Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
5
horas
0
7
minutos
0
9
Segundos
3
4
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

59. Cambio de planes (Ana María Abad)

Su matrimonio agoniza pero no quiere pasar por un divorcio, traumático tanto emocional como financieramente, de ahí que recurra al arsénico en el cordero asado. ¿Cómo iba a imaginar que su marido le mentía al decirle cuánto le gustaba y que el plato en el que ella tanto se esmeraba terminaba siempre en las fauces del perro? El segundo intento acaba con el pobre gato que, glotón como es, se zampa enterita la taza de leche en la que ha disuelto la estricnina. Su tercera y última mascota se reúne con las dos anteriores la mañana que le espolvorea los cereales del desayuno con cicuta en vez de azúcar: qué fatalidad que, justo ese día, el jilguero se escape de la jaula y los confunda con su alpiste.

Como en la tienda de animales no tienen caimanes, propone una excursión al Zoo. Primera parada: los cocodrilos del Nilo. Pero el empujón definitivo falla cuando su marido se inclina a recoger del suelo un billete de lotería huérfano y es ella quien, con su propio impulso, se precipita a las aguas turbulentas.

El cándido esposo no puede creer su buena suerte: el décimo tiene premio.

58. Caminos convergentes (Alfonso Carabias)

Mi padre solía decir que nadie confía en los extraños, hasta que el tiempo los vuelve necesarios.

Las guerras acaban, pero las heridas permanecen, y en los pueblos alejados del bullicio, donde solo vale el trabajo duro, el ánimo acaba cubriéndose de una costra difícil de romper.

La tierra, sin embargo, es sabia. Por ello, pese a las miradas esquivas, los portazos y las noches al raso, he permanecido aquí, escuchando el murmullo del viento, escudriñando los pliegues del terreno y dejándome llevar por las brumas que nacen al alba.

Las señales me guiaron hasta un pedazo de tierra a las afueras del poblado, junto a una de las líneas de ley olvidadas en los mapas.

Allí vivía otra alma solitaria, con la que compartí los conocimientos que mi padre me transmitió para rastrear los ríos ocultos que buscan la luz. Ella me escuchó con calma y me permitió buscar en el corazón de su tierra.

Al principio la vara de avellano temblaba sin rumbo, incierta, hasta que la mujer puso su mano sobre la mía.

Entonces comprendí que el camino del agua que ahora se me mostraba, y el de mi destino, en cierto modo, siempre fueron el mismo.

57. Entretelas de un matrimonio de extrarradio o la ascensión a los cielos de Anita Ekberg (fuera de concurso)

Mamá está desnuda. Nunca la había visto así. Tiene las nalgas tan blancas como el mármol de Macael, pero más blandas. Los pechos también, y más firmes de lo que imaginaba. Parece no haberme visto; sale de la habitación y recorre el pasillo hasta la puerta de la calle. Sus carnes se mueven armónicas a cada paso, generosas, rotundas, igual que un enorme flan recién salido del horno. Quizá debería haber cogido alguna de las mantas que cubren el sofá y correr para taparla, haberla detenido, evitar que se expusiera de ese modo al murmurar de los vecinos. Sin embargo, mientras baja la escalera, la sigo de puntillas para no sacarla de su trance, disfruto con el vaivén de su opulencia: la coreografía de sus muslos, el vals de sus caderas, la habanera de sus mamas, el tango, seductor y sereno, con el que avanzan sus glúteos. Una diosa en busca del Olimpo. Al alcanzar la acera, los rayos del sol se enredan en la maraña gris que laurea su pubis, los peatones se frotan los ojos entre incrédulos y conmovidos y papá, que llega distraído del trabajo, descubre, por fin, el tesoro que siempre había tenido ante sus ojos.

56. Ley de gravitación universal

«Parece que esta tarde tampoco pasará». «¿Quién?» «Tu sabrás». Marta es una exhalación: cuando levantas la vista ya está atendiendo otra mesa. Es posible que lleve razón, que Alberto no vuelva a ver a Inés recorriendo esa acera, pero él mira cada día por el ventanal con la misma atención que repasa sus apuntes de Física. Marta da rodeos en su ir y venir entre la gente para pasar junto a él. «Se ve de buena familia», le dijo ayer al servirle el café. «¿Quién?» «Quién va a ser». Hoy ha aprovechado un respiro para sentarse a su lado —sus codos, según Alberto, a la distancia de Planck— y decirle: «¿Es verdad que la masa de una persona podría caber en un terrón de azúcar?». A lo que él, mirándola a los ojos, le ha respondido que, siendo exactos, en un azucarillo podría caber la de toda la humanidad. La mirada ha durado unos segundos, los mismos que ella ha tardado en levantarse —como una centella— y reanudar su faena. Han sido suficientes no obstante para que el amor, que sin él saberlo ha estado orbitándole todo este tiempo, descienda sobre su cabeza con el peso imparable del universo entero.

55. INTELIGENTE

Desde hace tiempo apenas encuentran mano de obra calificada. La están llevando a la luna X-317 del planeta Landa tras el descubrimiento de un mineral que hace rejuvenecer, y cuya extracción requiere de cientos de miles de cabezas pensantes poniendo sus cerebros al límite de sus capacidades. Por el momento me he librado de ir y perder por agotamiento mi vida allí desde que limpio los suelos del Ministerio de Defensa y del Espacio, y tras graduarme con el grado máximo de doctor sobresaliente cum laude en Ciencias de Ingeniería Superior y Sicología Espacial.

54. UN HECHO EXTRAORDINARIO

Todo ocurrió en cuestión de segundos. Yo caminaba inmersa en mis pensamientos. Él apareció de la nada y me abrazó tirándome al suelo. Un trozo de hormigón desprendido del alero impactó en el suelo, justo a nuestro lado, rompiéndose en mil pedazos.

Me miró con sus ojos verde agua, su boca a unos centímetros de mi boca, —confieso con cierta vergüenza que pensé en besarle—. Me preguntó si estaba bien. Apenas le contesté despareció entre la gente que se arremolinaba alrededor. A nadie le extrañó que yo rompiera a llorar. Los nervios, ya se sabe.

Mi espíritu romántico, forjado en mil noches sin dormir leyendo novelas rosa, lloraba por ese final de película que no había podido ser, sin darse cuenta de que lo realmente extraordinario era haber tenido a un ángel de la guarda a dos palmos de mi cara.

53. REDENCIÓN

Es mi primera misión en la tierra y no pienso fallarle al jefe. He localizado el objetivo sin dificultad: mujer de mediana edad, adúltera, falta de fe y egoísta.

La sigo entre el bullicio del tráfico y los destellos de las luces navideñas, no son buenas fechas para convertirme en la sombra de alguien, máxime cuando ese alguien es adicto a las compras, al ocio, a la buena mesa y a todo lo que lleve asociado el mundanal disfrute.

Se me agota el plazo y no avanzo. El jefe se impacienta. Me ha dado 24 horas más y sé que por muchas que me conceda, no le reportaré los resultados esperados. Es tan emocionante ver cómo gira la ruleta en pos de tu número favorito, son tan sabrosos los manjares que ofrecen en los restaurantes que frecuenta… Además, soy su nuevo amante, es tanto el placer que siento entre sus brazos que estoy decidido a colgar las alas y, Dios si lo tiene a bien, que me perdone.

52. UNA VIDA RESUELTA

Que mi padre estuviera haciendo horas extras durante meses para comprarme aquella máquina de escribir portátil me cambió la vida. Tenía yo catorce años y me gustaba la mecanografía. Pronto tomé lecciones de escritura al tacto, de modo que, con un verano de por medio, estaba escribiendo con todos los dedos los apuntes del colegio. Como no podía ser de otro modo, acabé compitiendo con otros dos mil opositores en una de aquellas pruebas de velocidad tan patéticas como pintorescas en que los perdedores iban quedando orillados en el foso del olvido, mientras los más hábiles ganaban el podio de la estabilidad. Mi adicción temprana dio sus frutos y pronto tuve a mi cargo una ventanilla de registro por la que desfilaban ciudadanos de toda laya y condición.  Quiso el destino que uno de ellos fuera productor de cine y viera en mí cualidades que yo ni sospechaba. El caso es que aquí me tienen, resuelto a ser un Al Pacino de mi generación. De momento, en todas las películas hago de funcionario raso, pero me han prometido, si me esfuerzo, que en unos años llegaré a encarnar a jefes de negociado.

51. Ajustes

Hace cuatro años, Himawari dejó el paquete de dorayakis en el suelo para ajustarse su haori, y pidió a las demás que hicieran lo propio con los suyos, dignidad siempre, antes de entrar a entregarse por los pequeños hurtos que acababan de cometer. Misae, con la esperanza de no tener que preocuparse por las facturas en doce maravillosos meses, se había decantado por cinco sobres de furikake. Una botella de desinfectante fue la elección de Keiko para garantizarse durante un año tres comidas saludables y equilibradas al día. Daiki, que tras enviudar y ser desahuciada necesitaba algo más estable, se adueñó de una botellita de un sake de marca, y amenazó, palillos en ristre, al dependiente del supermercado que miraba atónito cómo abandonaban el establecimiento sin pagar. Hoy, todavía en prisión gracias a esa digna apariencia de banda organizada, se reunirán en el patio, discretamente, para recordarlo. Y emocionadas, se ajustarán, como entonces el haori, las chaquetas de ese uniforme carcelario que aún disfrutarán durante bastante tiempo.

50. Línea temporal

Dolores se viste con lo primero que encuentra, apura un café frío sin azúcar y sale a la calle. Hoy no escuchó el despertador y, en su propósito por ganar minutos al tiempo, tropieza con un bordillo. Mira un coche que invade la acera unos metros delante de ella. Cualquier otra mañana habría muerto atropellada. Hoy la salvó el retraso. Pierde el autobús por cinco segundos.

Francesco se ha levantado temprano. Mientras desayuna, se mancha la camisa de mermelada. Cierra la puerta y pasea con parsimonia. Ve salir de su coche a un conductor que ha tenido un accidente. Parece que está bien. Llega a su parada.

Se sientan juntos en el autobús. Ella le señala la mancha de la camisa. Se miran. Sonríen. Mantienen una conversación trivial. Bajan. Antes de despedirse, buscan sus auriculares. Los han olvidado. Entran en una tienda. Ella elige unos blancos; él prefiere otros azules. Van a pagar. A Dolores la atiende Rafael. En ese momento, ambos descubren el amor a primera vista. A Francesco le cobra Alba, antigua novia del instituto a la que hace mil años que no ve. Recién divorciada. A punto de retomar una relación que nunca quiso dejar.

49. DESTINO Y AZAR (A. Barceló)

Allí está, justo donde lo había previsto: esférico, luminoso y habitable. Un pico de tensión varía los parámetros de la trayectoria y el telescopio devuelve una visión increíble, un segundo objeto celeste en una órbita paralela. Un minuto después, el sistema informático se cae por completo. Por suerte, ha podido registrar las coordenadas a tiempo y, ahora, no es el flamante descubridor de un exoplaneta viable, como estaba previsto, sino de dos.
Tardarán varios días en solucionar los problemas técnicos en el observatorio astronómico del desierto de Atacama, por eso ha vuelto a casa antes de lo previsto. Aún no se ha publicado el hallazgo y quiere darle una sorpresa a su pareja. No hay nadie en casa, pasan las horas y ella no regresa. No tenía intención de hacerlo, pero está preocupado y decide llamarla. Justo cuando está a punto de marcar, se abre la puerta y acceden dos mujeres. Con gran excitación y urgencia, comienzan a desnudarse la una a la otra. Intenta no delatar su presencia, busca la salida trasera y abandona el chalet. La noche es clara y el cielo está despejado, mira hacia arriba en dirección a “sus planetas”. Acaba de decidir cómo llamarles.

48. La mariscadora

Como de ordinario, se ha levantado con la claridad que precede al día. Para ella no es festivo. Agarra sus aparejos y sale al encuentro de la bajamar. No debería tener esperanzas, pero ahí están: presentes en el purpúreo horizonte que señala el amanecer. Por eso bautizó como Lázaro a su hijo; para que siempre lograran rescatarlo. Y, sin embargo, no ocurrió así. Hace tiempo que su cuerpo se perdió en aguas muy lejanas. Compartiendo final con el resto de los hombres de la familia. Todos marineros sepultados en la mar. Sabela, la de los “Sen Pegada”; ese es su apodo. Porque no hay huellas; no hay rastro de los suyos en el cementerio. Tampoco hoy,  Día de Todos los Santos, lo visitará. Y, para olvidar, busca bivalvos a pie de playa removiendo la arena con el angazo. Hasta toparse con una superficie dura. Prudente, utiliza la sacha para levantar el terreno de alrededor. Después, de rodillas, aparta la arena con las manos y aparece su rostro. Tan sereno, tan hermoso. ¡Lázaro recuperado! Sabela llora. Llora de alivio, de dolor, de alegría. E imagina el aroma de las flores con las que ya podrá honrar la tumba de su hijo.

Nuestras publicaciones