga de carga, para acto seguido verlo desmoronarse entero arrastrando en su caída asuntos como la magia, el misterio, la aventura y todos los personajes de cuento y los mundos extraordinarios en los que sus historias tenían lugar. Me lo dijo al salir de la escuela, y la imagen de su sonrisa mellada y triste me acompañó durante el camino a casa como preludio del desencanto que habría de encontrar al llegar. Nada más entrar en mi cuarto, en efecto, comprobé que la gamuza de la realidad lo había dejado impoluto de polvo de hadas. Estuve mirando compungido aquellas figuras absurdas que llenaban los pósteres de las paredes. Y rebusqué luego con desgana en el baúl de los juguetes. Ogros, magos, duendes, ninfas, brujos, dragones… A veces detenía la atención en alguno de ellos, hacía unos cuantos pucheros y lo lanzaba luego por encima del hombro. Tal vez por costumbre, aunque sin esperanza alguna, me llevé al oído mi vieja caracola.

79. ¿Cómo están ustedes?

-Bieeeen. Responden cientos de voces entregadas a la diversión una tarde más.
Y como estoy yo, nadie pregunta. Bajo la pintura de sonrisa eterna se esconde la tristeza de la soledad, ésa que va pesando cada día un poco más. Anclado como un viejo barco que sobrevive sin olas ni marineros, va marchando la vida sin darme cuenta, que cada vez me queda menos recorrido.
Siempre el mismo número: tropiezo con la piedra de cartón, me caigo dando una voltereta y termino mojado bajo un cubo enorme de agua. Y risas, muchas risas y aplausos para rematar la actuación vespertina. Pero hoy, aprovechando el agua en mi rostro, tomo un pañuelo que guardo en mi bolsillo y me limpio la pintura dejando ver mi verdadera sonrisa. Después, con el asombro del público que va dejando de reír, me despojo del traje de payaso. Saludo al público confundido a modo de despedida y me voy, sorprendiendo a los presentes.
Es hora de levar anclas. Mi paso firme, no me hace mirar atrás, aún conservo la dirección de aquella chica que me dijo que me esperaría.

78. REENCUENTRO

Caminaba por la playa, cuando desde el único chiringuito que había empezó a sonar su canción preferida. Como en todas las ocasiones que la escuchaba, que luego tatareaba sin cesar por horas, la transportaba a los tiempos en los que se sentía bien diferente. El lugar estaba casi vacío y no debía darle vergüenza echarse el baile al que invitaba también la canción, apoyándose del bastón con el que se ayudaba para caminar. No sabía qué la había llevado volver a este lugar, mientras los recuerdos la transportaban ahora al lejano día en el que el joven marino se despedía desde el barco de guerra tras un interminable beso.
Un vetusto velero al mando de un viejo marinero, curtido tras mil batallas por los mares del sur, iba tocando puerto mientras ella terminaba el baile, asombrada del ritmo que le había puesto y de que las piernas la llevaran corriendo sin ayuda de nada a la dársena para subir al barco. En él emprendería ahora el viaje de su vida, para el que estaba más que preparada.

77. JUSTICIEROS DEL AMOR (IsidroMoreno)

Era los sábados cuando las “eroavionetas” colmadas de amor y pasión sobrevolaban nuestro barrio. Desde primeras horas, nos manteníamos alerta para disfrutar de la llegada y descarga de roscos que, en forma de corazones, arrojaban aquellos aparatos. Muchos vecinos jóvenes, mayores y medianos salíamos a la calle ansiosos de pasión, con los brazos abiertos al cielo y como si de un maná se tratase o como en una cabalgata de reyes, intentábamos atrapar al vuelo alguno de esos roscos del amor. Para evitar lesiones, la policía no permitía paraguas invertidos. No valía tomarlos del suelo, pues si caían quedaban rotos e inutilizados para siempre. Había personas que salían con máscaras y disfraces para evitar, se supone, ser reconocidas quizás por su pareja que también podría estar esperando otra oportunidad; también había ambiciosos que pillaban varios “roscos acorazonados”: eran la envidia de quienes no cogían nada y tendrían que esperar al próximo sábado.

Todo acabó un día cuando un ejército de angelitos justicieros, con arcos y flechas, atacaron a las promiscuas “eroavionetas” para expulsarlas del espacio aéreo del barrio. Desde entonces, a menudo y sin avisar, los angelitos escondidos quién sabe dónde, escogen y lanzan flechas directas solo a corazones errantes.

76. Asombrados – Calamanda Nevado –

Tenía  cuatro años,  y ya por entonces quería ser maga. Haría desaparecer objetos durante un rato para ver el asombro y la sorpresa   en las miradas. Cuando venían conocidos   a casa, mamá decía satisfecha. “Va a ser maga”. Un día caí desde muy alto,  todos se asustaron menos mi padre.  Murmuró sereno: “Va a ser maga” y me  levantó del suelo fresca y fuerte.

En  segundo de primaria perfeccioné el truco del palillo invisible, en  tercero el del vaso flotante y tragaperras, en cuarto el del lápiz volador, en quinto  duplicaba monedas, en sexto    cada  día me decía a mí misma: -Hoy has adelantado mucho-.  Mi abuelo repetía. “Si   quieres ser maga  márchate lejos”. Papá salía de su silencio para espetarme. “Necesitas un nombre que marque tu  destino”.

-Tengo veinticinco años, seudónimo,  habilidad en  trucos magnéticos, me dije,  voy a “estrellarme”, como augura mi novio y mamá, y  probar suerte    en la ciudad-.

Aquí sustituyo a un famoso mago y no    dejó de asombrar a la gente.   Hago tantas  funciones que   no saco tiempo para acercarme por casa. En la última  fotografía que  recibí de ellos, hace semanas, mi novio está sentado en las rodillas de mi madre, muy sonrientes-.

 

 

 

 

75. El circo invisible

El punto de encuentro es un paraje oscuro y solitario. Con una anticuada reverencia, el tipo me indica que suba los escalones de la que será mi futura vivienda: una vieja roulotte. A pesar de estar algo destartalada, parece resistente.

Retira unos cachivaches y sacude el mugriento sofá. Luego, saca una petaca de su levita encarnada y sirve dos tragos.

—¡Por mi nuevo escapista! —brinda, alzando su vaso hacia mí—. Tenemos una urna de mil litros de agua que nunca ha fallado.

Le aclaro que yo soy equilibrista y él sonríe.

—No hay problema —responde, mostrándome sus caries—. Yo antes era carnicero.

Le explico que tengo claustrofobia y reclamo que el anuncio del periódico decía claramente: “Se busca equilibrista para Circo Invisible”. Pero él se marcha y cierra el portón por fuera con llave.

—¡Ahora tengo prisa! —exclama mientras se aleja—. ¡La elefanta está de parto!

Pego la oreja a la puerta y solo percibo un frío silencio.

—¡Eh, vosotros! —le escucho gritar en la distancia, como un eco de otro mundo—. ¡Tensad bien esa cuerda o la lona se vendrá abajo!

Entonces, me asomo por el ventanuco y por fin puedo verlo: el circo invisible.

74. Trapos sucios (montesinadas)

La fatiga del duelo se reflejaba en el rostro de todos, quizás en unos, más que en otros. La pérdida de nuestro padre me había provocado una pena que vagaba como un soplo adherida al pecho, como una desdicha incorpórea.
La casa conservaba su olor y su memoria reciente. El vaso del cepillo de dientes con la marca blanquecina de sus dedos aún en el lavabo. Los objetos que había tocado por última vez y que me parecieron impregnados de una extraña tristeza. El escritorio donde nos enseñó a escribir, donde también recibimos alguna que otra paliza y mis hermanas demasiado cariño. Cartas sin abrir, invitaciones a las que ya nunca asistiría…
La familia fuera no dejaba de discutir sobre lo que pudiera aparecer en el testamento. ¿Contaría historias, hasta entonces inconfesables, que oscureciera aún más aquella atmósfera de ira, odio y resentimiento? A mí lo que más me sorprendió fueron la palabras que escribió sobre el espejo antes de colgarse: “la penitencia del pecado durará tres generaciones”. ¿Será verdad lo que mis hermanas y mi madre han callado durante años? Y rompí a llorar al ver la soga que usó oscilando sobre la cabeza de mi hija.

73. Primer contacto

Temblé de emoción cuando vi uno por primera vez. Asomado al balcón, vislumbré una forma con traza humana y unos ojos refulgentes que hubiera jurado que me contemplaban con el mismo asombro que sentía yo en aquel instante.
Un día, habían comenzado a caer del cielo unos insólitos seres de procedencia desconocida. Se había corrido la voz de que eran ángeles enviados por el Señor para transformar aquel lodazal de desgracias en un edén. Durante un tiempo, las iglesias se llenaron de nuevos conversos, pero la pobreza subsistió con inquebrantable persistencia. El desencanto sembró una idea que fue calando entre la gente como una lluvia fina: si no poseían alas, solo podían ser ángeles caídos, demonios expulsados del paraíso.
Hoy, cuando volvía de recoger un bocadillo en la parroquia, he visto a otro rebuscando en la basura. Unos vecinos le han gritado «hijo de Satán» y ha huido perseguido por un aluvión de piedras.
Intento explicárselo mientras devora su mitad con avidez e intercambiamos miradas curiosas. Contesta con palabras ininteligibles, pero sus ojos parecen decirme que, si es así como concebimos a los demonios, tal vez nuestro mundo sea un infierno que no somos capaces de reconocer.

71. Plenilunio (Juana Mª Igarreta)

Lucía no sale de su asombro. Acaba de enterarse en un programa de ciencia de que la Luna es hija de la Tierra. Que hace millones de años un gran asteroide impactó en nuestro planeta y provocó el desprendimiento de un trozo del mismo, dando origen a nuestro enigmático satélite. Cautivada por el descubrimiento, hoy no se tomará la pastilla para dormir. Es noche de luna llena y prefiere soñar despierta.

Son las tres de la mañana. Lucía, embargada de plenilunio, anota en su pequeña libreta las múltiples sensaciones que brotan en ella bajo la gran esfera plateada. De pronto, un golpe seco proveniente del patio de luces del edificio la saca de su embeleso. Se asoma y ve, sobrecogida, que un cuerpo yace inmóvil sobre el cemento. Chilla, pero las ventanas permanecen cerradas. Sobreexcitada y presurosa baja las escaleras, golpeando en cada piso cada puerta. Los vecinos, hasta hace unos momentos reos de Morfeo, la observan perplejos. Unos, incrédulos, se frotan incesantemente los ojos. Otros, mitigan su temblor apoyándose en la pared del pasillo. Pero todos permanecen paralizados escuchando el fatal suceso que a voz en grito narra una y otra vez Lucía “la Mudita”.

70. Mariposas en el riñón (Patricia Collazo)

«No hay sorpresa más mágica que la sorpresa de ser amado». Charles Morgan

Tengo unos oídos privilegiados: con ellos puedo oler las castañas de navidad aún en septiembre, puedo percibir la rugosidad de la hojarasca en noches cerradas, puedo saborear las manzanas con caramelo que vendía un hombre de bigotes a la salida de mi escuela.

Mejores son mis manos. Con la izquierda puedo ver las efímeras estrellas fugaces de las noches de verano o encandilarme a fuerza de atardeceres nunca vividos. Y con la derecha, al ponerla cóncava, escucho el mar.

De mi nariz tampoco me puedo quejar. Con una de las fosas nasales soy capaz de percibir el sabor de la sonrisa polizón que está a punto de escaparse de tu boca, mientras con la otra acaricio tus manos temblorosas y sé que estás tan ansiosa como yo.

Mi lengua, que siempre me ha permitido escucharlo todo, hasta el más mínimo alfiler cayendo sobre la alfombra de la habitación vecina, está ahora paralizada y solo oye el retumbar atronador de mi propio corazón.

De los ojos, nada te puedo decir. Ya ves, los tengo cerrados desde que nos dimos el primer beso. Y no quiero volver a abrirlos.

69. Feliz Año Nuevo (Alberto Jesús Vargas)

Cuando se encontró aquella carta, cuidadosamente doblada sobre la mesa del comedor, prefirió no abrirla. Aunque era lo último que hubiera esperado, ya se temía lo que iba a leer en ella. Recordó que él, siempre tan elegante, decía que hay determinadas cosas que no son para comunicarlas por WhatsApp. Tras varios días resistiéndose a aceptarlo, reunió el valor suficiente y sin ni siquiera desplegar aquel folio, la rompió en dos, en cuatro, en ocho trozos. Así hasta convertir aquel texto contaminado de traición en un montón de palabras rotas, en desengaño hecho trizas. Luego, descorchó la botella reservada para la ocasión que, festiva, dejó escapar su impaciente bocanada de espuma y llenó una copa que no pensaba beberse para elevarla en un brindis solitario mientras lanzaba, por encima de su cabeza, los minúsculos trocitos de papel. Acariciándose el vientre bajo la breve lluvia de confeti, se deseó a sí misma un feliz Año Nuevo.

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