Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

94. Lección de aMatomía (Piel de Retales)

A pesar de que Nicolás Pieterszoon Tulp gozaba de la admiración de sus colegas y de un prestigio cultivado durante toda su carrera como anatomista oficial de la ciudad, la tristeza invadía cada pliegue de su luto.
Una vez al año, siempre en invierno para favorecer la conservación de los cuerpos y evitar el hedor y las moscas colándose por cada vano del fallecido, ejecutaba la disección pública de un criminal. A tal evento acudían compañeros de profesión y público adinerado y sin escrúpulos que pagaba por ver el «espectáculo» en primera línea.
Aquel día ocurrió algo extraño. El doctor Tulp se topó en la camilla con una mujer. Nos han traído esta prostituta, le aclaró su ayudante; dicen que se ha suicidado por amor.
El cirujano observó su cabello y recordó los bucles que años atrás cosquilleaban sus hombros cuando besaba a su amada. Sin mediar palabra realizó una incisión por debajo de la caja torácica y extrajo el corazón de la muchacha.
Los asistentes al acto aplaudieron su pericia y vitorearon la precisión con el bisturí. La distancia, sin embargo, hizo que no pudieran observar las lágrimas de alivio del cadáver y las de tristeza del doctor.

 

93. TELES (David Moreno Sanz)

Teles, así es como decidieron llamarla los del pueblo, por su gran belleza y perfección, poco a poco ha conseguido adaptarse a las costumbres de las gentes de tierra.

Por las mañanas se levanta, se asea, desayuna y se dirige al trabajo que le han buscado para ella.

Tiene un comportamiento muy normal, a pesar de sus diferencias y limitaciones, a pesar de ser de fuera y de profundos mares y de sentirse siempre observada. Es incluso muy sociable.

 

Pero los días de lluvia todo cambia. La humedad la atrapa y se aferra al cristal de la ventana de su habitación, donde las gotas de lluvia deslizan recuerdos de mundos lejanos, recuerdos de su otra vida dejada atrás. Y allí permanece mesándose su larga melena pelirroja, horas y horas, con el inseparable peine que lleva colgado en el cuello y que no permite nunca tocar a nadie.

En el pueblo saben que deben aceptarle estas ausencias. Saben que se enamoró de uno de los marineros que frecuenta estos puertos, que el amor lo puede todo y por eso llegó. Y saben también que deben dejar que libere sus cantos de sirena en los días de lluvia.

92. Castillos de humo (Asunción Buendía)

Aquel día puso los cimientos para la construcción del castillo de su nostalgia, la primera piedra fue una sensación borrosa pero fuerte, ella apenas recién nacida y su padre meciéndola en brazos.

A partir de ahí la fortaleza creció imparable.

A veces con olores, el jabón limpio de las coladas interminables de su madre, tanto niño, tanta cama, tanta ropa.

A veces palabras pequeñas, un nombre dicho en un susurro.

De repente él. Caricias, roces, primera vez. Miradas, silencios que ríen. Invadiendo todo, él. Mil dudas y una sola certeza. Despertar siempre a su lado.

Morir a su lado.

El castillo tiembla, amenaza ruina. Hoy abrirá por última vez las pesadas puertas, luego las dejará abiertas. Escaparán los recuerdos, ya huérfanos, seguramente los buenos primero, los dolorosos siempre persisten más.

91. Aunque no te pueda ver (Javier Puchades)

El abuelo Andrés hace tiempo que solo pesca soledades. Con el paso del tiempo, la vida le ha ido arrinconando en el desván de los trastos inútiles. Ya nadie se acuerda de él. Su móvil, sumergido en la nostalgia, desborda llamadas enviadas sin respuesta. Solo quiere escuchar un hola, un te quiero o simplemente un ¿cómo estás?

Tal vez, la hojarasca del olvido ha cubierto sus recuerdos, pero sus sentimientos permanecen adormecidos a flor de piel. Apenas necesita una caricia para despertarlos.

Hoy, por fin, ha sonado su teléfono. Es uno de sus hijos. En el mismo instante en el que le embarga la emoción, su corazón deja de latir.

90. ¿ Y SI….? (Sandra Sánchez)

Dejó la jaula con la puerta abierta por si no se hubiera desorientado y supiera volver. Dejó, también, la luz del porche encendida aun a sabiendas de que en aquella oscuridad no se movería del sitio, que permanecería acurrucado haciendo una pequeña bola de plumas para mantener el calor. Amaneció. Se hizo de día. Salió el sol y, con él, subió algo la temperatura en aquel febrero frío y crudo; y renació la fe en que todavía pudiera volar, en que aún pudiera regresar. Avanzó el día, y la tarde y de nuevo la noche. Y la jaula seguía abierta, igual que la ilusión pero ya, cada vez, más débil. ¿Cómo no se percató de la puerta mal cerrada?, ¿haría demasiado frío para él, acostumbrado al calor constante del hogar?, ¿encontraría comida? ¿sabría encontrar agua?…Pasaron tres días, cuatro… pasó una semana.

Llevó la jaula al trastero, ocupada ahora por la culpabilidad del descuido, por la pena de que un pajarillo hubiera podido morir por su torpeza. Cerró la puerta a la vez que la esperanza.

A doscientos metros de su casa, en una rama natural de un verdadero árbol, frondoso y alto,un nuevo inquilino despereza  sus alas…  y canta.

89. Marías o Lincolns (Patricia Collazo)

Añorar es mojar una galleta María en leche. Es algo que apetece hacer, pero cuanto más caliente está la leche, más rápido hay que sacarla o se romperá. Cuando el tiempo pasa, la leche se va enfriando, y puedes dejarla sumergida más rato. Aunque siempre habrá un momento en que se cederá con un plop imperceptible y te salpicará.

Como buena emigrante, Paula sabía mucho de nostalgias. Yo, entonces, escuchándola decir lo de las galletas y la leche tibia, sentada como indio sobre mi cama, solo podía pensar en sus senos ocultos en la penumbra, en su boca, en sus manos de ardilla sobre mi piel. Siempre hablaba de nostalgias y galletas después de hacer el amor. Entonces yo la abrazaba y me dormía oliendo la vainilla de su pelo.

Paula volvió a su país.  La última noche me dijo que en Argentina las galletas son galletitas y las Marías son Lincolns. Se le iluminó la cara al recordar este detalle. Siempre temía olvidar los nombres, los olores, los lugares. Y tras ellos se fue.

Mi leche aún quema. Apenas si puedo acercar mi María y debo retirarla de inmediato. Pero cuando lo hago, todo huele a vainilla otra vez.

88. Rompecabezas

Con una sonrisa le toma las manos. Se acerca y le besa en la cara. 

-No se preocupe padre, esto lo vamos a sacar adelante, con paciencia, con mucha paciencia -Así da comienzo el día después.

Sobre la mesa camilla el puzle espera, hoy una pieza, otra, otra… poco a poco va tomando  forma, el dibujo va apareciendo.

Una sonrisa premia el esfuerzo. 

-Vamos que ya queda menos.

“Ya queda menos, maldita sea, cada vez queda menos” -piensa, pero no dice palabra. 

Los días se suceden y la curva sube y baja. A veces las angustias ganan la partida y el puzle tiene que esperar. Los ciclos cada vez son más agresivos. También las recuperaciones. Las sonrisas van escaseando y, a solas, el océano se desborda. 

Acaba de despedirse y, a su vuelta, la vista le lleva hasta la mesa camilla donde el puzle espera ser concluido.

Sus dedos juguetean con la única ficha que queda por poner.

87. El anfitrión de antaño

La puerta abierta ya era una invitación a pasar dentro sin llamar.

La mesa estaba puesta para ocho. Una buena sopera, con algún desportillado, en el centro y humeante. Su espléndido aroma resultaba embriagante.

Hacía muchos años que no cocinaba para nadie y le hacía una ilusión bárbara. Mientras se avituallaba en el mercado, su sonrisa era la ganadora sin paliativos.

Todavía guardaba la gran olla de porcelana de la que nunca pudo desprenderse. Total, no ocupaba mucho si ponía otros cacharros dentro de ella.

Pasó una mañana maravillosa con todo el proceso. Primero el sofrito, luego una buena cocción del rabo de toro (tiene que deshacerse en la boca) y luego ya las lentejas que pasaron la víspera a remojo.

Tras probarlo, supo que triunfaría.

Les hizo saber que no estaba seguro de cuantos acudirían, pero la intención era de que sobrara. También les avisaba de que dejaran hueco para las natillas.

Para el evento, solo necesitó hacer dos llamadas.

No pudieron evitar que les invadiera la tristeza y la impotencia, pero ni los agentes ni los sanitarios pudieron probar bocado. Verle todavía balanceándose con la nota anclada en su pecho con un imperdible, les cerró el estómago.

 

 

86. La biblioteca

Abrimos a las diez de la mañana y cerramos a las ocho de la tarde. Según entras en la sala, a la derecha, están las novedades; a la izquierda, las revistas. Luego, en los dos pasillos centrales, los libros de narrativa y a ambos lados, derecha e izquierda respectivamente, los de ensayo y teatro. Al fondo, un poco apartada, tenemos la sección de poesía, porque a los poetas es mejor dejarlos en un aparte, discretamente retirados, ya que son seres en apariencia apocados pero de mucho carácter: si tienen un mal día son capaces de liarse a tiros con un lector de narrativa o, sobre todo, de ensayo ¿Y tampoco queremos eso, verdad? Y al final de la sala tenemos un cuartito cuyos estantes están repletos de libros con historias en las que siempre mueren los buenos y los malos se salen con la suya. Esa habitación siempre se nos llena de tipos melancólicos, taciturnos, casi transparentes, de esos que, entre ellos, se susurran compulsivamente al oído canciones de Leonard Cohen. Es esa clase de gente para quienes un suicidio, aunque vagamente, es lo más parecido a un final feliz.

85. TIEMPOS DUROS (M.Carme Marí)

No puede más. Natalia, cabizbaja, se pasa la mano por la frente. Lo hace medio escondida, al final del pasillo. Esta llamada ha sido muy difícil. La voz del otro lado del teléfono no lo podía encajar, y menos con la información de ayer.

-«Pero…, nos dijeron que su estado había mejorado dentro de la gravedad…»

-«A veces ocurre, se observa una leve mejoría, aunque después la evolución no siempre sigue esa línea y empeora.»

Sollozos como respuesta.

Van cinco diálogos parecidos en este inicio de semana. Ahora que los familiares no pueden acompañar a los enfermos, todo es más complicado. De explicar, de comprender, de asumir.

Natalia llega del trabajo. Se ha cambiado antes de dejar el hospital, pero se vuelve a quitar la ropa y se ducha, enjabonándose a conciencia. Entonces es cuando pasa a saludar a su madre, que ya se encuentra en la cama. «¿Qué tal has estado hoy?» le pregunta, y le da un beso. Y así un día tras otro. Esperando que las precauciones que toma sean suficientes para no llevar el virus a casa. Esperando que mañana haya menos bajas en su planta. Esperando tener que hacer menos llamadas disimulando su voz rota.

Mucha fuerza a los de uno y otro lado del teléfono: a los profesionales de la salud y a los que han sufrido la pérdida de un ser querido.

84.La pérdida (montesinadas)

Esa misma tarde dejó de comer. Los días siguientes se le empezó a caer el pelo y apenas si se movía. Apoltronado durante horas en su lado del sofá lanzaba profundos suspiros. La apatía y la falta de interés ante cualquier estímulo se convirtió en un comportamiento habitual. Y el llanto, no olvidemos el llanto, le creaba legañas, tan consistentes, que le producían heridas cuando intentaba quitárselas.

Algunas veces, en un pico de crisis se automutilaba a mordiscos o se enfrentaba a otros más grandes con un deseo evidente de dejarse atrapar por sus mordeduras. Tomó la costumbre de restregarse el lomo dejando emplastos de pelo y sangre en las paredes.

Al anochecer, siempre a la misma hora, se quedaba inmóvil ante la puerta con la pata levantada. Le abríamos y bajaba solo y mustio. Caminaba despacio, tambaleante y se detenía en la puerta de la funeraria donde orinaba invariablemente. Luego se dirigía a la playa arrastrando la correa de la que ya nadie tiraba y sentado en la arena miraba fijo al horizonte, como si esperara que los primeros soplos de viento de alta mar le trajeran el rastro de sus cenizas.

83. Pasión de tinta y nicotina

«escribir es un acto complementario al placer de fumar»

Julio Ramón Ribeyro

 

Aprendí a fumar sobre el vientre de Nicole, sobre su niqui azul o su blusa estampada de azucenas, sobre su piel desnuda. El aliento de su voz jugueteaba con el humo que lloraban mis pulmones, enredados ambos en confidencias y presagios, en proyectos de futuro. Soñábamos a la sombra de un castillo abandonado con París o Nueva York, con locomotoras que arrastraban vagones de colores y mochilas atestadas de anhelos imposibles. Aprendí a escribir sobre su espalda de alabastro, protegidos del sol abrasivo del estío y de ojos indiscretos. Sobre sus nalgas traslúcidas tomaron cuerpo mis primeros versos, escritos con el ansia instalada en la yema de los dedos. Aquel verano fui feliz en el refugio de sus labios, asomado al paisaje de un mañana perenne junto a ella. No fue así, jamás respondió a mis cartas ni llamadas de teléfono ni volvió a aquel pueblo perdido a pasar las vacaciones. Nadie recuerda nada de ella, solo yo, algún atardecer, veo asomar su silueta en la bocanada de un Ducados o la intuyo en el impulso feraz que dicta mis poemas. A veces asoma su voz por las troneras, arriba del castillo, como el espectro abigarrado de la ausencia.

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