Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

74. Nobles causas

Desde que tiene uso de razón, siempre se ha desvivido por las causas que consideraba injustas: la repugnancia natural que la mayoría siente por unos seres tan admirables como las cucarachas, la mala prensa que adquirieron las mochilas tras los atentados de Madrid, el repudio de los lectores a la poesía checa contemporánea, la crítica feroz al triciclo, la ignominia sufrida por la Coca-Cola de vainilla. Por eso, cuando contempla desde la ventana la feliz estampa de los niños jugando en el jardín, toma una decisión: no va a ceder ni un centímetro en la reiterada petición de su mujer cada vez que llega el momento de la poda. Esta vez, no. Y mientras siente el fuego subiendo por su cabeza, ya visualiza el frondoso skyline de Nueva York, visto desde Brooklyn, con las verdosas torres gemelas incluidas, rodeando toda su casa. No habrá un seto igual en todo el vecindario. La gente vendrá a hacer fotos, le preguntarán cómo ha sido capaz de llevar a cabo tal hazaña, alguno incluso le pedirá un autógrafo. Y, una vez más, los sueños, por muy pequeños que sean y aunque pertenezcan a una sola persona, vencerán a la razón.

73. ATAQUE DE FLECHAS

Una tarde soleada, don quijote y su amigo sancho panza iban paseando por el campo en busca de nuevas aventuras. Estaba anocheciendo y don quijote llevaba una antorcha en la mano. Por el camino se encontraron un avispero. Don quijote no vio el avispero, y le dio con la antorcha sin darse cuenta. En el momento en que las avispas empezaron a revolotear, le dijo a sancho:

-Nos atacan, nos atacan, déjame la lanza

Pero don quijote, solo son avispas.

-No, déjame el escudo que nos invaden sancho, nos van a atacar. Hay que estar atentos.

Pero don quijote, finalmente no pudo deshacerse de las avispas, tanto él como sancho estaban llenos de picaduras.

Así que ambos 2 se fueron en búsqueda de nuevas aventuras.

72. Honor sin gloria

La motillo de hoy va bien, un chasis enclenque, pero un motor duro, fiable. Y sobre ella, Quino cabalga cuál intrépido caballero en su jornada de tarde-noche. De 8 de la tarde hasta las 12 de la noche, en que termina el reparto de la pizzería. Él tiene fama de llegar siempre a tiempo, con el pedido calentito y una sonrisa. Esto le proporciona muchas propinas, de pequeña cuantía, claro; su territorio es humilde, él es de ahí. Pero al mismo tiempo esto le genera animadversión entre sus compañeros, especialmente de Íñigo, el más antiguo y el que siempre elige moto el primero. Quino lo sabe y le duele, no lo entiende, siente que les incomoda su presencia, pero es su trabajo…. Hoy intentará revertir la situación. Es viernes, habrá mucho trabajo y muchas propinas. Buen ánimo. Al acabar la noche, y antes de despedirse todos hasta mañana, lo suelta: «Bueno, amigos, hoy ha sido mi último día.»

Silencio y miradas incrédulas… Alguna sonrisa clandestina…

«¡Qué hijoputa, ahora tendremos que hacer tu trabajo!», exclama el más viejo.

71. Regreso al futuro

Debí sospechar de aquella venta cuyo nombre estaba escrito en la parla de los herejes. Mi nieta  sugirió que dejase la lanza en la puerta para no incomodar a los clientes. En vez de vino trajeron un brebaje negro que hacía cosquillas en la garganta y provocaba regüeldos. No tenían duelos y quebrantos ni salpicón. Me sirvieron un picadillo de carne envuelto en un  panecillo. En el reflejo de la ventana vi una triste figura con la barba manchada de una infame salsa roja. Había vencido al tiempo en buena lid para acabar en una época llena de malandrines y entuertos que deshacer, la caballería andante era más necesaria que nunca. Entonces vi a un bufón con la cara pintada que atendía al nombre de Ronald McDonald. Me abrazó para hacerse una foto con una familiaridad impropia de la buena crianza. No lo pude sufrir y le repasé las posaderas con el plano de mi espada, mientras los clientes nos jaleaban como si estuvieran en un corral de comedias. Esta vez los mangas verdes fueron puntuales. Me prendieron sin  consideración a mi rango y edad.
-Vuesas mercedes no saben con quién están hablando – les dije. Y no, no lo sabían.

70. Todo un caballero (María Rojas)

 

Me encontré en Nueva York con un mansito que, harto de melancolía, lloraba sin sosiego por el desamor de una fermosa dama.

Cabalgaba por la 42 cuidando no estrellarse con los suspiros de tanto caballero andante

que, como él, se perdía en la alevosía de la gran ciudad.

En las tardes se encontraban en un local sin viento a poner a punto sus barbas, corazones y sueños.

Después, entre lanzas, adargas, celajes y demás trastos, vigilando las sombras de los malandrines, se iban los compadres camino al bar.

Dejaba el mansito un maravedí en la rocola y le dedicaba el cantar a la reina de sus amores.

Luego, solazando entre mujeres distraídas y soplando dichas, lo encontraban los gallos.

Afuera, cabalgando en los muslos de la noche, lo esperaba Sancho.

69. De lo que aconteció a don Quijote y Sancho Panza con el quesero ambulante

«Ya vees tú, querido Sancho, que no siempre hay que buscar las aventuras, que antes te vienen ellas por sí mesmas, y en un santiamén te puedes encontrar riñendo con un villano al que ni por pienso hubieses visto de haber tomado otro rumbo.» «A fee que no le falta razón, señor, y hasta le sobraría si dijera que es cosa que para todos vale, porque mejor suerte hubiera corrido ese infeliz de haber cogido una trocha en lugar de este camino, o incluso de haberse quedado en la cama sudando un mal resfriado, que nada pretendía que no fuera vender esos quesos que cargaba.» «¡Válame Dios!, buen amigo, o acabaré por no asombrarme de tu ignorancia. ¿Acaso no viste, como yo, que antes de ocurrir el encantamento, esos quesos no eran sino piedras de trabuquete y el caballero que las llevaba no podía ser otro, por su atuendo, que el temible Arcalaús el encantador? Mas ten por cierto que ya habrá llegado al pueblo, en la hechura que los hados hayan dispuesto, y no cabe lamentarse más. Solo digo ahora que paremos en la primera sombra y saques una pieza de esas que en las alforjas te vi guardar.»

68. MOLOTOV

Sito se cubre el rostro con el pasamontañas y lanza la botella encendida contra el banco. Después, corre tras la barricada de contenedores. Siente la adrenalina, la rabia, el miedo. La nostalgia de una infancia que le robaron demasiado pronto. Igual que les están robando todo.

De repente, una sinfonía de sirenas les envuelve y anula los gritos de la multitud. Hasta la voz nos roban, piensa.

Cuando llegan las lecheras la gente sale huyendo. Solo unos pocos se quedan, pero Sito no puede. Corre hacia el rio, donde Pancho le espera. Montados en sus bicicletas de saldo cruzan el puente, rumbo a las afueras del extrarradio.

Llega a tiempo al colegio, y la sonrisa de su hermana ilumina el día y apaga el dolor. Ella le cuenta que ha dibujado un arcoíris con los dedos, y él le dice que pintó una hoguera de verdad.

En casa su madre cocina, con los ojos ciegos y las manos que ven. Después de cenar se sientan en el sofá y se cubren con dos mantas viejas. Entonces, Sito abre ese libro antiguo que tanto le gusta a su madre y comienza a leer: “En un lugar de la Mancha…”

 

67. Andanzas de ultramaratonistas (Jesús Navarro Lahera)

Probar los límites del cuerpo me llevó a apuntarme al trail del Privilegio, y así recorrer cien millas entre sierras y llanuras de La Mancha. Todo fue bien durante el día, e incluso la primera noche de carrera. Sin embargo, la segunda, mientras iba por una zona abrupta, con la mirada fija en el haz de luz que iluminaba el suelo desde mi linterna, oí un extraño resuello a mis espaldas. Entonces me detuve y escuché ojiplático la conversación de los dos atletas que me adelantaron.

―Pardiez ―dijo uno flaco en extremo, atusándose los bigotes y la barba―, vestido con esos pantalones que más pasarían por unos zarrapastrosos zaragüelles, lejos de una versión actualizada del gran Filípides, el de los pies veloces, zancada presta y piernas firmes como el más resistente acero toledano, me recuerdas a un rufián o desgarramantas cualquiera.

―No se preocupe vuestra merced por eso ―contestó el otro, achaparrado y orondo―, y recuerde que lo importante es haber evacuado antes de salir al galope, pues no querrá volver a casa con los calzones cuajados de palominos.

Luego los perdí de vista, y al parpadear me pareció distinguir sus figuras recortadas contra un grupo de molinos de viento.

66. El último encantamiento

El caballero de la triste figura ha perdido la magia con la que hipnotizaba a sus lectores. Cada vez que abrían su libro, mostraba que el mundo no era como se presentaba, sino como deseaba verse. Su fiel compañero Sancho, con una pátina de sensatez, recitaba refranes que desmentían los desatinos de Alonso, aunque en el fondo admiraba sus fábulas. Pasaron siglos asombrando a los que quisieron acompañarlos en sus desventuras, hasta que la vejez les llegó sin avisar. Sancho, cansado de su papel de cuerdo, se refugió en una ínsula que nunca existió. A Alonso lo retiró su pérdida de facultades. Ya no es capaz de disfrazar la realidad. Sus fantasías lo han abandonado, los gigantes permanecen encerrados en sus molinos y ni siquiera los héroes que guardaba en su memoria salen a rescatarlo. De sus bolsillos caen los recuerdos de duelos, batallas, conjuros, abracadabras trasnochados de una época olvidada. Los mensajeros, que incumplieron el juramento de contar a Dulcinea sus victorias, picotean como cuervos los restos de su fama. Mientras, él apenas puede vislumbrar su propio rostro cuando se mira en el espejo. Piensa entonces si conseguirá hacerse invisible sin la ayuda de una trampilla bajo sus pies.

65. Adelina: genio y figura

Todas las mañanas, Adelina toca el piano. Es su último reto. Ayudada por su fiel asistenta, se acomoda en la banqueta y con sus dedos arrugados interpreta la Marcha Turca de Mozart. Hoy, mientras espera una visita formal, no puede evitar perderse entre las animadas notas y rememorar, satisfecha, aquel insólito día del cincuenta y cuatro en el que, visiblemente embarazada de su tercer hijo, defendió su tesis ante un tribunal compuesto por hombres de rostro severo que la miraban con asombro y reticencia. Entonces, tenía treinta y dos años y, tras plantear su disertación con fórmulas y arresto, se convirtió en doctora en Ciencias Físicas, la primera mujer en aquella facultad. Después, aunque no se lo pusieron fácil, se incorporó como profesora y su terquedad y valentía dieron mucho que hablar.

De pronto, hace una pausa y se le escapa una sonrisa socarrona, porque, en breve y en el salón de su casa, escuchará un montón de elogios y, junto a una medalla dorada, le otorgarán el título de pionera. Ella agradecerá, con su habitual llaneza, haber vivido para verlo. Pero lamentará que no puedan presenciarlo aquellos que siempre la tildaron de chiflada. Por ejemplo, su marido.

64. Hasta el final

Nunca imaginaron que su hermoso hogar se convertiría en una trampa. Con las articulaciones supurando óxido y el alma fatigada, fueron reduciendo su espacio vital a lo imprescindible y abandonando estancias de difícil acceso.

Una tarde que densas nubes de alquitrán amenazaban tormenta, ella suspiró. Él adivinó el pesar en la nostalgia de sus ojos inquietos, se levantó de la butaca y la besó en la frente con devoción.

―Voy a subir.

La mujer trató de disuadirle, pero el hombre, empecinado en la aventura de complacer a su dama, jadeó tozudo, peldaño a peldaño, hasta llegar arriba. Al cabo, asomó esgrimiendo triunfal una bolsa llena de libros.

La ilusión de ella se tornó angustia al observarle descender en un equilibrio inestable que presagiaba el mal paso, la caída, el alarido e incluso el giro antinatural de la pierna huesuda sobre el descansillo. Impotente, llorosa, viéndole pálido, mudo y desvalido, se sintió desfallecer, su cabeza golpeó el pasamanos y, aturdida, aterrizó sangrando en el suelo.

Quedaron ambos tan maltrechos e incapaces que, cuando recobraron el habla, convinieron en que el destino ya solo les dejaba un consuelo: que él leyera para ella en alto las novelas causantes de aquel fatal despropósito.

63. MADNESS (Modes)

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N                                                        DULCINEA                       N

E                                                                                                  E

A         DULCINEA                                                                      A

 

Y así, con la sangre de mis venas, decoré esta acolchada habitación.

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