Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

16. Brindis

Me crucé con Laura por el pasillo. El tiempo justo para verle los ojos. Rojos, hinchados. Volví un paso atrás. Oye, ¿Qué te pasa? Se le escapaban las lágrimas. Anoche Fran se fue. Me he pasado toda la noche llorando. Luego te cuento. Continuamos deprisa, mirándonos aún.

No la vi hasta después del fin de semana. Estaba radiante. ¿Os habéis reconciliado? No, ha sido fantástico. Estoy encantada de haberme librado de él.

Su esplendor se hacía patente allí donde estuviera. Trabajando, en el descanso… desbordaba una energía irresistible.

Pero, ¿Qué te ha pasado? Estás distinta… Sí, me tumbé en el sofá, en silencio. Pasó un rato, no lo echaba de menos. Sentía alivio. Me invadió una alegría que ya había olvidado. Ya no me pesaría su mirada en la nuca. Mis vísceras, pobrecitas, se esponjaron y ocuparon de nuevo su espacio.

Pues no sé qué decirte, me entran ganas de reír. ¡Ríete! La vida me ha echado un cable. Se dejó un par de calcetines sucios que ya he tirado y una botella carísima que compramos unas vacaciones para una ocasión especial. Si quieres, te vienes y lo celebramos. Sí, claro, una ocasión especial.

Estoy loco por ella.

15. Breve relato de algo pequeño que se volverá grande ( Fernando García del Carrizo)

Nada. Todo en blanco. Por primera vez en años, no se me ocurre qué contar. Ni mi insomnio de las cuatro de la mañana, que ha sido siempre tan creativo, me ayuda para empezar. En frente del folio vacío, hago malabares con el bolígrafo invocando a las musas para que acudan en mi auxilio. Silencio. Agotado, me tumbo en el sofá para echar una cabezadita. Antes de dormir contemplo a mi hija jugar con su tiranosaurio de peluche. Al abrir los ojos veo que sigue ensimismada en su juego. Tengo una idea.

14. Capacidad creativa de Jose María Escudero Ramos

El acto de observar conscientemente produce descubrimientos fortuitos _ dijo el profesor de química antes de acabar la clase.

Regresé a casa reflexionando las palabras del profesor.

Ahora se ve fácil pero las personas que dieron en el clavo, wow, que manera de mirar la vida. Eso si que es sacar provecho de los incidentes del día a día. Nada es casualidad y si obtienes una respuesta adecuada del hecho de que tu perro vuelva a casa lleno de bolitas pegadas entre sus patas tras un paseo por el campo, inventando algo tan usado como el velcro, te puedes convertir en millonario. Ojalá pudiera descubrir cómo fabricar un papel de colores con adhesivo de quita y pon, o un refresco.

“Observar es vivir con los pies en la tierra buscando oportunidades, no problemas”- me dije. Fui a clase de química y descubrí el secreto de la felicidad. Como cuando te metes en internet buscando plataformas para compartir tu poesía y descubres una que organiza periódicamente concursos literarios. Este si que es un gran premio. La fama y el dinero no interesan tanto en este momento, lo importante es poder desarrollar tu capacidad creativa con cada oportunidad que se presente.

13. ANTES DEL DISCURSO (IsidroMoreno)

Saludo ante cientos de focos y cámaras. Hoy me entregan el premio Nobel en Medicina. Sonrío,  pero no saben que estoy aquí por una serie de despistes que marcaron mi vida.

Mi milagrosa molécula la descubrí por descuido del becario, que confundió un reactivo con un bote de insecticida para moscas olvidado por mi esposa. Quizá estaba allí “por si las moscas”.

Me equivoqué de sala en un congreso y allí estaba la mujer de la maleta amarilla, que asistía por petición de una amiga que no pudo acudir. Surgió el amor. Era bióloga y me enseñó muchas cosas.

A la chica de la maleta amarilla la conocí en la estación  de autobuses cuando tuve que correr tras ella porque se equivocó y salió con mi maleta. Diluviaba. La alcancé, hicimos el intercambio y tomamos un café. Si no hubiera llovido, estaría soltero.

Mi maleta amarilla la heredé de mi tía abuela que nunca tiraba nada, “por si acaso”.

Aquí estoy, ante gentes que piensan que el conocimiento científico es la base de mi galardón, pero no saben que más obedece a mis múltiples despistes y torpezas.

No sé si hablarles del milagro molecular o del poder de la serendipia.

12. DOLORES O LOLA (Juan Manuel Pérez Torres)

La vida me estaba dando palos por todos lados, y mi salud mental y física se estaba resintiendo mucho. Ayer estuve en el hospital por ansiedad y muchos dolores, esperaba que no fuera a más, porque no podía, no podía con tanto… Dejando la mente en blanco, salí de urgencias, sin rumbo, buscando desconectarme del mundanal ruido, y me adentré, absorto en la nada, en ese callejón que siempre evito. Entonces sonó el móvil. Casi paso de él, pero contesté… Y eras tú, mi vida, que volvías a casa.

 

 

11. 1492, 1993, 2013 (Luisa Hurtado)

Del mismo modo que aquellos barcos buscando un camino en el agua que los llevase a las Indias encontraron unas tierras, que eran un continente, que durante un tiempo reinaron y acabarían llamándose América; exactamente del mismo modo, aquella noche de aquel sábado en la que entré en aquella discoteca buscando una chavala con la que pasar un buen rato, conocí a Vera, a mi Vera. La misma a la que veinte años más tarde telefoneo para decirle que no llegaré a cenar, que encontré una maleta llena de dinero en una de las calles de la zona que tengo asignada como barrendero y estoy llevándola a la comisaría más cercana para evitar tentaciones y apropiaciones indebidas, sin sospechar que algunos días más tarde aparecerá en la puerta de nuestra casa un tal Pedro para darme las gracias, contarnos su vida e invitarnos a formar parte de ella, el mismo que buscando y habiendo encontrado el camino más corto para hacer dinero, se ha encontrado rey y señor de su vida pero que está solo, muy solo, Pedro, el mismo que ahora es nuestro amigo más querido, por diferentes motivos y desde aquel día.

10. Perder el tren

Siempre estábamos bromeando con eso: El primero que se vaya, le mandará una señal al otro. Habían pasado dos meses y yo seguía tan a oscuras como el primer día. Pero aquella mañana, al recoger de la alfombra el libro que intentaba leer la noche antes, un papel plegado por la mitad se escapó de entre sus páginas. Reconocí al instante el dibujo: una pareja que se besaba bajo el cielo rojizo del amanecer sobre Madrid. “Nunca olvidaré nuestro primer beso”. Una fecha y tu firma al final de la hoja. “Esta es la señal” pensé. El mismo día, diez años después. Y se me ocurrió volver a aquel bar donde desayunamos churros y donde nos besamos despacitoEse cambio de planes en mi rutina diaria hizo que perdiera el tren de las siete y media que cogía en la estación de Atocha. Y tuve que quedarme esperando al siguiente en el andén, pensando si habría interpretado bien la señal que me enviabas. Pronto lo entendería todo: Era el once de marzo del 2004. 

09. SERENDIPIA A FUEGO LENTO

Todo un “hallazgo” (cercano a las siete cifras), lo del seguro de vida que contrató a mis espaldas hace trece años, recién casados. Ella fue una mujer temerosa y, por ende, muy precavida. Vivió siempre con miedo a sufrir un accidente; decía que en cualquier momento puede ocurrirnos, que todos estamos expuestos. Tenía razón. Yo soy un hombre calmo, paciente, además de metódico, y sostengo que un buen accidente necesita mucho tiempo de preparación. Exactamente 12 años, 4 meses y 20 días.

08. GIROS (Ángel Saiz Mora)

Logré rescatarle de las tinieblas con una frase: “Hazlo por mí, Germán”, pero solo en parte. Ni psicólogos, ni medicinas, ni yo, pudimos erradicar del todo su sentimiento de culpa. Nada le hubiera gustado más que dar marcha atrás al reloj y no haber utilizado el coche ese día, conducir algo más despacio, o menos distraído. El motorista que voló unos metros estaba vivo, pero no supimos el alcance de sus lesiones. Nuestra compañía aseguradora dijo que no era usual, ni aconsejable, que conociésemos esos detalles de la otra parte afectada en el siniestro.

El procedimiento penal por imprudencia, con un juicio demorado en exceso, hacía que mi compañero de vida no olvidase su brusco volantazo, carcomido por la ansiedad de ignorar el estado de aquel joven que quedó inconsciente.

En un viaje que organicé como terapia entablamos amistad con una agradable pareja. Él nos contó que había perdido su empleo tras sufrir un accidente de tráfico, aunque pronto pudo encontrar otro mejor remunerado y más interesante. Ella, la fisioterapeuta que le había ayudado a recuperarse, se convirtió en su mujer.

Desde hoy, unos meses después de la revelación, mi marido es el padrino de su pequeño, Germán.

07. Frente al Jardín

A tan temprana hora, el museo está aún en silencio. Va saludando a los compañeros que también se dirigen a sus salas. De camino a la suya, ella se detiene frente a “Su Jardín”.

Ese día algo parece haber cambiado. Quizá son los colores, o algunas flores que se abren o cierran según fija su mirada. Siente que algunos rostros la observan desde siglos atrás.

— ¿No te parece que todos están buscando algo? —pregunta una voz a su lado.

Un hombre de ojos oscuros y acento suave admira el cuadro, como ella.

—O huyendo de algo —responde ella—. A veces la belleza del caos nos inquieta.

Él sonríe y le muestra un dibujo a carboncillo: una figura femenina del cuadro, reinterpretada con alas de cristal y un globo entre las manos. Su mirada es melancólica. Se parece a ella.

Ella mira el dibujo y el cuadro, buscando a su ‘gemela’ alada.

— Desde el caos, a veces, florece un mundo nuevo —comenta. Y le entrega el dibujo.

Ella sonríe, agradecida, mientras los pasos de él desaparecen por el pasillo vacío.

Y entonces, como si el cuadro respirara con ella, cada rincón de “Su Jardín” le parece más acogedor.

06. SERGENDIPIA

Buscas sentido y respuestas en todas partes. En los márgenes de los libros, en la incertidumbre que precede a los viajes, y en la fugacidad de otros cuerpos. En los silencios que gritan más que las palabras punzantes, y en las promesas de una madrugada que nunca llega. Te sientas en un banco del andén de la estación a ver pasar trenes que nunca parecen tener el destino adecuado.
Y un día, sin buscarte, te descubres. No, no es un acto de vanidad.
Es el azar, o tal vez el destino caprichoso, el que te lleva frente a un espejo antiguo, donde un desconocido —o quizás no tanto— te mira con ternura.
Reconoces en esos ojos la calma que siempre has perseguido.
Detrás, en la mesilla, una foto enmarcada de tus padres ilumina el reflejo.
Sonríes.
Por fin entiendes que la rocambolesca suerte, combinada con la delicada casualidad de existir, son solo parte del azar que te ha traído hasta ti.
Respiras hondo.
—Gracias, mamá. Gracias, papá —susurras al vidrio—, por haberme llamado Sergio.

05. Lo que esconde el silencio

Me fascinaba aquella fotografía de mi abuela. Se la veía sonriente con aquel pelo rubio rodeando su joven rostro. El último de mis progenitores había fallecido, tocaba hacer «limpieza» y por eso estaba allí, en aquel viejo caserón. Dejé el cuadro sobre la mesa sin dejar de mirarlo. Al volver la vista vi en la pared una hornacina con una puerta metálica. La abrí. Dentro había una caja que me produjo una mezcla de curiosidad y nerviosismo por lo que pudiera encontrar. Estaba llena de fotos, había una de mi abuela y un hombre vestido con un impecable traje de las SS. En su gorra de plato lucía una insignia de calavera. Aquello me repugnó. En otra se besaban abrazados. Quedé en shock, ¿quién era aquel hombre? No tuvo que pasar mucho tiempo para que encontrase la respuesta. Había una profusa correspondencia y, aunque estaba escrita en alemán, reconocí algunos nombres de campos de exterminio. De mi abuelo sólo sabía que le habían matado cuando mi padre contaba meses de vida. Nada más, todo enterrado bajo toneladas de silencios. Aquel hombre era Walter Albath y mi apellido era Alba. Mi abuelo fue un Sturmbanführer de las SS, fue… ¡un asesino!

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