Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

46. TRAS LAS CORTINAS (VALDESUEI)

Al quedarme dormido sobre la mesa del laboratorio, pulse inconscientemente el sintetizador de partículas ionizadas de ricina y… ¡Eureka!

Tras meses de incesante trabajo, acababa de lograr un veneno inocuo para los humanos y efectivo para la plaga de ratas que asolaba el país.

Los roedores, cada vez más grandes, agresivos y adaptativos, se habían convertido en un problema de seguridad nacional.

Embargado por la felicidad, me fui directo a casa para compartir con mi pobre esposa la alegría del casual descubrimiento. Llevaba semanas sin verla.

Cuando llegué, me sorprendió que no me abriera la puerta. Tuve que apartar todos los seguros y trampas antirratas.

A pesar de ser media mañana, la encontré metida de la cama. Tenía las mejillas ligeramente encendidas, como si estuviera febril, pero me sorprendió su atuendo: vestía un sugerente picardías de color negro.

Sin duda, el destino me sonreía: tras el descubrimiento de la magistral fórmula, ahora adivinaba mi deseo de recuperar el tiempo perdido con mi joven esposa. Es una mujer tan ardiente…

Cuando me estaba quitando la ropa, algo se movió detrás de las cortinas.

¿Sería una rata?

Al centrar un poco la vista, comprobé que un enorme rabo asomaba entre ellas…

45. BENIDORM

Estaba Federico de vacaciones con su familia. Tres años ahorrando y sin vacaciones para poder estrenar, por fin, su Seat 600.

 

Este año podrían veranear en la playa más famosa de España. Tenía hasta Festival propio, incluso actuó Julio Iglesias y ganó.

 

Llevaban tres días en el hotel cuando recibieron un telegrama de Madrid, de Purita, su cuñada, en la que indicaba que habían recibido un aviso de Correos para recoger carta certificada de Hacienda. Purita no tenía autorización para recogerla. No podía ser nada bueno. Era la primera vez que les escribía Hacienda.

 

Los miedos, demonios y diablos invadieron su cabeza y miles de pensamientos rumiantes ahogaron su existencia el resto de los días.

 

No pudo pensar en otra cosa. Amargó a su familia todas las vacaciones. Además, no les había dicho que había pedido dinero prestado a su cuñada Purita a espaldas de su esposa. Un problema más. Pensar, además, en la carta de Hacienda le aterrorizaba.

 

Doce días después, cuando llegaron a Madrid fue a recoger a Hacienda la notificación, tembloroso y aterrorizado consiguió leer algo así como que le habian hecho una paralela y le salía a devolver.

44. EN LA CALLE DEL LOCO

En el camino al taller de costura había una casa que me aterraba porque en una de sus ventanas bajas siempre estaba asomado un loco. Todos lo llamábamos Tomás «El loco». Gritaba, insultaba y sacaba su brazos amenazantes.
Al pasar por su calle, antes de llegar, me cruzaba de acera. A veces, pensé cambiar el itinerario, aunque un pellizco de orgullo me forzaba a afrontar el miedo. Además, sentía una extraña necesidad de observarle de cerca, sus facciones deformadas, su verborrea delirante. Pero siempre terminaba saltando, nerviosa, a la acera opuesta.
La casa de enfrente solía tener la puerta abierta. En ella vivía una de esas familias con muchos hijos iguales, pero en diferentes tamaños. Todos altos y delgados, con el cabello oscuro y recio.
A mi hora de paso, solía encontrarme con los mayores y los saludaba disimulando mis miedos. Tampoco quería que pensaran que era una fresca que andaba rondándoles y solía volver corriendo al centro de la calzada.
Una tarde, un chico me atropelló con su bicicleta. Ambos nos disculpamos repetidas veces. Me levantó, mientras Tomás gritaba: «¡Puta! ¡Cabrón! ¡Chupapollas!»
—¿Cómo te me cruzas así, mujer? —exclamó, sonriente.
Y es que el abuelo era guapo de morirse.

43. Cuatro rosas en el mar

Ingrid se baña cada mañana en el remanso que hay al final de la playa, protegido por un acantilado. Josep se pone a cierta distancia con su caña de pescar y su sombrero de paja. La ve que le cuesta caminar entre los cantos rodados como si le clavaran agujas en los pies. Ingrid sumerge su piel arrugada en el agua transparente y se deja llevar. Josep la compara con una gaviota que, cansada de volar, desciende y se deja mecer por el oleaje. Al rato, ella sale, con dificultad, y se seca tumbada al sol. Un día ella le dijo que venía de Noruega y que en noviembre siempre huía en busca del sol. Pero él ya no quiere que vuelva a su país. Ella recoge sus cosas y le saluda con la mano diciendo «¡Hasta mañana!» con acento extranjero.

Cuando Ingrid se marcha, Josep distingue a lo lejos unas formas extrañas flotando sobre el mar. Espera paciente. El vaivén de las olas trae cuatro rosas en perfecto estado hasta la orilla. Las recoge con delicadeza, las mete dentro de su sombrero de paja y lo deja sobre la piedra donde ella siempre se tumba para secarse al sol.

42. EL ÉXITO

Mi falta de estudios no ha sido un obstáculo para prosperar en la vida, pues he subido modestos peldaños que mejoraban el bienestar de los míos, pobres huerfanitos a los que siempre les recuerdo la importancia de trazar líneas rectas y medir los ángulos.

Todo comenzó cuando, en el entierro de mi difunta esposa, un cuñado reparó en lo bien que había excavado su sepultura, un perfecto rectángulo hecho al milímetro para el féretro de pino. A los pocos días, respetando el preceptivo duelo y conociendo mi precariedad, un tipo que decía conocer a ese familiar me llamó para proponerme un trabajillo en el extrarradio: pago en metálico, discreción, posibilidad de más colaboraciones. Se trataba de ahondar unas cuantas fosas bien alineadas. Pan comido.

De repente, mi monótona vida de enterrador me llevó a ser reclamado para servicios similares y a formar una brigada que pudiera dar abasto a tantos pedidos. En mi agenda había números importantes, y para premiar mi discreción, me ofrecieron un traje y un despacho. Fui en las listas electorales, conseguí una concejalía y ahora tengo muchos consejeros a mi alrededor.

Mi mujer descansa ahora en un mausoleo. Y todo gracias a la geometría.

41. Alas en las raíces

Todos los días, la joven rama se esforzaba en recoger la escasa luz que se colaba entre los altos árboles del bosque. Quería alcanzarlos, ser como ellos, y así, algún día, permitir que la vida también anidara en ella. Le fascinaba el lenguaje de las aves e imaginaba conversaciones sobre las maravillas más allá de su inmóvil mundo; era su sueño desde que comprendió que permanecería anclada para siempre a un trozo de tierra.

La supervivencia en aquel bosque sombrío era difícil, y la rama se secó; pero su empeño se mantuvo vivo junto con su inquebrantable deseo de subir al cielo.

Un brusco dolor la sorprendió una mañana; el hijo de unos campistas la había tronchado para usarla como espada. Los posteriores vaivenes y golpes de la infantil batalla de corsarios terminaron por quebrar su esperanza, más aún cuando el niño la arrojó al río poco antes de acudir a la llamada de su madre.

Aunque los trinos que salían del bosque acompañaban su desolación, no dejó de enfrentarse con la corriente hasta sentir el abrazo de unas enormes garras que, desde el cielo, la arrancaron del agua para componer la última rama de su nido.

40. Cuando subió la marea

Con el arrojo del inexperto me introduje en la desconocida cueva que sentí húmeda y cálida a la vez. Sin miedo me adentré en su oscuridad, tanteando para no perderme, con la ilusión de encontrar la recompensa de la que tanto me habían hablado.

Una y mil veces me sumergí en sus dulces aguas. Tú me ibas indicando la ruta a seguir en ese mapa tan personal en el que, como un explorador novato, siempre me perdía; entonces te reías de mi ignorancia a la vez que me cubrías de besos y caricias para excusar mi torpeza.

Aquella búsqueda, que nos dio los mejores momentos, llegó a ser toda una excitante aventura. Ya no importaba el objetivo, el placer era el camino.

Fue tu extrema excitación el aviso de que había llegado al punto, a ese famoso punto en donde la razón se pierde y se llega al éxtasis.

En ese momento, mojado en ti, pude notar como de repente había subido la marea.

39. Manos de artista

Se dio cuenta mientras rasgaba con una lasca de filo cortante la piel del animal y troceaba la carne. Fue al sentir el olor insoportable dela sangre al mezclarse con el aire cuando una violenta sensación de náusea quiso adueñarse de su cuerpo. Entonces, para evitar el vahído y sostenerse, posó sus manos —cubiertas de aquel fluido viscoso y repulsivo—sobre las paredes de la cueva. La revelación fue instantánea. Aquella contracción involuntaria que le ponía en evidencia ante su gente había dado sentido a su vida, y comprendió que debía contárselo a las Lunas venideras. Luego, bajo la mirada inquisitiva y recelosa del Chamán, buscó arcilla y carbón, resinas y desechos. Más tarde, descubrió los pigmentos minerales y con sus propios dedos y ramas secas, tatuó, sobre los abrigos rocosos y en las panzas de las piedras, bisontes, caballos y ciervas. Aquel ser introvertido y solitario, curioso y sensible que alzaba cada noche su mirada inquieta al cielo misterioso para invocar a los espíritus, sin saberlo, creó santuarios y halló, por fin, su lugar en la tribu…y acaso en la eternidad.

38. EN NEGRO

Compramos el piso en esa época en la que se entregaba un sobre al vendedor en cuanto el notario salía del despacho. Era de nueva construcción, pequeño pero luminoso y tenía armarios empotrados. Fue en el altillo de uno de ellos donde encontramos una versión pequeña y rectangular de la cueva de Alí-Babá. Nos embargó un júbilo que, sin embargo, desestabilizó nuestras conciencias. ¿Ese tesoro sería nuestro? Estaba en nuestra casa así que decidimos que sí, que lo era. Además, ninguno de esos billetes había sido destinado a construir un colegio ni costear un quirófano, así que la policía no investigaría algo que nadie iba a denunciar. Pasaron un par de meses cuando llamaron a la puerta; era el promotor. ¿No habrán visto por casualidad una caja de zapatos? Es un regalo para mi esposa y no lo encuentro, puede que lo dejara aquí. Recibió nuestra negación con un leve movimiento de cabeza y unas palabras, quizás de amenaza, que no llegó a formular. Al salir se quedó mirando la cocina. Han cambiado los muebles ¿eh? son buenos ¿Quién se los ha puesto? La serendipia, me atreví a contestar. No la conozco, pero veo que han tenido suerte.

37. Las casualidades de la vida.

 

Dicen que las casualidades no existen, pero yo empecé a dudarlo el día que ingresaron a mi marido.
Una neumonía grave, dijeron.
Y allí, en la cama de al lado, con la misma bata celeste y el mismo olor a desinfectante, estaba mi primer amor.
Treinta años sin verlo y, de pronto, compartiendo habitación con el hombre que juré amar para siempre.
Le miré y apenas lo reconocí. No supe si era la enfermedad o los cincuenta que pesan en la cara, pero aquel chico de sonrisa insolente ya no estaba.
En su lugar había un señor cansado, con una expresión que olía a recuerdo.
Nos reímos un poco. Recordamos una noche de verano, un coche, un beso torpe.
Fue bonito. Nostálgico. Pero también entendí que el pasado es una habitación de hospital: hay que entrar solo de visita.
Y mientras mi marido mejoraba milagrosamente, entró el neumólogo. Treinta años, piel perfecta y sonrisa de viernes.
Dicen que el colágeno es bueno para la piel. Yo digo que también lo es para el alma.
El día que dieron el alta a los dos, yo también me curé.
Esta vez con receta nueva.

36. Nueva temporada

Cambiar de vestuario al llegar el otoño es un ritual melancólico, una afligida ceremonia que se celebra bajo el último soplo cálido de aire.

Doblar la ropa de verano es cerrar las playas, archivar la sal en los bolsillos y dejar que el rumor del mar se apague entre las costuras.

Hoy, revisando un bolso de rafia para guardarlo,  he encontrado un billete de tren. Al dorso, una nota con una caligrafía conocida:

“Búscame cuando caigan las hojas.”

No sé explicar qué impulso me llevó hasta la estación.

El andén estaba vacío a excepción de una persona apoyada en un rótulo publicitario. Me acerqué.  Llevaba mi abrigo de invierno, mi gesto cansado, mis ojos vacantes. Sonreímos sin sorpresa.

– Es hora de que cojas ese tren.

Obedecí sin articular palabra mientras su figura comenzó a desvanecerse.

Y mientras el tren se alejaba, supe que, al fin, estaba regresando.

35. Llámalo providencia y sonríe

Cuando alguien le contaba que estaba ahorrando para las vacaciones y que en la hucha sólo metía monedas de dos euros, ella asombrada se decía a sí misma: «¡Yo no podré hacer eso en mi vida, si a mí una moneda de dos euros a veces me salva el último día del mes!»

En una ocasión, mientras disfrutaba de un baño en la piscina, escuchó la siguiente conversación entre un grupo de amigas que tomaban el sol en el bordillo: «Chicas me ha devuelto hacienda setecientos euros, así que este año me voy de crucero», su mente volvió a echar cuentas y aunque lo que le devolvió el fisco a ella no llegaba a esa cantidad, lo peor es que no le había dado tiempo a enterarse, la cesta de la compra había recibido ese dinero como agua de mayo.

Esta mañana cuando fue a su rinconcito escondido, encontró el nido vacío y necesitaba comprar yogures y huevos. Bueno pues habría que improvisar, no sería la primera vez; pero, había una cartera vieja debajo y….los cincuenta euros que allí estaban dobladitos le iban a arreglar los dos días que le faltaban para cobrar.

¡Sorpresa mayúscula y amplia sonrisa!

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