Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

54. UN HECHO EXTRAORDINARIO

Todo ocurrió en cuestión de segundos. Yo caminaba inmersa en mis pensamientos. Él apareció de la nada y me abrazó tirándome al suelo. Un trozo de hormigón desprendido del alero impactó en el suelo, justo a nuestro lado, rompiéndose en mil pedazos.

Me miró con sus ojos verde agua, su boca a unos centímetros de mi boca, —confieso con cierta vergüenza que pensé en besarle—. Me preguntó si estaba bien. Apenas le contesté despareció entre la gente que se arremolinaba alrededor. A nadie le extrañó que yo rompiera a llorar. Los nervios, ya se sabe.

Mi espíritu romántico, forjado en mil noches sin dormir leyendo novelas rosa, lloraba por ese final de película que no había podido ser, sin darse cuenta de que lo realmente extraordinario era haber tenido a un ángel de la guarda a dos palmos de mi cara.

53. REDENCIÓN

Es mi primera misión en la tierra y no pienso fallarle al jefe. He localizado el objetivo sin dificultad: mujer de mediana edad, adúltera, falta de fe y egoísta.

La sigo entre el bullicio del tráfico y los destellos de las luces navideñas, no son buenas fechas para convertirme en la sombra de alguien, máxime cuando ese alguien es adicto a las compras, al ocio, a la buena mesa y a todo lo que lleve asociado el mundanal disfrute.

Se me agota el plazo y no avanzo. El jefe se impacienta. Me ha dado 24 horas más y sé que por muchas que me conceda, no le reportaré los resultados esperados. Es tan emocionante ver cómo gira la ruleta en pos de tu número favorito, son tan sabrosos los manjares que ofrecen en los restaurantes que frecuenta… Además, soy su nuevo amante, es tanto el placer que siento entre sus brazos que estoy decidido a colgar las alas y, Dios si lo tiene a bien, que me perdone.

52. UNA VIDA RESUELTA

Que mi padre estuviera haciendo horas extras durante meses para comprarme aquella máquina de escribir portátil me cambió la vida. Tenía yo catorce años y me gustaba la mecanografía. Pronto tomé lecciones de escritura al tacto, de modo que, con un verano de por medio, estaba escribiendo con todos los dedos los apuntes del colegio. Como no podía ser de otro modo, acabé compitiendo con otros dos mil opositores en una de aquellas pruebas de velocidad tan patéticas como pintorescas en que los perdedores iban quedando orillados en el foso del olvido, mientras los más hábiles ganaban el podio de la estabilidad. Mi adicción temprana dio sus frutos y pronto tuve a mi cargo una ventanilla de registro por la que desfilaban ciudadanos de toda laya y condición.  Quiso el destino que uno de ellos fuera productor de cine y viera en mí cualidades que yo ni sospechaba. El caso es que aquí me tienen, resuelto a ser un Al Pacino de mi generación. De momento, en todas las películas hago de funcionario raso, pero me han prometido, si me esfuerzo, que en unos años llegaré a encarnar a jefes de negociado.

51. Ajustes

Hace cuatro años, Himawari dejó el paquete de dorayakis en el suelo para ajustarse su haori, y pidió a las demás que hicieran lo propio con los suyos, dignidad siempre, antes de entrar a entregarse por los pequeños hurtos que acababan de cometer. Misae, con la esperanza de no tener que preocuparse por las facturas en doce maravillosos meses, se había decantado por cinco sobres de furikake. Una botella de desinfectante fue la elección de Keiko para garantizarse durante un año tres comidas saludables y equilibradas al día. Daiki, que tras enviudar y ser desahuciada necesitaba algo más estable, se adueñó de una botellita de un sake de marca, y amenazó, palillos en ristre, al dependiente del supermercado que miraba atónito cómo abandonaban el establecimiento sin pagar. Hoy, todavía en prisión gracias a esa digna apariencia de banda organizada, se reunirán en el patio, discretamente, para recordarlo. Y emocionadas, se ajustarán, como entonces el haori, las chaquetas de ese uniforme carcelario que aún disfrutarán durante bastante tiempo.

50. Línea temporal

Dolores se viste con lo primero que encuentra, apura un café frío sin azúcar y sale a la calle. Hoy no escuchó el despertador y, en su propósito por ganar minutos al tiempo, tropieza con un bordillo. Mira un coche que invade la acera unos metros delante de ella. Cualquier otra mañana habría muerto atropellada. Hoy la salvó el retraso. Pierde el autobús por cinco segundos.

Francesco se ha levantado temprano. Mientras desayuna, se mancha la camisa de mermelada. Cierra la puerta y pasea con parsimonia. Ve salir de su coche a un conductor que ha tenido un accidente. Parece que está bien. Llega a su parada.

Se sientan juntos en el autobús. Ella le señala la mancha de la camisa. Se miran. Sonríen. Mantienen una conversación trivial. Bajan. Antes de despedirse, buscan sus auriculares. Los han olvidado. Entran en una tienda. Ella elige unos blancos; él prefiere otros azules. Van a pagar. A Dolores la atiende Rafael. En ese momento, ambos descubren el amor a primera vista. A Francesco le cobra Alba, antigua novia del instituto a la que hace mil años que no ve. Recién divorciada. A punto de retomar una relación que nunca quiso dejar.

49. DESTINO Y AZAR (A. Barceló)

Allí está, justo donde lo había previsto: esférico, luminoso y habitable. Un pico de tensión varía los parámetros de la trayectoria y el telescopio devuelve una visión increíble, un segundo objeto celeste en una órbita paralela. Un minuto después, el sistema informático se cae por completo. Por suerte, ha podido registrar las coordenadas a tiempo y, ahora, no es el flamante descubridor de un exoplaneta viable, como estaba previsto, sino de dos.
Tardarán varios días en solucionar los problemas técnicos en el observatorio astronómico del desierto de Atacama, por eso ha vuelto a casa antes de lo previsto. Aún no se ha publicado el hallazgo y quiere darle una sorpresa a su pareja. No hay nadie en casa, pasan las horas y ella no regresa. No tenía intención de hacerlo, pero está preocupado y decide llamarla. Justo cuando está a punto de marcar, se abre la puerta y acceden dos mujeres. Con gran excitación y urgencia, comienzan a desnudarse la una a la otra. Intenta no delatar su presencia, busca la salida trasera y abandona el chalet. La noche es clara y el cielo está despejado, mira hacia arriba en dirección a “sus planetas”. Acaba de decidir cómo llamarles.

48. La mariscadora

Como de ordinario, se ha levantado con la claridad que precede al día. Para ella no es festivo. Agarra sus aparejos y sale al encuentro de la bajamar. No debería tener esperanzas, pero ahí están: presentes en el purpúreo horizonte que señala el amanecer. Por eso bautizó como Lázaro a su hijo; para que siempre lograran rescatarlo. Y, sin embargo, no ocurrió así. Hace tiempo que su cuerpo se perdió en aguas muy lejanas. Compartiendo final con el resto de los hombres de la familia. Todos marineros sepultados en la mar. Sabela, la de los “Sen Pegada”; ese es su apodo. Porque no hay huellas; no hay rastro de los suyos en el cementerio. Tampoco hoy,  Día de Todos los Santos, lo visitará. Y, para olvidar, busca bivalvos a pie de playa removiendo la arena con el angazo. Hasta toparse con una superficie dura. Prudente, utiliza la sacha para levantar el terreno de alrededor. Después, de rodillas, aparta la arena con las manos y aparece su rostro. Tan sereno, tan hermoso. ¡Lázaro recuperado! Sabela llora. Llora de alivio, de dolor, de alegría. E imagina el aroma de las flores con las que ya podrá honrar la tumba de su hijo.

47. Independencia (Aurora Rapún Mombiela)

Por purita serendipia. Así fue. Ni más ni menos. El semáforo cambiaba ya a rojo, yo trotaba sobre el asfalto, estresada, como siempre, con la mente en mil cosas y en ninguna cuando el móvil se resbaló de mi bolsillo. Mientras caía, me tendió sus bracitos, desvalido. Quedó atrapado entre las líneas blancas del paso de cebra. Horrorizada, hice amago de agacharme a recogerlo, pero el pitido de un taxista que arrancaba me impulsó a correr hacia la acera. Desde allí contemplé cómo lo atropellaba y provocaba que saltara en mil pedazos. Un extraño vacío se apoderó de mí. Una orfandad atroz. Y de pronto, ocurrió. Sentí el clac del yugo al romperse y así, sin comerlo ni beberlo, me reencontré conmigo misma.

46. TRAS LAS CORTINAS (VALDESUEI)

Al quedarme dormido sobre la mesa del laboratorio, pulse inconscientemente el sintetizador de partículas ionizadas de ricina y… ¡Eureka!

Tras meses de incesante trabajo, acababa de lograr un veneno inocuo para los humanos y efectivo para la plaga de ratas que asolaba el país.

Los roedores, cada vez más grandes, agresivos y adaptativos, se habían convertido en un problema de seguridad nacional.

Embargado por la felicidad, me fui directo a casa para compartir con mi pobre esposa la alegría del casual descubrimiento. Llevaba semanas sin verla.

Cuando llegué, me sorprendió que no me abriera la puerta. Tuve que apartar todos los seguros y trampas antirratas.

A pesar de ser media mañana, la encontré metida de la cama. Tenía las mejillas ligeramente encendidas, como si estuviera febril, pero me sorprendió su atuendo: vestía un sugerente picardías de color negro.

Sin duda, el destino me sonreía: tras el descubrimiento de la magistral fórmula, ahora adivinaba mi deseo de recuperar el tiempo perdido con mi joven esposa. Es una mujer tan ardiente…

Cuando me estaba quitando la ropa, algo se movió detrás de las cortinas.

¿Sería una rata?

Al centrar un poco la vista, comprobé que un enorme rabo asomaba entre ellas…

45. BENIDORM

Estaba Federico de vacaciones con su familia. Tres años ahorrando y sin vacaciones para poder estrenar, por fin, su Seat 600.

 

Este año podrían veranear en la playa más famosa de España. Tenía hasta Festival propio, incluso actuó Julio Iglesias y ganó.

 

Llevaban tres días en el hotel cuando recibieron un telegrama de Madrid, de Purita, su cuñada, en la que indicaba que habían recibido un aviso de Correos para recoger carta certificada de Hacienda. Purita no tenía autorización para recogerla. No podía ser nada bueno. Era la primera vez que les escribía Hacienda.

 

Los miedos, demonios y diablos invadieron su cabeza y miles de pensamientos rumiantes ahogaron su existencia el resto de los días.

 

No pudo pensar en otra cosa. Amargó a su familia todas las vacaciones. Además, no les había dicho que había pedido dinero prestado a su cuñada Purita a espaldas de su esposa. Un problema más. Pensar, además, en la carta de Hacienda le aterrorizaba.

 

Doce días después, cuando llegaron a Madrid fue a recoger a Hacienda la notificación, tembloroso y aterrorizado consiguió leer algo así como que le habian hecho una paralela y le salía a devolver.

44. EN LA CALLE DEL LOCO

En el camino al taller de costura había una casa que me aterraba porque en una de sus ventanas bajas siempre estaba asomado un loco. Todos lo llamábamos Tomás «El loco». Gritaba, insultaba y sacaba su brazos amenazantes.
Al pasar por su calle, antes de llegar, me cruzaba de acera. A veces, pensé cambiar el itinerario, aunque un pellizco de orgullo me forzaba a afrontar el miedo. Además, sentía una extraña necesidad de observarle de cerca, sus facciones deformadas, su verborrea delirante. Pero siempre terminaba saltando, nerviosa, a la acera opuesta.
La casa de enfrente solía tener la puerta abierta. En ella vivía una de esas familias con muchos hijos iguales, pero en diferentes tamaños. Todos altos y delgados, con el cabello oscuro y recio.
A mi hora de paso, solía encontrarme con los mayores y los saludaba disimulando mis miedos. Tampoco quería que pensaran que era una fresca que andaba rondándoles y solía volver corriendo al centro de la calzada.
Una tarde, un chico me atropelló con su bicicleta. Ambos nos disculpamos repetidas veces. Me levantó, mientras Tomás gritaba: «¡Puta! ¡Cabrón! ¡Chupapollas!»
—¿Cómo te me cruzas así, mujer? —exclamó, sonriente.
Y es que el abuelo era guapo de morirse.

43. Cuatro rosas en el mar

Ingrid se baña cada mañana en el remanso que hay al final de la playa, protegido por un acantilado. Josep se pone a cierta distancia con su caña de pescar y su sombrero de paja. La ve que le cuesta caminar entre los cantos rodados como si le clavaran agujas en los pies. Ingrid sumerge su piel arrugada en el agua transparente y se deja llevar. Josep la compara con una gaviota que, cansada de volar, desciende y se deja mecer por el oleaje. Al rato, ella sale, con dificultad, y se seca tumbada al sol. Un día ella le dijo que venía de Noruega y que en noviembre siempre huía en busca del sol. Pero él ya no quiere que vuelva a su país. Ella recoge sus cosas y le saluda con la mano diciendo «¡Hasta mañana!» con acento extranjero.

Cuando Ingrid se marcha, Josep distingue a lo lejos unas formas extrañas flotando sobre el mar. Espera paciente. El vaivén de las olas trae cuatro rosas en perfecto estado hasta la orilla. Las recoge con delicadeza, las mete dentro de su sombrero de paja y lo deja sobre la piedra donde ella siempre se tumba para secarse al sol.

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