Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

23. Para cuando tenga tiempo (Javier Igarreta)

Aquel día vino el agente del Círculo de Lectores y una vez más le pilló sin rellenar el pedido. Mientras buscaba la revista, miró de soslayo su nutrida biblioteca y de pronto le asaltó el pensamiento de que tal vez ya iba siendo hora de frenar su afán acumulativo. Las estanterías crujían bajo el peso de las lecturas aplazadas “ad calendas graecas” y más de un libro asomaba el lomo, ofreciendo sus páginas a la insidiosa curiosidad de las arañas. Y es que aparte del Círculo, él siempre fue un asiduo merodeador de librerías y rara vez salía de vacío, ya fuera por el autor, por el tema, o por razones más extravagantes. Tampoco sería justo pasar por alto su atracción fetichista por los libros. Ahora que tenía ante sus ojos apenas una pequeña parte de ellos, creyó sentir su acuciante reclamo. Quizás sabedores como él de que el tiempo invertido hasta tener tiempo, casi siempre se recupera a destiempo. Además ya no estaba su amigo “Mochales”, recientemente muerto a causa del amianto y lector empedernido de sus libros. Jamás olvidaría sus resúmenes, tan sesudos como atinados. Gracias a él podía presumir de leído.

22. Mi mejor amiga

En cuanto apareció la mariposa, abandoné la terraza y volví a la sala de espera. Me dan pavor. Dentro olía a desinfectante. Acerqué el fular de Bego a mi nariz y su inconfundible aroma a frambuesas me tranquilizó. Cuando salió, estaba demacrada. No podía dejarla así. Germán se mostró reacio. Que ella se lo había buscado por liarse con un tío que ya tenía su propia familia. Al final, la instalamos en el cuarto de Claudia. Dudé si sería lo mejor dadas las circunstancias. Pero la niña y ella siempre se han llevado estupendamente.

 

Una tarde, al entrar en casa, escuché las risas de los tres. Claudia corrió hacia mí con una cajita. “Mira, mamá, me la ha regalado Bego. La primera de mi colección”.  Detrás de la tapa de cristal había una mariposa disecada. Grité. O quizás no porque nadie pareció escucharme. La colección siguió aumentando hasta la marcha de Bego. Poco después, viajó Germán a Frankfurt. La noche de su regreso vomité. ¡Dios! Cómo olía a frambuesas.

 

Hoy le he pedido a Claudia que se lleve las mariposas a casa de su padre. Me ha dicho que no. Que ahora necesitan más espacio para cuando nazca el bebé.

21, NI CROMOS, NI SELLOS, NI MARIPOSAS

Cuando naces pobre y asumes que lo serás durante toda tu vida apenas encuentras qué coleccionar. De pequeño, mientras otros niños intercambiaban cromos de futbolistas o de Vida y Color, iba de corrillo en corrillo y observaba su sonrisa hasta hacer mía la ilusión que sentían al conseguir un cromo nuevo. Por eso decidí coleccionar sonrisas.

Después de tanto tiempo sospecho que nadie posee una colección como la mía, incluso conservo algunas repetidas, las tengo sinceras, amables, desinteresadas, compasivas, fraternales, espontáneas, hipócritas, y un montón de indiferentes.

Pero la que conseguí hace tiempo, mientras pedía limosna en la boca del metro, justo cuando ella depositó una moneda a mis pies, aquella mueca cautivadora que ni siquiera perduró un aliento enseguida se convirtió en el tesoro más valioso de la colección.

20. EL CABALLITO DEL DIABLO (Toribios)

Dicen que desear lo imposible es decepción segura. No sé. El caso es que había llegado el triste momento de deshacer la casa. Muertos mis padres, había que vender, y mi hermano y yo tuvimos que viajar hasta la ciudad donde había transcurrido nuestra infancia. Habida cuenta del afán coleccionista de mi padre, la cosa se presentaba complicada. Miles de libros descansaban en los estantes polvorientos, y en los cajones se confundían sus preciados sellos, con la lupa, las pinzas y cientos de monedas muy diversas. Tras varios días vaciando las habitaciones, solo nos quedaba el desván. Me acordé entonces de mi álbum de cromos. Aquel de animales y plantas que soñé durante años terminar y que lo estaba a falta de uno solo. El cromo que nunca salía en los sobres, ese cuya existencia era un mito entre la chiquillería, hasta el punto de dudar de si alguna vez fue impreso. Apareció en una de las cajas. Fui directo a la página de los insectos voladores. El corazón me latió con fuerza mientras recordaba mis  fervorosas oraciones de antaño. El hueco infamante ya no estaba. En su lugar desplegaba sus alas orgulloso el innombrable.

19. El Músico

Colecciona canciones. Momentos. Historias. Sensaciones.

Colecciona recuerdos, propios y de otros.  De él con otros. Estelas musicadas.

Siempre había deseado componer, cantar, escribir para sí mismo y para otros. Escondido en su cuarto, bajo las sábanas de su cama, con la compañía de una linterna, un cuaderno y un bolígrafo, escribía frases centradas en busca de una canción, de un algo musical. No conseguía nada.

Nada. Salvo las miradas extrañas de sus familiares.

Intentó con los instrumentos, con la escala musical, con la parte orquestal de toda canción. Pero algo había en su interior que le impedía crear una melodía, un ritmo que permitiera soñar a otros o a sí mismo. Una sensación que no sólo encadenara rabia y soledad.

Rabia y soledad. Y burlas.

Desde entonces, colecciona canciones. Las atrapa y las convierte en suyas. En su propia historia o la de otros. En recuerdos de otros momentos. En estelas musicadas de gente que ya no está. De personas que formaron parte de una lista que, poco a poco, tiende a ser más pequeña. De un inventario que, tras cada canción atrapada, mira, tacha y observa al siguiente nombre.

La siguiente víctima.

El último de esa lista, ÉL.

18.- EL COLECCIONISTA DE SUEÑOS (Jesús García Caurel)

Tengo un cometido muy entretenido. Me dedico a coleccionar sueños.

Los colecciono de todo tipo:

Sueños de acción, en los que siempre escapo de la catástrofe en el último momento.

Sueños románticos, en los que mi amada entra volando por la ventana.

Comedias, en las que se suceden situaciones disparatadas unas detrás de otras.

Mis favoritos, los sueños absurdos, en los que el guión no tiene pies ni cabeza y las historias acaban siempre de forma rocambolesca.

Pero hay algo que me preocupa sobremanera…

Últimamente, los sueños que más colecciono son pesadillas… :(.

17. DIOSES

Los tenía casi todos. Utilicé diversas artimañas para conseguirlos. A unos ofrecí más poder, más seguidores a otros, a la mayoría conocer a muchos compañeros. Los fui introduciendo en tarros herméticos individuales revestidos de ciencia. Escapar era imposible. En la gran sala los agrupé por especialidades. Las Diosas de la Luna en las estanterías bajas de la derecha. Me observaban intrigadas Aglibol, Artemisa, Amm, Hual, Chía, Chan´E. Encima de ellas los del Sol: Sua, Hisakitaimisi, Gung Sang, Malakbel, Apolo. Los orgullosos Dioses de la Guerra estaban a la izquierda: Marte, Ares, Alqaum, Huitzilopotchli. A su lado los del Amor: Venus, Angus, Tlatzoteotl, Wadd, Samshin. Afrodita disfrutaba de un pedestal propio, al igual que Zeus. El conocimiento ocupaba las alturas: Odín, Minerva, Atenea, Sint Holo, Dagda. Los Dioses creadores atestaban las baldas del fondo: Júpiter, Yod-Hei-Vav-Hei, Juno, Allah, Lochid, Lathir, Dôn, Pangu. La pared de la entrada era variada: Brigitt, Neptuno, Osiris, Apolo, Isis, Belenus, Poseidon. Una salita adjunta estaba reservada al inframundo y lo oscuro: Nasna, Ifrit, Ghoul, Jijang, Hades, Morrigan.
Y muchos otros.
Disfrutaba paseando lentamente entre ellos, escrutándolos. Miraban exigiendo liberación.
Una noche de luna llena abrí los recipientes.
Lo que sucedió a continuación es otra historia.

16. Contando los días

‘Tienes mucha suerte’, me dicen a veces, ‘otros no pueden contarlo’.

Y yo cuento y recuento cada momento de cada día desde que mi cuerpo dejó de ser mío.

Ahora, tumbado en una cama, que tampoco es mía, atesoro aquellos momentos de mi vida. Tan lejana ya que, a modo de postales descoloridas, de esas que nos mandábamos los amigos en nuestros viajes de adolescencia, me llegan a la mente y al corazón. Como un álbum que me atormenta a cada página que paso.

Me cuento a mí mismo cuando me saqué el carnet de moto y me creí Ángel Nieto, cuando María me besó por primera vez, cuando me dijo ‘sí, quiero’, tan preciosa, sus ojos en mis ojos, cuando los gemelos salieron al fin de la incubadora, arrugaditos y diminutos.

Y repaso el año de mis cuarenta. Año que pensé sería redondo, perfecto, sin aristas. Pero en el que mi moto me falló. Y mi ángel me abandonó y me quedé solo, tumbado en esta cama.

Y desde entonces colecciono esos recuerdos. Y cuento y recuento cada hora, cada minuto, y cada segundo, esperando a que me llegue el último. Y mi álbum, por fin, se termine.

15. COLECCIONISTAS DE EMOCIONES (Amparo Martínez)

Salí del ascensor. Eran unas oficinas limpias y luminosas. Me sentí cómodo en aquel traje (nunca imaginé que algo así resultara tan agradable como un chándal o un mono). Caminé erguido, sin arrastrar los pies. Pensé que Lola se sentiría orgullosa. Me recibió mi secretaria. Era rubia y llevaba un conjunto rojo, a juego con sus labios. Me acompañó hasta mi despacho, cerró la puerta y me besó. Sabía a macedonia con cava. “No temas, cielo, es indeleble”, susurró. Parecía conocer mis gustos. Lentamente, demostró que su pintalabios no manchaba mi cuello erizado ni los lóbulos de mis orejas. Se retocó la melena y abrió la puerta. La seguí hasta la sala de juntas. Todos me saludaron. Presidí la reunión. Se aprobaron mis propuestas, aplaudieron mis comentarios y rieron mis chistes. Saqué el móvil. Busqué la carpeta de mi colección de ascensores. En el de hoy, escribí: “Ideal para momentos bajos”. Y, aunque al almuerzo lo llamaron brunch (tentempié sin pinchos de tortilla) —demasiado “frugal” para mi gusto, pero que me sirvió para estrenar ese adjetivo—, finalizada la jornada caminé satisfecho hacia el ascensor… Estaba seguro de que, esta vez, mi ascensor ganaría a la puerta giratoria de Lola.

14. ARTÍCULOS DE COLECCIÓN (Mariángeles Abelli Bonardi)

Afilo mi espada y pienso que, en cierto modo, colecciono reglas; estas reglas por las que yo y los que son como yo nos regimos:

*Los duelos son uno a uno, con armas blancas; el vencedor recibe el poder del vencido.

*Al recibir el poder, si se es lo suficientemente fuerte, se heredan los recuerdos y el saber del adversario.

*El suelo sagrado tiene energía similar a la nuestra, por eso está prohibido luchar en él; de ser así, perece el vencedor.

*Perder la cabeza significa el fin. El punto a no descuidar es el cuello.

*No podemos revelar nuestro secreto ni tener descendencia (lo más doloroso es ver partir a los que amamos).

*Sólo puede quedar uno, ése que después del encuentro final será el último de todos.

La tienda de antigüedades es y siempre ha sido una fachada…

Mi nombre es Duncan MacLeod.

Nací en las Tierras Altas de Escocia.

Tengo cuatrocientos años y soy inmortal.

13. AMOR A MEDIAS (Mercedes Marín del Valle)

Vi a Mara en la fiesta de primavera. Llevaba medias, verde campo, con margaritas bordadas. Nos miramos. Hasta entonces, yo solo era su profesor, pero desde ese instante no pude dejar de seguir sus piernas, resaltadas por la originalidad de sus medias. La cité en mi despacho y conseguí, después de atusar mucho mi bigote, que se interesara por mí. Me excitaba verla, con frío o acalorada, pero con sus medias puestas. Insinuantes, sensuales, elegantes, infinitas. Las lucía como nadie, y yo, me moría de ganas de acariciar la línea negra bordada, que se elevaba desde su tobillo hasta, seguramente, sus muslos.
Ilusionada, me esperaba cada día en la puerta de la universidad, en su coche de gama, inusual para su edad. Mis dedos se deslizaban sobre su ropa, me ardían las yemas al rozar las filigranas de encaje, los dibujos asimétricos, los topos…
Un día conseguí que me llevara a su casa. Quería hacerle el amor como una fiera, pero cuando se sentó frente a mí y jugó a entreabrir sus piernas desnudas, mi ilusión descendió a los infiernos. Busqué su media y la enrosqué en su cuello. El placer volvió con el tacto, pero Mara nunca lo supo.

12. La eterna condena

Gladys me acusa de ser un donjuán, otra nueva distracción en mi afamada experiencia con las mujeres o en el mejor de los casos, el amante perfecto para ayudarla a olvidar la tristeza de su lacerante vida hundida en la miseria.
Asumo que me divierto coleccionando muñecas de porcelana que se brindan a mis caprichos y que en ocasiones me vi obligado a utilizar la coacción y el chantaje emocional a fin de cumplir mis objetivos, pero de ahí a lo que Gladys me atribuye, barruntando un futuro indeseable para ambos, no lo encuentro razonable, puesto que ella es la exclusiva pieza de mi colección, capaz de permitirme acabar con mi disoluta existencia. La única que me dará un hijo natural, lo cual ablandaría el pétreo corazón de mi padre, tan impaciente por legar su fortuna a un heredero de su sangre. Así, cambiaría de acera para iniciar otra selección con apuestos efebos y ella mejoraría exponencialmente su infortunio, con el alivio que conlleva desprenderse del sufrimiento. Además, nunca fue víctima de los celos, sino de su ambición por nadar en la opulencia.
No obstante, seguiré siendo el contumaz Narciso condenado a enamorarme de mí mismo.

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