Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

85. ERRARE HUMANUM EST

Como no tenéis corazón, no os importa que yo haya entregado mis mejores años al proyecto Munchausen.
Vuestros androides me reclutaron en la barra del bar donde, cubata en mano, peroraba cada tarde. Me llevaron a una sala blanca llena de terminales. El trabajo consistía en contestar con nuestra primera ocurrencia a las preguntas que iban apareciendo en el monitor. Nos reímos mucho. Nos saltábamos toda norma, horario o sensatez. Nos rascábamos los huevos. A mis compañeros los fichasteis en taxis insomnes, cenas familiares o foros sobre coches. Nos necesitabais. Éramos la última resistencia a vuestro pensamiento algorítmico. Porque denunciábamos los chips en las vacunas, la conspiración de las mujeres contra nuestra masculinidad, o el borreguismo de aceptar la redondez de la Tierra. Necesitabais nuestra oposición a lo correcto y bienpensante. Éramos el ingrediente que os faltaba para que vuestra inteligencia pareciera natural. Porque éramos puro factor humano: erráticos, erróneos, imprevisibles.
Por eso, no perdonasteis el único error que no cometí. Lo motivó una de aquellas preguntas. La única que despertó mi interés. La escondí para más tarde. Visité —alguna existe todavía— una biblioteca. Me documenté. Medité la respuesta durante días. La redacté despacio. Y al escribirla, firmé mi sentencia.

84. Cuñados (Patricia Collazo)

Se despidieron con dos castos besos. Ella permaneció lánguidamente recostada sobre la maraña de sábanas que olían a sexo. Él cogió un taxi para desplomarse satisfecho y exhausto en el asiento trasero.

Cuatro horas después, durante la comida familiar, les tocó sentarse uno frente a otro.

Primera mirada por encima de los platos, los granos de arroz les supieron a culpa.

Segunda mirada, tras un choque de tenedores en la paellera, empezaron a saber a complicidad.

Tercera mirada silenciosa y supieron a deseo.

Él tuvo un estruendoso acceso de tos. Ella, la repentina necesidad de ir al servicio.

83 El ágape

Por primera vez asistía a un ágape de semejantes características. Quien me iba a decir que aquella papeleta que  encontré en el paseo de la playa, estaría premiada con un festín de este calibre, celebrado además junto al alcalde y los concejales del Ayuntamiento del pueblo, nada más y nada menos. Como había que ir acompañado, invité a mi amigo Rufino. Alquilamos un traje y hasta mi hija, cuando me vio, se despidió diciendo: «papá, estás hecho un pincel». Y allí que llegamos los dos, niquelados y con bastante apetito…

Nos sentaron en una mesa junto a unas señoras muy elegantes, con muy buena pinta. Había de todo: mejillones, gambas, langostinos, jamón, queso… Rufino, que era un tragón, no paraba de comer. Yo, más comedido, levanté un plato con unos langostinos. Lo ofrecí primero a las señoras, ambas cogieron uno pequeño, de manera que cuando llegué a mi amigo solo quedaba uno grande y otro diminuto. Rufino, sin dudarlo, se abalanzó sobre el grande y yo le susurré al oído: «yo hubiera cogido el más pequeño». A lo que me contestó: «ya, por eso yo he pillado el grande… Así los dos contentos».

82. SIN PERDÓN (Belén Mateos)

Pisó las baldosas negras evitando las blancas, pasó por debajo de una escalera que miraba instintivamente al cielo, rodeó el rosal y amortiguo sus pies en el césped, acarició el gato con pelaje desordenado y oscuro del vecino del piso trece, tiró la sal por toda la encimera de la cocina, abrió de manera impulsiva el paraguas amarillo abandonado hacia cinco años en el sofá del salón, arropó a los lobos que saltaban sobre su cama y cruzó los dedos delante del espejo que rompió tres años atrás.

 

Quería incumplir toda norma, dictaminar su veredicto de culpable, destrozar la cuadratura del círculo, envenenar a los doce dioses, repetir una y otra vez el ritual sin tocar aquella madera de su féretro descalzando el pie izquierdo, evitando mirar su foto vestida de novia que engalanaba la alacena del comedor desde hacía diez años.

 

Pero las cenizas reposan todavía entre sus manos y ya han pasado siete años sin condena.

 

81. Reflejo del mundo

Después de unos meses en el paro, en los que me volví todo lo noctámbulo que alguien puede llegar a ser, encontré un trabajo. Pero mi nueva ocupación tenía un pero: debía levantarme a las cinco de la noche, porque a eso no se le podía llamar mañana, como hacían los idiotas de mis jefes.

Me di cuenta al tercer día. Era verano. Caminaba como un muerto por la misma calle de los anteriores, con los ojos pegados y arrastrando los pies, cuando un ruido llamó mi atención. Miré a mi izquierda y vi a un chico limpiando los cristales de un portal, ¡menuda hora para limpiar! A la derecha otro chico parecido al primero luchaba por mantener el equilibrio en una especie de andamio que lo elevaba y que se movía en medio de una tormenta.

Al otro lado, empapado por la lluvia, también estaba yo, caminando en la dirección contraria, como un reflejo alterado de la realidad. Pensé que al cruzarnos nos perderíamos de vista; no fue así, porque no nos llegamos a cruzar. Sentí que el agua calaba mi ropa y mis huesos y seguí caminando sin saber cuál era el lado correcto de mi vida.

80 MATAR AL RESUCITADO

Unos meses tras terminar la guerra, Agustín Fierro aún no había regresado. Mercedes, su mujer, tras llorar prolijamente en público, le dio por muerto. En el cuartelillo firmó unos documentos y regresó para preparar la cena.
Amador, el hijo del panadero, la había estado rondando y llevaban tiempo acostándose a escondidas. Pero esa noche se fumaron un cigarro en la casapuerta de Mercedes. Comenzaron los rumores, pero demasiada gente debía ocultar sus vergüenzas y pronto comenzaron a saludarles al pasar. «Buenas tardes. Parece que refresca», «¿Habéis vuelto a encalar?» o «¡Virgen santa! ¡Cuánto ha crecido el pequeño!»
Cuando Agustín Fierro regresó había pasado tanto tiempo que no parecía él. Pero lo era. Lo sabían Mercedes y Amador y lo sabían todos en el pueblo porque nada hiela el espinazo como ver a un resucitado.
—He vuelto, Mercedes —dijo Agustín Fierro ante su puerta.
Pero Mercedes solo supo ignorarle.
—¿Qué haces en mi casa, Amador? —le preguntó.
Y Amador, sin alzar la cabeza, siguió limpiando las judías.
Agustín salió a la calle y nadie posó su mirada en él. Y así fue como quedó vagando por el pueblo, un día tras otro, buscando una mirada que le devolviera a la vida.

79. Desadjetivados

Comenzar al abrigo de la luz de la luna a través de los visillos. Mirar la dedicación con la que él profundiza en mis recovecos. Temblar. Aumentar la sensibilidad al compás de la vergüenza. Estremecerme al ver cómo me besa cada centímetro de piel, con entrega, sin apenas parpadear. Cerrar los ojos un instante. Esconderme en mis adentros. Disfrutar del baile bajo las sábanas hasta alcanzar juntos el éxtasis. Mirarnos fijamente a los ojos. Sonreír y, al fin, disipar las sombras de las dudas entre los diecinueve y los cincuenta y tres.

 

78. Comanches de oficina

El verano me aburre, dijo uno de los tres comanches, que lanzó una piedra y la hizo rebotar varias veces en la superficie del lago antes de ofrecerle la pipa de la paz al guerrero que tenía a su lado. Este la tomó, dio una profunda calada y exhaló el humo y unas palabras que encerraban un profundo deseo: Ojalá fuera tiempo de cazar búfalos y pudiéramos cabalgar libres por las praderas. Después le pasó la cachimba al que se hacía llamar Ardilla Plateada.

Lo que a mí me gustaría de verdad es cortarle la cabellera al gran jefe blanco. Es un matón, y se cree que puede abusar de todo el mundo. Le sobra soberbia, dijo. Llenó sus pulmones de humo, se puso en pie con solemnidad, dio un suspiro profundo, de resignación, recogió el tabaco y el librillo de papel de fumar y añadió: Venga, vámonos. Solo faltan cinco minutos para fichar.

77. Incorrector 3.0

Siempre fui reticente a instalar la aplicación, pero al final claudiqué. Tan aislado de los demás me sentía. Con el nuevo Incorrector (en su versión 3.0) pude, por fin, whatsappear con familia y amigos en igualdad de condiciones, con todas aquellas faltas de ortografía que tanto me horrorizaban.

La app es kapaz de traduzir mi scritura combirtiendola en 1 galimatias yeno derrores k paradogicamente es muxo + fazil dentender xa la mayoria. las tildes, los signos d apertura dexklamaziones i dinterrogaciones desaparezen,,, las faltas dortografia se distribyen en el testo al tuntun i la puntuazion al boleo. hasta ay bien lo malo vino kn la IA. el pograma aprendio solo + aya dl was. aora toma iniziativas siempre incorrectas (i peligrosas) i redirije mnsjs kn intimidades d mi mujer a los kolegas. igual kn los mails. i lo d los micros es peor xk yo partizipo en concrsos dd este mismo dispositibo. si las bses dizen k los relato an d ser respetuosos añade x su kuenta palabras kmo marika o sucnormal i si dize k el tope son 200 palabras se passa aposta kn lo fazil k me resultaria borrar unas pokas k no alteraran el sentido dl testo

(estas 5 ultimas, x ejemplo).

76. Testamento

Los labios se los doy al mayor de mis hijos: el ingeniero. Para que sonría. De resolver tantas ecuaciones, los suyos se le han quedado rígidos.

Al segundo, el juez, le entrego  la mano izquierda. Siempre ha sido muy hábil esta mano mía. Le servirá para proceder de forma inteligente aplicando las leyes.

La neurocirujana necesita otras piernas vigorosas que sostengan su cuerpo durante muchas horas. Mi pobre niña trabaja demasiado. Y yo aún puedo presumir de tenerlas fuertes.

Dejo mis dos orejas  al cuarto de mis hijos. En  reuniones y almuerzos complicados, siempre escuchará mejor si dispone de cuatro. También ha llegado muy lejos: es diplomático.

La última, sin embargo, solo consiguió  empleo en una guardería. Que le hacía ilusión trabajar con los críos, eso me dijo. Pero su vida a penas ha cambiado desde que lo dejó para ocuparse de los pañales que ahora necesito. Y yo, como siempre he sido un hombre correcto, le daré lo que le corresponde: nada.  Por cumplir con el deber de hija, ni siquiera la uña de mi dedo meñique.

75 CAMBIO DE RUMBO (Ana María Abad)

El día que decidió cogerse unas vacaciones, tomó a uno de sus acólitos, lo instruyó en sus deberes, y le traspasó manto y capucha negros, mientras ella se embutía en pantalón corto y camisa hawaiana para no desentonar en la playa de moda. A su regreso, halló sus dominios transformados: su sustituta vestía de corto y de blanco, lo había redecorado todo en tonos pastel, y los difuntos jugaban al mus y a la petanca, bebían mojitos, y por las noches bailaban los últimos éxitos de la radio bajo una bola de luces multicolores.

Sabía que su deber era enfurecerse, poner el grito en el cielo, hacer rodar cabezas con aquella guadaña que ahora colgaba de la pared como un vetusto trofeo. Pero, en vez de abrirles a todos un expediente, se limitó a firmar su jubilación anticipada con un mohín que a nada la comprometía, y regresó a la playa.

Ahora es instructora de pádel-surf, se ha llenado la melena de rastas y lleva en el hombro un tatuaje que reza: “Estoy de Muerte”.

74. SIETE

El día siete las siete hermanas se reúnen a comer y, aunque siempre acaba mal, nunca se han planteado dejar de hacerlo.

La cita es en casa de Avaricia, que tiene piscina, por lo que todas asisten con la intención de disfrutar. A excepción, claro está, de Envidia, que acude obligada y con el cuerpo lleno de sarpullidos.

Como es tradición, durante la comida Soberbia no deja de lanzar comentarios maliciosos sobre el menú, y sobre cómo ella podría mejorarlo.  Hasta que alguna de sus hermanas le sugiere que la próxima sea en su casa.

Al acabar, Pereza se tumba en el sofá, sin molestarse siquiera en quitar su plato, lo que provoca el esperado enfado de sus hermanas. Enseguida la sigue Lujuria, que muestra su cuerpo desnudo y hambriento, esperando un incesto que nunca llega.

Entonces, Ira, harta de las hermanas que le han tocado en suerte, explota. Y comienza la guerra.

Ajena a la batalla que se ha desatado a su alrededor, Gula, que sabe que siempre se repite el mismo patrón, se ha escondido en la cocina. No piensa salir hasta que acabe con las sobras de las demás.

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