Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

15. ¿AVE? (Puri Rodríguez)

Sentado bajo un viejo roble, escaso superviviente del frondoso bosque que poco tiempo antes circundaba su cabaña, recostó su cabeza en el tronco y miró hacia el cielo.

Entre el follaje divisó trocitos de un luminoso espacio surcado por blancas nubes viajeras, y se preguntó si esa extraordinaria luz estelar tendría fecha de caducidad.

–”Si existe desde hace millones de años, la avaricia de unos cuantos seres estúpidos no va a poder devolvernos a las tinieblas”– Se dijo para sus adentros mientras una bandada de pájaros volaba sobre las copas de los árboles.

En apenas unos segundos la luz se apagó y la más negra tiniebla lo inundó todo, destruyendo al optimista pensador y a su pequeño bosque.

Su última mirada fue para el extraño pájaro que cerraba aquella bandada y que se detuvo un momento en el aire, justo sobre su roble, para soltar un pequeño objeto oscuro antes de seguir su camino.

14. TONOS DE GRIS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

 

Conducía desde Villarcayo su Citroën 11-ligero. La niebla, tan espesa como un edredón, la disipó un fogonazo de luz cuando llegó al alto.

Paró el motor y se apeó junto al letrero que ponía LOS TORNOS 920m.

Se quedó mudo ante el cambio de paisaje. A su derecha el alto de Zamina, que cubría con un verde canoso sus turberas. De frente el brusco descenso escondía las curvas en zigzag de la carretera entre árboles de verde militar.

El sol, desde su derecha, iluminaba entre los tapiales los prados mostrando tonos verdes según las siegas. Los había de “manzana” en los recién segados, “pistacho” en los prados de altura y variedad de tonos “pasto” en los demás.

Por todos lados cabañas solitarias y animales de tonos rojizos y frisonas pacían tranquilos en las laderas.

Finalmente, a lo lejos estrelló sus ojos contra un mar azul “cerúleo” rayado de espuma junto a la costa y “añil” en el horizonte lejano.

Entusiasmado sacó del capó su KODAK-616 JUNIOR; la armó sobre el trípode y con la perilla en la mano esperó el momento más propicio de luz; y ¡plas!

El enjambre de colores quedó impreso en su película de blanco y negro.

13. Moby Dick

Después de su último encuentro ella salió malparada y se alejó en busca de aguas más tranquilas para curar sus heridas. Él puso todo su empeño en encontrarla, embarcado en violencias por mares tenebrosos, sin dejar de achicar la sensatez y la memoria de otros tiempos más felices.

La divisó en aquel paraje cuando se ponía el sol y enloqueció al verla acompañada. Lo arrojó todo por la borda, insensible a sus gritos tras cada cuchillada, y reservó para sí un último embate del acero, el menos violento, antes de quedar varado junto a ella en la acera.

12. Sombras de ciudad

El viento me traía olores conocidos: tierra húmeda, hierba fresca, ovejas… Junto a mis compañeros de trabajo corría libre, sin correas ni muros. Mi mundo era sencillo y tranquilo.
Pero me fui haciendo demasiado mayor para trabajar; mis patas ya no respondían como antes. Y un día me subieron a una jaula negra con ruedas y el aire cambió.

De pronto, todo me olía a humo y metal. Brotaban ruidos por todas partes: bocinas que rugían, voces que se mezclaban, pisadas que retumbaban en mis oídos. El suelo duro me quemaba las patas y cada pitido me hacía saltar. Un torbellino de sombras negras y luces blancas me cegaba y me paralizaba.

Ya no había espacios para correr, ni hierba donde tumbarme. Tampoco compañeros a los que acudir buscando auxilio o un ladrido amigo. Solo paredes altas y olores extraños que mi olfato no comprendía. Todo me apestaba a basura y a miedos negros.

Me acurruqué junto a la pierna de mi nuevo humano, temblando. Él me acarició y dijo algo con un tono suave. No lo entendí, pero por un instante sus gestos me devolvieron un poco de la seguridad que había dejado atrás.

11. Blanco sobre negro

Extrarradio. Familias asediadas. Ventanas destrozadas. Antidisturbios contundentes. Reyerta disuelta. Su cabeza, rapada. Su córnea, destrozada. Bala perdida, de goma.

Arraigado el trasplante, quiso agradecer. Acudió una madre: mirada hundida, piel negra. Ella sonrió. Él se estremeció; quedó descompuesto.

Abandonó el hospital: incómodo, escéptico.

Creció su pelo: ondulado, moreno. No se lo volvió a rapar.

10. El armario

Con el valor que su generación daba a las prendas de calidad cosidas a mano, no se había deshecho de ningún vestido importante en su vida. Allí estaban, bien preservados en fundas con naftalina, el de novia, aún impoluto y bordado de felicidad, el de chaqueta gris a medida, con el que aparecía en las fotos de nuestras comuniones, y los negros, acartonados por las lágrimas de dolor de tantos lutos acumulados. Descarté cualquiera de ellos.

Mi madre había sido una mujer de su época, forzada a aparentar una sobriedad en consonancia con la moral y el decoro exigidos por la severa educación de una sociedad rígida. Pero en casa, con nosotros, se convertía en un ser de luz cuya imaginación chispeante conjuraba la magia para colorear nuestras vidas y alentarnos a disfrutar del mundo con alegría. Y así quise que todos la recordaran.

Me inventé lo de su última voluntad. Hice caso omiso al gesto perplejo del maquillador cuando se lo pedí, al horrorizado de mis hermanos al contárselo y al estupefacto de cuantos se acercaron al tanatorio para despedirse de ella. A mí me parecía que estaba radiante con aquel disfraz de arlequín acorde a su verdadero espíritu.

09. NEGRO Y BLANCO (Miguel Ángel Jiménez)

Aquellos fotones rebotaron en mi ojo derecho. Lloré para defender mi retina de tamaña agresión cósmica. No sirvió de nada. El astro rey se había enfadado y se avecinaban tormentas solares en los próximos días. Lo de hoy era solo el comienzo. Mi retina oscureció. Fundió a negro. Mis hijos se asustaron. Nunca habían visto a papá así. Con la pupila negra. La otra no. Mantenía su color castaño original.

 

Mirándome de reojo. Sabían que yo me había levantado de mal humor porque aquella mañana se me olvidó ayudarles a mover el Cola Cao. Eso siempre pasaba así. Si yo estaba de buen humor siempre les movía el Cola Cao susurrando una canción de amor. Si no, no.

 

Abrí la ventana para mirar al sol y esta vez sí, absorber todos los fotones que se atrevieran a venir a mi ojo izquierdo, como cuando estoy feliz. Inmediatamente mi ojo fundió a blanco. Sonreí. Mis hijos lo notaron y se les cambió la mirada.

 

Cogí la cuchara y comencé a diluir sus tazas. Susurré otra canción de amor. Eso sí, ahora tenían un papá con un ojo negro y otro blanco. Seguro que presumen de ello en el colegio.

08. ABRAZO NEGRO

Toca limpieza a fondo en la habitación de mi hija. La ayudo. De repente, me quedo frente al póster de la portada del último disco de su cantante favorita. La chica es guapa: melena larga, velo blanco y una prenda entre hábito de monja y camisa de fuerza.

—Mola, ¿verdad?

—Mmm —contesto—, me recuerda a las monjas del colegio al que iba. Cuando nos daban clases vestían de negro y cuando iban de misioneras, de blanco; entonces hasta las feas nos parecían guapas. Recuerdo también que, según mis padres, no podíamos tener tele si queríamos ir de vacaciones, había que escoger.

«Pues las monjas del cole la tienen y van de vacaciones a África», les había contestado. Aquello me había costado una buena bronca; ellas no iban de vacaciones a África, iban a «salvar almas».

A mi hija le aburren mis batallitas.

—¿Y?… ¿Te gusta el póster o no?

—No demasiado, veo muchas ataduras en todo aquello: un hábito, una camisa de fuerza…

—No está atada, se está abrazando a sí misma —me interrumpe.

—Vale, si tu lo dices… pero creo que…

Mi hija pone los ojos en blanco y se da media vuelta.

 

07. AMOR EN JUEGO (IsidrøMorenø)

El largo periodo sin enfrentamientos entre ambos bandos, había desencadenado unas relaciones muy estrechas en el angosto espacio reservado al descanso. Allí todos permanecían en pacífica convivencia, mezclados sin considerar raza, sexo, condición social o religión.

Una hermosa dama con tez de ébano compartía rincón y lecho con el apuesto rey adversario, convirtiendo su relación de odio enemigo en ciega pasión.

Cuando al fin ambos ejércitos ocuparon el tablero para enfrentarse en nueva batalla, la enamorada dama de color, sin pensar en la traición, con un ingenioso y fingido despiste, eludió dar jaque mate a su amante secreto, el monarca blanco.

Un celoso y despechado alfil negro –testigo de la jugada–, para abortar la fuga de los monarcas, se comió el caballo blanco, los delató y, mientras pedía la recompensa, fue devorado por un peón.  ¡Que se joda! –dijo la torre.

Hoy, en el jardín de la ruinosa casa abandonada, he visto aquel ajedrez con las fichas ajadas e inertes sobre un descolorido tablero, abandonado a la intemperie.

Desde aquella batalla, el rey blanco, desanimado y melancólico, no volvió a saltar al tablero. La reina negra había sido decapitada y nadie ha encontrado aún su hermosa cabeza de ébano.

06. CLÁSICOS POPULARES (Ángel Saiz Mora)

El gran intérprete, enfundado en un traje negro, fue recibido con aplausos.

El gran intérprete detuvo su recital. Ceños fruncidos e improperios cayeron sobre un individuo que, convertido en oveja negra, abandonó la sala de conciertos.

El gran intérprete no pudo continuar. Dijo que la conocida melodía de aquel móvil le había dejado la mente en blanco.

El gran intérprete aprovechó que estaba infectado sin remedio por el pegadizo estribillo, como si fuese una peste negra, para escribir una sinfonía con variaciones a partir del célebre tema.

El gran intérprete, también compositor, aunque gris, cosechó un éxito inesperado, pero no lo disfrutaba, a sabiendas de que nunca volvería a crear algo de semejante calidad, de que una obra es irrepetible o mediocre, igual que lo que es blanco no es negro, o se está vivo o se está muerto; que para que algo perdure, algo debe desaparecer.

El gran intérprete tuvo un oscuro presentimiento acerca del hombre que, con su interrupción, le había inspirado una obra inmortal, aunque nadie le contase que al salir del auditorio ese infeliz cruzó sin mirar, ni que mientras agonizaba, atropellado sobre el negro asfalto, en su teléfono sonó de nuevo: “Hola, don Pepito”.

05. LA VERDAD EN LOS OJOS (Juan Manuel Pérez Torres)

Combatía la lluviosa tarde y el tedio de la soledad repasando los recuerdos desordenados de un cajón y se detuvo en una foto en blanco y negro. Él la miraba, ella le sonreía. No recordaba aquel momento, pero el contraste no dejaba lugar a los matices, la duda y el amor, como la herida y la cura, eran los extremos del contorno de sus vidas. El negro de lo vivido junto al blanco del tiempo olvidado eran como la verdad y la mentira, como el sí y el no. Y, sin embargo, entre ambos, se borraba todo el gris del mundo, donde habitaba la ambigua vida, real e incierta. Después de un rato cesó la lluvia y un claro celaje dejó ver el arco iris.
Siempre pensó que aquella era la fotografía de un amor o de una costumbre. Hoy, al encontrarla en el cajón, supo la verdad: el color estaba a buen recaudo en sus pupilas.

4. BLANCO Y NEGRO (Mariángeles Abelli Bonardi)

Nunca disfruté del encendido del árbol ni decoré, con verdes y con rojos, una casa de jengibre.

Cuando llegaba la época más colorida del año, yo no permitía, en mi salón de clases, ningún tipo de adorno navideño.

Después de probar de todo sin resultado alguno, terminé por asumirlo: mi vida se reducía a sólo dos colores. Y entonces, cuando ella me ofreció esos lentes, supe lo que era realmente ver…

Bajo el muérdago, mirándola a los ojos, me incliné para besarla: Iris, la bella optometrista, curó mi daltonismo y mi soledad.

 

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