Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
2
1
horas
1
1
minutos
5
4
Segundos
2
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

30. La moribunda (Susana Revuelta)

Bertina es toda pellejos, lividez y venas azules hinchadas que se retuercen por su cuerpo. Lleva varios días con el pulso muy débil; su corazón, exánime, bombea desmayadamente.

A las primeras señales de alarma acudió la familia, solícita y presta, a estar con ella. A darle consuelo, a despedirse, a acompañarla en esos momentos. Pero la mujeruca no termina de exhalar el último aliento y se van aburriendo. Sentada junto al lecho, la hija estruja un clínex sin apartar la mirada del folletín de la tele. El yerno teclea en el móvil, seguramente esté redactando la esquela. La nieta mayor pone morritos mientras se hace selfies con la abuela de fondo, el mediano juega a derrotar a un dragón en su tableta y la pequeña mira los dibujos animados en su ordenador de juguete.

Con los ojos entornados los ve a todos ahí, alrededor de ella. Pero como si no estuvieran: solo se oyen los pitidos de los dispositivos, los malentendidos y lloriqueos de la telenovela, la hija sonándose los mocos. En la última bocanada de aire que expele, Bertina acurruca la mirada en el embozo de la sábana blanca. Allí, una mosca se frota las patas mientras la observa.

(Fuera de concurso)

29. Let it be (Gabriel Martín)

John, de blanco, parece escapado de una de las líneas. Detrás, Ringo, con su traje negro, aparenta surgir del asfalto. Los otros dos rompen la magia. Si me hubieran hecho caso en el color con que debían vestir hoy —Paul de blanco y George de negro—, tendríamos una portada cojonuda en vez de esta mierda apresurada entre grabación y grabación. Ser un genio no te salva de ser un gilipollas; al revés. El imbécil de Paul, además, se ha descalzado. Luego, si no funciona, la culpa será mía. Como siempre. Como todo.

También seré culpable de que la policía no haya cortado el tráfico y del camión descontrolado que viene hacia nosotros colándose en mi encuadre. Será culpa mía si no les aviso, claro. Como siempre. Como todo.

—¡Eh, chicos! Mirad hacia mí. ¡Girad la cabeza a la derecha!

La perspectiva adecuada ahora sería desde arriba: un plano cenital. El cuerpo de John se ha mimetizado perfectamente con una franja blanca y el de Ringo con una negra. Magistral. El color de la ropa de los otros dos idiotas ya no importa: no se les distingue debajo del camión. La portada será mítica.

28. Lo que nunca podrá saber un forense (Toribios)

Ansiaba los viernes por aquel concurso multicolor que le hacía olvidar las amarguras de un trabajo que le hastiaba. Desde la ruptura, se había convertido en un ser asocial que prefería -según decía él mismo- “la paz de su cueva”, antes que la algarada de los bailes de segunda oportunidad. Así que, se arrebujó en su manta preferida y se dispuso a gozar de un rato de diversión reparadora.

Pasó un rato y se fue quedando un tanto aletargado. Cuando abrió los ojos, las imágenes coloridas y vibrantes se habían trocado en fotogramas antañones en un blanco y negro en consonancia con unos presentadores endomingados, de voces altisonantes y dicción esmerada.

Instintivamente se acercó a la pantalla y le dio unos recios golpes. ¿Pero dónde se golpea una pantalla plana? Pues en aquella superficie amplia, sobre el tapete de ganchillo. ¿Estaré soñando? Fue lo primero que pensó, justo antes de que entrara en la sala su abuela, con su melena blanca y su bata de guata, como la recordaba.

Vino hacia él y le abrazó. Rodeó de calor su alma atormentada y su pequeño cuerpo de muchacho. Y sintió la tranquilidad de quien se sabe a salvo de todo mal.

27. Umbral (Nuria Rodríguez)

La noche se había desnudado sobre el convento, y el blanco y el negro respiraban como dos bestias contenidas.

Él, sacerdote de sotana oscura, avanzaba con la seguridad de quien conoce el peso del deseo.
Ella, novicia vestida de un blanco imposible, lo seguía como si la misma luz la empujara hacia la sombra.
—Padre —susurró—, hay cosas que la pureza no puede silenciar.
Su voz era un roce; su mirada, una grieta luminosa.
Él sintió cómo el negro de su ropa parecía arder desde dentro. Se acercó. No la tocó. No aún. La frontera entre ellos era un hilo tenso, afilado.
—Lo blanco puede ser una máscara —murmuró—. A veces, lo más puro es lo que primero desea mancharse.
Ella tembló, pero no retrocedió. El hábito claro revelaba más de lo que ocultaba cuando la llama del cirio se inclinó hacia ellos, cómplice.
—¿Y si quiero caer? —preguntó ella, con la respiración atrapada entre ambos.
Él respondió inclinándose apenas, lo suficiente para que su aliento chocara con el de ella, mezcla de luz y pecado.
En ese punto donde casi se tocaron, el contraste se volvió insoportable: el blanco dejó de ser inocencia, el negro de ser límite.

26. La verdad en blanco y negro

La duda me acompañó desde el mismo día en que la enterramos. Fui cobarde. La verdad me daba miedo.

Hoy, por fin, tengo la llave del cuarto oscuro, como lo hemos llamado siempre. Me decido a entrar. Entre cubetas, frascos aún con el poso de los líquidos, cajas llenas de negativos y hasta un par de fotografías que aún cuelgan sujetas por una pinza, tan secas como mi alma, localizo el carrete con los negativos en blanco y negro. Llevan la fecha del fatídico día.

Lo extiendo al contraluz deseando con todas mis fuerzas estar equivocada, que aparezcas en las fotos; pero no, miro y remiro…Ni rastro de tu presencia.

Entre tinieblas y sombras los negativos me hablan con su elocuente silencio, descubren el secreto que guardaban: que habías mentido en tu coartada, tan falsa como el amor que decías tener a mamá, como las lágrimas que derramaste en su entierro.

25. CRÓNICA DEL DESAMOR

Por mucho que te empeñes, el color no va a volver. Le dijo su madre a media tarde cuando, entre lamentos, ella le habló de la relación que un día inició entre la ceguera y el desatino. La sentencia despedazó su corazón como la flecha del arquero suizo. Se ovilló como un gato en invierno y, aunque el reloj se esmeró en marcarle los pulsos, no fue hasta bien entrada la madrugada cuando intentó deshacer los nudos con los que a sabiendas se había inmovilizado.

En su noche de sueños inquietos y delirantes, buscó sin éxito el lugar de su cerebro donde permanecía secuestrado el color de la libertad.

23. Paz por Jose Mª Escudero Ramos

Si tuviera que escribir sobre la paz, dejaría por un momento de teclear y escucharía el silencio que deja tras de sí el trasiego de mis pensamientos.

La duda no es una opción adecuada, tampoco lo es tomar partido. Hay veces en la vida que se mantiene la paz si no echas fuego sobre la agonizante lumbre.

Observa el vibrar de las llamas entre las candelas y los troncos secos, negruzcos, anaranjados, azulados… la convivencia de las diferencias.

No se trata de elegir entre blanco o negro, todos nos complementamos entre diferentes tonos de grises y todo tipo de colores, hasta alcanzar el blanco puro o el negro más misterioso.

Uno no es único si no se es con los demás. Esa es la magia de la vida, tú me haces pacifico con tu mirar; yo te miro con los ojos de la paz que me irradias. Es respeto.

La verdad seduce por sus bellas palabras y sus actos coherentes. Sus consecuencias susurran en tu corazón y cuando la sientes, no puedes dejar de vivir por ella, por la paz.

Escucho el silencio que deja tras de sí el trasiego de mis pensamientos… 

 

22. «Nighthawks»

Estoy en el museo y me permito girar sin posar la mirada en ningún sitio en particular, hasta que algo capta poderosamente mi anhelo. Se trata de los característicos postes de contención con su cordón rojo de terciopelo. Siempre me pasa lo mismo. Lo único que me hace vibrar es lo prohibido, lo inaccesible.

Cuando nadie mira, traspaso el umbral.

Si la retrospectiva de Hopper es interesante, entrar en “Los Noctámbulos” por la parte de atrás no tiene parangón.

Aquí la calle, en absoluto vacía, está llena de ruido, de paseantes, de curiosos. La perspectiva del bar se me hace extraña, pero los personajes charlan y se sacuden nerviosos, preparándose para posar. Hay un barullo constante. Alguien maquilla a la mujer y un muchacho alcanza un cigarrillo de atrezo a su acompañante. Éste lo mira con asco, mientras hace un gesto amargo ocultando con gran esfuerzo las toses y convulsiones provocadas por la dura enfermedad. El camarero grita a unos niños que sólo quieren mirar para llenarse de la magia del tiempo. Esos granujas, procurando no ser vistos, meten algo viscoso en el bolsillo del hombre solitario. Mientras tanto, un gato mea agazapado con una dignidad pasmosa.

Llueve.

21. Lecturas ocultas (Juana María Igarreta)

Fuimos concebidas en América, aunque en España nos conocen desde los años setenta. Somos negras, pero alternar con el blanco forma parte de nuestro código. Unas más gruesas que otras, pero todas supeditadas al número que nos marcan, para que quien solicite nuestros servicios no obtenga una información equivocada. La verdad es que llevan comerciando con nosotras más de cincuenta años. Si quieres saber lo que se esconde bajo nuestras estilizadas figuras, tendrás que contar con la ayuda de un buen lector.

Eh, cuando digo “un buen lector”, no me refiero a alguien como tú. Acércate a cualquier supermercado y observa la labor de las cajeras. Ellas, provistas de mágicas pistolas de luz, saben obtener con tan sólo un clic la preciada información que guardamos oculta en cada código de barras.

20. EL INFANTE BICOLOR (Edita)

Nuestro pequeño cambia de personaje a menudo: hoy me pide un tutú para hacer de bailarina y pasado mañana, convertido en bombero, puede apagar fuegos imaginarios con la manguera del patio.

Viéndolo yo festejar tan efusivamente con su padre los goles de España en la final de la Eurocopa televisada, en previsión de sus intereses inmediatos, bajo al bazar de la esquina. Compro enseguida un balón casi reglamentario, una imitación cutre del traje de la selección medio adaptado a su talla y unas botitas con tacos de goma. En cambio, no puedo adquirir ni una pizca de paciencia materna porque está agotada.

Al llegar a casa, me espera otra sorpresa: el niño se afana en encontrar el color negro revolviendo entre mis pinturas. Como no consigo disuadirlo, le ayudo a caracterizarse.

Ya van nueve días sin variar de atuendo, todo un récord. Y si lo llamamos por su nombre en vez de Nico o Lamine, no responde. A la hora de la ducha hay rabieta asegurada porque destiñe; las restricciones de esponja o jabón resultan ineficaces. Pronosticamos trauma inminente cuando vuelva a ser blanco. Acabo de pedir cita en el psicólogo infantil.

Nuestras publicaciones