Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

57 A través de la ventana

Clementina, no quería salir del apartamento donde habitaba porque para ella este era su mundo, así quería vivir, encerrada entre cuatro paredes pero con una hermosa vista. Vivía en un piso alto y desde ahí podía ver la montaña, las casas grandes y coloradas, las personas que cruzaban de acera cada día y las niñas que jugaban al escondite en el parque.

Ella era feliz, y a pesar de que su vida era rutinaria, el paisaje cambiaba su existencia. Con el tiempo la vida de la señora se vio afectada causándola graves problemas de salud, ya que no podía casi moverse, había engordado tanto que cuando tuvo una crisis, los bomberos destruyeron la ventana por donde ella miraba, formando de ella parte del paisaje.

56 Náufrago (Ana Tomás García)

“Desde aquí, sin duda, las vistas son las más impresionantes, pero el cielo no es azul, eso sí, está cuajado de estrellas.”— Escribe en una nota — “Sin embargo, no es un sitio bonito… no sé, carece de tantas cosas… Jamás creí que esto fuera así… Hace frío; no hay vegetación; está desierto… Bueno, eso ya lo sabía, pero yo tenía una idea romántica como de nube de azúcar, donde recolectar trozos de queso, o cucharadas de merengue, y esconderme en la cara oculta… Madre mía, siempre quise esconderme en la cara oculta… Resulta que estando aquí, no hay cara oculta, y eso ya me ha decepcionado lo suficiente. Ni siquiera puedo apreciar su sonrisa cuando mengua. En cualquier caso, compañeros, que yo dije lo de quedarme en la Luna como una broma, y a saber cuándo vuelve otra excursión de estas; que estoy solo y esto es muy aburrido, que ya sé que soy un pelma, pero si alguien lee esta nota, por favor, que venga, que me saque de aquí, que le recompensaré con lo que me pida.” —Y arroja con todas sus fuerzas la nota metida en una fiambrera.

55 Carteles y banderas- Calamanda Nevado

Nos envolvía la espuma  y las crestas de las olas, frías como copos de nieve. Tú las encontrabas  increíbles.  La corriente helada y el viento me gastaban y   atravesaban; perdía más calor que producía. Tú, con  hambre de mar atrasada, volabas  sobre sus ondas    y el oleaje de la línea costera   con la ferocidad de una embajadora  conquistada por su bandera.   Aquella  temperatura no  me  dejaba pensar y necesitaba  recomponer mi balbuceo y convertirlo en palabras inteligibles.  Observaba la felicidad con que  agitabas los brazos    en  aquel  glacial oceánico,   la borrachera  con que entregabas tu  espíritu y tu  piel pálida  al agua que resbalaba   temblorosa  en tus hombros,  y la dulzura y el trueno de tu risa.

Después llegaron   tus besos azules y salados, y su    huracán,  tanto que   conmovieron al glacial de esa orilla,  jugué con tu cintura saltarina y mi termómetro interior   ascendió sus grados, en el momento que    te acurrucaste  junto a  mí con    un tropel de  suspiros, y bebí  a tragos cortos ese  invierno.     Cuando nos iluminó   el tímido sol de mediodía,  ya me ardían  las puntas de las orejas y  decidí no hablarte de lo nuestro, de momento. Porque  yo no podía morir sin libertad.

 

 

 

 

 

 

 

54. SE ACERCA LA NAVIDAD (Alicia Alguacil Agudo)

Eran las vacaciones la navidad, en la gran casa  de la abuela, se mezclaban los olores de condimentos correspondientes a los dulces que como cada año se preparaban para  navidad. A los pequeños no nos dejaban ayudar, nos decían, que cuando salieran del horno podríamos probar los ricos royos, mantecados, alfajor…

Nos mandaban al “allá arribota”.  Era el desván de la  casa, correspondía a la quinta planta de esa gran casona de pueblo donde todos los primos podíamos jugar si molestar. Hacia frio, había estado nevando  toda la noche, oímos un gran ruido atronador. Nos acercamos al balcón y vimos como la furia del  agua se llevaba a su paso  personas y cosas. Se había desbordado el rio.

Bajamos rápidamente a la cocina  con el miedo metido en el cuerpo. Nos prepararon un gran vaso de leche caliente acompañado  con  los distintos dulces que habían estado preparando y pronto, con  el olor a canela, anís, turrón… desapareció el miedo y sentimos el calor y la seguridad del hogar.

53. FLORES SECAS (Rosalía Guerrero Jordán)

El frío del atardecer se adhiere a mi ropa como un olor pegajoso, agarrota mis dedos sarmentosos, colorea la punta de mi nariz destartalada. Con un arrebato de rebeldía infantil enciendo un cigarrillo y miro a las cumbres nevadas.

Sin duda, el paisaje sigue siendo igual de hermoso que entonces, cuando vinimos por primera vez. Yo, con la mirada prendida en ti como un perro sin dueño; tú, con tu sonrisa radiante y tu espalda salpicada de pecas dentro del arroyo.

Elegimos este lugar para acabar juntos nuestros días. Teníamos un sitio al que volver, pero cambiaste nuestros planes.

Hoy he vuelto para cumplir mi promesa, aunque tú no estés.

Apago el cigarro contra una piedra, e intento en vano calentar los dedos con mi aliento. Derrotado, claudico y guardo las manos en los bolsillos.

Cuando atravieso la reja miro atrás, y veo como el viento te roba las últimas flores secas.

52. Érase una vez (Marta Navarro)

En medio de un bosque espeso y muy oscuro, despertó Olivia. «¡Un bosque embrujado!», pensó la niña, mientras el viento llenaba de rumores las encinas y tras los helechos corría la sombra fugaz de alguna criatura solo en sueños entrevista. No sintió miedo, al contrario, el raro embrujo del lugar cautivó su corazón. Desde luego, era un buen sitio aquel para que, de cuando en cuando, se aparecieran las hadas y, en torno a ellas, elfos y gnomos pudieran, traviesos, danzar en las brillantes noches de luna llena.

El trino sonoro de los pájaros −ruiseñores, abubillas, petirrojos− anunciaba la llegada de la primavera; bandadas de mariposas blancas y azules coloreaban humildes matojos de florecillas silvestres; el cristalino vibrar de las libélulas rompía el silencio con que un arroyo, recién apenas nacido del deshielo, discurría por el valle.

El sol arrancaba resplandores de cristal a las primeras hojas de los álamos, mientras ellos alzaban hacia el cielo sus ajados  brazos, tanto tiempo secos y desnudos.

Atrás, a lo lejos, moría el invierno.

Y, de pronto, una niña serpenteaba el sendero. Dulce y pequeña princesa de un cuento todavía sin contar. Feliz capricho de un hada. Bello sueño por soñar.

51 El casting (Rosy Val)

No le pilló por sorpresa descubrir que eras candidato a los recortes que se avecinaban en tu empresa. Que le propusieras un cambio de roles con la excusa de que llevabas demasiadas estaciones levantándote antes de que despertase el cielo, sí. No negó que recuperar el puesto de docente —el que tuvo que aparcar cuando nacieron los mellizos—, era su sueño hecho realidad. Y confesó que hacerte entrega de las idas y venidas al instituto, conservatorio, clases de alemán, natación, y «la cartera de nimiedades domésticas», que así llamabas tú a las faenas de lavar, planchar, cocinar…; superó sus expectativas. 

Que tres semanas más tarde aparecieran tus primeros desajustes hormonales, no le consternó, entendió que necesitabas tiempo para aclimatarte. Pero volver del trabajo y sorprender en el porche a dos mujeres confundiéndose entre sus camelias y hortensias, entrar en casa y hallarte con una tercera informándole que la jornada laboral sería de 9 de la mañana a 4 de la tarde, echó por tierra todas tus teorías, alegatos y peroratas, sobre la igualdad.

50 Al filo del Abismo (Antonio Bolant)

Mientras el atolón iba recogiendo los colores que el amanecer esparcía, la superficie del océano primigenio se mecía ligeramente, como una respiración calmada que parecía haber olvidado el oleaje provocado por el impacto reciente de un fotón de energía oscura.

Desde que surgiera la primera vida, la placidez de los paisajes líquidos esconde tragedias invisibles, aunque ninguna como ésta. Un implacable exterminio estaba ocurriendo en el lecho del abismo que se abría junto al atolón. Allá abajo, la fuerza fundamental de una estrella repudiada consiguió enraizar su aliento ancestral y estaba inhalando vorazmente a todos los seres vivos del océano. Nada escapaba de aquella bestia cósmica de entrañas infinitas que había condenado al planeta.

El espacio-tiempo, conocedor de la desigualdad de un duelo tan antiguo como el universo, tomó una decisión desesperada. Se plegó para recuperar la consciencia aún por venir y la repartió entre los seres que todavía seguían vivos. Todos comprendieron y de inmediato asumieron que debían dejarse tragar de una vez, como un solo ser. Quizá saturando a la bestia provocarían su colapso y unos pocos podrían ser regurgitados para que, tal vez, alguno de sus descendientes pueda llegar a escribir este relato.

49 Armarios rusos

Desde su despacho vio que seguía nevando y pensó con tristeza que no podría ir a la cabaña del lago. Sergei Ivanovich dirigía un próspero negocio de explotación de madera, se decía que sus bosques de abedules llegaban hasta el Oder. Para vigilar tan vastas extensiones tenía a su servicio a un guardabosques, un gigante letón con tatuajes de marinero y brazos de leñador, que patinaba en el lago con agilidad sorprendente para su tamaño. Los rumores comenzaron cuando contrató una profesora de francés para sus hijos. Violet era una joven de armas tomar que había llegado a Rusia huyendo de un mal de amores. Del oeste llegaban vientos de cambio y Sergei pasaba horas con ella escuchándola hablar de la vida en París. Sus vestidos y afeites contrastaban con la rotundidad rural de su mujer. Había acondicionado una cabaña con todo lo necesario para el amor. Descubrieron el placer de descubrirse y de escribir sus nombres en los vidrios empañados, hasta se permitieron soñar un futuro juntos. Sergei y el guardabosques se amaban cada día con el ansia de los amores nuevos. Los niños habían progresado mucho con el francés y ya dominaban los verbos.

48 La defensa de Aurora

Podría acecharla un lobo feroz desde uno de esos taxis amarillos, mientras  pasea por la Quinta Avenida. Por supuesto que viven en cualquier parte.  Pero ya no es la niña eterna que se deja manipular. Sus pechos, libres de vendas opresivas, han crecido. Es ella quien traza ahora su camino hasta llegar a la calle 49, donde ha instalado su pastelería. Como siempre, los clientes hacen cola en la puerta. “Le Panier du Petit Chaperon”, destaca en su toldo rojo. Lo sé porque mi tienda de alta costura se encuentra justo al lado. Y no piense que una varita mágica es la artífice de nuestros éxitos. ¡Cuántas horas arañadas al sueño! Le recuerdo que yo comencé hilando con una simple rueca. Menos mal que no desaproveché cien años de mi vida esperando un beso. Si quiero algo, lo busco. Así que, señor juez, termine su interrogatorio. ¿O sigue sin comprender por qué incendié el bosque de monsieur Perrault?

47. Destino caprichoso

Como cada viernes, me subo al dinosaurio que me lleva a casa.
Viajo en una reliquia que, al transitar sobre unos raíles obsoletos, impide la circulación de trenes de alta velocidad.
Son mis cincuenta minutos semanales seducidos  por el suave ronroneo de las ruedas al golpear el hierro.
A mi lado se sienta un desconocido pasajero pero, un poco más allá, reconozco a una pareja de ancianos.
Ralentizo mi tiempo para disfrutar de la rutina del trayecto y pego mi nariz al cristal de la ventanilla del vagón.
Paso la primera curva, la granja de vacas, el río… y las acacias de flores amarillas que, tras muchos años de crecer salvajes, rozan los vagones con sus ramas.
Agradezco el poco interés de la empresa en la poda de estos árboles, mimetizados ya con el deterioro de los vagones, aunque también deseo una solución práctica que evite la desaparición de la línea.
En unos breves segundos, el destino caprichoso rompe la inercia y la magia se esfuma.
Un fuerte estruendo, frenazos, equipajes por el suelo y algunos, heridos leves, en “shock”.
Me asomo a la vía, el maquinista solloza arrodillado ante el cuerpo inerte de una joven tumbada sobre los raíles.

46. POLVO SOY

En mi primer día aquí he descubierto que una hoja tarda tres segundos en caer del árbol cuando el viento está en calma y que los primeros rayos de sol apuntan directos al corazón que tatuamos en aquel viejo roble hace ya treinta años. He volado prendido en las alas de un hada salpicando esos manantiales que tantas veces recorrimos. Me he pegado a la polaina de un duende y juntos saltamos de rama en rama hasta alcanzar la copa más alta para otear el horizonte. He visto como las lechuzas se preparan para cantar la caída de la tarde y he aprendido a revolotear como una partícula en suspensión que soy. Es una sensación única, Marieta, estoy seguro de que te gustaría. Ha sido un día lleno de sorpresas, como la de verte allí abajo haciendo arrumacos con mi mejor amigo mientras os deshacíais de mi urna funeraria en el contenedor de basura. Menos mal que os quedó un poco de dignidad para vaciarla antes sobre nuestro bosque.

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