Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

69. SELVA

Entra y enseguida empuña el machete para apartar obstáculos. Recorre el meandro de cachivaches, esquiva con destreza los montones de papeles apilados y los utensilios más dispares. Se distrae con el vuelo atolondrado de los canarios que zigzaguean en la estancia. Desde la cornisa de un armario rebosante de ropajes, mantas, zapatos y maletas bajan los pájaros a posarse sobre sus hombros. Cantan sin temor, acostumbrados al desconcierto. En el recorrido se tropieza con el gato carey que le ronronea con cariño siguiéndola a trompicones en la jungla de bártulos.

A medida que se adentra en el corazón de su morada el camino se oscurece. Periódicos de hace décadas ciegan por completo los cristales de las ventanas. Echa mano de la linterna para poder continuar. Del techo cuelgan un traje de buzo, quince paraguas. En el suelo reposa la mitad destartalada de un piano de cola que alberga a una iguana. Llega al centro de la casa. En una mecedora la espera su marido, Diógenes. Ella deja en su regazo una cesta de mimbre con frutas y vino. Los saborearán en silencio, rodeados de miles de enseres de los que nunca se van a desprender.

68. Desastre Natural

 

 

Me encerré en el baño decidida a salvar mi cita con Juan, el chico de mis sueños. Esa mañana había descubierto horrorizada un grano del tamaño de una lenteja de Salamanca en la punta de mi nariz. Apreté con saña, consciente de que la vida tal como la había imaginado dependía de la eliminación de ese divieso. Apliqué un poco de pasta de dientes como me había dicho mi amiga Jenny. Según leí en un artículo del Nuevo Vale, me hice un emplasto con tierra de una jardinera del insti. Aquello iba de mal en peor, no podía presentarme asi. Entonces recordé las palabras del abuelo.

«Ante la duda, piensa que haría el Capitán Trueno». De niña leíamos juntos sus cómics . Aunque desfigurada por un cráter lunar, había que dar la cara.

Juan fue puntual. El chico que aterrorizaba al barrio con su Derbi Variant trucada me estaba esperando. Al acercarme vi que él también sufría inflamación aguda de las glándulas sebáceas. Nos dimos la mano y todos los granos del mundo reventaron al unísono en un Big Bang de fluidos expandiéndose incontrolables. Parados en mitad de la calle, inmunes ante tanta devastación, empezamos a dejar atrás la adolescencia.

 

67. Del cefalópodo

La madre se queda embobada mirando la pantalla del ordenador. ¡Estos entretenimientos modernos son tan atractivos visualmente! Pero es la simplicidad de formas y trazos lo que la cautiva. El movimiento de los colores en ese laberinto cambiante… le parece una obra de arte con vida propia.

El chico está enfrascado en lograr su objetivo: que los puntos rojos lleguen al final del recorrido mediante la reubicación de sus paredes, facilitando así su camino hacia la salida, mientras impide el avance de los verdes. Además puede reducir el grupo adversario si consigue que un panel caiga, al trasladarlo, justo encima de un punto.

En otra parte del planeta, una joven se encarga del avance del equipo verde. Le fascina el diseño del desplazamiento de los colores… aunque es algo errático, como si fueran ratones en un laboratorio.

A miles de kilómetros, en una lujosa sala, las apuestas sobre el vencedor suben a cantidades desorbitadas entre sorbos de champán.

En la nave industrial contigua, hombres y mujeres de ambos equipos, con geolocalizador en el tobillo, corren desesperados en medio de un caos de tabiques móviles, rezando para no morir aplastados en su intento de alcanzar la meta y ganar el juego.

66. Orden y método

Llegaba tarde. Sus dedos sudorosos dejaron resbalar la leontina por cuarta vez. Se había demorado más de lo debido en el banco del que siempre salía sin dejar asuntos pendientes, las carpetas bien alineadas y la pantalla del monitor sin una mota de polvo. El director había accedido al fin a concederle el permiso que, obviamente, sería detraído de sus menguadas vacaciones, pero sus temores no se cumplieron y compareció puntual a su cita en la sala de subastas.

Estaba más delgado. Su dieta ya había dejado atrás la frugalidad para rozar la desnutrición. No era tampoco el momento de cambiar los cristales de sus viejas gafas y, en lo referente a su vida social, el ahorro también había llegado al límite. Esta vez estaba seguro de lograr su objetivo que pondría fin a tantos años de privaciones y aislamiento.

A la salida sucedió lo de costumbre. Volvió a quedarse a unos pocos cientos por debajo de la puja ganadora. La cantidad de salida había superado sus expectativas y resultaba incomprensible para un formato tan reducido. Todo era cuestión de resistir hasta la siguiente ocasión para alcanzar su sueño y ser dueño de un Pollock.

65. Estrategia menor (Blanca Oteiza)

Observa a sus hermanos mayores haciéndose el despistado con sus juguetes de niño, esperando el momento en que descubran su trampa. Ese cromo favorito aparecerá escondido entre los libros del otro. El ansiado instante llega, asoman por la puerta del dormitorio tan ajenos a la artimaña del menor de la casa. Y ahí está, el descubrimiento del robo. Comienza un insulto, un empujón y va tornando en pelea de calle. Vuelan objetos por la habitación, las camas sufren golpes, hay caídas, impactos contra las sillas y la mesa de estudio. El desorden caótico reina en el cuarto de los tres hermanos.

El pequeño disfruta mientras los gemelos se aporrean, cómo goza de estos instantes. Tan pronto termina esta guerra, ya está pensando en la próxima batalla.

64. Caso cerrado

La casa tiene un porche, una fachada con las paredes blancas, dos ventanas de guillotina a los lados de la puerta, un llamador en forma de cadena y un tejado de zinc. El silencio saluda la llegada del comisario. Los agentes callan al ver su imponente figura vestida de negro. Lleva un sombrero de fieltro que bien podría estar de moda si viviéramos en los años cincuenta. Se lo quita cuando entra. Observa con detalle cada rincón de la sala. Queda claro que hubo una pelea, piensa. Lo demuestran los muebles esparcidos por todas partes. La víctima cuelga de una cuerda atada a una viga. La televisión permanece encendida sin volumen. En la pantalla, unos dibujos animados hacen aún más tétrico aquel cuerpo sin vida. Recoge del suelo jirones de ropa oscura que guarda en una bolsita. Después, le corre un cosquilleo por el espinazo de puro placer al contemplar la escena completa. Aunque ha dejado algunas pruebas, las que lleva en el bolsillo, reconoce que el asesino ha hecho un buen trabajo. Antes de marcharse, lo ve reflejado en un espejo mientras se pone un sombrero pasado de moda.

63. Utopías, distopías y las dudas de un señor de Majaelrayo (fuera de concurso)

Trump ha muerto. Un cortejo de caracoles, con la bandera republicana impresa en sus conchas, transporta el féretro por las calles engalanadas del condado de Queens. En España, un Aznar envejecido, practica su acento neoyorquino para ofrecer sus condolencias en la televisión pública. Apenas mueve los labios y su piel parece acartonada por un exceso de radiación ultravioleta. Desde un sitio indeterminado de Israel lanzan salvas en su honor que, por verdadera mala suerte, acaban cayendo en Beirut, Gaza y Cisjordania. Meloni declara un año de luto nacional y redescubre las camisas negras para su guardia pretoriana. Facciones de plañideras inundan las plazas de pueblos y ciudades. Brigadas de partidarios rasgan sus vestiduras, laceran sus espaldas, elevan los brazos a un cielo deslucido, desde hace más de cinco años, siempre encapotado. Putin, más triste que nunca, acaricia sobre sus rodillas un peluquín de color rojo, pobre y desgreñado. Una sibila de piel cenicienta y vestida con harapos siente la tierra vibrar bajo sus piernas, recoge con cuidado los huesecillos de paloma y los vuelve a tirar sobre la alfombra de cáñamo. No hay duda, predice, el Madrid otra vez campeón de Europa, gol de Luka Modric en el último minuto.

62. Crucero del terror

Durante el shabbat mi papá anunció que al día siguiente haríamos un viaje sorpresa junto con otras familias de colonos. No podía salir ni llamar a mis amigas para averiguar algo más, porque como hija de rabino debía leer, rezar o aburrirme, aquella noche la pasé en blanco.

Al día siguiente embarcamos hacia el sur sin apenas separarnos de la costa. Me acerqué a los cuchicheos de las mujeres para saber, pero respondían que íbamos a ver un hermoso espectáculo y luego me daban la espalda.  Aunque casi todos se entretenían, yo no quería seguir, pero el barco me llevaba.

Al atardecer, con las primeras luces de la costa, lo entendí. Lejos, frente a nosotros, las bombas iluminaban el cielo y la tierra, cada vez que caí­a una todos se animaban con la destrucción de un trozo de la ciudad. Los mayores, tan divertidos como los niños, explicaban que aquella preciosa tierra serí­a suya cuando todo acabara. Se miraban felices mientras el cielo estallaba, seguros en su propia suficiencia.

El entusiasmo colectivo me provocó una arcada, di la espalda al horror y sólo pude rezar por Fátima y su familia.

61. El charco de las delicias (María Rojas)

En el río mis tías abuelas, Marta y Virgilia, no sé de dónde ni cómo sacaban una vitalidad asombrosa y se tiraban de cabeza al charco de las Delicias. Detrás se zambullía Fortunato. Yo maravillada me quedaba viéndolos. Ellos, mirando al cielo con las piernas y los brazos extendidos, flotaban extasiados, vibrantes, místicos. Las pieles con el agua se les estiraban, como las sombras con el sol, y los ojos intemporales fulguraban. Las parumas de las tías se inflaban de dicha y el calzón de lino de Fortunato formaba remolinos con la corriente.

Todo era silencio; solo el aletear de los pájaros, el caminar arisco de los insectos y alguna serpiente de maliciosa belleza que los rastreaba. El paisaje perdía sus coordenadas y se fundía en goces.

¿Era esto acaso el paraíso perdido?

60. Una de tantas de la España vaciada (Rosy Val)

Atravieso la verja. Recorro despacio el camino que va hasta la casa, evocando en cada paso la veintena de años que viví feliz en ella. Contengo la emoción por volver a verla. 

Vengo preparada. 

Para encontrarme con un halo de luz colándose por la persiana, delator de miríadas de telarañas cubriendo vigas, suelos y paredes. Insectos devorando muebles. Recetas caducadas pudriéndose en la alacena. Ennegrecidos de hollín, cacharros, sartenes y cazuelas. La jarra de barro en la mesa, custodiando las cenizas de sus últimas margaritas y amapolas. Entre marañas de polvo, ese instante eufórico; el de padre y madre anunciándome que una vida mejor en otro lugar nos esperaba. En el cajón de mi mesilla, un siempre te amaré, envuelto en un pañuelo de lágrimas petrificadas… 

Al acercarme al portón descubro un felpudo que no recordaba. Ventanas vestidas de primavera. Olor a limpio, a vida, a puchero. Una pareja joven, con las puertas de par en par preguntándome sonriente qué deseo. Y a dos preciosas niñas corriendo hacia mí, como si me conocieran de toda la vida. 

Me voy feliz. Antes, les hago entrega de una llave que llevaba cuarenta años guardada.

59. Escribo, porque estoy viva

Atardece. Trinos. Olor a hierba mojada. Leve balanceo de columpios oxidados. Hoy, después de tanto, regreso al viejo parque. Estoy alerta. Los duendes pronto tocarán sus tambores. Entre los hibiscos reaparecerán brujas y ogros. Mis piernas tiemblan, pero no hay miedo.

De adolescente caminaba hasta aquí cada día con mi libreta. Locas historias (mis historias), emergían tras los arbustos. Del estanque brotaban dragones tímidos, o ranas con corbata. Príncipes embarazados se deslizaban por el tobogán. Hasta aquella tarde en que unos desalmados quemaron un contenedor, y todo mi mundo ardió. Pero aguanté para escribirlo. Me mantuve firme, escuchando gemir a los dragones, viendo arder el cabello de las hadas. Muriendo; escribiendo. Fue horrible, pero poético. O poéticamente horrible.

Hoy quiero, necesito ser fuerte. Escuchar de nuevo sus diálogos. Revivir la belleza, sin límites. Borrando esas absurdas fronteras marcadas por otros.

Tras aquella tarde, deambulé semanas por la ciudad, hasta que alguien me encontró tendida, demacrada, balanceándome, murmurando caóticas frases. Y me llevó en brazos al hospital.

Pero ya ha pasado mucho tiempo. Estoy lista. Donde hubo árboles quemados ahora hay una fuente con estatuas. Observo. Escucho. Huelo. Siento. Pervive el viejo sauce, y el liquidámbar.

Pronto sonarán los tambores.

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