Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

72. g ≈ 9.81 m/s² (Elena Bethencourt)

¡Una manzana le bastó al tío! Es increíble lo de Newton. Dicen que estaba reflexionando sobre el movimiento de los cuerpos celestes y las fuerzas que los rigen y ¡zas!, esa manzana le hizo preguntarse por qué caía siempre hacia abajo y no a los lados. Y por ese dilema fue capaz de formular la teoría de por qué los cuerpos son atraídos hacia el centro de la Tierra.

¡Una manzana le bastó al tío! Y yo llevo meses viendo cómo te escondes con el móvil, llegas tarde, cambias contraseñas, borras el historial…

¡Una manzana le bastó al tío! Y yo, a pesar de las señales de que te alejabas del árbol, estaba tan convencido de que tu cuerpo ya no ejercía ninguna atracción, que no supe ver la gravedad.

71. De mi propia tinta

Nació más pequeño de lo que esperaba. Lo gesté durante meses (en las pausas del trabajo, de camino a casa o en la cola del súper), y aunque prometía convertirse en una criatura hermosa, en una historia que diera para mucho más, terminó siendo un microrrelato. Ni siquiera el sentimiento maternal que brotó mientras lo leía pudo evitarlo: me creía incapaz de alimentar algo tan mínimo y lo abandoné como se abandonan las cosas pequeñas, sin hacer ruido, a las puertas de un convento. Con el tiempo se lo confesé a la familia y a los amigos de lo breve. Contaba emocionada lo perfecto de su forma, el brillo de cada palabra, lo acertado del tema. Era muy joven entonces, no me juzgo, pero hoy me pesa mi osadía. No obstante, a veces me parece reconocerlo en libros ajenos. Y, a pesar del llanto, saber que está vivo me reconcilia.

70. Juego de serendipia.

Seis, seis, seis… ¡Malditos dados! Deberían caer aleatoriamente en todas sus caras. No están trucados, porque al cambiar de jugador salen otros números, curiosamente nunca el seis. Querido lector, ¿cómo explica usted esto?

Los teóricos del multiverso creen que al tirar un dado, salen a la vez todas las caras, pero en universos diferentes. Quizás alguna perturbación en el espacio tiempo, mantiene siempre la misma cara en todos los universos.

El seis es el número del diablo, ¿estamos ante un juego de Lucifer?

Si paseamos por un campo y arrancamos una brizna de hierba hemos, agredido a una planta que estadísticamente debería estar a salvo. Ese trocito verde tenía una probabilidad casi cero de morir en nuestras manos, pero ocurrió. Por tanto, una estadística muy improbable es posible en cualquier partida de juegos de azar.

Juan estaba disfrutando del juego , no le importaba perder; tampoco se apostaba tanto. Por serendipia de la vida ,había descubierto que Jorge era su mejor amigo; el único que le acompañaba en el posoperatorio.

¡Era muy aburrido estar tantas horas con los ojos vendados! Menos mal que podía jugar a los dados.

69. Huecos

La penumbra polvorienta del desván conservaba el pasado aterciopelado, sin aristas, como si nada de lo que allí se almacenaba fuera peligroso. Buscaba el «berbiquí» de la abuela, como llamaba su antepasada  a la barrenilla con la que agujereaba cosas para después unirlas con bramante, horadaba paredes para incrustar ganchos o perforaba maderitas para crear juguetes. Trasteó en las cajas de herramientas, pero recordó que ella siempre protestaba porque nunca estaba allí. Abrió entonces el baúl de la ropa y buceó entre las prendas hasta encontrar su eterno mandil. Lo extrajo con devoción, percibiendo su dolorosa ausencia adherida al tejido. En el bolsillo derecho palpó el pequeño utensilio. En el izquierdo, crujía un papel casi desintegrado que sacó cuidadosamente y acercó al ventanuco.

Era una carta en francés, con una caligrafía exquisita, que excluía al abuelo como autor. Un texto apasionado lleno de recovecos que hablaba de amor infinito, de tactos, aromas, suspiros y carne, de orificios, de nostalgia,  distancia, locura, sinsentidos, de corazones rotos.

El vértigo del vacío que siempre provoca el derrumbe de un cimiento aceleró sus latidos. Arrugó la cuartilla y, ocultándola en su mano, voló hacia la escalera azuzada por la risita pícara de su abuela.

68. Cuando un mal escritor se cruza con un mal conductor

 

Mateo vio algo en la carretera y dudó un momento, apenas una décima de segundo. Finalmente dio un volantazo a la derecha, que podría haber sido a la izquierda, pero no lo fue, porque el arcén le pareció más seguro. Lo justo para recibir el impacto del vehículo que avanzaba despacio.

«¿Qué cojones hace este imbécil por el arcén?» —fue lo último que pensó durante el impacto y antes de desmayarse sobre el airbag a medio abrir. Cuando despertó, creyó reconocer la estancia: ¿un hospital? Multitud de máquinas lo rodeaban y le dolía la cabeza. Palpó su cuerpo, se miró las manos y levantó los pies para comprobar que estaba completo y consciente. Se alegró de ver el rostro sonriente de Laura; llevaba un libro en las manos: ¿un ejemplar de la novela que él mismo tiró a la papelera aquel nefasto día?

Le explicó que el conductor del otro vehículo era el propietario de una editorial famosa y que su chófer estaba de baja ese día. Se la había publicado en compensación por los tres meses que había estado en coma. Favor por favor, Laura había retirado la denuncia y declarado que Mateo fue el culpable del accidente.

 

67. Advertencias de seguridad (Patricia Collazo)

Escribía manuales de instrucciones. No era ese “ganarse la vida escribiendo” que había soñado, pero le daba de comer. 

Las paredes de su despacho estaban cubiertas de textos en distintos idiomas, hojas con frases resaltadas, gráficos emborronados, pósits con palabras garabateadas que rodaban al suelo y terminaban pegados en el sitio equivocado. 

Ningún producto se le negaba. Tanto elaboraba manuales para manejar fotocopiadoras, como instrucciones para conseguir el algodón de azúcar perfecto. Podía explicar el modo correcto de remontar una cometa o enumerar las configuraciones posibles de una cafetera.

Montar productos y elaborar instrucciones que garantizaran su seguridad y correcto funcionamiento le hacían sentir que tenía el mundo bajo control.

Hasta que el montaje de la mujer perfecta llegó a su mesa de trabajo. Intentó durante años, a prueba y error, montándola y desmontándola, sin conseguir que ella no tuviera defectos. Cuando lograba una sonrisa angelical, los dedos del pie le quedaban torcidos, y cuando ella resultaba ser muy inteligente, un hueco entre la axila y el pecho se le llenaba de aire.

Tanto se empeñó que terminó enamorándose de ella, aunque no fuera perfecta. Nunca publicó su manual de instrucciones ni hizo caso a sus propias Advertencias de Seguridad.

66. Perihelio

El Big Bang, las galaxias, la Vía Láctea, el Sol, la Tierra, el agua, el oxígeno, LUCA, Ardi, Lucy, Ledi, Jebel Irhoud, Omo-Kibish I, tú, yo. Tú y yo.

65. 8 días, 7 noches

-Bienvenida al «Príncipe de los mares» – me dijo una valquiria rubia que me sacaba una cabeza. Avancé por un dédalo de pasillos interminables camino del camarote. Por una puerta entreabierta ví a Albano
y Romina Power, las estrellas de la naviera, discutiendo  agriamente en el idioma universal del desamor.
«Mal presagio para un crucero de singles», pensé.
En aquel barco no había clase media. O adonis tatuados que se miraban al espejo hasta para cambiar de postura en la tumbona, o indigentes sentimentales buscando  comer caliente.
Le conocí en cubierta. Hablamos de la vida  y  de los  miedos, los ya superados y los que se insinuaban en el horizonte de nuestros cincuenta y pocos. El barco se convirtió en góndola veneciana con sólo dos pasajeros. La Tramontana y el Levante  bendecían lo nuestro revolviéndonos el pelo. Hasta el escurridizo Mistral bajó de las montañas regalándonos lejanos aromas de pino y Romero. Por megafonía anunciaron la avería del barco.
– La pieza  puede tardar semanas- anunció sombrío el capitán.
Albano y Romina se habían reconciliado, estaban cantando «felicidad».  Entonces me recosté en la tumbona y  comprendí  que en el mar, como en la vida,  el secreto está en dejarse llevar.

64. De esas ciudades que se pierden sin ninguna explicación – María Rojas

Le dicen La ciudad perdida. ¿Perdida por quiénes?, preguntó.

Perdida por ellos y ganada por nosotros.

Nadie supo a ciencia cierta qué fue lo que pasó. ¿Recuerdas tú algo?

Recuerdo que los venidos de abajo enfermaron; veían grotescas apariciones que los empujaban al abismo por las terrazas de piedra.

Arqueólogos, científicos y funcionarios despavoridos huyeron escondidos en la niebla. No encontraron lo que venían buscando.

Y los estudios y todas las utopías, ¿en qué quedaron?

En nada; todo quedó en la inopia.

Los indígenas dicen que fueron los infalibles azares del alma los que apabullaron a los extranjeros, obligándolos a abandonarla.

La ciudad se quedó en un espejismo del que quién sabe si algún día despertará.

 

63. Con más vagancia que escrúpulos (Alberto BF)

Mi objetivo vital siempre fue subsistir sin pegar un palo al agua. Por eso, tras una formación básica, ingresé en el seminario. Pensé que, con un poquito de oración y cierto dominio sobre la Biblia, bastaría para mantenerme sin demasiado esfuerzo, pero en cuanto vi la cantidad de versículos que había que aprenderse, cambié de opinión. No pasé del Génesis, y, antes del primer año, ya estaba buscando otra ocupación.

Mi siguiente tentativa para vivir sin esfuerzo fue la docencia. Dos meses de vacaciones, casi tres con Navidades y Semana Santa; menudo chollo. Los chavales eran majetes, pero cuando me tuve que enfrentar a la pesadez de sus familias, entendí que ni de broma era el camino. Meses después acumulaba mi segundo intento fallido de subsistencia fluida.

Mucha mejor pinta tuvo lo de ser todólogo tertuliano. Sobre el papel, era la opción ideal, pero una discusión con Pepelu, el hijo de un magnate televisivo, mandó todo al traste. Aún me duele recordarlo.

Afortunadamente, todo cambió desde que llegó aquella carta con sello de Tegucigalpa. Una pariente lejana, desconocida y multimillonaria, nombraba heredera universal a mi madre. Desde entonces, me he especializado en toxicología para deshacerme de ella sin levantar sospechas.

62. NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO (Belén Sáenz)

Me aferré con las dos manos a la barandilla para ver si el frío metal me despertaba de aquel sueño. No cabía duda de que todo estaba allí, como si mi espejismo personal se estuviera representando en un escenario. El orejero de color pardo donde me sentaría a escuchar a los Beach Boys, la cálida alfombra sobre la que gatearía Jandro. Porque se llamaría Jandro, como mi abuelo. Aleteaban los pelícanos en el papel pintado y podía vislumbrar la luz cálida del dormitorio a través de la puerta entornada. Había ideado cada milímetro y cada detalle la noche anterior, después de apagar la luz en mi cuarto de la pensión. Entonces, aquella tenía que ser una señal: le pediría a Inés que se casara conmigo y nos iríamos a vivir a aquel piso que se había hecho yeso y madera ante mis ojos. Lo había encontrado. Con el cosquilleo de quien se siente tocado por las hadas, sentí que el suelo se hundía bajo mis pies. Mi compañero había terminado de limpiar su parte de la ventana y había pulsado el botón de descenso de la barquilla. Tocábamos asfalto y ya no podía verlo. Todo se había acabado.

Fuera de concurso

61. Asuntos pendientes (Juana María Igarreta)

Sandra está apenada. Ha perdido uno de los pendientes de plata envejecida. Se los regaló Lucas el primer año de convivencia. Cuando todavía sin comprometerse a nada las horas separados se les hacían eternas. Cuando aún no sabían que si te abandonas en brazos de la rutina los días se vuelven grises.

Después de echar un vistazo por la casa, le dice a Lucas que baja al garaje a mirar en el coche.

Utiliza la linterna del móvil y un bulto en el asiento de atrás llama su atención: es el jersey beis de Lucas hecho un ovillo. Varios cabellos largos y cobrizos brillan arremolinados en la pechera de la prenda. El hallazgo le genera sentimientos que van de la decepción al alivio. Se pregunta si Lucas se está viendo con alguien. Ojalá. Si pensaba decírselo. Ojalá.

Continúa con la búsqueda del pendiente, mirando minuciosamente debajo de los asientos delanteros. No aparece.

Mientras sube en el ascensor no aparta los ojos de los pelos rojizos adheridos al jersey de Lucas. De pronto le asalta una duda: “¿Y si Juan se llevó enganchado el pendiente en su chaqueta?”.

 

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